Cuba: pirotecnia vaticana

FRANCISCO R. FIGUEROA / 28 marzo 2012

El papa de la Iglesia católica, Joseph Ratzinger, con motivo de su viaje a Cuba, manifestó que el régimen castrista es anacrónico y apremió a los cubanos a luchar para construir una sociedad abierta y renovada.

Las afirmaciones de Benedicto XVI fueron de gran valor político, además de haber sido dichas a la cara de la dictadura cubana, prácticamente en las barbas de Fidel Castro y algunas frente a su hermano y heredero, el general Raúl Castro.

Pero para los efectos prácticos resultaron puro humo, pirotecnia vaticana.

El papa alemán dijo otras cosas relevantes. Acabó una homilía con un llamativo emplazamiento a los cubanos para que «con las armas de la paz, el perdón y la comprensión, luchen para construir una sociedad abierta y renovada, una sociedad mejor, más digna del hombre...».

En un saludo a la llegada a Santiago de Cuba habló de paz, de justicia, de libertad y de reconciliación. También de las justas aspiraciones y los legítimos deseos de todos los cubanos, en un país que, según él, se esfuerza por renovar y ensanchar sus horizontes.

Pero, así como en la parábola evangélica del sembrador hay semilla que cae entre cardos y se asfixia, la prédica de Benedicto XVI fue al marabú, ese arbusto espinoso, pertinaz, dañino, de troncos duros y tortuosos, de entramado impenetrable, que infecta los campos de Cuba, y constituye una metáfora del castrismo.

Para que no hubiera dudas, el régimen contestó al pontífice antes de que se fuera. Lo hizo por medio del vicepresidente del Consejo de Ministros, Marino Murillo. «En Cuba no va a haber una reforma política», arguyó el alto funcionario ante periodistas extranjeros llegados a La Habana para cubrir la visita del papa.

El Vaticano sabe sobradamente que Fidel Castro no dará nunca su brazo a torcer y que a estas alturas de los acontecimientos no se lo retorcerá su hermano menor porque ni quiere ni puede.

Como explicó Murillo, los cambios en curso en Cuba son una «actualización del modelo económico» castrista para hacerlo sustentable. Y es que ese modelo es una ruina, hace aguas por los cuatro costados y sobrevive a duras penas de la dádiva venezolana.

De manera que el papa alemán ha predicado en el desierto, del mismo modo que su antecesor en el trono de san Pedro, el polaco Karol Wojtyla, cuando estuvo en La Habana en 1998 aureolado como un campeón del anticomunismo y uno de los grandes artífices del desplome del bloque soviético, del que Cuba fue la punta de lanza frente a Estados Unidos.

Después del paso de Juan Pablo II, la isla de los hermanos Castro permaneció, sin embargo, impasible, hasta el punto de que 14 años después Ratzinger machaca sobre el mismo clavo.

Aquel viaje papal consiguió abrir las templos católicos y un seminario, así como una tolerancia para la Iglesia romana en Cuba hasta entonces reducida a las catacumbas. Con el actual, más que catalizar un cambio político, el Vaticano persigue que el régimen comunista permita la construcción de templos y, eventualmente, algún colegio religioso.

El papa alemán es presentado por algunos de sus hagiógrafos como un firme defensor de las libertades frente al absolutismo. Benedicto XVI dijo a los periodistas de su comitiva algo en ese sentido. «Es obvio que la Iglesia siempre está al lado de la libertad, la libertad de conciencia, la libertad de religión», sermoneó.

Pero, obviamente, eso no es tan obvio. Ahí está la historia para demostrar lo contrario: el oscurantismo de la Iglesia, su alineación con toda clase de déspotas, su intolerancia, sus inquisiciones, y su encubrimiento de gentuza como el cura pederasta y corrupto mexicano Marcial Maciel, aunque el Vaticano niega que Ratzinger y Wojtyla protegieran la «faceta oscura» de la vida del fundador de los Legionarios de Cristo, contrariamente a lo que afirman víctimas de sus abusos sexuales, a los que el pontífice no quiso ver durante su estancia en México.

Incluso en el caso cubano la Iglesia católica sigue contemporizando con el régimen. Basta leer la entrevista que dio el jefe de esa Iglesia en Cuba, el cardenal y arzobispo de La Habana, Jaime Ortega, a L’Obsservatore Romano, el periódico del papa, con motivo de la visita del pontífice a la isla.

La Iglesia solo tuvo una concesión política tras la visita que hizo a La Habana en 2008 el cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado vaticano. Dos años después más de un centenar de presos políticos fueron liberados. En realidad, los Castro se los quitaron de encima aprovechando la generosidad de España, que terminó acogiéndoles junto con sus familiares (más de 700 personas en total).

A la hora de la verdad el papa habló en Cuba pero no se mojó. No recibió a los disidentes, que le pidieron una audiencia en un pliego firmado por 700 personas. Apenas querían decirle que en Cuba no hay libertad, esa libertad de la que Ratzinger hablaba antes de llegar, ni se respetan los derechos humanos, que se tortura y que la represión es diaria y está en aumento, tal como muestra el último informe de Amnistía Internacional.

Ni siquiera el cardenal Ortega ha recibido a los opositores para no empañar el viaje papal, pese a que durante más de tres meses se lo han pedido en todos los tonos. Incluso el cardenal permitió el desalojo por la fuerza de los trece opositores que se encerraron en una iglesia en La Habana para pedir que el papa se hiciera eco de sus reivindicaciones.

Lo dicho: fumata negra que se disipa prontamente sobre los cielos cubanos.

El poschavismo ha comenzado

Francisco R. Figueroa / 5 marzo 2012

A pesar del black-out informativo se ha podido saber que el cáncer de Hugo Chávez es incurable. Definitivamente. De modo que al gobernante venezolano, de 57 años, parece que le resta poca vida. Lo que permita la medicina.

Después de una tercera operación en La Habana, que ha seguido a las dos intervenciones y a cuatro sesiones de quimioterapia de mediados del año pasado, el propio caudillo venezolano ha reconocido este pasado domingo que la enfermedad se le ha repetido y debe someterse ahora a radioterapia. Como es él, dudo que lo mantuvieran engañado. Por tanto, Chávez mentía cuando proclamaba a los cuatro vientos su curación.
 
Las filtraciones que han traspasado el cerco tendido por La Habana y Caracas han sido certeras. Se sabe que padece un tipo raro de cáncer, que es incurable y que la medicina cubana falló, aunque desde el principio no hubiera mucho más que hacer más que alargar cuanto más su vida. Esto es lo que van a tratar de conseguir ahora, tardíamente.
 
Por algún tiempo Chávez debe seguir transmitiendo la sensación de estar sanado. Su apariencia le ayudará. Pero a lo sumo en medio año denotará la enfermedad. Lo que dure a partir de entonces es cosa de su naturaleza y de la medicina.

Aunque nadie muere la víspera, Chávez ya es un cadáver desde el punto de vista político. Este caudillo que se creía indestructible se ha agotado en menos de la mitad de los treinta años que planeaba estar en el poder. Para alivio de media Venezuela. Para frustración de Fidel Castro.

Seguramente su ansia de vivir y las drogas posibiliten que llegue a las elecciones presidenciales del 7 de octubre. Pero, ¿en qué condiciones? ¿Como el candidato a la reelección que ahora mismo es? ¿Ya agotado, auspiciando a un heredero? ¿Como otro Fidel Castro, fuente del poder, pero actuando por interpuesta persona? ¿Ausente, al final de la agonía, a punto de expirar? ¿Con el país de luto?

Si siguiera siendo candidato, ¿tendrá condiciones físicas para disputar la dura campaña que se avecina frente al peor rival que haya encontrado nunca, como es Henrique Capriles Radonski, de 39 años, y con la oposición apiñada por vez primera en unas presidenciales?

De aquí a octubre el esfuerzo y la presión deben ser grandes para un hombre tan enfermo. Tendría que echar el resto habida cuenta de que el chavismo perdió la última vez que se midió con la oposición. Eso fue en las parlamentarias de septiembre de 2010. Y desde entonces la situación interna ha empeorado.

Si Chávez llega vivo y gana, habrá que estar muy atento a quien nombra vicepresidente porque ese será el heredero, el llamado a gobernar hasta agotar el sexenio presidencial 2013-2019, el albacea del chavismo y el encargado de intentar mantener las esencias de la revolución bolivariana.

Se trata de alguien que hasta hoy no existe o se vislumbra apenas entre los miembros de una corte de monaguillos, palafreneros, trajineros y jalamecates, que es como llaman los venezolanos a los adulones. No hay un heredero nítido porque Chávez ha impedido el surgimiento de liderazgos alternativos para evitar sombras sobre su refulgente figura.

Mientras haya vida, todo es posible. Pero el conglomerado político de Chávez presenta numerosas grietas. El caudillo es la única fuerza que lo mantiene cohesionado y sin él posiblemente se fraccione y todos vayan al garete.

Las versiones sobre el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, un exmilitar golpista como él, y de su hermano Adán como potenciales delfines son meras conjeturas interesadas sin ningún fundamento.

La última versión está fomentada por La Habana pues Adán Chávez es el hombre de los hermanos Castro, el sucesor que garantizaría la actual ayuda, incluidos 110.000 barriles diarios de petróleo y divisas, vitales para que Cuba no vuelva a la penuria absoluta que conoció tras la caída de bloque comunista, hasta cuando el régimen castrista estuvo mantenido por los soviéticos.

Parece poco probable, aunque no descartable, que Chávez tenga que triunfar después de muerto como un remedo llanero del Cid Campeador ganando batallas a los moros sobre su caballo «Babieca», amarrado en su caso a la silla ideológica de «Palomo», el jaco de Simón Bolívar. La avenida que le lleva al sepulcro no se vislumbra tan corta.

Pero todas son cuestiones que dentro de poco el tiempo responderá. El asunto central es qué pasará en Venezuela cuando Chávez muera. Y esa situación está ahí, a la vuelta de la esquina. Aunque primero habrá que cumplir unas elecciones que se presentan harto complicadas y en las todo se puede esperar para no poder el poder si el monstruo chavista se siente malherido.

Sintiendo que se muere, seguramente los aliados de Chávez que tienen poder real, principalmente los militares, estarán más pendientes de su porvenir que de quien está por irse. Esto es ley humana. Muchos de esos militares estarán con quien mejor mantenga sus privilegios de casta, con quien les llene la barriga con whisky etiqueta azul y los bolsillos de billetes verdes, a pesar de fundamentalistas como el general Henry Rangel Silva.

Es pronto aún para saber qué harían los uniformados frente a un fraude masivo en las elecciones presidenciales de octubre. Hay quien cree que se pondrían del lado de la legalidad. Capriles y sus aliados deben trabajar en esta línea para evitar un potencial baño de sangre.

Entran muchas dudas y preocupaciones cuando se piensa en las masas chavista armadas, dogmatizadas y de obediencia ciega. ¿A quién y cómo responderán en la hora suprema? ¿Defenderán a sangre y fuego el modelo político, sus conquistas? ¿A dónde desembocará el miedo al futuro nefasto sin su presencia que Chávez les ha inculcado?

Y la «boliburguesía», esa nueva casta constituida a partir de 1999 y principal beneficiaria del clientelismo dentro del régimen chavista, ¿pondrá dócilmente el cuello para que se lo siegue la guadaña de quienes consideran contrarrevolucionarios conchabados con el enemigo yanqui?

El epílogo del chavismo ya se escribe. El fin está a la vuelta de la esquina.