Chávez: lecciones de la derrota

El resultado del referéndum para la reforma constitucional celebrado el domingo pasado en Venezuela ha sido, antes que otra cosa, una severa derrota personal de Hugo Chávez, que había convertido el acto en un plebiscito sobre su persona.

Más que de victoria de la oposición debe hablarse de fracaso de Chávez y del chavismo puesto que nada menos que el 40% de sus electores le han vuelto la espalda. Eso se ha debido seguramente a que la reforma constitucional que patrocinaba el hombre fuerte venezolana era muy radical y peligrosa para la supervivencia de una democracia de por sí frágil.

Dos de cada cinco personas que reeligieron a Chávez hace hoy un año y que supuestamente formaban parte de ese sólido 60% de respaldo a la revolución han pasado olímpicamente. En los comicios del 3 de diciembre de 2006 el caudillo venezolano logró alrededor de 7.300.000 votos de los que en este referéndum perdió tres millones. Además, ha sido la primera vez que el comandante Chávez sufre una derrota en las urnas desde que, luego de haber abandonado la senda golpista, optó por la vía electoral para luchar por el poder, que conquistó hace ahora nueve años.

Mientras, entre las últimas elecciones presidenciales y esta votación el antichavismo ha aumentado su caudal de votos solo un 4,5% al pasar de 4.300.000 a 4.500.000. Por eso Chávez ha calificado de «pírrica» la victoria de sus rivales, aunque ha evitado adjetivar su propia derrota, que ha sido estrepitosa y desalentadora para sus planes de tener un poder omnímodo, perpetuarse en la presidencia, hacer un uso discricional de los recursos del Estado y manejar la cosa pública con el objetivo de asentar la revolución socialista, que esa era la finalidad de la reforma de 69 artículos de la Carta Magna que él mismo había impulsado en 1999.

El resultado favorece internacionalmente a Chávez. La izquierda mundial, en general, y los llamados eurochavistas, en particular, pueden llenarse la boca hablando del funcionamiento de la democracia en Venezuela en unos momentos en que justamente el antiguo teniente coronel golpista estaba cada vez más expuesto como un caudillo militarista y autócrata. Calla la boca, por lo menos temporalmente, a la derecha. También se quedan sin argumentos quienes anticiparon un fraude y los que dijeron que el sistema electoral electrónico en Venezuela era propenso a la manipulación por parte de los chavistas. Con un margen de escasamente el 2% entre el «si» y el «no» hacer fraude a través de las herramientas informáticas gestoras del sistema hubiera sido pan comido, coser y cantar. Sucede ahora igual que en 1998, cuando Chávez y sus partidarios presumían el fraude por el uso de unas máquinas electrónicas de votación suministradas por la empresa española Indra. Aquellos comicios, ganados ambos ampliamente por el chavismo, fueron tan limpios que hasta el propio Chávez acabó recociendo que en un recuento manual hubiera sido más fácil falsear el escrutinio.

A la vista del resultado, Chávez actuó como un demócrata o puede que fuera obligado a hacerlo. Después de bastante retraso en la difusión del apretado escrutinio oficial, Chávez salió el lunes de madrugada a reconocer la derrota y a felicitar por la victoria a sus rivales, ocultando a duras penas su frustración y rabia. Hay quienes opinan que el líder venezolano fue obligado a hacer eso por el alto mando militar.

¿Estamos, pues, ante el principio del fin de Chávez? Demasiado pronto para decirlo. Pero… Habrá quienes opinen que entró en decadencia, que se ha quedado sin autoridad como conductor revolucinario, sin liderazgo, o que por haber sufrido una tan severa derrota personal tendría que renunciar. Hay riesgos evidentes, como los apuntados las vísperas del referéndum por Fidel Castro. Chávez acaba de cumplir el primer año del actual sextenio presidencial y los cinco años que democráticamente le quedan dan para mucho, en todos los sentidos.

Tras la derrota militar y política que sufrió Chávez en 1992, cuando se alzó en armas contra el gobierno legítimo y democrático, admitió la derrota lo mismo que en esta ocasión, poniendo un «por ahora», que hacía provisional dicho fracaso y abría la puerta a una nueva intentona. En aquella ocasión las fuerzas políticas adversas a Chávez estaban muy debilitadas y el país se debatía ya en una severa crisis institucional que lo llevaba pendiente abajo. La descomposición del viejo régimen democrático surgido tras la caída del dictador Marcos Pérez Jiménez en 1959 fue lo que llevó a Chávez al poder hace nueve años. En esta ocasión el chavismo no está en descomposición; sólo está siendo víctima de sus contradicciones, de los afanes dictatoriales de Chávez y de su discurso belicosos, de la impunidad y la soberbia con la que actúan muchos de sus seguidores, así como de la mucha corrupción generada a su alrededor.

La victoria debe fortalecer al antichavismo —incluidos los rescoldos del viejo régimen— y enseñarle que el camino de la unidad y la participación electoral es la vía más idónea si quieren librar a Venezuela de una personalidad tan determinante como la de Chávez. El triunfo significa un geronvital para la oposición, un oxígeno con el que pocos contaban, un motivo para seguir oponiéndose pacíficamente a que Venezuela tome una deriva autoritaria.

¿Intentará Chávez de nuevo reformar la Constitución? Él ha dicho qué si, con un esfuerzo mayor, porque es el camino para instaurar el socialismo.

La derrota seguramente servirá para que el Chávez baje el tono de su áspera disputa con Colombia, cuyas relaciones ha reducido al mínimo, y con España. Hasta la víspera del referéndum exigió con rudeza una disculpa por parte del rey de España por haberlo mandado callar en la reciente Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile, amenazó con nacionalizar las filiales en Venezuela de los bancos BBVA y Santander y afirmó que si las elecciones legislativas de marzo llevan de retorno al poder en Madrid al Partido Popular las relaciones bilaterales serán imposibles, con los consiguientes extravíos para las empresas españolas en su país, que estaría dispuesto a estatalizar.

Francisco R. Figueroa