Lino Oviedo: «Volveré y la verdad me hará libre»

[Brasilia, 21 mayo de 2004]

El ex general Lino César Oviedo Silva sabe que irá «derechito a la cárcel» cuando próximamente pise de nuevo Asunción, la capital del Paraguay, su país, al cabo de cinco años de exilio y correrías, para ajustar sus muchas cuentas pendientes con la Justicia.

Si saliera bien librado posiblemente será algo más de lo que él mismo se considera hoy: «un candidato a preso».

Asegura que volverá durante la segunda semana de junio próximo y no sabe –ni le importa— cuánto tiempo estará preso. «Me da igual. No quiero el perdón sino la revisión (del proceso militar que le condenó en 1998), tener un juicio justo y disponer del derecho a defenderme, que no tuve», dijo Oviedo, de 60 años, durante la entrevista,que le hice en una habitación estrecha del Hotel Meliá Confort de Brasilia.

Oviedo confía en «nuevos hechos irrefutables» sobre los casos en que está imputado y en el cambio, completado hace dos meses, de seis de los nueve jueces de la Corte Suprema durante la depuración del máximo tribunal paraguayo que hizo el presidente de la República, Nicanor Duarte Frutos.

Este controvertido personaje era una estrella en ascenso desde que en febrero de 1989 se convirtió en uno de los dos artífices principales de la demolición de la dictadura personal de 35 años del general Alfredo Stroessner, a quien la noche del golpe militar sometió con una granada en una mano y una pistola en otra.

Oviedo sostiene que él convenció de la necesidad de ese golpe de Estado a su jefe directo, el General de División Andrés Rodríguez, consuegro de Stroessner, que capitaneó la asonada y se convirtió inmediatamente en el nuevo dueño de la situación en Paraguay.

Lino Oviedo llevaba desde entonces un camino que parecía ir en la dirección al Palacio de los López, el edificio de corte neoclásico ubicado al bordo de la Bahía de Asunción, sede la jefatura del Estado. Pero esa ruta se torció dramáticamente en 1996.

Ese año su alianza con el presidente Juan Carlos Wasmosy (1993-98) desembocó en la más grave crisis política y militar del proceso paraguayo post Stroessner. Oviedo se rebeló, se acuarteló en la Caballería, la poderosa división de blindados, y exigió que Wasmosy renunciara. Finalmente fue arrestado y estuvo 55 días preso.

Mientras proseguía su proceso por «sedición» y «rebeldía» en una Corte Marcial Extraordinaria creada por Wasmosy, Oviedo asumió el liderazgo de una facción del Partido Colorado, en el poder desde 1947, contra otra que obedecía al preboste del «coloradismo» Luís María Argaña, en cuyo asesinato Oviedo acabaría siendo involucrado.

Nuevas críticas a Wasmosy le acarrearon a Oviedo una peripecia que le tuvo 42 días en la clandestinidad. Finalmente se entregó a fines de 1997. En prisión le llegó la confirmación de la justicia electoral como candidato a las elecciones presidenciales de mayo de 1998. Pero antes de que se celebraran esos comicios el Tribunal Militar dictó sentencia: diez años en un presidio castrense. Seguidamente Oviedo fue inhabilitado políticamente y dado de baja sin honra del Ejército.

Raúl Cubas Grau, su buen amigo suyo, le sustituyó como candidato presidencial y se instaló por él en el Palacio de los López. En su tercer día como presidente, Cubas conmutó la condena a su compinche Oviedo. Pero la Corte Suprema declaró la medida «inconstitucional» y ordenó que Oviedo volviera al presidio militar.

Oviedo sólo se entregaría en marzo de 1999, en vísperas de que se levantara una tempestad y él quedara en el ojo del huracán, con las muertes del vicepresidente Argaña, uno de sus escoltas y su chofer, seguidas por el asesinato de siete jóvenes por francotiradores supuestamente «oviedistas», que causaron más de un centenar de heridos durante una manifestación frente al Congreso.

El 28 de marzo, a los cinco días de la muerte de Argaña, Oviedo huyó en una avioneta a Argentina, al amparo del presidente Carlos Saúl Menem, que le concedió asilo. Pocas horas después Cubas renunció y se asiló en Brasil. En Asunción el Partido Colorado expulsaba de sus filas a Oviedo y la Justicia ordenaba su prisión. Todos lo echaban a él los muertos encima.

En Argentina, Oviedo vio como por su culpa Buenos Aires y Asunción rompían relaciones diplomáticas. Luego fue confinado en Tierra del Fuego y finalmente, temeroso de que el nuevo presidente argentino, Fernando de la Rúa, sucesor de Menem, cumpliera su promesa de expulsarle del país, se sumió otra vez en la clandestinidad hacia fines de 1999. Pero antes tuvo tiempo de recomponerse la cara mediante una cirugía estética y de implantarse cabello.

En Paraguay hubo otra intentona golpista de la que se responsabilizó a Oviedo, que negó tener algo que ver en ella. El antiguo general huyó a Brasil y fue apresado en junio de 2000 en la localidad Foz del Iguazú, ubicado a tiro de piedra de Paraguay. En diciembre de 2001 la Suprema Corte Federal de Brasil denegó la extradición de Oviedo a Paraguay, que la había solicitado por los casos de Argaña y los jóvenes asesinados en la plaza del Congreso.

Lino Oviedo niega todo: las tramas golpistas, que mandara a los asesinos de Argaña, o que tenga algo que ver con los francotiradores, que haya conspirado, que esté relacionado con el narcotráfico y el contrabando… Absolutamente lo niega todo.

Con unas u otras palabras y afónico por un fuerte catarro, durante la entrevista Oviedo proclama que en su caso «la verdad triunfará» porque «el tiempo es el señor de la razón", reivindicó una Justicia paraguaya limpia y redundó en los argumentos jurídicos que dice tener a su favor.

«He sido víctima de un plan macabro (...), estoy con la conciencia tranquila (...) y confío en Dios, en el Estado de derecho, en la prensa, y en el pueblo que me conoce, me apoya y no me ha abandonado nunca», dijo.

Alega que fue sobreseído por la Justicia ordinaria paraguaya y que le condenó una corte marcial irregular, ya que los tribunales de excepción están prohibidos en tiempos de paz por la Constitución paraguaya y también por tratados internacionales. Además, recuerda que recibió en 1998 un virtual indulto presidencial de su buen amigo Raúl Cubas.

En cuanto a existencia de «nuevas pruebas irrefutables» sobre cómo Argaña halló la muerte, Oviedo insiste en que el vicepresidente murió en la cama de su amante y se simuló el atentado por conveniencias familiares y políticas.

Afirma que así consta en distintos artículos periodísticos del semanario IstoÉ y la TV Globo, ambos brasileños, contra los que «los afectados de alto nivel» de Paraguay significativamente, a su juicio, no se han querellado.

Según explica, los hilos de la trama en su contra los mueven quienes gobiernan Paraguay. Habla pestes de Wasmosy y en lugar de señalar a nadie más, muestra recortes recientes de la prensa paraguaya diciendo: «yo no hablo para no alargar esta entrevista».

Esos artículos hablan de violaciones y torturas, de que Duarte es producto de las mafias o de que Paraguay es el mayor productor de marihuana del mundo, número uno de la piratería en Suramérica y el país con los aduaneros y policías más corruptos.

«¿Quien tiene la Administración de Paraguay? ¿Lino Oviedo? El responsable es el presidente del Ejecutivo», dice.

Alega que la Suprema Corte Federal de Brasil, al denegar en 2001 su extradición a Paraguay, «me juzgó y dio un fallo unánime a mi favor» por entender que se trataba de un caso «con motivaciones políticas disfrazadas».

Así, agrega, quedó en evidencia que «todas las supuestas pruebas presentadas por la Justicia paraguaya y reforzadas insistentemente por su Gobierno, eran una mera persecución política».

«No soy golpista ni narcotraficante ni asesino. ¿Usted cree que la Suprema Corte de Brasil me habría dejado libre si hubiera habido pruebas contra mí por narcotráfico o contrabando a Brasil? No creo que Brasil sea una guarida de narcotraficantes. En Brasil soy tratado como una persona creíble para ayudar a que disminuya el narcotráfico y la piratería», afirma.

«¿Quien va a creer que el Ministerio de Justicia de Brasil o el Parlamento de este país iban a recibir a un narcotraficante», agrega sobre reuniones que tuvo el miércoles y jueves de esta semana en Brasilia.

En una reunión con un alto funcionario del Ministerio de Justicia y ante la Comisión de Relaciones Exteriores y Defensa, Oviedo buscó implicar en sus planes de regreso a Brasil, el país más influyente desde hace décadas en Paraguay.

Oviedo pidió a Brasil ayuda para que Asunción garantice su integridad física, él tenga un juicio y un representante oficial le acompañe en su retorno a Paraguay.

En Paraguay «me voy a presentar en la prisión. Mis abogados van a presentar mis hechos. Fueron violados mis derechos constitucionales, el debido proceso y el derecho a la defensa. No pude declarar ni un minuto» (ante el tribunal militar), agrega en la entrevista.

Dice también que sus enemigos hicieron desaparecer pruebas a su favor e inventaron testigos, algunos de los cuales acabaron siendo asesinados y otros tuvieron familias torturadas. «Todo eso se sabe, con nombres, apellidos, fecha y lugares», argumenta.

Oviedo no cree que las Fuerzas Armadas, factor histórico de poder en Paraguay, puedan influir hoy día. «No están para aventuras» y «ya no quieren ser usadas más para hechos de lesa humanidad».

Además –explica—, carecen de capacidad. «Están destruidas», con unos 2.500 soldados mal pertrechados y peor alimentados, según dice.

El que fuera comandante en jefe del Ejército paraguayo, general de División y candidato a la presidencia de la República paraguaya, no quiere hablar en primera persona de su futuro político, si saliera bien librado.

¿Candidato? Responde que por ahora «sólo a preso».

Sin embargo afirma que jamás retornará al seno del Partido Colorado, que lleva en el gobierno de Paraguay desde mediados del siglo pasado sin que se avizore una alternativa.

Francisco R. Figueroa
21/05/2004
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