Bolivia a sangre y fuego

Cuando asumió la presidencia de Bolivia, el 22 de enero de 2006, Evo Morales se impuso la tarea de refundar el país. Casi dos años después la nación está desgarrada, convulsionada y enfrentada, exactamente igual que en el tiempo de levantamientos populares y desórdenes que precedió a la llegada al poder de este indio aymara de 48 años.

La tarea de dotar al país de una nueva constitución se ha convertido en poco menos que misión imposible, hasta el punto de que, al cabo de todos estos meses, el borrador ha tenido que ser aprobado, el sábado último, solo por los partidarios de Morales entre gallos y media noche, en unas circunstancias atípicas, traumáticas y rocambolescas, y en la raya de la legalidad.

La Carta Magna de cualquier país debe ser producto del consenso, el diálogo, la tolerancia, el pacto y la paz, pero no de la polarización, la violencia, los excesos y el sectarismo; debe ser incluyente y no excluyente. Cuando medio país pretende imponer a la otra mitad sus ideas sobreviene la catástrofe. Además, las constituciones han de hacerse para que duren en el tiempo y trasciendan gobiernos, al menos que quienes las patrocinen se hayan convencido de que se van a perpetuar en el poder.

La Constitución indigenista de Evo Morales fue aprobada, en primera instancia y en su proyecto oficialista, solo por la facción gubernamental, sin la presencia de ningún representante de la oposición ni los preceptivos dos tercios de los votos. Los constituyentes sesionaron en un recinto militar al que se habían mudado a vivir. Había un cordón de fuerzas armadas y en las cercanías una batalla campal que causó muertos y heridos. Una vez completa la trastada, los padres y madres de la Constitución se desbandaron en la oscuridad de la noche, por una puerta trasera, para escapar de un posible linchamiento. Desde luego no parece ese el mejor escenario para el nacimiento de una Constitución democrática. Pero Evo Morales dice que estuvo bien así.

Bolivia está en un camino de difícil retorno con enfrentamientos y reproches mutuos de grueso calibre. Van tres muertos y trescientos heridos, pero la violencia, los destrozos y el caos parece que continuarán. Incluso se ha producido al menos un acto de desacato de la Policía al Gobierno. Las revueltas se suceden en los departamentos orientales rebeldes, donde campea el movimiento secesionista. Esas regiones —Santa Cruz, Beni, Cochabamba, Pando, Tarija y Chuquisaca— suman casi el 60% de la población boliviana y el 70% del territorio nacional. Sucre, la capital oficial nominal, quiere serlo efectivamente y para ello le disputa con violencia a La Paz las sedes del Ejecutivo y el Legislativo. A fines del siglo XIX, ambas ciudades libraron una guerra por el mismo motivo.

Evo Morales, al frente de sus campesinos e indígenas, descalifica a sus rivales por «neoliberales», «oligarcas» y «antidemocráticos», y han puesto en la picota a la prensa. Desde Venezuela, el presidente Hugo Chávez, que es su principal aliado, clama que en Bolivia está en marcha un golpe de Estado patrocinado por «el imperio», como siempre se refiere él a Estados Unidos. La oposición ha dicho alto y claro que no acatará esa Constitución. Los departamentos orientales siguen alzados. La Iglesia católica invoca sin éxito a la calma «en nombre de Dios y la vida».

Las presiones continuarán ahora que hay que aprobar con celeridad artículo por artículo antes de que el 14 de diciembre acabe el plazo legal que tienen los constituyentes. En la situación en la que está el país su destino parece trágico.

Francisco R. Figueroa
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«Normalidad» en el congelador

La secretaria de Estado para Iberoamérica, Trinidad Jiménez, considera que no se ha producido «ningún cambio» en las relaciones entre España y Venezuela, aunque el presidente Hugo Chávez haya puesto las mismas en una cuarentena a la espera de que el rey Juan Carlos le pida disculpas.

Es más: Jiménez se esforzó en usar dos veces casi consecutivas la expresión «normalidad» para definir el estado de las relaciones con Venezuela. Fue la reacción oficial después de que Chávez dijera que «congelaba» las mismas hasta que reciba el pedido de disculpas por haberlo mandado callar el rey en la última Cumbre Iberoamericana. Lo dicho por Chávez podría equivaler a un virtual ultimátum a España pues implica una amenaza, sin contar el permanente descrédito al que ha tenido sometido al monarca español.

Luego de que el conductor de la revolución bolivariana pusiera, el domingo, las relaciones con España en la congeladora, la secretaria de Estado llamó —dijo que «con toda normalidad»— a una entrevista al nuevo embajador venezolano, Alfredo Toro Hardy. En esa reunión, celebrada el lunes, se constató que las relaciones van «con toda normalidad», al decir de Jiménez. Según ella, no hay nada raro ni extraordinario entre Venezuela y España; todo es común, corriente y usual, según se desprende de lo dicho. De un modo u otro el embajador de Chávez reconoció que esas relaciones han sufrido un cambio brusco, cuando habló de altibajos en las mismas.

Se equivocan quienes piensan que el silencio diplomático ayuda a que el caudillo venezolano mantenga quieta la lengua o no adopte medidas contra los intereses españoles. Eso no dependería del comportamiento mesurado de España sino de cómo le vaya a él en el frente interno, tanto de cara al referéndum sobre la reforma constitucional que tendrá lugar el dos de diciembre como más allá de esa consulta que está planteada como otro plebiscito sobre su persona. Es cierto que una victoria de Chávez en la consulta ayudaría. También es cierto que Chávez le ha tomado la medida a España y le gusta.

Chávez sabe que en la relación con España él y su proyecto revolucionario poco tiene que ganar. Es España la que pierde.

Para Chávez es importante que desde el gobierno de Madrid y su Partido Socialista no le zahieran por su talante dudosamente democrático o el rumbo autoritario y militarista que han tomado la revolución chavista o las amenazas a la convivencia pacífica que suponen sus medidas. Bastantes puyas recibe ya por eso del conservador Partido Popular. Es decir, a Chávez le importa que el gobierno español se mantenga al otro lado de la delgada línea roja tras la que está lo que él considera injerencia, algo complicado cuando entran en juego aspectos sobre derechos humanos y democracia que tienen un valor universal.

En caso de que el conflicto vaya a mayores —y esto va a depender de las necesidades que tenga Chávez en su proyecto revolucionario— España puede perder en primer lugar el contrato de las ocho fragatas que construye para Venezuela, con sus muy serias derivaciones sociales en caso de anulación del mismo. Media docena de importantísimas empresas hispanas con inversiones significativas en Venezuela serían susceptibles de verses afectados por nacionalizaciones (BBVA, Banco Santander, Repsol y Telefónica, sobre todo). Chávez le tiene mucha gana a la banca, ha reestatalizado la telefonía fija y a las petroleras las pasó por las horcas caudinas. Están también los intereses de una colonia española de más de un cuarto de millón de personas y sus descendientes.

Chávez también puede hostilizar a España en puntos muy sensibles de sus relaciones iberoamericanas. No habría que descartar la hostilidad permanente por la actuación —admitida por el actual gobierno socialista— en los sucesos de abril de 2002 cuando Chávez fue destituido y restituido al cabo de 48 horas y la equiparación por ello con la política intervencionista de Estados Unidos hacia América Latina. Tampoco que el caudillo venezolano extreme sus posiciones indigenistas y repita hasta la saciedad las argucias sobre «genocidio» y «latrocinio» durante la era colonial española, con el eco que puede tener en otras naciones y gobernantes iberoamericanos. No hay que perder de vista que se está ante el inicio de unas largas celebraciones del bicentenario de las independencias de las repúblicas hispanas en las que España tiene tanto interés que ha nombrado nada menos que a Felipe González embajador extraordinario para dichos festejos. Están luego las cumbres iberoamericanas y la significativa del 2012 en Cádiz coincidiendo con el segundo centenario de la constitución liberal de 1812.

Al gobierno socialista tiene que medir el accionar diplomático contra Chávez porque una palabra mal empleada daría pie al Partido Popular, en esta época electoral, a hacerle nuevos y más feroces reproches sobre las malas compañías internacionales elegidas por el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y lo errático de su política exterior.

Por otro lado se desconoce el alcance de una medida como la congelación de relaciones, que también Chávez ha aplicado a Colombia en medio de una trifulca con su colega Álvaro Uribe a cuenta de una mediación con la guerrilla para el canje de rehenes por prisioneros que, según el gobernante colombiano, había cambiado a la búsqueda de legitimidad y proyección internacional a una organización terrorista como están consideradas las Farc. El temor en el caso de Colombia, el desaguisado diplomático parece que va a resentir seriamente las relaciones económicas y comerciales.

En Colombia todos los partidos han cerrado filas con Uribe. Es poco probable que en España Zapatero tenga el apoyo del Partido Popular o, por diferentes motivos, de la Izquierda Unida a la bronca abierta con Chávez.

Francisco R. Figueroa
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El congelador de Hugo Chávez

El volcánico presidente venezolano, Hugo Chávez, ha decidido congelar las relaciones con España y Colombia. Madrid trata de obtener explicaciones diplomáticas mientras Bogotá replicaba por medio de su presidente, Álvaro Uribe, que no ahorró adjetivos contra el caudillo venezolano y su obra con una vehemencia tropical tan frondosa como la de aquel.

Chávez justifica la decisión en la necesidad de defender su dignidad, humillada, dice, por el rey Juan Carlos cuando le mandó callar en la Cumbre Iberoamericana, hace un par de semanas. Exige disculpas reales. Con Bogotá está indignado porque Uribe, el jueves pasado, le echó con cajas destempladas inopinadamente como mediador ante la guerrilla de las Farc cuando, aduce, tenia muy bien encaminado el acuerdo de canje de rehenes por prisioneros

Chávez sacó a relucir el España de remate de un discurso destinado a Uribe, que pronunció el domingo cerca de la frontera con Colombia y en el que puso de vuelta y media a su homólogo neogranadino. Lo desacreditó, lo insultó y lo denigró. La respuesta de Uribe a Chávez fue tan agresiva, subida de tono e inusual que nadie apuesta un céntimo por las relaciones colombo-venezolanas. De España exigió un pedido de disculpas del rey.

El dirigente venezolano atribuyó que Uribe le despidiera como mediador ante las Fuerzas Armadas Revolucionarias en un acuerdo humanitario a las presiones de la extrema derecha, sus consejeros halcones, la oligarquía y los militares partidarios de la guerra e, incluso, Estados Unidos, que patearon la mesa de negociaciones para evitar el camino de la paz. Acusó a Uribe de mentir de forma fea y descarada, de asumir actitudes cobardes y de haberle traicionado al justificar su decisión en infidencias y en el uso en la mediación de canales de comunicación que le estaban vedados. Según Chávez, Uribe le escupió en el rostro de forma brutal. «El decidió darle un escupitazo a la verdad y dignidad y una patada a lo que veníamos trabajando con tanto amor». «Colombia merece otro presidente», sentenció.

Uribe echó luego por la boca lo que parecía tener atravesado entre pecho y espalda. Afirmó que Chávez pretende incendiar el continente, expandir su revolución, incluso a Colombia, con su poderoso presupuesto petrolero; que patrocina un régimen que poco a poco va negando las libertades; que desorienta al pueblo, sustituye la ley por su capricho personal y tergiversa el legado de Simón Bolívar y otros héroes de la independencia; que ha querido legitimar el terrorismo, pretendido llevar a las Farc al gobierno y darle protagonismo político; de estimular el odio contra Colombia por conveniencia electoral y de apelar al insulto porque le falta argumentos. «No se puede incendiar el continente como usted lo hace, hablando un día contra España, maltratando un día México, al siguiente al Perú…», le espetó.

A Chávez esa situación, particularmente el anticolombianismo —Colombia es el enemigo natural de Venezuela—, seguramente le traerá rédito en el referéndum constitucional del 2 de diciembre, cuando va a ser sometida al veredicto popular una reforma de la Carta Magna tendente a consolidar el proyecto revolucionario socialista. En cuanto a España, Chávez machaca con el martillo del indigenismo que tanto gusta de usar en su prédica revolucionaria tratando de convertir tres siglos de colonización en un episodio maniqueo de matanza de indios y saqueo de riquezas.

«Ustedes me pusieron a mi aquí, y así soy yo y estoy seguro de que represento a la mayoría de los venezolanos», dijo Chávez, mientras sus palabras desastaban el temor de los empresarios colombianos que ven peligrar unas relaciones comerciales que mueven cada año más de 5.000 millones de dólares. Tras Estados Unidos, Venezuela es el principal socio comercial de Colombia con alrededor del 15% de todas sus exportaciones. El incidente ocurre en un momento en que Venezuela, que tiene problemas de desabastecimiento interno, ha acelerado sus importaciones hasta ser las mayores per capita en América Latina, estimuladas por los altos precios del crudo. En ese comercio bilateral, casi 4.400 millones de dólares son productos colombianos que Venezuela compra.

Francisco R. Figueroa
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Chávez despedido como mediador

El presidente venezolano, Hugo Chávez, ha sido despedido con cajas destempladas por su homólogo colombiano, Álvaro Uribe, como mediador ante las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), para sorpresa y congoja de París.

Evidentemente enfadado porque Chávez telefoneó, posiblemente desde La Habana, al más importante jefe militar colombiano, y por declaraciones del caudillo venezolano hechas durante su reciente estancia en París, Uribe dio anoche un sonoro portazo a su gestión como mediador.

Mediante un lacónico comunicado, Uribe despidió a Chávez como mediador en el canje humanitario de casi medio centenar de rehenes de las Farc por medio millar de guerrilleros presos. Uribe, al parecer, ni se molestó en llamarle antes por teléfono.

La decisión de Uribe supone un baldazo de agua helada en la cara del presidente galo, Nicolás Sarkozy, quien consideraba a Chávez —posiblemente por su afinidad ideológica a las Farc y proximidad a la guerrilla— el único capaz de liberar a los rehenes, entre ellos la ex candidata presidencial colombiana Ingrid Bertancourt, que tiene también la nacionalidad francesa.

Chávez hizo el miércoles escala en La Habana, donde se vio con los hermanos Castro de retorno a Venezuela de una gira internacional cuya penúltima etapa fue París. Parece que desde Cuba llamó para pedirle información al comandante del Ejército colombiano, general Mario Montoya, pese a que hacía escasamente una semana que Uribe le había pedido sin ambigüedades usar solo en su oficio de mediador el canal directo con él, y no otras vías, que estaba, en efecto, empleando. Específicamente Uribe exigió a Chávez no llamar a los militares colombianos y le hizo una broma al respecto: «Vea Hugo, no me llame a los generales porque se me vuelven chavistas». Le dijo además «lo que tengamos que hablar de los secuestrados, lo hablamos tu y yo»

En lunes pasado, sin ir también más lejos, Uribe había exteriorizado su enfado con Chávez por divulgar en París una reciente conversación entre ambos concerniente a la mediación con las Farc que debía había sido mantenida en sigilo. [Ver mi entrada «Chávez mediador infiel»]

Disgustado con la infidencia, Uribe dio entonces un ultimato a Chávez: le marcó diciembre como límite para su mediación. Fue la primera prueba clara de que quería deshacerse de Chávez. Desde París Chávez provocó también malestar en Bogotá cuando declaró que en tres meses como mediador él había logrado más que el Uribe en cinco años. La conversación con el general Montoya pudo dar a Uribe el pretexto definitivo.

Desde que a fines de agosto Uribe aceptó la mediación de Chávez [ver mi entrada «Chávez el facilitador»], éste hizo una infinidad de declaraciones, mantuvo contactos telefónicos con sus correligionarios de las Farc y tuvo correspondencia prometedora del jefe de la guerrilla, el veterano «Tirofijo», al que insistía en ir a visitar a su guarida en la selva sureña colombiana. Parece que también hubo conversaciones por teléfono entre ambos y con otros jefes guerrilleros. En Caracas recibió a Iván Márquez, uno de los principales cabecillas de las Farc. Los colombianos señalaron que esa reunión no sirvió para cosa que «hablar de música costeña».

Pero, con todo eso, Chávez no pudo llevar a París algo aparentemente tan sencillo como la «prueba de vida» de Bertancourt que demandaba Sarkozy. Así, en la capital francesa el gobernante venezolano solo pudo hacer promesas y dar buenas palabras y aquellas otras que tanto enfadaron a Uribe. Los franceses le ofrecieron un margen de confianza y su isla de Martinica, en las Antillas Menores, para el tan ansiosamente buscado encuentro de Chávez con «Manuel Marulanda», el otro nombre de guerra de alias «Tirofijo».

Las Farc han enredado notablemente con unas sencillas pruebas de vida de Betancourt y otros rehenes dilatando intencionadamente su entrega para un mejor acople de los tiempos y los hechos a los fines políticos perseguidos por los jefes de la guerrilla con vistas al canje. De aquí también el enfado de Uribe, que ha echado en falta una buena voluntad de las Farc y les ha reprochado su mala voluntad. [Ver mi entrada «Uribe da un giro a la mediación de Chávez»]

La decisión de Uribe ha hecho polvo la esperanza de los familiares de los rehenes, que se han mostrado consternados pues, como Sarkozy, consideraban a Chávez en negociador inevitable por su sintonía ideológica con las Farc. Uribe va a recibir una fuerte tormenta de críticas dentro y fuera de Colombia. Sarkozy va a enviar un mensaje formal a Uribe pidiendole que vuelva a autorizar la mediación de Chávez. Pero el presidente galo evidentemente no llamará a su par colombiano hasta que las cosas no se enfríen. No obstante, Uribe está decidido a no dar marcha atrás. La altamente riesgosa e indiscreta mediación de Chávez acabó definitivamente.

Posiblemente Uribe haya encontrado en el comportamiento de Chávez en París el pretexto que necesitaba para dar por finaliza una mediación peligrosa desde el principio de un dirigente político extranjero de ideología a fin a la de las Farc, cuya intervención —y colateralmente también la de Sarkozy— podía dar a la guerrilla un oxígeno contraproducente para los planes de Uribe y, a lo mejor, hasta para el futuro de Colombia.

Después de casi medio siglo en armas e internacionalmente condenada por terrorista y narcotraficante, la guerrilla de las Farc busca un espacio político de fuerza beligerante en el conflicto colombiano. [Ver mi entrada «Chávez y las Farc pueden desbordar a Uribe»]

Chávez parece convencido de que las Farc deben entrar en un proceso de paz y —como él hizo— buscar el poder por la vía de las elecciones y no con las armas, pero con la inapreciable ayuda económica de la revolución venezolana y sus petrodólares. En otras palabras, Chávez buscaría exportar la revolución bolivariana al país más sensible y estratégico para Venezuela, como es Colombia, en el que hasta ahora no ha podido hacer mella.

Francisco R. Figueroa
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Chávez mediador infiel

El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, acaba de dar en París una muestra de su confiabilidad al revelar un pacto secreto con su homólogo colombiano, Álvaro Uribe, quien ha respondido muy encolerizado por esa infidencia.

El pacto se hizo en un encuentro que tuvieron ambos gobernantes durante la reciente Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile. Debía «ser manejado en secreto», según un comunicado presidencial colombiano emitido después de que Chávez se fuera de la lengua en París, este lunes.

Se trataba de avanzar en la mediación —autorizada por Uribe a fines de agosto— de Chávez junto a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) para canjear casi medio centenar de rehenes por cerca de medio millar de guerrilleros presos.

Desde el principio, Chávez había insistido obstinadamente en la conveniencia de tratar él directamente el asunto con «Tirofijo», también conocido por el nombre de guerra de «Manuel Marulanda», el casi octogenario jefe máximo y fundador de las Farc, la temible guerrilla colombiana con 17.000 efectivos y alzada en armas desde hace más de cuarena años. Esto lo arreglo yo directamente con Marulanda, daba entender Chávez, que clamaba por reunirse con él.

Pero esa es una entrevista muy arriesgada desde el punto de vista de la seguridad, pero sobre todo por el significado político que tiene que un gobernante extranjero —del talante de Chávez, por añadidura, y con su ideología revolucionaria castrista y su delirio bolivariano— negocie de tu a tu con el jefe de una banda poderosa que tanto Colombia, como la Unión Europea o Estados Unidos, entre otos, consideran terrorista.

En cierto modo esa reunión equivaldría a reconocer a las Farc un virtual estatus de fuerza beligerante —que la guerrilla busca denodadamente— y que en Colombia hay formalmente una guerra civil, extremos queridísimo por esa organización armada y cuya imagen inicialmente signada por el romanticismo revolucionario se ha desvanecido entre los horrores del asesinato, el secuestro, la extorsión y el terrorismo y el próspero negocio del tráfico de cocaína.

No obstante, Uribe aceptó la reunión con «Marulanda» como muestra de su voluntad para que el canje sea un éxito, pero no a cualquier precio. El gobernante colombiano puso a Chávez ciertas condiciones.

La primera fue que «Tirofijo» y las Farc liberen previamente a todos los cautivos. La segunda, que el encuentro con el viejo jefe guerrillero de la toalla se diera dentro de un proceso de paz exitoso. La tercera que Chávez no iría solo al encuentro, sino de preferencia acompañado por el propio Uribe como demostración de la volunta del colombiano de encontrar la paz en su país.

Pero en sus declaraciones de París, Chávez presentó el asunto de tal modo que Uribe lo interpretó como la violación de un pacto. Su irritación le ha llevado a poner fechada de caducidad a la mediación del venezolano: diciembre próximo. Más allá de esa fecha, según entiende Bogotá, las cosas se le irían de las manos a todas las partes implicadas.

Familiares de los rehenes han puesto el grito en el cielo porque saben que en tan corto tiempo es poco probable que haya una solución en una situación tan compleja.

Parece que Uribe se ha cansado de Chávez, un personaje que es su antípoda. Nunca ha dado muestras claras de sentirse seguro y confiado con la mediación del venezolano, quien es un amigo más que conocido de la guerrilla, con la que tiene líneas directas antes de ahora. Además sus intenciones respecto a las Farc van mucho más allá de la liberación de los rehenes. Pero hay en Colombia ansia y un clamor por la libertad de los cautivos, sin que a los familiares les importe mucho las consecuencias políticas.

Chávez se encuentra en Paris tratando de implicar a fondo a su homólogo galo, Nicolas Sarkozy, que ha hecho una prioridad política la liberación de la franco-colombiana Ingrid Betancourt, la ex candidata presidencial en poder de las Farc desde febrero de 2002 y uno de los rehenes canjeables.

De momento Chávez parece que no puede aportar la «prueba de vida» de Betancourt que Sarkozy solicitó y considera un gesto necesario de las Farc para demostrar su voluntad. Apenas la palabra que en eses sentido ha dado la guerrilla colombiana. Chávez confía aún que el arrojo, la decisión y la audacia del dirigente francés jueguen a su favor.

Francisco R. Figueroa
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Temblad, temblad, malditos

El antiguo coronel golpista y actual presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ha puesto en el punto de mira de su fusil revolucionario a las empresas transnacionales españolas al tiempo que sigue atacando con fuego graneado al rey Juan Carlos y al presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero.

Cuando parecía que reculaba, Chávez, en declaraciones hechas en el fragor de una campaña para un referéndum constitucional del 2 de diciembre, que ha convertido en un nuevo plebiscito sobre su persona, recrudeció el tono de los ataques que inició contra España en la pasada Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile, tras la gresca con Zapatero y el sonoro «¡¿Por qué no te callas?!» con que saltó Juan Carlos de Borbón, de quien Chávez espera ahora un pedido de excusas.

«Yo estoy sometiendo a una profunda revisión las relaciones políticas, diplomáticas y económicas con España. Eso significa que las empresas españolas van a tener que rendir más cuentas. Yo voy a meterles el ojo a ver qué es lo que están haciendo aquí todas las empresas españolas», dijo.

La amenaza afecta, entre otros, a los bancos Santander y BBVA, la petrolera Repsol, Telefónica, la aseguradora Mapfre y el Grupo Prisa, que tienen en Venezuela inversiones por más de 2.300 millones de dólares. También tienen intereses en Venezuela Sol Meliá, Iberdrola, Elecnor, Iberia, Air Europa, Hespería Hoteles y el Grupo Inditex a través de numerosas franquicias de tiendas Zara con empresarios locales.

Un día antes Chávez había advertido que las transnacionales españolas son prescindibles en Venezuela y que no dudará en actuar contra ellas. «No es imprescindible para nosotros la inversión española. No las necesitamos», sentenció. En otra ocasión anterior había amenazado con nacionalizar los bancos, como hizo con intereses petroleros, la electricidad y la telefonía fija. También ha amagado con subirles los impuestos.

Sostuvo que estrechará el cerco a las empresas porque el presidente Zapatero se alineó con el «cachorro del Imperio, al fascista» de José María Aznar, el ex primer ministro conservador español a quien volvió a acusar de haber apoyado el golpe de Estado que en el 2002 lo mantuvo destituido dos días. Chávez nunca habla de que España apoyó a la democracia en Venezuela cuando él trató de acabar con ella en 1992 mediante una cruenta intentona golpista contra un gobierno como el que presidía Carlos Andrés Pérez que, malo o bueno, era legítimo y había sido escogido con más del 50% de los votos. A Chávez no le gusta recordar su pasado como golpista o lo tapa despotricando contra quienes lo desalojaron temporalmente del poder en los sangrientos sucesos de 2002.

Persistió Chávez en que Juan Carlos I tenía que estar al tanto de las actuaciones de Aznar en aquellos sucesos porque era imposible el apoyo a un golpe si conocimiento real. Chávez parte de la idea equivocada de que en España, como en su país, la política exterior es dirigida por el jefe del Estado, cuando es una atribución del presidente del Gobierno.

«Cuando yo señalo a José María Aznar de fascista y genocida, estoy diciendo una verdad del tamaño de la Catedral de Barcelona» (…) «Lo triste de esto es que Zapatero haya salido a defender al fascista de Aznar. Dime con quién andas y te diré quién eres. Es como que yo en una reunión de presidentes salga a defender a Carlos Andrés Pérez si alguien lo agrede. Yo me callaría. (…) Se quiera dar a Aznar una patente de corso para andar por América Latina diciendo que en Venezuela hay una dictadura, sólo porque fue presidente electo por los españoles.», dijo.

Chávez se refiere a la campaña contra él en la que está envuelto Aznar, con quien hasta 2002 mantuvo fluidas relaciones, con 14 reuniones entre ambos. El ex presidente esgrime ahora un «Informe Estratégico sobre la situación y el futuro de América Latina», de la fundación conservadora FAES, hecho con el claro objetivo de combatir a regímenes como los de Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa, y que, entre otras cosas, advierte de la inconveniencia del «populismo revolucionario, las ideas caducas, el neoestatismo, el militarismo nacionalista y el indigenismo racista».

En las presentaciones que hace dicho informe en América Latina, Aznar suele zaherir a Chávez como exponente de una nueva especie totalitaria y en cada oportunidad que se le presente hostiliza con rudeza al líder revolucionario venezolano. Concretamente en Caracas la FAES de Aznar efectuaba un seminario ideológico para opositores a Chávez cuando estalló el incidente en la cumbre de Chile.

Los esfuerzos hechos por la diplomacia española para tratar de calmar a Chávez han resultado inútiles. Paños tibios a una crisis que puede írsele de las manos el ministro del Exterior, Miguel Ángel Moratinos. En los últimos días, aparte de las amenazas a las empresas y de los descalificativos foribundos vertidos contra el rey, Zapatero y Aznar, Chávez comparó al ex presidente con Hitler, alegó que Juan Carlos I había sido elegido por el dictador Francisco Franco, mientras que él lo había sido tres veces por el pueblo, y que el suyo, en la cumbre, había sido un grito desesperado; acusó al jefe del Gobierno de haber sucumbido al chantaje de la derecha y ser de convicciones frágiles, hizo amenazas a la colonia de 300.000 españoles en Venezuela y puso patas arriba el pasado histórico al hablar de «genocidio» y de «expolio» en la época colonial.

La previsión es que Chávez siga hablando por lo menos hasta que se celebre el referéndum pues confía en que ello de dará rédito en las urnas. En esencia la reforma constitucional que está siendo sometida a consulta tiene como objetivo reforzar aún más el poder personal de Chávez y anclar mejor su proyecto revolucionario procomunista. De ahí que tenga connotaciones de plebiscito. El temor es que Chávez, perseverante donde los haya, acabe lesionando seriamente los intereses españoles.

Francisco R. Figueroa
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Chávez y la quimera del oro

En su sonada pendencia con España, surgida en la Cumbre Iberoamericana de Chile, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, ha vuelto a echar en cara el cacareado «saqueo de las riquezas» de América Latina y el «genocidio aborigen» durante la colonia con una ligeraza propia de ignorantes o de malintencionados.

«Nos saquearon para alimentar sus arcas, todos fuimos colonizados por siglos y se llevaron nuestras riquezas», manifestó en la primera rueda de prensa celebrada tras su regreso a Caracas.

Sin duda, el presidente de Venezuela se ha quedado en sus lecturas en lo anecdótico de la conquista. Como buen revolucionario latinoamericano, ha leído a fray Bartolomé de las Casas, tan buenazo como pánfilo.

Durante la colonia se cometieron innumerables abusos contra los indios, pero es incierto que fueran consecuencia de una matanza planificada por el Estado como da a entender Chávez cuando yuxtapone el «genocidio aborigen» en la América colonial al holocausto en la Alemania nazi.

La insistencia de fray Bartolomé de las Casas y el nuevo «Derecho de gentes» de Francisco de Vitoria desembocaron en 1542 —a solo cincuenta años de la llegada de Cristóbal Colón a América— en las «Nuevas Leyes» del rey Carlos I hechas para proteger a los indios con disposiciones muy serias. Es cierto también que los encomenderos, a espaldas de las leyes, prosiguieron cometiendo abusos con los indios en las colonias, de modo parecido que los poderosos con la gente humilde en la España peninsular.

El gobierno colonial ajustició, como dice Chávez, a diferentes y notables caciques indios que se revelaron contra la autoridad real, del mismo modo, también, que en la España peninsular funcionó la horca y la hoguera contra quienes fueron identificados como enemigos del rey y del catolicismo.

Donde en la América hispana había naciones precolombinas significativas hoy sus poblaciones siguen siendo mayoritariamente de indios y de mestizos. En América del norte de colonización sajona o en Brasil la portugués la realidad fue bien otra. El maltrato a los indios fue común tras las emancipaciones de las colonias, hasta nuestros días. Vamos ya para los doscientos años. Hay países suramericanos donde se organizaron expediciones de exterminio de indios a mediados del siglo XIX.

En cuanto al saqueo económico, a Chávez le falta información, leer por ejemplo, «El tesoro americano y la revolución de los precios en España, 1501-1659». Se trata de uno de los mejores estudios económicos sobre el viejo y el nuevo continente publicado en 1934 por la Universidad de Harvard, cuyo autor fue Earl J. Hamilton. Es una aportación indispensable para comprender la realidad de la llegada de oro y plata a España procedente de sus colonias americanas.

El famoso «expolio» tiene cifras. Hamilton descubrió que a partir de 1503 y durante los siguientes 160 años, entre los siglos XVI y XVII, cuando hubo la mayor actividad minera, se sacaron de las colonias americanas 16.900 toneladas de plata y 181 toneladas de oro. Sus cuentas son tan minuciosas que las cantidades que da están extraordinariamente afinadas: 16.886.815.303 gramos de plata y 181.333.180 gramos de oro.

Eso representa en términos actuales de extracción minera, la producción platera de poco más de dos años (26 meses) y la aurífera de medio año. Los cálculos se basan en datos actuales de extracción en mina tomados de Gold Fields Mineral Service e International Copper Study Group, reproducidos por publicaciones latinoamericanas. De modo que vaya expolio. Se puede concluir que España fue un fiasco como potencia colonial en cuanto a depredación económica.

El estudio de Hamilton no abarca los casi 150 años faltantes hasta que en 1808 comenzaron las emancipaciones de sus colonias americanas. Pero admitiendo que las importaciones hubieran seguido al mismo ritmo —que no fue así pues el imperio español entró en declive a fines del XVII y el rendimiento de las minas disminuyó considerablemente— resultaría que el famoso expolio equivaldría a lo sumo a la plata extraída hoy en hispanoamérica en el lapso cuatro años y el oro en el plazo de un año. El contrabando, estima Hamilton, pudo estar realmente más cerca del 10% que de cualquier porcentaje mayor, aún admitiendo que pudiera haber llegado a un imposible 50%.

Otra cosa es que el oro y la plata enviados a España constituyeran para la época una cifra fabulosa y que tuvieran unas consecuencias nefastas para la economía de la España colonial en particular y la europea en general.

Como afirman Hamilton, «es inevitable llegar a la conclusión de que el oro y la plata extraídos de las Indias tuvieron en última instancia funestas consecuencias sobre España».

Francisco R. Figueroa
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¿Quién calla a Chávez?

Con el petróleo a casi cien dólares el barril, la calentura política que le caracteriza, el verbo trepidante que tiene y la incitación de Cuba, ¿quién hace callar a Hugo Chávez?

El rey de España no lo ha conseguido. Y mucho menos cuando el líder bolivariano es jaleado por su principal padrino: Fidel Castro, quien convaleciente y todo atiza desde La Habana día por medio.

España trata de enfriar el asunto, después del real reclamo de «¿Por qué no te callas?» y sus derivaciones. Pero el magnate petrolero ha encontrado un nuevo filón con el que espera obtener unos pingües beneficios internos de cara al referéndum del 2 de diciembre. Chávez haré ver a los nacionalistas tibios, que aún sienten reluctancia de votar en esa reforma constitucional tendiente a institucionalizar la revolución, que no se amilanó ante las cabezas visibles del neoimperialismo español y que, lejos de eso, les dijo que se vayan a lavar su paltó, que en buen venezolano, significa que se limpien el ojete. Lo primero que hizo al regresar a Caracas fue mezclarse con la multitud, aún a riesgo de que lo mataran, como dice Castro. «Es imposible apartarse de la impresión de que el imperio y la oligarquía se esmeran por conducir a Chávez a un callejón sin salida poniéndolo fácilmente al alcance de un disparo», dice el gerontolíder de Cuba.

Fidel Castro jalea desde sus «reflexiones». En la última, de hoy mismo, señala: «Nunca había tenido lugar un diálogo parecido entre Jefes de Estado y de Gobierno, que en casi su totalidad representaban países saqueados durante siglos por el coloniaje y el imperialismo. Ningún hecho podía ser más didáctico. El sábado 10 de noviembre de 2007 pasará a la historia de nuestra América como el día de la verdad. El Waterloo ideológico ocurrió cuando el Rey de España le preguntó a Chávez de forma abrupta: "¿Por qué no te callas?". En ese instante todos los corazones de América Latina vibraron.»

Los insultos de Chávez a José María Aznar se unieron a una discusión con José Luis Rodríguez Zapatero sobre las bondades de la libre empresa y el comercio libre, que para el venezolano son maleficios, competencia feroz en perjuicio de los más débiles, fascismo y racismo puros; y los exabruptos del líder bolivarianos contra las empresas transnacionales españolas bajo el pretexto de que sigue el colonialismo español en América Latina.

«Señor Juan Carlos, si yo me callara gritarían las piedras de los pueblos de América Latina que están dispuestos a ser libres de todo colonialismo, después de 500 años de coloniaje», dijo Chávez a periodistas en Caracas. «Señor, no me voy a callar, ni me callaré, porque por mi boca no hablo yo, hablan millones (…) todos esos que los españoles aquí degollaron, asesinaron, emboscaron, mataron…»

De manera que Chávez sacó a relucir las viejas consignas del indigenismo, uno de los ingredientes, junto al marxismo y otros, de la ensalada ideológica que el dirigente venezolano llama «Socialismo del Siglo XXI».

«Pero, ¿por qué no te callas?, exclamó Juan Carlos de Borbón. En la televisión chavista venezolana se han mofado del rey y Zapatero. Hay quien usan la real frase contra Chávez, dicen que por bocón. «Quisiéramos sugerirle al Presidente que, por lo menos, durante dos días haga el ejercicio de callarse y escuche al pueblo», ha pedido un dirigente opositor. Seguirá

Francisco R. Figueroa
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Chávez enloda al rey

El presidente Hugo Chávez ha insinuado la posibilidad de que el rey Juan Carlos estuviera al tanto del golpe de Estado que lo tuvo derrocado dos días en 2002 y ha emplazado al monarca a que dé una respuesta, sin que le importe las consecuencias para las relaciones hispano-venezolanas.

Tanto a su salida de Santiago, tras la Cumbre Iberoamericana, como a la llega a Caracas, el domingo, Chávez se explayó dando a los periodistas su visión del incidente con el rey Juan Carlos y el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, que fue desatado por sus arremetidas contra José Mª Aznar, las transnacionales españoles y la España colonial.

Chávez asiduamente implica a Aznar en aquel golpe, al tiempo que lo asocia con el presidente estadounidense, George Bush, y la desastrosa guerra de Irak. Está probado que Aznar tuvo al menos un contacto telefónico con quien poco después se autoproclamó presidente de Venezuela, el empresario Pedro Carmona, hoy exiliado. Asimismo, fueron notorios los tejemanejes del entonces embajador español en Caracas, Manuel Viturro, junto a su colega estadounidense, Charles Shapiro. Ambos embajadores, en lo que tuvo el valor de un reconocimiento del gobierno golpista, asistieron en el Palacio de Miraflores a la toma de posesión de Carmona, quien estuvo en el poder poco más del tiempo que duró esa ceremonia.

Pero ahora el mandatario venezolano afirma que los empresarios españoles también estaban del lado de los golpistas y, como guinda, que el embajador Viturro no pudo actuar «sin la autorización de Su Majestad», a quien caracteriza como director de la política exterior española, y no el presidente del Gobierno. «¿Sabía el rey del golpe contra mi? (…) El rey debe responder». Insinua Chávez también que Zapatero actuó en la cumbre a solicitud del rey cuando le reprochó sus ataques a Aznar y los empresarios por «fascistas» y «golpistas», dada —dice— la disparidad ideológica entre el actual gobernante socialista español y su antecesor en el cargo.

El exabrupto «¿por qué no te callas?» que el rey dirigió a Chávez mientras éste interrumpía reiteradamente a Zapatero en su turno de palabra, resonó en el plenario de la cumbre, dejó atónitos a los asistentes y repercutió en Venezuela, donde se transformó de inmediato en grito de los antichavistas contra un presidente que gobierna desde los micrófonos y cuya incontinencia verbal es harto conocida. Más de cuatro mil horas hablando por cadena nacional de radio y televisión ha consumido en sus casi nueve años en el cargo.

Consciente del valor de las consignas, Chávez se apresuró a desmontar ésa, incluso antes de volver a pisar Venezuela. Al desembarcar en Maiquetía, remachó sobre el mismo clavo. Reveló que Zapatero le había dicho que después de doscientos años con independencia, España no podía seguir siendo responsabilizada de la pobreza latinoamericana, sino que la culpa es de los gobernantes que han tenido. «¿Cómo minimizar quinientos años? (…) No se pueden minimizar los factores externos en la historia latinoamericana», replicó Chávez, para quien «cuando el rey explota ante las expresiones de un indio, están explotando quinientos años de prepotencia imperial, quinientos años de realismo, de atropello, quinientos años de un sentimiento de superioridad» (…) «Juzgar la verdad del pasado no tiene porqué ofender a los españoles» (…) «Nuestra voz va a seguir creciendo» (…) «Ya no estamos solos Fidel (Castro) y yo. Ahora estamos con Rafael Correa, de Ecuador, hombre consciente y revolucionario; Evo Morales, de Bolivia; Daniel Ortega, de Nicaragua…». En Caracas los voceros del chavismo se lanzaron en jauría contra el rey.

Justamente una intervención, tras el incidente con Chávez, del antiguo guerrillero sandinista —que gobernó con poderes de dictador en los años ochentas— contra una transnacional española y sobre que la embajada de España había tramado para influir en el resultado de las elecciones presidenciales nicaragüenses de hace un año, fue la que llevó a la retirada del rey Juan Carlos en señal de protesta del plenario de la Cumbre, en un hecho sin precedentes.

Ortega luego se disculpó, mientras Chávez, en su sacerdocio revolucionario, echaba más leña al fuego sin importarle cómo quedaran las relaciones hispano-venezolanas. «Si se dañaran, no es por culpa mía», aseveró. Durante el gobierno de Aznar, tras una primera etapa de bonanza, esas relaciones entraron en picado, sobre todo a raíz de los sucesos de abril de 2002. En la etapa de Zapatero mejoraron ostensiblemente y se firmaron acuerdos para venta de material militar español.

A Zapatero internamente la oposición conservadora le ha echado en cara las relaciones peligrosas que ha tenido con Chávez, al tiempo que se preservaba la figura del rey.

Mientras el líder bolivariano asistía a la cumbre de Santiago, en el agitado frente interno venezolano se desarrollaba en Caracas un seminario ideológico con una parte del antichavismo patrocinado por la FAES, la fundación de Aznar, celebrado justo cuando el país está inmerso en una dura campaña para al referéndum del próximo 2 de diciembre sobre una polémica reforma constitucional.

Si esa reforma es aprobada, Chávez puede eternizarse en el poder, las fuerzas armadas quedarán al servicio de la revolución y habrá milicias populares, se afectarán los derechos de propiedad privada y de libertad de empresa y, además, habrá una concentración del poder en la persona del presidente. Solo la reducción de la jornada laboral a seis horas goza de amplía simpatía.

Los estudios de intención de voto apuntan un empate técnico entre chavismo y antichavismo en torno al 34% del electorado, con una indecisión del 21%. Según dicen los entendidos, Chávez ganará a cuenta de la elevada abstención que se espera. Hasta ahora tiene decisión de votar solo el 46% del electorado.

Pero las últimas palabras parece que aún no están dichas. Por ejemplo, se acaban de poner en contra de Chávez y su «reforma constitucional golpista», la semana pasada, quien fue hasta julio último su brazo derecho militar, el general Raúl Isaías Baduel, y la que fue última esposa del presidente, Marisabel Rodríguez, que ha hecho severas declaraciones yendo al fondo de la cuestión en lo que se refiere a los profundos recortes que la misma representa para la libertad y la democracia.

Lo dicho y hecho por Chávez en esta decimoséptima Cumbre Iberoamericana celebrada en Santiago de Chile hay que entenderlo tanto en ese convulso frente interno venezolano y también como un intento de fracturar el bloque iberoamericano. No hay que olvidar que Chávez logró dinamitar la Cumbre de las Américas en 2005.

Francisco R. Figueroa
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Coces en la cumbre

La Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile ha sido borrascosa, sobre todo por las invectivas del venezolano Hugo Chávez, y un bochorno para España y su rey, que sorprendemente perdió la compostura.

Chávez hizo tambalear esta decimoséptima cumbre de los jefes de Estado y Gobierno iberoamericanos, pero también el nicaragüense Daniel Ortega y el boliviano Evo Morales, con sus bufidos destemplados y mitineros antiespañoles en el plenario; el cubano Fidel Castro, avivando el fuego con gasolina desde La Habana, y el uruguayo Tabaré Vázquez con el argentino Néstor Kirchner aportando cada uno su grano de arena a cuenta de una fábrica fronteriza de celulosa, conflicto en el que Juan Carlos de Borbón era mediador. Y la chilena Michelle Bachelet que como anfitriona y moderadora de la conferencia fue incapaz de controlar la situación.

En un gesto sin precedentes, el rey de España llegó a pedir que Chávez se callara en el momento en que el líder venezolano atropellaba, una y otra vez, el discurso del jefe del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, quien le exigía respeto para su antecesor en el cargo, José María Aznar.

El rey Juan Carlos exteriorizó en público un malestar que ya había expresado en privado a Chávez el día anterior, después de que el gobernante venezolano insultara Aznar tildándole repetidamente de «fascista» y criticara ásperamente a las empresas españolas. De poco también había servido la gestión para que se bajara el tono de los ataques que hizo el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, junto a su homólogo venezolano, Nicolás Maduro.

En el caso de Chávez no se descarta un propósito deliberado de dinamitar la Cumbre Iberoamericana, por motivos internos relacionados con el delicado momento que enfrenta. El líder bolivariano tiene por delante un referéndum para el que no termina de tenerlas todas consigo, enfrenta una creciente protesta estudiantil por la reforma constitucional, así como nuevas presiones de la Iglesia y el empresariado. Para mayor agobio, se ha puesto en su contra por una revisión de la Carta Magna que considera golpista y totalitaria, el militar que hasta julio último era su brazo derecho y su «amigo del alma», una toma de posición que puede haber calado hondamente en los cuarteles.

Ortega y Morales hicieron de coro con sus propios exabruptos a las tarascadas de Chávez, sobre todo el nicaragüense, que acusó a la principal empresa española en su país, Unión Fenosa, de «prácticas mafiosas y gansteriles» y a la embajada de España de haber trabajado por la victoria de su rival en las últimas elecciones presidenciales niragüenses. Ambos son nutridos ideológica y económicamente por Venezuela.

Sorprendió la moderación del ecuatoriano, Rafael Correa, quien incluso se permitió criticar con antidemocrática la reelección perpetua de los jefes de Estado, uno de los puntos esenciales de la reforma constitucional que será sometida a referéndum en Venezuela el 2 de diciembre próximo y el más importante del proyecto continuista de Chávez.

Fidel Castro, en su bitácora con rango de primera plana obligatoria en la prensa cubana, se confesó orgulloso de sus pupilos. «La crítica de Chávez a Europa fue demoledora. La Europa que precisamente pretendió dar lecciones de rectoría en esa Cumbre Iberoamericana. En las palabras de Daniel y Evo se escucharon las voces de Sandino y de las culturas milenarias de este hemisferio», escribió Castro.

Nada más llegar el viernes a Santiago, Chávez había molestado a los anfitriones chilenos al criticar que el tema central de la cumbre fuera la cohesión social, en un país muy sensible a ese asunto y donde en democracia e ha logrado disminuir la pobreza al 15% del 45% por ciento que dejó la dictadura. Chávez pretendía temas caros a su revolución. Por eso cambió de onda desde el aeropuerto, cuando contrastó los supuestos logros tangibles del bolivarianismo con los resultados difusos de estas cumbres que se diluyen en el corto plazo, según dijo.

Se burló de la economía de libre mercado, saludó el fracaso del ALCA (el tratado de libre comercio de las Américas), instó a sus pares a abrazar el bolivarianismo, culpó a la derecha, las empresas españolas y a Aznar de haber apoyado el golpe de Estado que 2002 le mantuvo dos días derrocado; arremetió contra la prensa no oficialista venezolana arguyendo que tiene motivos para clausurar todos los medios, afirmó que la extrema derecha internacional conspira contra su revolución, adujo que hay una nueva «arremetida fascista» en Venezuela propiciada por Estados Unidos y demonizó a varios ex mandatarios latinoamericanos que como el peruano Alejandro Toledo o el mexicano Vicente Fox no ahorran palabras para condenar su revolución comunistoide.

Chávez puede tener motivos para detestar a Aznar. Es curioso que Aznar fuera el primer gobernante que Chávez saludó como presidente electo, en la gira que hizo tras ganar las elecciones de diciembre de 1998. También Aznar fue el primer dirigente extranjero que visitó Caracas, en 1999, después de la toma de posesión de Chávez, en una visia de mutua complacencia.

Luego la relación entre ambos se agrió, hasta el punto de que Aznar jugó, al lado de Estados Unidos, un papel de legitimador del golpe contra Chávez de 2002. Hay testimonios de su conversación telefónica con quien sería máxima figuras de los golpistas, el líder de los empresarios, Pedro Carmona Estanga; y pruebas de la implicación del entonces embajador español en Caracas, Manuel Viturro.

También es cierto que hay empresas españolas que se han ganado a pulso —en otras naciones quizás mas que en venezuela— el odio de bastantes latinoamericanos, similar al que hubo por las empresas estadounidenses en los años de las intervenciones de Washington en los asuntos internos latinoamericanos que condujeron a dictaduras en América del Sur y a guerras en América Central. A dolor, a sangre y a muerte.

Pero también es cierto que las palabras de Chávez no se ajustan a las formas que han caracterizado las cumbres iberoamericanas desde la primera, celebrada en 1991, en Guadalajara (México), ni a las prácticas diplomáticas y que una conferencia de este tipo no parece lugar para ventilar reivindicaciones históricas ni para convertirla en plataforma de mercancías políticas. Finalmente lo que Chávez trató de hacer es usar la Cumbre Iberoamericana para exportar su revolución. Y se hace falta se dinamita, pues un foro donde ha predominado la moderación. «Pa’ el carajo, pues», que diría Chávez.

Al final, los demás sse disculparon y Chávez siguió en la suya. «El Rey es tan jefe de Estado como yo, con la diferencia de que yo soy electo. La verdad la diré delante de reyes, de imperialistas, de George W. Bush. Allá los que se molesten», declaró Chávez tras el incidente, con lo que queda bastante claro que la borrasca de Santiago de Chile traerá cola.

Francisco R. Figueroa
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Chávez puede arrancar la libertad de «Carlos el Chacal»

La negociación con la guerrilla colombiana en pos del canje de rehenes por prisioneros brinda al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, la oportunidad de tratar de liberar a su compatriota Ilich Ramírez Sánchez, «Carlos el Chacal», encarcelado en Francia desde hace 13 años luego de haber sido secuestrado en Jartum por los servicios secretos galos.

Chávez hace de mediador en esa negociación, aún incipiente, que busca el canje de medio millar de presos del gobierno neogranadino por medio centenar de rehenes de las Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia). El rehén principal de la guerrilla es la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt, de 45 años, que también es ciudadana francesa, y por cuya liberación trabaja el presidente galo, Nicolas Sarkozy, activo redentor de cautivos desde que llegó al poder en mayo último.

El gobernante venezolano ha demostrado en diferentes ocasiones su solidaridad que «Carlos el Chacal». Con él ha intercambiado correspondencia y de él ha hablado con consideración. Por ejemplo, en una misiva de marzo de 1999, cuando llevaba solo un mes como jefe del Estado, Chávez responde a otra de «Carlos» diciéndole que hay que «confiar y esperar» la oportunidad de salir de su «laberinto», en referencia metafórica aparente a la situación en Francia del mercenario y terrorista venezolano, de 58 años. Esa misiva le ocasionó a Chávez una campaña internacional que el propio mandatario venezolano calificó de «infame».

La oportunidad de salir del laberinto parece que se da ahora. A juzgar por las declaraciones de Vladimir Ramírez Sánchez, de 49 años, hermano menor de «Carlos» y coordinador de un comité para su repatriación. «Toda la familia -afirma— está convencida de que Chávez tiene «intenciones plenas» de asistirle. Toda la familia inmediata de «Carlos» —mamá, hermanos, cuñadas, sobrinos…— apoya a Chávez, confiesa Vladimir. Un primo, Rafael Ramírez Carreño, es el ministro venezolano de Energía y Minas y presidente de PDVSA, el todopoderoso monopolio estatal del petróleo y la ubre del país. Sectores del chavismo trata a Ilich Ramírez como «comandante Carlos», le consideran «un revolucionario internacionalista» y apoyan de palabra y obras su puesta en libertad.

La familia confía en que «Carlos» pueda ser repatriado en aplicación de un tratado franco-venezolano de intercambio de presos, aunque ello supondría seguir la redención de la pena en su patria. Claro que pocos desearían cambiar una cárcel francesa por una venezolana, si no fuera con la perspectiva de una libertad una vez en el suelo patrio.

Una vez hecha esa posible repatriación, en el caso de «Carlos» cabría para su puesta en libertad algún tipo de decisión jurídica venezolana basada en que la condena a cadena perpetua impuesta en Francia, en 1997, es ilegal basándose en que dicho juicio fue consecuencia de un secuestro de Estado. Parece que desde 1999 el Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela guarda un dictamen de sus propios servicios jurídicos sobre la ilegalidad del proceso a «Carlos» en Francia.

A favor de esa tesis juega el reciente reconocimiento de que «Carlos» fue trasladado de Sudán a Francia, en agosto de 1994, bajo secuestro por los servicios secretos galos con la colaboración de la seguridad sudanesa y, posiblemente, de la CIA estadounidense. Es decir, no hubo una extradición. El secuestro ha sido admitido públicamente por Charles Pasqua, de 70 años, ministro francés del Interior de la época, y el general y superespía galo Philippe Rondot, de 71 años, quien parece que planificó y dirigió aquella operación. Por dos veces —la última en mayo pasado— la justicia francesa ha desestimado las denuncias contra Rondot hechas por «Carlos». Desde el punto de vista tanto del derecho internacional como del francés, «Carlos» está secuestrado en Francia, alegan sus defensores.

«Si no estuviese Chávez en el poder, ni la familia, ni Ilich mismo, soñaríamos siquiera que pudiésemos obtener el concurso del Gobierno para apoyarlo», indicó Vladimir Ramírez, quien como los tres hijos de Altagracia Ramírez, fallecido en 2003, padre del «Chacal» y un comunista obstinado, debe su nombre al fundador del estado soviético. El tercer hermano se llama obviamente Lenin. Tiene 56 años y es empleado del gobierno de Chávez.

Pero hasta ahora las palabras generosas de Chávez, como dice la tercera esposa de «Carlos», la abogada francesa Isabelle Coutant-Peyre, no han ido acompañadas de acciones concretas.

«Carlos» ha manifestado su adhesión a la causa de Chávez, a quien considera un «auténtico hijo de nuestro pueblo». Coutant-Peyre ha pedido a Chávez que intervengan formalmente para salvar a «el Chacal». En una ocasión, en Paris, esta señora logró introducir sigilosamente en el bolsillo interior de la chaqueta de Chávez una carta de su marido en la que, entre otras cosas, alertaba al gobernante venezolano sobre la vulnerabilidad en los viajes internacionales.

Ilich Ramírez fue condenado a cadena perpetua por los asesinatos, en 1975, en el mismo tiroteo, de dos policías galos y un agente doble de los servicios secretos franceses y el movimiento palestino de liberación. Tiene pendiente en Francia juicios por cuatro atentados en los años ochentas que causaron once muertos y decenas de heridos. Algunos de ellos fueron cometidos en un intento de liberar a su primera esposa, la alemana Magdalena Kopp, de 59 años, que fue miembro de la Banda de Baader-Meinhof, uno de cuyos comandos dirigió el propio «Carlos».

En la nueva coyuntura creada por la negociación de Chávez con las Farc hay quien ha visto una posibilidad de que se vaya más allá de lo previsto y que el dirigente venezolano, por sus buenos oficios para la liberación de Betancourt, pida una solución para el caso de «Carlos» a Sarkozy, que anda embalado con estas cuestiones tras las exitosas experiencia con los sanitarios búlgaros en Libia y en el Chad con los periodistas galos y las azafatas españolas.

Francisco R. Figueroa
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Chávez de nuevo con la casa encendida

Imparable, el presidente de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, camina en medio de contratiempos irritantes hacia un nuevo episodio de votaciones, el undécimo desde que llegó al poder hace casi diez años, en el referéndum del 2 de diciembre próximo sobre el arreglo que le ha hecho a su propia Constitución para que le entalle mejor a la revolución bolivariana y socialista.

En su primer acto de masas para pedir el «si», el domingo último en Caracas, Chávez hizo advertencias y amenazas claras a la oposición, la «oligarquía», jerarquías católicas y al activo movimiento estudiantil. El lunes enfrentó la desafección de un camarada de la milicia a quien consideraba «un hermano del alma», algo que seguramente le preocupa más que nada al jefe del Estado venezolano por el potencial de liderazgo que el personaje encierra.

En el fragor del discurso, en el mitin del domingo, Chávez dio instrucciones a sus colaboradores, la policía de seguridad y hasta al servicio secreto militar para que se empleen más a fondo contra los antichavistas, sus líderes y los medios de comunicación que el régimen considera desafectos.

Es que Chávez vuelve a tener la casa encendida por la controvertida reforma de la Carta Magna de 1999, que él mismo propició. La reforma ha pasado por el parlamento monocolor y está lista para el referendo. La oposición dividida y debilitada parece que tiene pocas posibilidades de impedir la victoria del chavismo en esa consulta popular.

Se trata de una reforma sustancial que permite a Chávez eternizarse en el poder. Las enmiendas constitucionales refuerzan la capacidad de intervención del Ejecutivo y su control sobre la sociedad civil, la economía y la propiedad, que son tratadas con criterios alegadamente comunistoides. También politiza las fuerzas armadas, que quedan al servicio de la revolución, y permite, entre otras cosas, suspender garantías y libertades bajo el estado de excepción, que puede ser decretado con facilidad.

En pocas palabras, la oposición cree que se trata de un liberticidio. Hay quien dice que se trata de un golpe de Estado. Mucha gente está en contra y han alzado la voz la jerarquía católica, la dirigencia empresarial y los medios de prensa opositores. Los estudiantes han salido a la calle. Pero entre todos, incluidos los partidos antichavistas, parece escasa o nula la capacidad de articulación de fuerzas.

Pero un factor imprevisto ha creado una situación nueva e impredecible. Se trata de la toma de posición del general Raúl Baduel, que era el último que quedaba al lado de Chávez del cuarteto del Güere. Baduel fue durante un buen tiempo quizás el militar más importante de Venezuela después del propio presidente. Era de aquella asociación carbonaria que en 1982, bajo el mítico Samán de Güere, juró fundar un nuevo país bolivariano. Allí estuvo el embrión de la revolución de Chávez. Uno de ellos (Felipe Acosta) murió de un tiro durante «el caracazo», una sangrienta asonada que hubo en la capital venezolana en 1989 y que el chavismo ha usado como pretexto legitimador de los levantamientos militares contra la democracia ocurridos en 1992. Otro (Jesús Urdaneta) se desencantó pronto de la revolución y se dedicó al campo. El último era Baduel.

Revolucionario tibio en la primera hora, Baduel acabó, sin embargo, liderando la operación militar de los paracaidistas que repuso a Chávez en el poder tras su derrocamiento temporal en el golpe de Estado de 2002. Luego fue sucesivamente comandante general del Ejército y ministro de Defensa con el elevado rango de general en jefe, hasta su pase al retiro en julio último. Chávez lo consideraba «un hermano de toda la vida».

Baduel, de 52 años, se pronunció este lunes contra la reforma constitucional, que considera «un fraude» y «en la práctica, un golpe de Estado», al tiempo que pedía el «no» en el referéndum. Chávez —a través de un programa de la televisión oficialista—, lo tildó de «traidor», de haberle dado «una puñalada». La oposición, que carece de liderazgos sólidos, parece haberse aferrado a Baduel como a un clavo ardiendo. Es posible que este militar cobre protagonismo contra Chávez en las próximas semanas.

«La extrema derecha consiguió una nueva ficha (…) El general Baduel está traicionando años de amistades (…) El mismo se está traicionando y cayó en el foso de los traidores (...) aguantó un poco más, pero igual cayó», dijo el presidente venezolano en alusión a todos los antiguos aliados militares que le han ido dejando. Pero agregó: «Estoy completamente seguro de que no hay dentro de la Fuerza Armada ninguna corriente que tenga la fuerza necesaria para dar un golpe de Estado exitoso o para conducir al país a una guerra civil».
A Chávez los amigos le suelen abandonar, como en su día hizo su principal mentor político, el veterano dirigente comunista Luis Miquilena, de 88 años, a quien posiblemente deba haber llegado al poder. Mucho antes le habían dejado, desencantada, su amante e ideóloga de la primer ahora, Herma Marksman, y también el militar Francisco Arias Cárdenas, su principal cómplice en la intentona golpista de 1992, con quien acabó reconduciendo la relación. Cuando inicio la reforma constitucional, en agosto último, Miquilena afirmó que se trataba de «yugular las libertades y poner el país al servicio de un caudillo». Los portavoces del chavismo lo han crucificado.

Recientes convulsas manifestaciones de estudiantes contrarios a los planes de Chávez, movilizaciones contra la reforma constitucional y jornadas de protestas que tiene programadas la oposición han llevado a Chávez a hacer severas amenazas. Por ejemplo, aseguró que si «esa minoría fascista lleva la violencia a la calle «les pasaremos por encima (…) No quedaría piedra sobre piedra de esta apátrida oligarquía».

Hay dudas sobre el origen de la violencia en la reciente manifestación en Caracas de estudiantes pues se ha afirmado que pudo ser desencadenada por chavistas infiltrados, siguiendo unos planes sobre los que algún medio de comunicación había alertado previamente.

También dijo Chávez en el mismo discurso que no habrá permisos fáciles para las futuras manifestaciones porque pueden tratar nuevamente de derrocarle, como en el 2002. «No lo vamos a permitir, hijitos de papá, ricachoncitos de cuna de oro». «Los cardenales y obispos están poniendo la misma plasta» que en el 2002.

Francisco R. Figueroa
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Cristina no es Hillary

Con ocasión de las recientes elecciones en Argentina han proliferado las comparaciones de Cristina Fernández de Kirchner, de 54 años, con Hillary Rodham Clinton, de 60 años, que tanto parecen complacer a la flamante presidenta electa argentina.

Quienes siguieron la campaña política argentina y, sin ir más lejos, vieron el agresivo debate entre los aspirantes a la candidatura presidencial del Partido Demócrata, del último martes por la noche en Filadelfia, pudieron constatar, una vez más, una de las notables disparidades que hay entre ambas mujeres.

La participación en un debate constituye una de las diferencias en la acción política pues la señora Kirchner en ningún momento aceptó confrontar sus criterios con sus contrincantes electorales. En la campaña presidencial estadounidense los debates entre los candidatos están a la orden del día y el éxito depende en buena medida de ellos.

El debate de Filadelfia fue un episodio más de la disputa para las elecciones primarias de las que saldrá el candidato demócrata a la presidencia en las elecciones de noviembre del año próximo. Sin embargo, en Argentina, la designación de la señora Kirchner como candidata presidencial no fue producto de una elección primaria, de un debate interno ni de la designación de algún órgano de partido. Cristina Fernández fue ungida candidata por el dedazo de su marido, por la voluntad única y exclusiva, y por la gracia, del aún presidente argentino, Néstor Kirchner.

Hillary Clinton disputa la nominación demócrata y, por ende, la Casa Blanca dentro del juego de partidos en el que se basa la muy sólida democracia estadounidense. Cristina Fernández ha jugado como candidata de una de las facciones del Partido Justicialista (peronista) que formó en el 2003 el heterogéneo Frente para la Victoria que llevó al poder a Kirchner con un exiguo 22% de los votos en una democracia frágil como la argentina. El Frente para a Victoria es, hoy por hoy, una formación política hecha a la medida de los Kirchner y el embrión de los que será el futuro partido «kirchnerista» con el que el matrimonio pretende copar el poder en Argentina por bastantes años más.

La esposa de Bill Clinton se ha esforzado en levantar contribuciones privadas para financiar su campaña, mientras Cristina Fernández ha abusado —según la denuncia coincidentemente de sus adversarios y medios periodísticos argentinos— del aparato estatal y el dinero público que su esposo ha puesto masivamente desde el Gobierno a su entera disposición.

La entrada de la señora Clinton en política se produjo en el 2000, que era el último año del segundo cuatrienio presidencial de su marido. En enero del 2001 —justo cuando Bill Clinton dejaba la casa Blanca a George Bush—, ella se estrenaba como senadora por Nueva York. Cristina Fernández anda en política desde principios de los años ochentas, igual que su marido, y ha tenido una carrera interrelacionada con la de él, como diputada regional, senadora nacional en tres legislaturas y diputada federal en una.

Hillary Clinton es posible que vuelva a la Casas Blanca, pero Cristina Fernández ni siquiera ha tenido que salir de la Casa Rosada. Mientras Hillary Clinton fue la primera dama discreta durante los dos períodos presidenciales de su esposo, Cristina Fernández se negó a asumir ese papel. Durante el único mandato de su esposo prefirió intitularse primera ciudadana de Argentina y usar para su propia proyección política un despacho oficial en la Casa Rosada sin tener ningún cargo en el Ejecutivo.

Néstor Kirchner podía haber disputado la reelección —como hizo Bill Clinton— con notables posibilidades de haberla conseguido. De hecho, la victoria de la señora Kirchner, con el 45% de los votos, ha sido un plebiscito sobre la gestión presidencial del señor Kirchner. Pero el presidente Kirchner cedió el protagonismo político y la jefatura de la Nación a su esposa, en una sucesión familiar sin precedentes. Hay quien dice que tratan de fundar una nueva dinastía política en la que ambos se turnarían. El señor Kirchner, con permiso de su esposa, posiblemente volverá a disputar la jefatura del Estado argentino.

Por lo demás, la señora Kirchner y la señora Clinton tienen en común, aparte la condición de mujer, que ambas están formadas en derecho y conocieron a sus maridos en la universidad. Las dos han sido senadoras y esposas de hombres que fueron primero gobernadores y después presidentes. Parece que les une algunos gustos gastronómicos y de estilismo. Ambas se vieron en dos ocasiones en Washington, en el 2003 y el 2004. A los Clinton les distancia de los Kirchner su decencia en el ejercicio de la política contra el populismo y el estilo clientelar que practica la pareja argentina. También sus amigos, entre ellos el presidente venezolano Hugo Chávez o su colega boliviano Evo Morales.

Por lo demás, la señora Kirchner quiere ser exclusivamente Cristina Fernández y ser apreciada por sus méritos y no por sus semejanzas con otros. Pretende marcar algunas diferencias con su marido y también se desmarca de Hillary Clinton. No quiere que la comparen con la senadora estadounidense, pero tampoco con nadie. «No hay mejor cosa que ser parecida a una misma», dijo en unas recientes declaraciones cuando ya se veía coronada presidenta de los argentinos.

[Temas relacionados con los Kirchner en este mismo blog son: «El turno de la señora Kirchner», de 29/10/07; «Cambio en la alcoba de los Kirchner», de 15/10/07; y «Kirchner y Kirchner», de 09/03/07.]

Francisco R. Figueroa
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