Reflexiones desde los tendidos de sol

Francisco R. Figuroa / 29 julio 2010

El Parlamento local de Cataluña ha prohibido las corridas de toros en esa región autónoma a partir del 1º de enero de 2012. Han votado a favor los independentistas, la izquierda ecologista pro separatista y el nacionalismo conservador, que aspira a volver al poder allí. El pensamiento no estaba en los ruedos teñidos de sangre ni la mayoría de los corazones parecían movidos por cuestiones morales o éticas. Colectivamente, el parlamento regional estaba dominado por las encuestas, las elecciones de otoño, la rebatiña de poder y el impulso al separatismo.

La insistencia de los políticos en la necesidad despolitizar el asunto demuestra el altísimo grado de politización del mismo. En Cataluña ha sido prohibida la llamada Fiesta Nacional. Las corridas de toros son consideradas allí por los nacionalistas e independentistas símbolo de la España troglodita, conservadora y centralista e instrumento ideológico de la españolidad. Ellos no quieren pertenecer a esa ni a la otra España y enarbolan su condición de nación diferente.

Pero en Cataluña casi no se celebran ya corridas de toros, de modo que la cuestión se reduce en la práctica poner fin a los pocos festejos que se dan en la Plaza Monumental de Barcelona, donde el matador José Tomás, dios del momento, ha sido jaleado con más entusiasmo que en ninguna otra parte.

Sin embargo, la prohibición no incluye los festejos populares con toros, esos en que gentes enardecidas pueden corren una res hasta reventarla o maltratarla hasta el sadismo con los cuernos convertidos en antorchas. Y es que en estos festejos populares hay envueltos demasiados votos y sentimientos tenidos por catalanistas. Como para peder esos votos ahora que en la misma parcela del independetismo disputan espacio nuevos caudillos separatistas como Joan Laporta, el ex presidente del FC Barcelona. Como para ser tildado de traidor por el pueblo llano.

De modo que el asunto apesta a política y sólo huele a fronda verde ecologista en la nariz de algunos diputados bienintencionados, que los hay. Cierto es que no es lo mismo estar contra las corridas de toros que ser separatista. Pero ambos extremos han coincidido esta vez exactamente. El debate ha sido político, más que ecológico.

El asunto es definitivamente un motivo más de enfrentamiento entre el resto de España y Cataluña al calor del debate sobre la amplitud del Estatuto de Autonomía a raíz de la sentencia del Tribunal Constitucional.

Algún político catalán independentista reconoció la necesidad de que Cataluña con la abolición de las corridas de toros mandara al mundo un nuevo mensaje de diferenciación con el resto de España. Galicia también es distinta y Murcia y así sucesivamente hasta completar el panorama de 17 regiones y dos ciudades autónomas. También Canarias, donde los toros están prohibidos desde hace 20 años y no hay ningún debate soberanista.

Por supuesto que con la prohibición de las corridas de toros Cataluña pretende desmarca más de España. El debate identitario anterior con el símbolo español por excelencia fue acabar en la región con las monumentales siluetas metálicas de toros que adornan muchas carreteras, el llamado toro de Osborne herencia de una valla publicitaria de ese brandy de Jerez de los años sesentas del siglo pasado. Algunos querían cambiar ese «símbolo españolista» por un perfil de un burro autóctono como emblema diferencia de catalanidad. El último toro de Osborne en Cataluña fue abatido a golpes de maza por independentistas en 2007 en la provincia de Barcelona.

Los franceses, aragoneses, valencianos y navarros están muy felices porque los catalanes irán a los toros allí, como van a Extremadura o Sevilla los portugueses que quieren ver corridas auténticas y completas. Seguirá habiendo toreros catalanes y aficionados en Cataluña.

De momento, la prohibición costará entre 300 y 400 millones de euros por las indemnizaciones por lucro cesante que habrá que pagar a los empresarios concesionarios de las plazas de toros catalanas.

La Cataluña nacionalista e independentista le ha clavado un rejón de castigo a España, le ha puesto banderillas negras a la hispanidad creyendo que el proyecto separatista avanza así. ¿Se pasará a prohibir la venta de toritos y flamencas en las Ramblas?

Hoy más que nunca tiene vigencia aquella frase sobre que quien quiera saber cómo está España tiene que ir a los toros. © EL AUTOR

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Colombia-Venezuela: La guerra de Maradona

Francisco R. Figueroa / 26 julio 2009

Diego Armando Maradona, ese antiguo brillante futbolista argentin o que en algún momento se creyó un dios y que ha sido bajado del pedestal en innumerables ocasiones, ha estado en Caracas con Hugo Chávez en medio del torbellino de la denuncia colombiana sobre los 86 santuarios de las FARC en Venezuela y la consiguiente ruptura de las relaciones, para pedirle consejo sobre su futuro como seleccionador argentino, según afirmó él mismo entre fervorosas declaraciones de amor eterno al «duce» venezolano y muestras de pasión volcánica por el redivivo dictador cubano Fidel Castro.

Siendo Chávez firme aspirante a presidente perpetuo de Venezuela y Castro el perpetuo conductor de Cuba, lo normal sería que Maradona haya recibido la consigna de obtener a como de lugar de Julio Grondona, el presidente de la AFA (Asociación del Fútbol Argentino), la designación de seleccionador nacional vitalicio sin importar su estrepitoso fracaso en el reciente mundial de Sudáfrica pues también sus bienamados referentes políticos fracasaron. Al fin y al cabo, Castro y Chávez manotean en el pantano de sus fracasos pues Cuba, tras medio siglo de castrismo, está en situación de penuria y Venezuela, luego de once años de chavismo, se debate en el caos económico. Maradona tiene que hacer como ambos: darle la vuelta a la media para convertir los desastres, en su caso la bochornosa caída de Argentina en cuartos de final del mundial, en épicos acontecimientos.

De Venezuela lleva Maradona lecciones magistrales para la conducción del equipo nacional argentino que le ha dado Chávez el fanfarrón en la pizarra de las estrategias del Palacio de Miraflores, donde se primorea la geopolítica regional de la paparrucha. Chávez se sabe de entrada perdedor en un eventual enfrentamiento con Colombia, un país bragado en cuestiones bélicas por más de medio siglo de guerras civiles. Invocando fuentes rocambolescas, como de una mala película de espías, Chávez se magnifica a sí mismo y enreda asegurando que Estados Unidos está listo para saltar al campo en ayuda de su archirrival colombiano e, incluso, que hay un complot para acabar con su vida dejando a las huestes venezolanas huérfanas y a merced de las hienas colonialistas. Estados Unidos pide a las partes calma, pero que se investiguen las muy serias acusaciones hechas por Colombia sobre las 86 bases de la narcoguerrilla colombiana establecidas en Venezuela con posible amparo oficial.

El mandarín de Caracas, con unas u otras palabras, vino a decir también que los presidentes Álvaro Uribe, de Colombia, y Barack Obama, de Estados Unidos, han podido plantar los campamentos guerrilleros en Venezuela para tener un motivo de ataque. De ahí los aprestos bélicos ordenados por Chávez, maestro de la bravata y comandante en jefe de una tropa con oficiales cuya aguerrida beligerancia con los whiskys añejos es harto conocida. Estados Unidos afirma también que Chávez tiene la obligación de responder a las alegaciones colombianas más allá de sus desabridas respuestas fuera de tono y de la caprichosa y desafortunada ruptura de relaciones que ha ordenado como reacción airada a la denuncia colombiana, hecha la semana pasada en el seno de la Organización de Estados Americanos (OEA).

Mientras, Brasil, la potencia suramericana, le hace el juego a Chávez, Activa la Unasur (la Unión de Naciones Suramericanas) en detrimento de la OEA, en pos de unas negociaciones entre bambalinas, en lugar de plantear una misión internacional de verificación de la existencia en tierras venezolanos de las bases de la narcoguerrilla que Colombia ha denunciado con pruebas aparentemente contundentes, unas acusaciones que EEUU, el país mejor informado del mundo y con ojos propios de satélite para ver esas bases, afirma que deben ser tenidas en cuenta muy en serio. He hecho, Estados Unidos había alertado muchas veces sobre los lazos de Chávez con los terroristas colombianos y de la presencia de los mismismo en Venezuela, con algunos de sus mas destacados lideres a la cabeza. Brasil propicia que Chávez gane tiempo hasta llegar a las elecciones legislativas venezolanas de septiembre e, incluso, para que las bases sean desmontadas. Ecuador, presidente de turno de Unasur, contribuye a la dilación. Bogotá desconfía del presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, por los vínculos de su Partido de los Trabajadores y de gente de su gobierno con las FARC y también porque siente que está alineado con Chávez, lo que quedó en evidencia en la crisis de Honduras y porque Brasil juega a suplir a Colombia como suministrador de alimentos a Venezuela, un comercio de varios miles de millones de dólares anuales, hasta 7.000 millones en los buenos tiempos.

La táctica de Chávez es desviar la atención de la durísima realidad nacional, marcada por el caos económico: la inflación más alta de América Latina (40%) y una recesión que puede llegar este año al 6% mientras la región y los demás países emergentes crecen, y una violencia delictiva con magnitudes de guerra: más de 16.000 homicidios por año. Una realidad impropia de una nación de 30 millones de habitantes con una gigantesca capacidad de ingreso por sus exportaciones de 2,3 millones de barriles diarios de petróleo. El 57% de la población culpa a su fanfarrón líder de la catástrofe nacional, un gran inconveniente aunque en septiembre hay unas elecciones legislativas ya de por sí tramposas por todos los artificios legales creados por el régimen para favorecer que Chávez se perpetúe en el poder. Aunque Chávez perdiera en esas elecciones la mayoría en la Asamblea Nacional seguiría en el poder hasta 2012, cuando tiene que revalidar su mandato, si antes, en previsión de una posible derrota, no saca de la manga un nuevo as continuista, como una emergencia nacional basada en una guerra con Colombia. Lo que hace Chávez tiene que ver con las elecciones legislativas de septiembre, pero todas sus energías están concentradas en la reelección en 2012. © EL AUTOR

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Colombia-Venezuela: Y después de la ruptura, ¿qué?

Francisco R. Figueroa / 23 julio 2010

La ruptura de relaciones de Venezuela con Colombia a causa de las FARC es el epílogo de larguísimo y extremadamente duro enfrentamiento personal de casi ocho años entre Hugo Chávez y Álvaro Uribe, a quince días de que éste último entregue el cargo al presidente electo, Juan Manuel Santos.

Chávez respondió pronta e impulsivamente con la ruptura de las relaciones a la presentación por parte de Colombia en la Organización de Estados Americanos (OEA), en Washington, de una galería de pruebas, contundentes en apariencia, sobre el cobijo por Venezuela a cientos de elementos de la narcoguerrilla de la FARC en 87 campamentos estables cercanos a la frontera, algunos de ellos convertidos en auténticos universidades del terrorismo por donde pasan gente de pelaje ideológico afín, entre ellos de ETA y los «internacionalistas» bolivarianos. Por cierto que Chávez no ha respondido aún al requerimiento judicial español sobre las actividades de etarras en Venezuela en colaboración con las FARC y con apoyo de oficiales venezolanos.

El mundo sabe que las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) están en Venezuela no ya con la vista gorda del régimen de Caracas, sino con el consentimiento expreso de Chávez, que las reconoce y anima. Ahora, tras el fracaso del diálogo bilateral, harta de las salidas de tono de Chávez, Colombia ha presentado las pruebas que apuntan directamente al «duce» venezolano.

Chávez, que reconoce a las FARC como fuera beligerante en el conflicto colombiano, no ha hecho una negación formal de la presencia en su país de terroristas colombianos porque evidentemente no puede. Se ha limitado a desacreditar nuevamente a Uribe con expresiones grandilocuentes y altisonantes, y a romper las relaciones, ladeado por ese otro hombre de «prodigios» que es el argentino Diego Armando Maradona, el seleccionador nacional de fútbol que no pudo desnudarse.

Los portavoces de Chávez si se han pronunciado, pero con escasa convicción. De todos modos la comprobación de lo dicho por las autoridades colombianas es fácil: bastaría con que una misión internacional de verificación, de preferencia de la OEA, visite sin pérdida de mucho tiempo los lugares localizados por Colombia o, cuanto menos, los cuatro más importantes señalados con fotos e imágenes: los campamentos «Ernesto», «Berta», «Bolivariano» y «Jesús Santrich».

Sin esa verificación, las reuniones de urgencia de cancilleres o gobernantes suramericanos que se piden pueden convertirse en la ocasión para un nuevo intercambio de fuertes acusaciones mutuas, con brotes machistas como el escenificado por Chávez y Uribe en febrero pasado el la Cumbre del Grupo de Río en Playa del Carmen (México). Peor aún ahora que Uribe nada tiene que perder, a pocos días del traspaso del poder a Santos, previsto para el próximo 7 de agosto.

En lo que respecta a Venezuela, Uribe le deja todo el «trabajo sucio» hecho a su sucesor. Ya no se trata solo de palabras. Las pruebas han sido echadas bruscamente sobre la mesa para que sean juzgadas por todos los estados latinoamericanos. América Latina y el mundo deben tomarse en muy en serio las acusaciones colombianas, como afirma Estados Unidos, y Chávez tiene la obligación de dar explicaciones, más allá de los exabruptos.

Un país que podría imponer cordura es Brasil, la potencia regional, sino fuera por los intereses creados y porque el propio presidente Luiz Inácio Lula da Silva anda enredado él mismo a cuenta de las FARC por las acusaciones surgidas en el fragor de la campaña electoral en curso sobre los lazos de su Partido de los Trabajadores con la narcoguerrilla colombiana.

Se trata de un asunto que Uribe ha llevado como suma cautela después de haber obtenido pruebas en los computadores de «Raúl Reyes» aprehendidos tras el ataque, hace dos años, al campamento guerrillero en Ecuador, junto a la frontera con Colombia. Los e-mail de Reyes, muerto en aquella acción militar colombiana, mostraban los vínculos de las FARC con altos funcionarios brasileños, entre ellos ministros y el asesor de Lula más poderoso.

Uribe manejó discretamente el asunto, directamente con Lula, a diferencia de lo que hizo con las supuestas pruebas halladas en los mismos computadores que apuntaban a la Venezuela de Chávez y al Ecuador de Rafael Correa.
Lula tiene prevista una visita a Caracas el 6 agosto antes de acudir a Bogotá un día después para asistir al relevo presidencial. Brasilia confía en que las relaciones rotas por Chávez se recompongan tras la toma de posesión de Juan Manuel Santos.

Se desconoce en qué basa su confianza Brasil, cuyo gobierno ha permanecido aparentemente impasible mientras Uribe y Chávez se echaban más y más leña en la hoguera colombo-venezolana a la espera de ser el principal beneficiario de la caída del comercio entre sus dos vecinos del norte, una tajada de más de 6.000 millones de dólares anuales.

Rompiendo las relaciones Chávez piensa que no tendrá que dar explicaciones a la comunidad internacional: a grandes males, grandes remedio. Se equivoca. Este asunto de su apoyo a las FARC le pasará factura, como tantos otros desaguisados que tiene entre manos.

Chávez no debe dar la cara puesto que nunca la ha dado en los momentos difíciles. Tampoco debe presentar pelea. Sus ordenes de reforzar la frontera son una bravuconada más. Cuando en julio de 2009, Colombia denunció el hallazgo en manos de las FARC de armas suecas compradas por Venezuela, Chávez congeló las relaciones pretextando el acuerdo militar colombo-estadounidense para el uso de bases militares.

Poco más de tres meses después hizo aprestos bélicos. Chávez considera que el uso de las bases colombianas por parte de EEUU es una amenaza de guerra. Como si Venezuela tuviera la capacidad militar para neutralizar a Colombia y mucho menos si afectara a intereses estadounidenses.

Bravata tras bravata, mientras un comercio bilateral que hasta poco fue floreciente se ha hundido con los consiguientes perjuicios económicos y sociales, extremo este por el que Brasil se frota las manos, y también el entorno chavista que obtiene pingües beneficios importando de otras latitudes los alimentos que antes llegaban de Colombia con divisas altamente subvencionas. Hay en Venezuela un escándalo de grandes dimensiones por la corrupta importancia de alimentos y medicinas caducados o a punto de caducar por parte del Estado que guía desde hace once años Hugo Chávez. © EL AUTOR

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