Alea jacta est en Brasil: Dilma ganó

Francisco R. Figueroa / 25 agosto 2010

La suerte está echada en Brasil: las elecciones tienen ganador. A cinco semanas de su celebración sólo resta saber cuántos votos sacará Dilma Rousseff, la candidata de Luiz Inácio Lula da Silva, para convertirse en la primera mujer que ocupe la presidencia de Brasil después de 37 varones, incluidos dos monarcas.

Las empresas brasileras de encuestas, reputadas por su certera puntería, anticipan que vencerá ampliamente esta ex guerrillera, ex jefa del Gabinete de Lula y ex ministra de Minas y Energía que carecía hasta ahora de experiencia electoral. Es más, esos mismos sondeos apuntan que Dilma Rousseff puede obtener el 3 de octubre próximo más de la mitad de los votos válidos haciendo innecesaria una segunda vuelta.

Entra en los cálculos que Rousseff obtenga en la primera ronda una votación abrumadora en torno al 60%, un respaldo popular directo en las urnas jamás logrado por un mandatario brasileño, ni siquiera su popular mentor y guía, quien necesitó disputar dos rondas electorales, tanto en 2002 como en 2006, para derrotar a sus rivales.

Demasiado para una novicia que a sus 62 años nunca antes disputó unas elecciones y que hasta hace menos de dos años era una eficiente y mandona colaboradora del presidente en el distante Palacio del Planalto, el corazón del poder en Brasilia, pero escasamente conocida del gran público. No han hecho mella en el electorado los embates contra ella de sus rivales por su inexperiencia, falta de capacidad de liderazgo, incluso dentro del oficialista Partido de los Trabajadores (PT), sumisión a Lula e, incluso, por ser mujer.

Claro, Rousseff va íntimamente de la mano de Lula y subida en la ola de la popularidad del presidente, quien disfruta de la aprobación de cuatro de cada cinco brasileños y apenas tiene un rechazo marginal del 4%. Ella es vista como la continuadora de la exitosa obra de gobierno de su pigmalión, especialmente por las clases menos favorecidas, que consideran a Lula un padre y ahora están encantadas por haber hallado una madre.

El respaldo popular a Rousseff crece día tras día, mientras cae el de su principal rival, el socialdemócrata José Serra, a quien Lula derrotó en 2002 y que ha repetido candidatura ocho años después. Serra se muestra como un candidato manido y tedioso, que ha tenido que arrimarse a la luz que irradia Lula tratando de evitar el eclipse de su propia candidatura.

El varapalo electoral que va a recibir Serra tendría que hacer reaccionar al Partido de la Socialdemocracia Brasilera (PSDB) y su militancia, los famosos tucanes. Serra se ha demostrado como un pésimo candidato, lo mismo que fue en 2006 Geraldo Alckmin. Ambos representan una realidad, la de São Paulo, donde encabezaron administraciones regionales y municipales en un estado equiparable en poderío económico a una nación como Argentina, pero percibido como muy distante por buena parte del resto del país.

El PSDB tendrá que renovarse o resignarse a morir cuando apenas tiene 22 años de vida porque ya no puede seguir viviendo de la herencia de su líder histórico, Fernando Henrique Cardoso. Para estas elecciones el PSDB relegó a Aécio Neves (50 años), continuador de una saga de políticos iniciada por sus abuelos, especialmente el materno, Tancredo Neves, y un político que ha demostrado su buena estrella como diputado durante cuatro legislaturas, como presidente de la cámara baja y más tarde como gobernador reelecto de Minas Gerais, segundo estado en importancia del país tras São Paulo. Neves era el candidato natural a la presidencia del PSDB para estas elecciones, pero trataron de relegarlo a la condición de aspirante a la vicepresidencia. Ahora queda como el depositario de las esencias y gran esperanza de los tucanes para los comicios de 2014.

Las encuestas apuntan otro resultado cierto: el Partido de los Trabajadores (PT), de Lula, seguirá como segunda fuerza parlamentaria, lo que dejará a Rousseff a merced de los saurios del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB). Este partido continuará como la primera fuerza política del país en número de diputados, de senadores y de gobernadores de los estados, que serán escogidos en los mismos comicios generales del 3 de octubre.

Por vez primera, el PMDB, que ha sido el principal sostén de Lula durante las dos últimas legislaturas como fuerza aliada, ha ido a estas elecciones en coalición con el PT, por lo que exigirá mayores cuotas de poder, que ahora son imposibles de calcular, pero sin duda serán importantes dada su voracidad insaciable.

El PMDB fue el gran baluarte de la democracia durante la dictadura (1964-85), pero con el tiempo y las disidencias degeneró en una formación política oportunista, asociada a la corrupción política, al pago de favores, al nepotismo y toda clase de prácticas podridas.

Es cuanto menos curioso que siendo la primera fuerza del país, por delante del PT y del PSDB, nunca después de las primeras elecciones de la era democrática haya presentado un candidato a la presidencia de la Repúlica y prefiriera medrar a la sombra sosteniendo a mandatario de turno, sobre todo en los años de Lula.

¿Será Rousseff presa fácil ante las fauces de unas barracudas políticas ansiosas de poder y dinero como el ex gobernante José Sarney (1985-90), el destituido presidente del senado Renán Calheiros o Michael Temer, el candidato a vicepresidente? Para evitarlo tiene a su favor la esgrima política aprendida en los años pasados junto a Lula, quien no andará muy lejos de ella y seguramente seguirá tutelándola dentro de su pretensión de seguir en candelero para optar de nuevo a la presidencia dentro de cuatro años. Salvo que la polluela mandona Rousseff sorprenda, desarrolle alas firmes, despegue con vuelo propio y quiera ella misma ser reelegida.

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Tiro certero al chavimo en Fuerte Tiuna

Francisco R. Figueroa / 19 agosto 2010

Increíble, pero cierto: según el «duce» venezolano, Hugo Chávez, la aterradora violencia delincuencial que desangra y amedrenta a su país tiene que ver con la lucha de clases y, en consecuencia, ayuda a su «revolución». Responsabiliza de esa matanza a los gobiernos anteriores, aunque él lleve más de once años en el poder. En todo ese tiempo la barbarie criminal se ha cuadruplicado hasta acumular más 120.000 homicidios. Él caudillo tapa el sol con el dedo imponiendo ahora la cesura a la prensa para que no informen sobre esa tragedia.

Con todos los graves problemas que sufre el país, el de la violencia criminal es el que más inquieta a los venezolanos. No en vano. El Gobierno oculta las cifras de la violencia, sin duda para evitar una mayor reprobación, pero los medios de comunicación que se atreven a plantarle cara a Chávez han informado de que de los 4.500 homicidios que se registraban cuando el actual mandatario llegó al poder en febrero de 1999, una cifras que ya entonces causaba pavor, se ha pasado a más de 16.000 homicidios por año, con Caracas convertida en la capital más brutal del mundo y los jóvenes entre 15 y 29 años como víctimas más frecuentes. Hay en Venezuela millones de armas sin control, para una guerra de bandidos que parece fuera de control.

La mortandad representan como si entre el 1º de enero de 2009 y el 31 de diciembre de 2010 Chávez hubiera visto aniquilada por el hampa su localidad natal: Sabaneta o el príncipe Alberto de Mónaco la suya. La cifra anual sextuplica los muertos en el 11-S estadounidense y multiplica por diez el número de militares extranjeros que caídos en la interminable guerra de Afganistán. Los homicidios durante los 11 años de chavismo, 123.000 según algunos estudios, pueden superar a las víctimas de la Guerra de Bosnia.

Chávez no se ocupa del hampa. Mira para otro lado frente a esa hidra de siete cabezas que amedrenta a todos menos a los gerifaltes del régimen, seguros tras su guardaespaldas de las fuerzas policiales y militares. Jamás en sus interminables y cansinas peroratas por televisión y radio, en las que habla hasta del sexo de los ángeles con esa verborrea venenosa tan personal, se había referido al asunto, como su fuera una cosa de otra galaxia. Ahora, forzado por las circunstancias, ha hablado del tema para afirmar que divulgando los datos de la violencia los periódicos tratan de sabotear su «revolución», que los culpables son «el capitalismo y la burguesía» y que los bandidos que causan la matanza «son los mismos niños de la calle», dejados a la mano de dios por los gobiernos anteriores, que había cuando él llegó a la presidencia. No ha explicado porqué en esos once años largos la «revolución» no supo ganar a esos jóvenes para causas nobles, darles educación y trabajo, incluirlos socialmente, sino que han degenerado en pistoleros de gatillo fácil capaces de matar por las cosas más nimias.

El tema de la violencia parecía adormecido el viernes 13 cuando despertó en sobresalto con el tiro que acertó a una beisbolista honkonguensa en el complejo militar más importante de Venezuela, el Fuerte Tiuna, en Caracas, mientras jugaba un partido internacional. Ese mimo día, en un hecho desconectado, el diario «El Nacional» publicaba en primera página una terrible foto, inactual pero inédita, de cadáveres amontonados en la morgue de Caracas, con la idea de denunciar el grave deterioro de la seguridad, que posportavoces chavistas estaban tratando de ocultar, incluso burlándose y denigrando a quines estaban propagando la información.

El incidente motivó la suspensión del VI Campeonato Mundial Femenino de Béisbol, el traslado de la sede de Caracas a Maracay y el inmediato abandono de Venezuela del equipo de Hong Kong, encabezado por la jugadora que había quedado herida por una bala perdida salida de un ranchito próximo al complejo militar. Durante el fin semana, Chávez metió la cabeza debajo del ala y suspendió su programa «Aló, presidente». ¿Qué podía decir cuando las balas están llegando al corazón del poder militar venezolano, donde en mayo hubo un asalto a mano armada para robar la paga de unos obreros?

Las cifras de muertos, a las que se suman miles y miles de otros actos delictivos, confirman que Caracas es aquel valle de sangre del que en la década de los 90 del siglo pasado hablaba en un libro el periodista Earle Herrera, hoy diputado chavista, cuando los homicidios eran muchísimo menores. En aquella época anterior a Chávez, Herrera pudo informar sobre la violencia sin que actuara contra él la Fiscalía, como ha hecho ahora a imponer la censura a todos los medios escritos, asfixiando aún más la libertad en el país, al prohibir la publicación de imágenes e información sobre el crimen ―la «crónica roja», en una palabra―, con el peregrino argumento del daño que causa a los niños, entre los que sin duda hay poquísimos lectores de periódicos.

La censura, obviamente, no resuelve el problema, pero puede evitar mayores daños a la ya deteriorada imagen del sátrapa venezolano y su régimen ante las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre próximo en las que el régimen autoritario se la juega. La seguridad es uno de los muchos flancos débiles de Chávez, junto con la carestía, la recesión económica, el desabastecimiento y desbarajuste de un Estado cada vez mayor por las frecuentes nacionalizaciones y más corrupto e ineficiente a medida que crece. © DEL AUTOR

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La transustanciación de Lula

Francisco R. Figueroa / 16 agosto 2010

A siete semanas de las elecciones presidenciales brasileñas los observadores tienen claro que Luiz Inácio Lula da Silva se ha transustanciado.

Según la tradición de los cristianos romanos y ortodoxos, en la eucaristía, con la consagración, el pan se convierte en el cuerpo de Cristo y el vino en su sangre. Es la transustanciación, que tiene un semejante en la política brasileña.

Por esa magia que hace peculiar al antiguo tornero y adalid sindical que desde hace casi ocho años gobierna la mayor nación latinoamericana, Lula ―es decir, él mismo, venerado como dios padre por muchos de sus muchísimos fieles ― se ha transformado en Dilma Rousseff. Aunque cada uno de ellos conserva su propio organismo, a los ojos de los electores parecen la misma cosa.

«Ella es mi cuerpo y mi sangre», viene a decir Lula siempre que se muestra triunfal al lado de la candidata presidencial del oficialista Partido de los Trabajadores, a la que él escogió a dedo e impuso en febrero último sin encontrar la menor oposición interna en una formación política que mostró así una docilidad perruna que contraste con su rebeldía original, de los viejos buenos tiempos de la oposición y la época olvidada de las luchas sindicales.

Hasta entonces, la candidata era la primorosa jefa de Gabinete, cargo al que accedió tras un sonado caso de corrupción en el entorno de Lula, y antes, desde 2003, la eficiente ministra de Energía y Minas. Anteriormente su rastro se pierde en la maraña de la burocracia regional brasileña, específicamente en la de Rio Grande do Sul. En su juventud fue una activista contra la dictadura, pero sus managers no quieren que eso se recuerde para evitar que la ametrallen tratándole de terrorista.

En efecto, en su biografía oficial pesa toneladas el tiempo pasado al lado de Lula y se oculta un episodio que en el caso del mandatario uruguayo, José Mújica, es determinante de su existencia: haber sido guerrillero contra una temible dictadura militar suramericana.

La hoy candidata presidencial apenas fue un proyecto de guerrillera. Recibió entrenamiento militar, pero nunca pasó a mayores. Fue presa y torturada. Los estrategas de su campaña han proscrito el término guerrillera, para evitar que en estos tiempos de corrección política se confundan las cosas. Su biografía deja claro que ella «jamás participó en una acción armada» y reduce el tema a la naïf explicación de que pasó tres años en prisión por «el crimen de querer cambiar el mundo». A pesar de ese esfuerzo, hay gente en la clase media que habla de ella despectivamente como «esa ex guerrillera y asaltante de bancos».

Dilma Rousseff no oculta su condición de candidata de Lula como, por ejemplo, en Madrid la ministra española de Sanidad, Trinidad Jiménez, niega ser la candidata del primer ministro, José Luis Rodríguez Zapatero. Muy al contrario, la brasileña hace gala de ello. De hecho, si no fuera por Lula, Dilma Rousseff sería una candidata inverosímil, quimérica.

«Me siento orgullosa de mi relación con Lula. He sido su brazo derecho e izquierdo. No veo ningún problema por esa relación. Es algo positivo porque él es un gran líder, mundialmente reconocido», afirma con orgullo quien hasta hace menos de un año era en el Palacio de Planalto la sombra desconocida y la pundonorosa tecnócrata que encandilaba a Lula en sus jornadas interminables de trabajo y con su dominio absoluto de las situaciones.

Bajo la batuta de Lula, la popularidad de Rousseff ha crecido rápidamente desde la nada. En los cinco meses de precampaña ha sido inoculada en los corazones de los brasileños hasta aparecer hoy en las encuestas como la primera opción, con una intención de voto del 42%, diez puntos más que su principal rival, el socialdemócrata José Serra, que hasta hace bien poco era el favorito.

La aceptación popular de Rousseff debe ir a más a partir de este martes cuando comienza la campaña proselitista por televisión, medio del que seguramente depende el voto de la mayor parte del 54% de la población brasileña que solo se informa por ese medio de comunicación, del que dependen mucho de ellos por ser analfabetos o semianalfabetos.

Los especialistas en mercadotecnia electoral que trabajan para Rousseff graban machaconamente en la mente de los electores la idea de que ella es la continuadora de la obra exitosa de Lula, aunque la candidata busca no ser vista como una muñeca de ventrílocuo. Esos mismos estrategas no se atreven a dejarla que sea ella misma quizás por su inexperiencia en campañas ya que nunca antes disputó unas elecciones.

El apoyo de Lula es tan descarado que ya ha sido multado en media docena de ocasiones por la autoridad electoral, por haberse saltado las normas éticas que presiden la campaña. El egocéntrico y populista mandatario brasileño ha dejado a un lado los escrúpulos para poner a favor de su pupila todo el peso del aparato público y unas veces la compara con Mandela y otras eleva su sufrimiento bajo la tortura al nivel del de Jesucristo.

Lula sabe que millones de electores tienen una fe ciega en él y pretende endosar a Rousseff el voto de la inmensa legión de fieles que él tiene. El próximo 3 de octubre se verá. Si ningún candidato consigue la mitad más uno de los votos, los dos que más sufragios cosechen se volverán a ve las caras el 31 de ese mismo mes en una segunda vuelta. Sea cual fuere el resultado, Lula parece que seguirá en la brecha, dispuesto a aspirar de nuevo al cargo dentro de cuatro años. © EL AUTOR

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Nuevo golpe a la democracia en Nicaragua

Francisco R. Figueroa / 13 agosto 2010

El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, y sus secuaces han perpetrado un nuevo asalto al poder, esta vez al Judicial, dentro de una estrategia desmañada pero exitosa para someter a todos las instituciones del Estado con la finalidad de perpetuarse en el mando, aunque la ley lo impida. A Nicaragua regresa el despotismo, una nueva dictadura que ilumina y financia el «duce» venezolano, Hugo Chávez.

Ortega y su esposa, Rosario Murillo ― ambos comparten de facto el gobierno de un país paupérrimo convertido en satrapía matrimonial ―, han copado la Corte Suprema sustituyendo arteramente a siete magistrados adversos al llamado «orteguismo» por otros, sus suplentes, que les son adeptos.

Han despreciado un arsenal de pronunciamientos sobre la ilegalidad del procedimiento, con el pretexto de volver a poner a funcionar el Supremo, que llevaba diez meses paralizado luego que Ortega prorrogó las funciones de varios magistrados por un decreto – el llamado «decretazo» – a todas luces inconstitucional.

Los magistrado destituidos mediante el último golpe de mano se oponían al patoso procedimiento mediante el que, desde el año pasado, se pretende suspender el artículo 147 de la Constitución que impide la reelección de un presidente y de Ortega por partida doble ya que ha ocupado la presidencia en dos ocasiones: 1985-1990 y el actual mandato para el período 2007-2012.

La oposición de esos magistrados, identificados con el liberalismo rival, era uno de los últimos obstáculos que tenía Ortega para su proyecto absolutista, después de haber obtenido en la Asamblea Nacional la fidelidad perruna de un grupo de diputados de oposición felones. Por tanto, el camino de la reforma constitucional por el poder legislativo, que debe ser tramitado entre este año y el próximo, parece despejado para santificar la reelección presidencial en provecho de Ortega.

Nicaragua es una nación sufrida. Aparte los desastres naturales como terremotos y huracanes que periódicamente le flagelan, la peor plaga es la perfidia y la corrupción de los gobernantes, que lo mantienen como uno de los países más pobres del planeta. Es la nación más grande y también la más atrasado de Centroamérica. De sus seis millones de habitantes, el 80% son pobres y dos de cada tres personas sobrevive con menos de un dólar por día, sin tener a su alcance el trabajo formal, la sanidad adecuada y educación digna, y ni siquiera el agua potable o el alcantarillado. La cuarta parte de la población ha emigrado y si no fuera por que remesan una cifra equivalente al 20% del PIB la nación habría sucumbido. Luego está «la ayuda» de Hugo Chávez, que equivale al 30% del presupuesto nacional.

Nicaragua fue tierra de dictadores vesánicos como los Somoza. En 1979 los muchachos sandinistas mataron la culebra en la última guerra «romántica» que ha conocido el mundo. Pero al poco se configuró una dictadura de los comandantes de la revolución. La mayoría de los líderes sandinistas se pudrieron y hubo una orgía de inmoralidades conocida por «la piñata». Cada día se habla menos de la monstruosidad de Daniel Ortega al abusar de la menor Zoila América Narváez, hija de su esposa, Rosario Murillo, y, por tanto, su hijastra, y que la esposa, obnubilada por la vuelta al poder, hizo como los monos ciego, sordo y mundo de la leyenda oriental. Con artimañas Ortega pudo volver a la presidencia y desde entonces perpetra asaltos sin freno para adueñarse totalmente del poder, por la fuerza, por el chantaje o comprando voluntades con el dinero que Chávez le entrega como supuesta ayuda al desarrollo y que él y su esposa manejan a discreción.

«Con Somoza perdimos la costumbre de sufrir con los dientes apretados, así que no importa cuánta riqueza mal habida pueda meter la pareja (presidencial) bajo el sombrero de Sandino, tarde o temprano también recibirán de nuevo su merecido histórico, sólo que esta vez debemos asegurarnos de que no tengan impunidad», se podía leer estos días en el diario «La Prensa».

Ortega golpea sistemáticamente a los otros poderes del Estado, pero, a diferencia de lo ocurrido en la vecina Honduras, ninguna cancillería se queja. Nadie condena la ruptura del orden constitucional en Nicaragua. Ni José Miguel Insulza, secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) ni Miguel Ángel Moratinos, el ministro español de Asunto Exteriores. A estas alturas muchos tienen claro que el antiguo comandante revolucionario sandinista Daniel Ortega se ha convertido en una remedo del dictador Anastasio Somoza. © DEL AUTOR

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Chávez a Santos: ¡Hasta la próxima, chico!

Francisco R. Figueroa / 11 agosto 2010

El armisticio acordado este martes por los presidentes Juan Manuel Santos y Hugo Chávez será inestable ya que está sometida a las conveniencias políticas internas del disparatado duce venezolano.

En estos momentos a Chávez le ha convenido apagar el fuego y remendar deprisa las relaciones con Colombia, el principal aliado de Estados Unidos en la zona. El mandatario venezolano camufla así su apoyo a las narcoguerrillas colombianas, restablece el vital suministro de alimentos cuando su país sufre desabastecimiento severo y responde a las peticiones de moderación que le han hecho países vecinos como Brasil y Argentina por su campaña furiosa de invectivas y su verborrea belicista. Aísla el asunto al convertirlo en una cuestión personal entre él y Álvaro Uribe, aunque Santos sea heredero natural e hijo putativo de su antecesor en la presidencia de Colombia. Confía Chávez en que todo eso se traduzcan en votos para las elecciones legislativas deL 26 septiembre, en las que peligra le hegemonía de su causa política.

Contribuye a la distensión que Santos, de manera pragmática, quiera marcar la diferencia desde el inicio de su gestión y que el nuevo mandatario neogranadino desista aparentemente de exigir a Chávez la verificación de las denuncias sobre la existencia de santuarios en Venezuela para las FARC y el ELN hechas ante la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Corte Penal Internacional. Consigue Santos que el César caraqueño deje nominalmente de favorecer a las guerrillas y aminore sus desgastadora cantinelas agresivas contra las bases militares que usa Estados Unidos. Por lo pronto, sobre el asunto de las bases, Chávez ha reconocido la soberanía de Colombia para suscribir todo tipo de tratados, lo que supone un importante paso adelante. Colombia queda en condiciones de exportar a Venezuela a los niveles de 2007 ―de 7.000 millones de dólares, desde donde cayeron a 1.000 millones por las restricciones impuestas por Chávez―, para que se normalice la tan perjudicada vida en la frontera, que con el empobrecimiento tendía a ser más convulsa aún. Con el armisticio, la Unión de Nacional Suramericanas (Unasur) adquiere más viabilidad ―a falta de que reaten sus relaciones Colombia y Ecuador―, algo que es de máximo interés para Brasil y Argentina, sobre todo, y Estados Unidos ve aminoradas la furia de la campaña “antiyanqui” del bullanguero caudillo venezolano.

Antes de acudir a la reunión en Santa Marta para remendar sin pérdida de tiempo los maltrechos vínculos bilaterales, precarios desde comienzos del 2008 y en situación extrema tras la ruptura de relaciones decretada por Chávez el pasado 22 de julio como reacción airada a las denuncias colombianas sobre su apoyo al narcoterrorismo, que fueron reforzadas luego por los portavoces oficiales estadounidenses, Chávez se tragó los improperios que había pronunciado contra el nuevo presidente colombiano desde que era ministro de Defensa, durante la crisis con Ecuador por el ataque el campamento allí de las FARC, a cuenta de las bases norteamericanas y, sobre todo, cuando jugó fuerte y sucio en su contra durante la reciente campaña electoral. También ha dejado de lado a los aprestos bélicos y las movilizaciones de tropas que dijo estaba haciendo la semana pasada en previsión de un ataque colombiano que, según los hechos, solo tenía sentido en su bulliciosa cabeza.

De cara a las elecciones legislativas venezolanas, con el país convertido en una olla a presión por la carestía (su inflación es de las más altas del mundo), la recesión económica (que contrasta con el progreso de todos sus vecinos), un endeudamiento externo brutal (100.000 millones de dólares), la imparable violencia social (15.000 homicidios por año), el desabastecimiento, la rampante ineficiencia estatal, una corrupción abrumadora y la caída acelerada de su popularidad, Chávez ha percibido que no le conviene aparecer también a nivel mundial como protector de narcoterroristas. Las denuncias colombianas en ese sentido y la ratificación que implícitamente hizo Estados Unidos le colocaron en una posición muy embarazosa frente a sus pares suramericanos. Su rapidez en responder conciliadoramente a la invitación al dialogo hecha por Santos el mismo sábado de su toma de posesión, contrasta con la posición más reposada de Ecuador, que recibió una invitación semejante para restaurar las relaciones rotas a raíz del ataque aéreo al campamento de las FARC hace ahora dos años. Aunque Chávez manifieste siempre que se le presenta ocasión su menosprecio a Estados Unidos, el preocupa lo que diga Washington, como que le haya expuesto de nuevo internacionalmente por su escaso apoyo a la lucha antiterrorista y contra el tráfico de drogas, por no decir ninguno, y por sus relaciones peligrosas con Irán. Chávez no ha perdido tiempo en Santa Marta en desmarcarse del terrorismo: «Ni apoyo, ni permito ni permitiré la presencia de las guerrillas ni terrorismo ni narcotráfico en territorio venezolano». Poco antes había pedido a las narcoguerrillas colombianas que liberen a todos sus rehenes, dejen la lucha armada y ajusten cuentas con el nuevo gobierno de Santos porque «no hay futuro por la vía de las armas» lo que suponme un importante cambio de actitud respecto a la posición anterior de reconocer como «fuerza beligerante» a las FARC en el conflicto civil colombiano.

Brasil debe respitar tranquilo con la distensión entre Caracas y Bogotá porque en el fragor de su propia campaña electoral para las presidenciales de octubre ha salido a relucir las relaciones sólidas y antiguas del Partido de los Trabajadores de Luiz Inácio Lula da Silva y altos funcionarios de su gobierno con las FARC, un asunto que Uribe manejó con suma discreción, a diferencia de lo que hizo con las pruebas sobre las supuestas implicaciones de Venezuela y Ecuador con las guerrillas, y que Santos sin duda no sacará a relucir. © DEL AUTOR

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