El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, acaba de dar en París una muestra de su confiabilidad al revelar un pacto secreto con su homólogo colombiano, Álvaro Uribe, quien ha respondido muy encolerizado por esa infidencia.
El pacto se hizo en un encuentro que tuvieron ambos gobernantes durante la reciente Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile. Debía «ser manejado en secreto», según un comunicado presidencial colombiano emitido después de que Chávez se fuera de la lengua en París, este lunes.
Se trataba de avanzar en la mediación —autorizada por Uribe a fines de agosto— de Chávez junto a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) para canjear casi medio centenar de rehenes por cerca de medio millar de guerrilleros presos.
Desde el principio, Chávez había insistido obstinadamente en la conveniencia de tratar él directamente el asunto con «Tirofijo», también conocido por el nombre de guerra de «Manuel Marulanda», el casi octogenario jefe máximo y fundador de las Farc, la temible guerrilla colombiana con 17.000 efectivos y alzada en armas desde hace más de cuarena años. Esto lo arreglo yo directamente con Marulanda, daba entender Chávez, que clamaba por reunirse con él.
Pero esa es una entrevista muy arriesgada desde el punto de vista de la seguridad, pero sobre todo por el significado político que tiene que un gobernante extranjero —del talante de Chávez, por añadidura, y con su ideología revolucionaria castrista y su delirio bolivariano— negocie de tu a tu con el jefe de una banda poderosa que tanto Colombia, como la Unión Europea o Estados Unidos, entre otos, consideran terrorista.
En cierto modo esa reunión equivaldría a reconocer a las Farc un virtual estatus de fuerza beligerante —que la guerrilla busca denodadamente— y que en Colombia hay formalmente una guerra civil, extremos queridísimo por esa organización armada y cuya imagen inicialmente signada por el romanticismo revolucionario se ha desvanecido entre los horrores del asesinato, el secuestro, la extorsión y el terrorismo y el próspero negocio del tráfico de cocaína.
No obstante, Uribe aceptó la reunión con «Marulanda» como muestra de su voluntad para que el canje sea un éxito, pero no a cualquier precio. El gobernante colombiano puso a Chávez ciertas condiciones.
La primera fue que «Tirofijo» y las Farc liberen previamente a todos los cautivos. La segunda, que el encuentro con el viejo jefe guerrillero de la toalla se diera dentro de un proceso de paz exitoso. La tercera que Chávez no iría solo al encuentro, sino de preferencia acompañado por el propio Uribe como demostración de la volunta del colombiano de encontrar la paz en su país.
Pero en sus declaraciones de París, Chávez presentó el asunto de tal modo que Uribe lo interpretó como la violación de un pacto. Su irritación le ha llevado a poner fechada de caducidad a la mediación del venezolano: diciembre próximo. Más allá de esa fecha, según entiende Bogotá, las cosas se le irían de las manos a todas las partes implicadas.
Familiares de los rehenes han puesto el grito en el cielo porque saben que en tan corto tiempo es poco probable que haya una solución en una situación tan compleja.
Parece que Uribe se ha cansado de Chávez, un personaje que es su antípoda. Nunca ha dado muestras claras de sentirse seguro y confiado con la mediación del venezolano, quien es un amigo más que conocido de la guerrilla, con la que tiene líneas directas antes de ahora. Además sus intenciones respecto a las Farc van mucho más allá de la liberación de los rehenes. Pero hay en Colombia ansia y un clamor por la libertad de los cautivos, sin que a los familiares les importe mucho las consecuencias políticas.
Chávez se encuentra en Paris tratando de implicar a fondo a su homólogo galo, Nicolas Sarkozy, que ha hecho una prioridad política la liberación de la franco-colombiana Ingrid Betancourt, la ex candidata presidencial en poder de las Farc desde febrero de 2002 y uno de los rehenes canjeables.
De momento Chávez parece que no puede aportar la «prueba de vida» de Betancourt que Sarkozy solicitó y considera un gesto necesario de las Farc para demostrar su voluntad. Apenas la palabra que en eses sentido ha dado la guerrilla colombiana. Chávez confía aún que el arrojo, la decisión y la audacia del dirigente francés jueguen a su favor.
Francisco R. Figueroa
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