Brasil: ministros corruptos caen como chinches

Francisco R. Figueroa / 8 diciembre 2011

Como chinches están cayendo al muladar de la historia los ministros de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff. Defenestrado el séptimo ― seis lo han sido por corruptelas ―, el octavo está servido, el noveno hierve y el décimo ya está sazonado.

Desde junio pasado Rousseff se ha visto obligada a cambiar un ministro por mes. Es posible que los tres altos funcionarios que ahora están en la picota —uno de ellos amigo personal de la gobernante, exguerrillero como ella y también procesado por la dictadura— puedan aguantar lo que resta de diciembre mientras la presidenta concreta una profunda reforma ministerial que posiblemente anuncie tras el Año Nuevo.

Rousseff tiene que adelgazar un gabinete rollizo, con 37 departamentos, y preñado de ministros (casi la mitad de ellos) procedentes del gobierno de su antecesor y padrino, Luiz Inácio Lula da Silva.

Pero, sobre todo, Rousseff debe espulgar su gobierno de granujas si no quiere terminar siendo confundida con los truhanes. No hay que olvidar que trabajó con todos esos ministros defenestrados tanto como presidenta de la República, desde enero de este año, como también antes como jefa del Gabinete de Lula. Rousseff Aceptó a gente de dudosa catadura en su Gabinete y las altas esferas de la administración. Ahora las denuncias de corrupción salpican a su viejo camarada Fernando Pimentel, ministro de Desarrollo, Industria y Comercio Exterior. Por tanto, entre antes forme nuevo gobierno mejor para ella.

Por añadidura, a la presidenta le conviene soltar las amarras que aún le atan a Lula e iniciar su propio vuelo para los tres años que le restan de gestión, no vaya a extenderse la creencia de que ella protege a los corruptos como hacía su mentor político. No vaya también a terminar de diluirse como política en la figura de su tutor de tanto ser considerada una criatura de él.

En cualquier otra parte del mundo una situación de tantos ministros acribillados por denuncias diarias de corrupción desembocaría en una crisis política de considerables proporciones e, incluso, habría puesto a cualquier gobernante a bailar en la cuerda floja.

Pero en Brasil no existe la buena praxis de que los presidentes se responsabilicen de las faltas de quienes han escogido como ministros. El jefe del Estado se coloca intocable a la diestra de dios, inmune a las contingencias ministeriales.

Además, Rousseff es vista por gran parte de la población como la eficiente señora de la limpieza que está adecentando el Gobierno. Es su ya famosa y muy popular «faxina», es decir su limpieza general, a la que la inmensa mayoría de la población atribuye la copiosa barredura de ministros.

La verdad es que, a diferencia de Lula, Rousseff no ha minimizado las denuncias de corrupción que pueblan la prensa ni ha vilipendiado al mensajero. Por el contrario, ha dejando caer por su propio peso a los ministros bribones mediante demoliciones controladas con peripecia de avezada barrenera. La gente tiende a creer que es menos tolerante que Lula con la corrupción.

Este blog se ha ocupado en diversas ocasiones de la corrupción en Brasil, como en «La orgía perpetua», en septiembre, y «Dilma ensombrecida», de agosto, cuya relectura viene ahora a cuento.

Merece la pena recordar que un presidente de Brasil tiene mucho poder, pero vale poco sin el apoyo del Congreso, que siempre ha estado muy fragmentado. Como sus antecesores, Rousseff compra con cargos públicos el apoyo legislativo pues su Partido de los Trabajadores (PT) apenas controla un 16 % de la Cámara de Diputados y 12 % del Senado.

Se forma así la llamada «base aliada», una coalición parlamentaria muy heterogénea conocida sarcásticamente como «la base alquilada». Además de con su partido, Rousseff divide la tarta con otras16 formaciones políticas. Todos tienen puesto precio a su lealtad, comenzando por el insaciable Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) al que pertenece el vicepresidente de la República.

Además de los 38 ministerios hay para repartir en Brasil nada menos que 25.000 cargos de confianza. Un festín para unos partidos voraces como pirañas que cambian su participación por empleo para sus cuadros directivos y dinero para su financiamiento. El botín es enorme, multimillonario, y la impunidad estaba virtualmente garantizada, hasta ahora.

Esta situación existía como el socialdemócrata Fernando Henrique Cardoso (1995-2003), pero se agravó con Lula (2003-2011). Hasta ahora Rousseff no ha dado muestra de querer cambiarla. Se ha limitado a echar a los ministros pecadores cuando la situación se hizo insostenible y pedir al partido aliado que ostenta la cartera que designe al sustituto.

Los equilibrios internos en el Gobierno son harto delicados por lo que Rousseff debe ir con cuidado para asegurar la gobernabilidad.

Brasil clama desde hace años por una reforma política en profundidad que nadie emprende. Cardoso la recomendó vivamente, pero fue incapaz de abordarla. Le aconsejó hacerla a Lula, que ni lo intentó. A muchos partidos—de nuevo comenzando por el PMDB—, incapaces de alcanzar el poder por sí mismo y acostumbrados a medrar a la sombra del gobierno, cualquiera que este sea, no les interesa esa reforma porque menguaría su poder.

De modo que Brasil debe seguir bastante tiempo con su drama de gobierno y el problema de la corrupción incrustada en el poder. Rousseff no parece tener demasiado margen de maniobra.

La integración latinoamericana tiene otro retoño

Francisco R. Figueroa / 5 diciembre 2011

Los 33 gobernantes latinoamericanos han alumbrado, en un cuartel de Caracas, una nueva unión continental caracterizada por la exclusión de los dos faroles de libertad más brillantes de América, como son Estados Unidos y Canadá, y la inclusión de la turbia dictadura comunista cubana.

Sin rubor, el general Raúl Castro, presente en la cumbre de Caracas, firmó una cláusula, redactada con muchos equilibrios y harta retórica, que proclama la democracia y las libertades fundamentales como sistema político de convivencia en los estados miembros de la nueva entidad de integración, así como el cumplimiento efectivo de los derechos humanos y las libertades de opinión y expresión en cada uno de ellos. Todos los demás mandatarios, en una muestra de fariseísmo, suscribieron también dicho precepto a sabiendas de que Cuba es una dictadura y lo seguirá siendo mientras continúe al arbitrio de los decrépitos hermanos Castro.

Pero se impuso la prudencia y la sensatez de naciones como Chile, Colombia, México o Costa Rica, y también las oscuras conveniencias de Brasil, al no considerar a la naciente Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) como un recambio sin EE.UU. ni Canadá a la Organización de Estados Americanos (OEA). No se le ha dado a la neonata Celac ninguna estructura operativa o arquitectura institucional como pretendía el bloque castro-chavista.

El coronel Hugo Chávez había puesto en vísperas de la cumbre mucho énfasis en que la Celac debe sustituir a la OEA, al proclamar que el «viejo y desgastada» organismo hemisférico está «manipulado» y «dominado» por Washington, punto de vista compartido por Cuba ―que fue expulsado de ese organismo hemisférico en 1962―, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Todas esas naciones también tienen una mala opinión de la Cumbre Iberoamericana, en la que se sienten incómodos al lado de España y Portugal, las antiguas potencias coloniales.

Chávez usó el inminente nacimiento de la Celac para calentar el ambiente: sobredimensionó la nueva entidad; se sirvió de ella como argumento de su acalorada retórica y en su delirio antiimperialista; la usó dentro de la campaña para la reelección en la que ya anda metido con un año de anticipación a las próximas elecciones presidenciales; y hasta para mostrar que está curado del cáncer o tratar de enderezar su alicaída imagen internacional.

Sin embargo, durante la cumbre, con la oposición de la mayoría y las tres naciones más grandes: Brasil, México y Argentina a darle un tiro de gracia a la OEA, solo se pronunció claramente el ecuatoriano Rafael Correa. Arguyó que la OEA «ha sido históricamente capturada por los intereses y visiones norteamericanas». Brasil sacó a un funcionario menor a decir que «la Celac no juega en contra de la OEA». México se desmarcó por medio de su canciller, Patricia Espinoza, diciendo que «la Celac no será una entidad sustitutiva ni excluyente» respecto a la OEA. Por el lado de Colombia, el propio presidente, Juan Manuel Santos, manifestó que la nueva entidad integracionista no está en contra de nadie. «Esto no es contra la OEA, no es contra la Cumbre Iberoamericana. No», dijo para que a nadie le queden dudas. Incluso las presidentas de Brasil, Dilma Rousseff, y Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, se habían marchado de Caracas antes de la jornada de clausura del sábado en la que fue lanzada la Celac. Y Chile dijo que la Celac será apenas un foro, no una organización, sin siquiera un secretario general. Cachetada tras cachetada en la mejilla del impulsivo caudillo venezolano.

Los «gritos de orden» a favor de la unidad latinoamericanos no consiguieron ocultar las evidentes contradicciones internas. Ni México, Chile, Colombia o Costa Rica, por ejemplo, quieren quedar enfrentados a Estados Unidos y mucho menos dejar de hablar con Washington. Tampoco Brasil o Argentina. Por otro lado, saben que Estados Unidos no es ahora la potencia imperial de antaño, aparte los enormes intereses económicos en juego. 

En Caracas se vio claramente la división latinoamericana en tres grupos diferenciados. En el extremo izquierdo los capitaneados por Chávez con Cuba, Ecuador, Nicaragua, Bolivia y la propia Venezuela, con los que coquetea la argentina Cristina Kirchner. En el extremo derecho, los conservadores con México, Colombia, Honduras, Panamá y la Guatemala con su nuevo gobierno conservador. Hay luego naciones neutras como El Salvador, Uruguay, Paraguay o Perú y varios diminutos estados caribeños que ponen buena cara a Chávez a cambio de petróleo barato. Y por último el todopoderoso Brasil jugando a lo suyo según sus propios intereses hegemónicos, ejerciendo con tiento de potencia, a veces arrojando la piedra y escociendo la mano, a veces azuzando a los progresistas, al perro ladrador Chávez, o haciendo de catalizador de toma de posiciones e iniciativa, como la propia Celac que es una criatura engendrada en Brasil en 2008 y alumbrada en Caracas el pasado fin de semana con cinco meses de retraso por el cáncer que le fue detectado al caudillo venezolano. Se pueden contar con los dedos de una mano las naciones dispuestas a seguir a Chávez en su aventura antiimperialista.

La cumbre del nacimiento de la Celac se celebró en Fuerte Tiuna, la principal instalación militar de Venezuela, lo que la oposición a Chávez atribuyó a que ese cuartel ese es el único lugar donde estaba garantiza la seguridad de los mandatarios en una ciudad terrorífica con uno de los mayores índices de inseguridad en el mundo que se traducen en unos 60 homicidios cada fin de semana. Hasta el porte de armas estuvo prohibido con ocasión de la cumbre. 

Una «cacelorada» de protesta contra Chávez fue ahogada con una traca de fuegos artificiales mientras hablaba Castro y unos cartelones dando a los gobernantes la bienvenida a «la ciudad del crimen» fueron retirados con asombrosa celeridad. Otros carteles demandaban que Cuba, Nicaragua y Bolivia devuelvan los dineros de las millonarias ayudas que les presta Chávez cifrada en 80.000 millones de dólares en sus doce años como presidente.

Habrá que esperar a ver si esta nueva entidad tiene vuelo propio o se convierte en un ingrediente más diluido en esa densa sopa de letras de la integración latinoamericano: Aladi, Alca, Alba, Mercosur, Unasur, Can, Aec, Caricom, Sica...

Nicaragua: Somoza reencarnado

Francisco R. Figueroa / 8 noviembre 2011
 
Los integrantes del comando que en septiembre 1980 liquidó a Anastasio Somoza en una calle de Asunción no podían imaginar que años después su víctima, último miembro del clan que mantuvo subyugada a Nicaragua durante 43 años, se reencarnaría en uno de sus más acérrimos enemigos y entre los posibles urdidores de aquel atentado.
 
Cada vez son más los que ven como un remedo de Somoza y como un «dictador sin principios» al viejo comandante sandinista Daniel Ortega, de 65 años, quien el domingo pasado fue reelegido presidente de Nicaragua por un pueblo dominado por la pobreza y la superstición al que se ganó repartiendo títulos de propiedad, víveres y hasta cerdas preñadas, una generosidad costeada con los abultados donaciones del caudillo venezolano, Hugo Chávez, y el tesoro público nacional nicaragüense, que usa a discreción.
 
Las elecciones presidenciales en Nicaragua han dado a Ortega dos tercios de todos los votos y el doble de diputados que sus opositores. Esos comicios han representado, además, un plebiscito encubierto sobre Daniel Ortega y su poderosa esposa, Rosario Murillo, y el referendo de todas las artimañas legales de los jueces felones que prevaricaron para driblar el doble impedimento constitucional que incapacitaba al gobernante para aspirar a la reelección. Su candidatura ha sido tachada por sus adversarios de «ilegítima, ilegal e inconstitucional», sin resultados por la subordinación total de las instituciones nicaragüenses al matrimonio presidencial.

El proceso electoral nicaragüense estuvo plegado de denuncias de irregularidades y, según Transparencia Internacional, no ha sido «ni justo ni honesto ni creíble». Por el contrario, presenta «indicios de fraude», según cita de la BBC. Los resultados, agrega, fueron manipulados para permitirle a Ortega gobernar sin oposición y poder reformar la Constitución a su antojo para eternizarse el poder.
 
Dentro del esquema de corrupción y clientelismo montado por Ortega, el Consejo Supremo Electoral está evidentemente en sus manos. La Organización de Estados Americanos (OEA) y la Unión Europea (UE) aseguran que sus observadoras tuvieron problemas para hacer su labor durante la jornada electoral y que detectaron «trabas y mañas». Otros organismos denunciaron que en la cuarta parte de los colegios electorales no hubo fiscales de la oposición.

La frágil democracia nicaragüense ha quedado herida de muerte en el país más pobre de América junto con Haití. Los resultados de las elecciones no han sido aceptados por el principal candidato de oposición, Fabio Gadea, porque, según alega, ese cómputo no refleja la voluntad del pueblo sino la de Ortega.

Enterrados en el tiempo quedaron los ideales que animaron la revolución sandinista y la guerra civil que acabó en 1979 con la dictadura somocista. El antiguo guerrillero continúa exhibiendo la bandera de la revolución. Pero están totalmente desteñidas y hechas jirones. Su discurso es confuso, con una fuerte tono religioso. Ataca retóricamente a Estados Unidos y el imperialismo, y deja hacer a los empresarios con la condición de que no se metan en política. De los viejos tiempos a su lado apenas quedan oportunistas. Sus antiguos aliados hace tiempo que le abandonaron. Hoy su principal soporte es Rosario Murillo, su ambiciosa esposa y maquinista del aparato mediático.

Como señala el escritor Sergio Ramírez, quien fue vicepresidente de Nicaragua en tándem con Ortega de 1984 a 1990, el reelegido jefe del Estado no cree en la democracia representativa y ve las elecciones como un mal necesario. Tiene un proyecto de poder a largo plazo, para lo que trata de poseer cada vez mayor poder económico, un control más efectivo sobre las fuerzas de seguridad y más medios de comunicación. Lo que viene en Nicaragua es menos tolerancia con la oposición y menos democracia.
 
franciscorfigueroa@gmail.com



Chile: la mala educación

Francisco R. Figueroa / 15 octubre 2011

Un año después del prodigioso rescate de aquellos mineros chilenos, quien está en el fondo del pozo es el presidente Sebastián Piñera.

El gobernante chileno ha sido apeado con celeridad de la cresta de la ola sobre la que surfeó tras el salvamento de los 33 mineros que estuvieron enterrados dos meses a 700 metros de profundidad cerca de Copiapó.

Con los centros de enseñanza media y universitaria alzados desde hace cinco meses, en los más graves episodios de violencia desde la lucha de 1988 y 1989 contra dictadura pinochetista, se suceden en Chile huelgas, manifestaciones, enfrentamientos, disturbios, represión y detenciones.

Una legión de estudiantes indignados, hastiados del negocio de la educación, capitaneada por una carismática universitaria con cara de ángel afeada apenas por una anilla en la nariz, mantiene en jaque a este magnate transformado en gobernante.

Piñera, con 61 años de edad y 19 meses en el poder, tiene la desaprobación de dos de cada tres compatriotas.

La indignación seguirá mientras la educación en Chile sea esencialmente un negocio, como es la Coca-Cola, tal como fue alumbrada por el terrible régimen militar del general Augusto Pinochet, que en 1981 suprimió la enseñanza universitaria gratuita.

Una nueva generación de jóvenes que no conocieron la dictadura, pero paga las consecuencias, ha puesto patas arriba un sistema educativo muy clasista que no se atrevió a modificar la Concertación durante sus 20 años en el poder.

Tampoco los cuatro gobiernos sucesivos de dicha coalición hicieron políticas sociales y de igualdad de oportunidades, quizás a la espera de que el derrame de la riqueza de un país en acelerada expansión económica solventara las injusticias.
La Concertación logró sacar del poder a Pinochet al ganarle el plebiscito de 1988 y las presidenciales de 1989, pero vivió amedrentada por el fantasma del dictador, maniatada por él, sintiendo en el cuello la frialdad del filo de acero del espadón del general.

Durante estos dos decenios en democracia la renta per cápita chilena aumentó de 2.500 a 16.000 dólares, con la expectativa de tocar los 20.000 dólares antes de 2020. Una remontada sin duda extraordinaria, con pocos parangones en el mundo.

Pero el modelo económico heredado de la dictadura produjo una mayor concentración de la riqueza y un agrandamiento de la brecha entre los más ricos y los más pobres, según los expertos. Una de las diferencias más brutales en el mundo. según se desprende de las cifras de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE).

Sigue así en pie el sistema de poder económico que dejó atado y bien atado la dictadura, por el miedo de los presidentes Patricio Aylwin, Eduardo Frei (ambos de la vieja democracia cristiana consentidora del advenimiento de la dictadura en 1973), Ricardo Lagos y Michelle Bachelet (estos dos últimos socialistas también con temor ser comparados con Salvador Allende).

Choca sin duda que hasta hoy no se hayan pedido en Chile unas reformas profundas que debieran haber sido emprendidas el primer día del gobierno de la Concertación. Eso fue el 11 de marzo de 1990. De modo que el vaso se ha desbordado con tanta espera.

El negocio bancario de la educación es tremendo en Chile. «Es un mercadeo injusto, insostenible y perverso, una estafa», aducen los estudiantes. Las universidades privadas chilenas son el doble de caras que las estadounidenses, cinco veces más que las españolas o veinte veces más que las danesas.

El nivel educativo puede resultar razonable para padrones latinoamericanos, pero está muy por debajo del promedio de la OCDE, el selecto club de las 34 economías más ricas del mundo en el que Chile fue admitido en 2010.

Chile destina a educación apenas el 4,6 % de su PIB (menos de la mitad a la enseñanza superior), una cifra por debajo de la media del 6 % en los países de la OCDE o la mitad que Suiza.

Para que sus hijos estudien el 70 % de las familias chilenas debe recurrir al endeudamiento. Quedan así hipotecados diez años en promedio, según la Unesco. Los nuevos profesionales graduados en las universidades tienen que destinar a la amortización de la deuda el total del salario, con lo que ingresan a la vida laboral sin un proyecto de vida, atados de pies y manos. Para mayor irritación, seis de cada diez egresados de las universidades no encuentran trabajos relacionados con sus estudios.

Los estudiantes demandan educación gratuita, impuestos a los ricos para financiarla y mayor inversión pública en la enseñanza. Se ha llegado a un momento en que esos jóvenes no soportan más que la sociedad chilena sea ignorada por sus gobernantes.

Piñera seguirá en la picota mientras continúe respaldando ese modelo educativo que viene de la dictadura militar. «Nada es gratis en esta vida. Alguien tiene que pagar», arguye.

Ya son cinco meses (desde abril) en las calles, pero los estudiantes no parecen cansados. Hubo diálogo con el Gobierno, pero se rompió. Piñera y su segundo ministro de Educación, Felipe Bulnes, ofrecían migajas, aunque las presentaron como el mayor aumento del presupuesto nacional en educación de la historia chilena.

A Piñera y su gobierno se les nota agotados. Su intento de desacreditar al movimiento estudiantil por radical e instrumentalizado por las izquierdas no ha dado frutos. Al contrario, los estudiantes cuentan con el apoyo del 89 % de los chilenos.

Ahora el Gobierno parece apostar por apretar las tuercas al movimiento mediante la represión, por la descalificación de sus dirigentes o estar a la espera de que el temor de muchos a perder el curso desinfle la protesta o que en las venideras elecciones estudiantiles la actual dirigencia sea derrotada.

El sostén de Gisele

Francisco R. Figueroa / 2 octubre 2011

Dilma Rousseff, la presidenta de Brasil, y sus mujeres quieren poner un burka a Gisele Bündchen, una de las top model mejor pagadas del mundo.

Todo a causa de un anuncio, en exhibición desde el pasado 20 de septiembre, para vender ropa íntima a mujeres. Muestra al hombre como objeto de seducción y manipulación, y a la mujer como objeto sexual, según aduce la Secretaría de Políticas para la Mujer, un organismo que depende directamente de Dilma Rousseff.

¿Cómo dar malas noticias al marido, tipo «mi madre viene a vivir con nosotros» o «te destrocé de nuevo el coche» o «me pulí la tarjeta de crédito»? ¿Usando un vestido correcto, recatado? Error. ¡De sensualísima ropa íntima, desde unos tacones de vértigo, empleando su encanto brasilero, como una gata provocadora! Esta es la sinopsis del anuncio que protagoniza Gisele Bündchen para Hope, una marca de lencería desde 1966, con más de 60 tiendas en Brasil.

Iriny Lopes es el brazo ejecutor de Dilma Rousseff para políticas sobre la mujer, una especie de ministra de igualdad. Considera al spot peyorativo para la mujer y por ello ha pedido formalmente a las autoridades reguladoras de la publicidad la suspensión del mismo por considerar que refuerza el estereotipo de las mujeres como objetos sexuales de sus maridos. El regulador tiene 45 días para pronunciarse. Mientras, sigue la campaña publicitaria y se agranda la polémica.

El anuncio «refuerza el estereotipo equivocado de la mujer como objeto sexual de su marido e ignora los grandes avances que hemos alcanzado para desmontar prácticas y pensamientos sexistas», dijo exactamente Lopes en un comunicado.

La ministra afirma que hay «mucha gente indignada», pero recusa decir cuántas quejas ha recibido. Según algunos medios han sido entre seis y quince, en un país de casi 200 millones de habitantes, más de la mitad mujeres.

Hope, el fabricante de la lencería, replicó aduciendo que su propaganda tiene el «objetivo claro y bien definido de mostrar, con buen humor, que la sensualidad natural de la mujer brasilera, reconocida mundialmente, puede ser un arma eficaz en el momento de dar una mala noticia».

«Difícilmente un fabricante lanzaría una campaña publicitaria para ofender a su principal cliente: la mujer», remachó un sindicato de agencias de propaganda.

La posición del Gobierno está clramene determinada por la condición de mujer de la presidenta de Brasil, como ha admitido implícitamente la secretaria nacional contra la violencia de género, Aparecida Gonçalves.

La cuestión no es que la afamada top model Gisele Bündchen aparezca con lencería, sino difundir la imagen errónea de una mujer brasilera sumisa, cuando es consumidora, moderna y hasta presidenta, dice. «En una cena romántica, a la luz de las velas, la seducción y la lencería estarían justificados», afirma ella. Pero no en la «tele».

La influyente periodista Ruth de Aquino, en su columna del semanario «Época», uno de los de mayor difusión, ha defendido la necesidad del juego, la seducción y la sorpresa entre los enamorados. Recuerda con gracia que cuanto estudiaba una maestría en Londres, hace 16 años, ella, que se define mujer «seria y medio feminista», mandaba semanalmente fotos en ropa íntima para dar placer a su novio, que esperaba ansioso esa correspondencia en Río de Janeiro. La pareja aún sigue junta.

El asunto ha trascendido fronteras, seguramente por Gisele Bündchen, ya que en Brasil la publicidad recurre habitualmente a la sensualidad femenina como reclamo en anuncios de todo tipo sin que nadie se rasgue las vestiduras.

En 2010 fue vetado un anuncio protagonizado por la célebre Paris Hilton para la cerveza «Devassa bem loura», un juego de palabras que puede ser traducido como una «libertina muy rubia». También tuvo problema otro spot del sistema de televisión por suscripción Sky en el que una Gisele Bündchen sensualísima como es ella friega el suelo arrodillada mientras su marido ve televisión y le pide cerveza.

«Gisele se convierte en víctima de la dictadura del pensamiento único», se lee en el blog «Ajuste de cuentas». Otros han dicho que prohibir a Gisele Bündchen de bragas y sujetador entra en contradicción con la lucha por la democracia y habla de la «legión de mujeres envidiosas en el Gobierno», también por no poder usar ese tipo de lencería.

Se refieren a las nueve ministras nombradas por Dilma Rousseff y a la propia mandataria. También a la legión de féminas en altos cargos. Ahora las ministras suponen un cuarto del Gobierno brasilero. Pero la meta es copar a corto plazo al menos la tercera parte del Gabinete, lo que posiblemente se alcance en un ajuste ministerial en 2012. Un paso de gigante si duda en un país donde desde que acabó la dictadura, en 1985, hasta el fin del gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, en enero pasado, solo siete mujeres formaron parte del Ejecutivo.

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Córpore insepulto

Francisco R. Figueroa / 24 septiembre 2011

Casi al año de su muerte en Miami y tras una larga disputa de sus viudas por los despojos, Carlos Andrés Pérez debe bajar a la sepultura en Caracas a primeros de octubre.

El sepelio será el epílogo de la novela de la vida de un hombre intrépido, casi temerario, un demócrata sobresaliente embadurnado por una leyenda de corrupto, que incluso después de muerto ha dado guerra.

Un político de raza que fue dos veces presidente de Venezuela (1974-79 y 1989-93). En la primera fue el rey de la llamada «Venezuela Saudita». En la segunda, fue de desastre en desastre hasta la caída final.

Entre sus múltiples proezas se cuenta haber tratado de democratizar a Fidel Castro, ayudado a derribar a Anastasio Somoza, contribuido a la transición española, perseguido a la guerrilla castrista en Venezuela, nacionalizado el petróleo, pagado con cárcel su apoyo a la democracia en Centroamérica y resistido un motín popular y dos intentonas golpistas, todos ellos ahogados en sangre y fuego. Solo pudo ser doblegado por un golpe de terciopelo en el que se aliaron contra él los otros dos poderes del Estado.

Pérez, también conocido como «Cap» y «el Gocho», falleció a los 88 años el Día de Navidad de 2010 tras sufrir una crisis cardiaca irreversible en su apartamento frente al Océano Atlántico en el exclusivo Bal Harbour del noreste de Miami. No pudo ver cumplido el sueño de volver a Venezuela al cabo de diez años de exilio, que pasó entre Santo Domingo, Nueva York y Miami. Ni tampoco ver los brotes verdes de la libertad en una Venezuela sometida durante todo ese tiempo al arbitrio del coronel Hugo Chávez.

Como él en vida, su cadáver también es una celebridad. Fue disputado arduamente en los tribunales de Florida por sus dos viudas: la esposa (desde 1948) y prima hermana, Blanca Rodríguez, con la que tuvo seis hijos, y la que fuera su amante más duradera, por casi 40 años, la antigua secretaria Cecilia Matos, con le que engendró una hija y adoptó otra.

Embalsamado e insepulto en un congelador de una funeraria de Miami hasta junio y desde entonces depositado por orden de un juez en una cripta sellada del Flagler Memorial Park Cemetery, el cadáver de Pérez debe ser llevado a Venezuela en los primeros días de octubre próximo para ser enterrado en el Cementerio del Este de Caracas, después de que sus dos familias se pusieran de acuerdo.

Cecilia Matos esgrimía la supuesta voluntad de Pérez de que sus huesos solo volverían a Caracas cuando hubiera caído su enemigo Chávez. Blanca Rodríguez agitaba su condición de esposa legal y, en consecuencia, la única que con sus hijas podía decidir, a falta de disposiciones testamentarias específicas de su difunto marido.

¿Qué ha hecho cambiar a Cecilia Matos tras el arreglo extrajudicial alcanzado con «la legítima»? Ninguna de las partes ha revelado detalles. Ni posiblemente lo haga.

No parece probable que haya habido dinero por medio. A Cecilia Matos, la modesta secretaria que durante un tiempo fue la mujer más poderosa de Venezuela, se le atribuye una razonable fortuna amasada, sobre todo, durante la primera presidencia de su amante y depositada en bancos extranjeros.

No hay que descartar que a cambio del cadáver la familia de Venezuela haya podido renunciar ante la de Miami a emprender futuras acciones legales sobre los activos que Pérez y Matos pudieran tener en Estados Unidos o algún otro país.

Durante un tiempo se hicieron muchas conjeturas en Venezuela sobre una serie de cuentas conjuntas que Pérez y Matos supuestamente mantenía en bancos del extranjero donde habrían depositado dineros mal habidos. Específicamente se habló del Republic National Bank de Nueva York y del Citibank, con transferencias que habrían pasado por Gran Caimán, Suiza, Filipinas, Hong Kong y Panamá. Pero nada pudo ser probado. A Carlos Andrés Pérez nunca le encontraron bienes ni fortuna.

A pesar de haber sido investigado en vida hasta la saciedad, en un largo juicio por la Corte Suprema de Venezuela solo pudieron probarle el empleo de unos fondos reservados, de uso discrecional del presidente para asuntos de seguridad interna, a costear una operación de seguridad en torno a Violeta Chamarro cuando en 1989 ganó contra pronóstico las elecciones presidenciales al comandante Daniel Ortega, tras diez años de dictadura sandinista. Ella era una presa extremadamente vulnerable. Pérez siempre se mostró orgulloso de haber sido condenado por su ayuda a la consolidación de la democracia en Nicaragua. Curiosamente «Cap» protegía a Violeta Chamorro de los mismos sandinistas que él había ayudado en la guerra civil de Nicaragua a acabar con la degenerada dictadura de los Somoza.

«Hubiera preferido otra muerte», dijo «Cap» tras ser destituido en una malhadada confabulación de la Corte Suprema, el Senado y un grupo de notables, que aprovecharon, en mayo de 1993, para darle el golpe a gracia cuando estaba malherido. Seguro que también hubiera preferido tener un entierro rápido y no permanecer más de nueve meses de córpore insepulto.

Con Venezuela metida en campaña para las presidenciales de 2011, el entierro de «Cap» en Caracas puede tener su punto político antichavista. No en vano se estará enterrando a una de las figuras históricas más señeras del partido socialdemócrata Acción Democrática (AD), hoy venido a menos, del que provienen algunos «presidenciables» como Antonio Ledezma o en cuya juventudes se foguearon algunos cachorros del chavismo como el vicepresidente Elías Jaua.

Para el coronel Hugo Chávez, que lleva más dos meses espantando a la parca con curas, chamanes y babalawos, el entierro de Carlos Andrés Pérez en Venezuela tenía harto significado político porque representaba dar sepultura definitivamente al viejo, denostado y corrupto viejo orden político contra el que él ha construido esa entelequia que llama –cada vez con menos entusiasmo– «socialismo del siglo XXI». Pero habiéndole visto la cara a la muerte y supersticioso como él es, quizás Chávez prefiera no meterse otra vez en artes de hechiceros.

Corrupción en Brasil: la orgía perpetua

Francisco R. Figueroa / 19 septiembre 2011

Cada 51 días en promedio cae un ministro de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, sobre todo por corrupción.

Desde que asumió Rousseff, hace nueve meses, ya van cinco ceses de ministros, cuatro por corruptelas y el quinto por bocón. El último ha sido el titular de Turismo, un venerable octogenario que se pagaba el servicio doméstico con dinero del parlamento.

Según las denuncias hechas por Folha de São Paulo, probablemente uno de los dos mejores diarios brasileros, la esposa del ministro usaba de chofer particular a un funcionario del Congreso y durante siete años el salario de su ama de llaves salió del mismo parlamento. Cuando entró al gobierno colocó a esa sirvienta de recepcionista en su propio ministerio. Se supo también que pagó una francachela en un motel con dinero público, pero tras ser descubierto adujo que había sido un error de su contable.

Pero el ya exministro Pedro Novais, de 81 años, es un presunto ratero en una nación donde se roba a manos llenas de las arcas del gobierno, en una orgía perpetua y desenfrenada, un festín interminable que, según cálculos de fuentes confiables, cuesta de uno a cien millones de dólares diarios.

Un estudio de un economista de la solvente Fundación Getulio Vargas (FGV) concluyó que entre los años 2002 y 2008, tiempo en los que brillaba el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, de las arcas del gobierno federal fueron desfalcados 40.000 millones de reales, que equivalen al cambio actual a 23.500 millones de dólares o 17.000 millones de euros, una suma equivalente a toda la economía de Bolivia.

Sin embargo, otra investigación patrocinada por la principal patronal brasilera, la Federación de las Industrias del Estado de São Paulo (Fiesp), descubrió que el coste de la corrupción en todo el país ―y no solo en la administración central federal, a la que se redujo el estudio de la Fundación Getulio Vargas― oscila por año entre una Bolivia (cuyo PIB nominal es de 19.000 millones de dólares) o un Uruguay (con 41.000 millones de dólares).

De ese descomunal latrocinio apenas afloran algunas briznas. Por ejemplo, en una operación de hace poco más de un mes de la Policía Federal por corrupción en el mismo ministerio de Turismo, la suma malversada ascendía a tres millones de reales (1.750.000 dólares), una menudencia comparada con las cifras que halló la Fundación Getulio Vargas en el nivel del gobierno federal o la Fiesp en el ámbito nacional.

Es la «patria amada, idolatrada», que canta el himno nacional, sustraída; es el «impávido coloso», que proclama el mismo canto, violado por los representantes de la nación.

Y todo ello en total impunidad. Según un estudio de la Asociación de Magistrado de Brasil, que abarca 18 años, el Supremo Tribunal Federal (última instancia y foro privilegiado para los jerarcas de primer rango) no condenó por corrupción a ningún alto funcionario en esos casi dos decenios. Por su lado, el Tribunal Superior de Justicia (máxima instancia para asuntos infraconstitucionales y foro para representantes regionales y locales) solamente punió a cinco autoridades en el mismo larguisimo período de tiempo.

Con toda esa impunidad sorprende que estén cayendo tantos ministros. Sin duda, las denuncias que publica la prensa son producto de filtraciones interesadas. Y solo hay un motivo: la vendetta entre familias políticas, el ajuste de cuentas en un sistema político mafioso.

Desde luego, la caída de los ministros no es una consecuencia de que la flamante presidenta esté limpiando la casa, aunque deje que se propague que así es. Sencillamente recoge la basura cuando no queda más remedio, en lugar de meterla bajo la alfombra y sentarse encima a dar picotazos cuan avestruz terca, como hacía su antecesor y mentor, Luiz Inácio Lula da Silva.

Rousseff está escarmentada porque la corrupción le tocó de cerca. Por ejemplo, la que era su brazo derecho y le sustituyó en el gobierno cuando ella fue proclamada candidata presidencial, tuvo que renunciar en las postrimerías del gobierno de Lula tras ser pillada en prácticas de nepotismo.

El oficialista Partido de los Trabajadores (PT), fundado por Lula, era un reservorio de ética hasta que alcanzó el poder en enero de 2003. Enseguida degeneró adaptándose a la tradición de lo que en Brasil se conoce como «fisiologismo», lo que define el uso de la función pública para sacar ventajas y satisfacer intereses personales o partidarios en perjuicio del bien común.

El PT por sí mismo no gana unas elecciones nacionales. Quedó demostrado en los años ochentas y noventas del siglo pasado. Para ganar en 2002, 2006 y 2010 tuvo que hacer alianzas non sanctas. Hoy es el mayor partido, pero eso significa apenas el 17 % del parlamento.

Rousseff, como Lula, llegó a la presidencia gracias a la alianza electoral con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), campeón nacional del clientelismo. Esta probado que PMDB –al que tantísimo el PT criticaba hasta el ensañamiento– no hace alianzas por la gobernabilidad de la patria. Lo suyo es el conchabamientos, el contubernio en busca de beneficios para sus dirigentes.

Con el veterano campeón de las luchas por la democracia Ulysses Guimarães murió en 1992 también la decencia pereció en el PMDB. Hoy el partido está en manos de dirigentes como el expresidente, escritor y actual presidente del Senado José Sarney, de 82 años, que ha disfrutado del poder tanto en dictadura como en democracia desde hace más de 60 años, o el vicepresidente de la República, Michel Temer, de 72 años, un masón descendiente de libaneses que lleva tres décadas con las botas puestas.

Entre el PT y el PMDB suman un tercio de la cámara de diputados. De modo que ambos –en este gobierno lo mismo que el anterior–, dependen a su vez de una pléyade de pequeños y voraces partidos mercenarios. A Rousseff la llevan en andas su partido, el PMDB y otras 15 formaciones. Los porteadores sacan tajada con ministerios, altos cargos, organismos y empresas públicas que se reparten el poder. Es la patria subastada, las tenebrosas transacciones y los barones hambrientos de los que hablaba Chico Buarque en una de sus numerosas canciones.. Nadie duda en Brasil de que los acuerdos políticos entre partidos y dentro del parlamento bicameral están manchados por la corrupción.

La tajada del león se la lleva el PMDB, que se proclama «el partido de Brasil». Desde luego es bastante amo de Brasil. Nunca disputa la presidencia y siempre está en el gobierno. Tiene la vicepresidencia y cinco ministerios. Novais era uno de sus ministros. Cuando cayó –como en cese de anteriores ministros del PMDB– fueron los líderes del partido quienes escogieron al sucesor para un cargo que consideran virtualmente coto privado mientras dure el pacto de gobierno. Así, Dilma Rousseff se limitó a rubricar el nombramiento.

Rousseff es una suerte de rehén del PMDB, sin que pueda hacer mucho para evitarlo. Lula manejó el asunto con mano izquierda y se partió la cara en defensa de sus socios cuando eran acusados de corruptelas. Pero Rousseff es de otra madera. Forcejea con el PMDB porque quiere pasar la historia como la presidenta que adecentó la cosa pública brasileña. El riesgo es su propia estabilidad. Temer, sin duda de acuerdo con Sarney, ya la ha amenazado con romper la baraja. La cacareada «limpieza ética» de Dilma Rousseff entra en colisión con la gobernabilidad. 

Por lo demás, en Brasilia han sido robadas hasta las escobas plantadas frente al Congreso en demanda de una limpieza a fondo a la cosa pública.

Guatemala: Puntos suspensivos

Francisco R. Figueroa / 15 septiembre 2011

Guatemala, un país que se desangra en el olvido, se ha decantado en las elecciones presidenciales del último domingo por un controvertido militar derechista formado en Estados Unidos, que quiere meter de lleno al Ejército en la lucha contra el crimen, y un abogado conservador partidario de restablecer la pena de muerte.

Dos tercios del electorado de una nación extenuada por más de medio siglo de violencia y a merced del crimen, optó por los dos candidatos aparentemente más duros para disputar, el 6 de noviembre próximo, la segunda vuelta electoral que definirá entre ambos al sucesor en la presidencia del socialdemócrata Álvaro Colom.

Fueron desechados otros ocho aspirantes presidenciales, entre ellos la Premio Nobel de la Paz Rigoberta Menchú, que fracasó por segunda vez consecutiva con apenas el 3 % de los votos.

Tras décadas de violencia política, por lo menos desde 1954, a raíz de la invasión estadounidense, y especialmente en los años ochenta del siglo pasado, que produjo un cuarto de millón de muertos, 50.000 desaparecidos y millón y medio de desplazados, Guatemala está ahora en las garras del hampa.

Los ejércitos irregulares, los pandilleros, los narcotraficantes, los parapoliciales de la seguridad privada, los policías y funcionarios corruptos han transformado a Guatemala en una sucursal del infierno con índices asombrosos de criminalidad.

En Guatemala, un país pequeño del tamaño de Islandia o Portugal, hay 52 homicidios por cada cien mil habitantes, el 85 % por armas de fuego, de las que hay centenas de miles sin control. Ocurren proporcionalmente cuatro veces más asesinados que en México y diez que en Estados Unidos. En el último decenio la tasa de homicidios se duplicó con creces. Hoy día las estadísticas muestran un río de sangre con de 15 a 18 asesinatos por día, es decir, más de seis mil por año. Y las cifras tienden a crecer incesantemente.

Si no fuera por un asesinato ocasional de algún personaje, el mundo repararía poco en ese tremendo estado de cosas. La última vez que Guatemala ocupó titulares fue en julio con motivo del asesinato del cantautor argentino Facundo Cabral por unos pistoleros que pretendía ajustar cuentas con el hombre que le llevaba en su coche al aeropuerto. Se trata de un antiguo afinador de pianos nicaragüense con negocios en toda Centroamérica y Miami y posibles relaciones con el narcotráfico.

El grado de descomposición de Guatemala es tremendo. Baste recordar que en una misma cárcel han llegado a coincidir un antiguo presidente de la República y quien fuera su jefe de seguridad; un exministro de Defensa y otro de Finanzas; dos exdirectores de la policía nacional y un exjefe de la agencia tributaria, y un sacerdote supuesto encubridor del asesinato a golpes del obispo católico Juan José Gerardi, entre otros personajes.

Ítem más: durante los cuatro años de gestión del presidente saliente, cinco ministros se han turnado en la cartera de Gobernación (Interior). Dos de ellos enfrentan cargos por corrupción y lavado de dinero. Al menos el 10 % de los policías está implicado en crímenes de sangre.

El caso del asesinato del obispo Juan Gerardi continúa abierto al cabo de 13 años. La impunidad es casi total. El 98 % de los crímenes queda sin castigo en un país que está considerado un paraíso para los delincuentes, que ya controlan enteramente al menos siete de sus 22 departamentos, sobre todo el selvático y poco poblado norte fronterizo con México.

Tanta impunidad y el miedo a las represalias desembocan en que no se presenten muchas denuncias, con lo que una significativa parte del crimen escapa a las estadísticas.

Por ejemplo, familiares de un ministro fueron asaltados por policías, entre ellos una chica a la que los agentes violaron. Creyéndose inmunes por su parentesco, denunciaron los hechos. Los uniformados los buscaron y mataron a todos. Tampoco estos crímenes han tenido castigo. En Guatemala no funciona la policía ni el ministerio fiscal ni la judicatura, que es extremadamente vulnerable al hampa.

El 70 % de los guatemaltecos teme que le pase lo peor, nueve de cada diez dice que la situación es muy violenta y empeorará. La mitad de sus casi 15 millones de habitantes se consume en la pobreza. Hay dos millones de desnutridos y un 30 % de analfabetos adultos, medidos con parámetros laxos.

Con todo eso y algo más tendrán que lidiar quien llegue a la presidencia: el general retirado Otto Pérez Molina, de 61 años, del Partido Patriota (PP), que obtuvo en la primera vuelta el 36 % de los votos, o el abogado Manuel Baldizón, de 41 años, del partido Libertad Democrática Renovada (Líder), con el 24 %.

El primero usa el puño como símbolo, la «mano dura» como lema. Quiere contratar 12.500 efectivos policiales y militares y meter de lleno a las Fuerzas Armadas en la lucha contra la delincuencia. El segundo, que se define como «humanista», pretende restablecer la pena de muerte para castigar los siete delitos más graves y crear una guardia nacional. Para sustituir a una policía nacional podrida e infiltrada por la delincuencia.

Guatemala afronta unas condiciones de violencia, injusticia y desigualdades sociales como en pocas otras partes de América Latina. Con Álvaro Colom, el presidente saliente, empeoró el estado de cosas pese a sus buenos propósitos. Hoy día no existen razones objetivas para pensar que mejoraran con su sucesor. Las propuestas de Pérez Molina, el favorito para ganar, y Baldizón , así como sus promesas de campaña terminan chocando con la realidad, que es dura y tozuda. Depurar los cuerpos de seguridad, crear una administración honesta, formar una nueva judicatura profesional y proba no es tarea menor. De otro lado, hay que esperar para ver qué penetración ha tenido en las candidaturas el narcotráfico con su extraordinario poder corruptor.

El festín de Cristina

Francisco R. Figueroa / 15 agosto 2011

La presidente argentina, Cristina Fernández, se ha disparado hacia un segundo mandato después de haber arrasado en las elecciones primarias celebradas el domingo pasado.

Salvo que la oposición argentina ―dispersa, fragmentada y desconcertada por esta derrotada― se avenga a ir con un candidato único a las presidenciales del 23 de octubre, estos dos meses que faltan para dichos comicios serán un paseo triunfal a la reelección para la viuda y heredera política de Néstor Kirchner.

Ella no sería candidata este año otra vez, pues era de nuevo el turno de Néstor. Pero él se murió de un paro cardiaco en octubre de 2010.

La del domingo fue una victoria total, por encima de las expectativas, con el 51 % de los votos. Cristina Fernández sacó 38 puntos de diferencia a sus más directos rivales: Ricardo Alfonsín (radical, hijo de presidente y aliado a peronistas disidentes) y Eduardo Duhalde (antecesor y artífice de su esposo, también peronista y encarnizado enemigo de ella), que quedaron empatados con el 12 %. Pisando los talones a ambos acabaron Hermes Binner (socialista) y Alberto Rodríguez Saá (hermano de un mandatario que lo fue durante solo siete días e igualmente peronista).

Entre esos cuatro competidores, más Teresa Carrió, que quedó triturada con el 3%, suman el 45 % de los votos, un volumen que daría ciertas posibilidades a la oposición si fuera capaz de concretar en tan escaso tiempo la hazaña improbable de lanzar un candidato único capaz de plantar cara a la presidenta, que para ser reelegida en octubre sin necesidad de una segunda vuelta debe ganar con al menos el 40 % de los votos y un 10 % de diferencia.

Pero, según algunos analistas, puede ser muy tarde para que una oposición hundida forme un frente contra Cristina Fernández que evite un tercer gobierno de la era kirchnerista, que inauguró Néstor Kirchner cuando asumió la presidencia en mayo de 2003.

Además, unir a la oposición argentina es un reto mayúsculo. Además, ¿bajo qué liderazgo? Ninguno de ellos parece atractivo para eclipsar a Cristina Fernández, la viuda de Argentina, la gobernanta que ganó obtuvo esta victoria formidable usando la memoria del marido muerto, a golpe de lágrimas, haciendo exhibición de su luto y su pena, con ventajismo, utilizando como propios los recursos del Estado, recrudeciendo el clientelismo y haciendo del populismo bandera.

La presidenta argentina arrasó en las primarias a sus nueve rivales en 23 de las 24 circunscripciones electorales que tiene Argentina, con votaciones que fueron de 80 % en la norteña provincia agraria de Santiago del Estero (una de las más pobres del país) al 30 % en la ciudad de Buenos Aires.

Incluso salió victoriosa en las provincias donde le había ido mal al peronismo kirchnerista en las elecciones locales, como la capital de la nación, Córdoba o Santa Fe. En todo el país solo se le resistió San Luis, la fortaleza de los Rodríguez Saá.

El cristinismo interpreta esta victoria aplastante más allá de una gigantesca encuesta sobre las presidenciales de octubre.

Cree que se trata de un respaldo al Gobierno, de un pronunciamiento popular que ahoga todas las acusaciones sobre la mala calidad de la gestión de Cristina Fernández o la corrupción feroz dentro de su Gobierno, la temible violencia social o la vertiginosa inflación. Ella, exultante, traduce el triunfo como un reconocimiento a su gestión.

Para sus partidarios, la del domingo no fue una elección primaria sino una elección adelantada.


Guatemala: fin de un desatino

Francisco R. Figueroa / 12 agosto 2011

La Corte Constitucional guatemalteca ha evitado el dislate que suponía ver a la primera dama convertida en candidata a sucesora de su esposo, tras un divorcio de conveniencia para driblar la ley que se lo impedía.

La ambición de ser la primera presidenta de Guatemala ha roto el saco de Sandra Torres, de 55 años, que ha quedado así políticamente descompuesta y sin marido.

El Constitucional rechazó por unanimidad la apelación de Torres contra el dictamen mayoritario de la Corte Suprema de Justicia contrario a su sueño de protagonizar una sucesión de alcoba parecida a la que escenificaron exitosamente en Argentina el fallecido Néstor Kirchner y Cristina Fernández en 2007.

Esos dos altos tribunales, y antes que ambos las autoridades electorales de Guatemala, esgrimieron contra Torres un sano precepto constitucional que impide ser candidatos a la presidencia a los familiares, hasta el cuarto grado, de cualquier mandatario en ejercicio.

De todos esos modos se puso de manifiesto que el divorcio de Sandra Torres y Álvaro Colom, el actual presidente de Guatemala, en abril pasado, para poner fin de mutuo acuerdo a un matrimonio de ocho años que parecía armonioso, fue una escapatoria legal para viabilizar la candidatura de ella, el fraude de ley que proclamaban sus rivales políticos, una farsa, una burla al pueblo y un insulto a la inteligencia.

Además, Torres y Colom pudieron haber cometido un delito al mentir al juez para romper su vínculo marital siendo una pareja bien avenida. De hecho el divorcio era una comedia burda pues, según todos los indicios, ambos siguieron después durmiendo juntos.

Torres habla de que ha sido víctima de un linchamiento político. Su marido, lejos de tratar de imponer su propia ley en un asunto electoral como hizo su vecino y homólogo hondureño Manuel Zelaya, pidió respeto para el fallo. De modo que el socialdemócrata Colom se ha ganado los galones de torpe aprendiz de brujo, mientras que el populista Zelaya tiene anotado en su prontuario histórico el apelativo de felón.

El veredicto contra Sandra Torres oxigena la fragilísima democracia guatemalteca y hace más interesantes las elecciones generales del 11 de septiembre próximo, en las que serán escogidos otro presidente, un nuevo parlamento nacional y todos los alcaldes del país para el período 2012-2016.

La campaña electoral está resultando muy turbulenta en un país centroamericano de 13,5 millones de habitantes marcado a sangre y fuego por la pobreza y la violencia. Los asesinatos relacionados con dicho proceso electoral se aproximan a cincuenta.

Para las encuestas el neto favorito, entre once candidatos (entre ellos la Premio Nobel Rigoberta Menchú), es el controvertido general retirado Otto Pérez Molina, del derechista Partido Patriota, a quién Álvaro Colom derrotó en las presidenciales de 2007.

Una victoria de este militar de la dictadura del general y pastor evangélico Efraín Ríos Montt (1982-83) y vinculado con el asesinato a golpes, en 1998, de obispo católico Juan José Gerardi y otras violaciones de derechos humanos debe traer mucha cola.

Brasil: Dilma ensombrecida

Francisco R. Figueroa / 10 agosto 2011

La gestión de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, parece ensombrecida por la corrupción en ministerios gestionados por algunos de los partidos de su extravagante megacoalición de gobierno, si bien la mandataria, a diferencia de su antecesor, actúa con severidad ante el menor indicio.

La corrupción es un hidra de innumerables cabezas activísima en las procelosas cloacas de la vida pública brasileña, aunque cada vez que enseñaba las fauces se las cubrían en beneficio de la gobernabilidad.

Así sucedió incluso durante el sugestivo «ochenio» de Luiz Inácio Lula da Silva. La hidra no devoró a Lula por su carisma y la identificación con él de la mayoría del electorado. Pero se tragó a sus principales validos, José Dirceu, José Genoino y Antonio Palocci.

Necesitado de estabilidad parlamentaria, Planalto, el palacio de gobierno en Brasilia, acaba volviéndose loco concediendo prebendas a los partidos que se avienen a prestarle apoyo. Son repartijas para dominar un parlamento federal muy fragmentado. El oficialista Partido de los Trabajadores (PT) controla apenas el 16 % de la Cámara de Diputados y el 12 % del Senado.

Rousseff está apuntalada por dieciséis partidos, casi todos con lealtad tarifada. Eso no es novedad en un país que ha creado palabras chispeantes para retratar la volatilidad de las fidelidades políticas, los representantes del pueblo mercenarios, las conductas deshonestas de los hombres públicos y las fechorías que cometen.

La actual presidenta de Brasil llegó al ministerio de la Casa Civil (un auténtico «premierato») precisamente tras el escándalo que acabó, en 2004, con el poderosísimo José Dirceu, el hombre fuerte de Lula y su potencial heredero.

Superprotegida desde entonces por Lula, ella salió solo magullada del cargo para ser el año pasado la candidata presidencial escogida a dedo por su padrino. Pero la sucesora que tuvo en la endiablada Casa Civil, Erenice Guerra, cayó rápidamente por prácticas de nepotismo cuando parecía que se perfilaba como brazo derecho de la nueva presidenta.

Con la llegada al poder de Dilma Rousseff, hace siete meses apenas, la Casa Civil pasó con su maleficio a manos de Antonio Palocci, un protegido de Lula y a quien la hidra ya había devorado en 2006 cuando era el todopoderoso ministro de Hacienda.

Palocci no tardó en volver a caer tras solo cinco meses de gestión, acusado de enriquecimiento ilícito.

Apagado en junio el fuego dentro del propio Palacio de Planalto, el incendió saltó en julio al vecino ministerio de Transportes, donde dimitió su titular, Alfredo Nascimento, dirigente de de uno de esos partidos satélite, tras denuncias de pago de sobornos y sobrefacturaciones en obras públicas. Otros 20 funcionarios fueron destituidos.

Los medios de comunicación han denunciado en los dos últimos meses trapacerías en seis ministerios. Los titulares de tres carteras han sido pulverizados. Otros tres ministros de Dilma Rousseff dejaron sus cargos por diversos motivos. No está mal para tan poco tiempo.

En el ministerio de Turismo acaban de ser detenidos 35 funcionarios y en el de Transporte veinte han renunciado, entre ellos su titular, Alfredo Nascimento, miembro de uno de esos partidos satélite.

También acaba de caer por otro escándalo el número dos del ministerio de Agricultura, que pertenece al mayor partido aliado. Del mismo Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) es el ministro de Turismo, Pedro Novais, que está en danza pendiente de dar explicaciones en el parlamento.

Tanto escándalo ha socavado la popularidad de Dilma Rousseff. Su índice de desaprobación se ha duplicado del 16 al 29 % y el de confianza bajó del 74 al 65 %, según una encuesta de julio cuando aún no habían estallado dos de esos sonados escándalos.

En medio de todo ello se produjo la dimisión del ministro de Defensa, Nelson Jobim, otro de los que Rousseff heredó de Lula. Poco a poco la presidenta parece estar sacudiéndose la tutela de su preceptor político.

Jobim, también del PMDB, saltó del Gobierno después de haber criticado a la actual jefa de la Casa Civil, Gleisi Hoffmann, y la titular de Relaciones Institucionales, Ideli Salvatti. Ambas forman con Dilma un triunvirato femenino de poder en Brasil.

Jobim dijo también que prefería en la jefatura del Estado al rival de Rousseff, el socialdemócrata José Serra, y retrató a la presidenta como una mujer iracunda que acompaña sus órdenes con puñetazos sobre la mesa. Luego restó fuerza a sus palabras, pero para entonces Dilma Rousseff ya le había segado la cabeza.

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Ollanta el prudente

Francisco R. Figueroa / 22 julio 2011

Las primeras decisiones de gobierno retratan al presidente electo peruano, Ollanta Humala, como un hombre prudente, alejado del aventurero Hugo Chávez, a cuya generosa chequera debe la vida, y bastante próximo al pragmático Luiz Inácio Lula da Silva, en cuyo espejo parece estar mirándose.

Pero habrá que esperar al discurso de investidura que Humala pronunciará el próximo día 28 para tener la nueva estampa completa de este antiguo militar golpista que irrumpió en la vida nacional peruana hace solo once años alzándose en armas y que seis años más tarde aspiró por vez primera a la presidencia de su país como una imitación andina del caudillo venezolano, Hugo Chávez.

Los primeros nombramientos de ministros y alto cargos parecen confirmar que el giro de Venezuela a Brasil dado por Humala para optar este año por segunda vez a la presidencia fue por convicción más que por cálculo electoral, como tantísimo le reprocharon sus adversarios.

Con el ortodoxo y librecambista Luis Miguel Castilla (42 años) al frente del ministerio de Economía, la ratificación en el timón del Banco Central del conservador Julio Velarde (59 años), artífice de una eficaz política monetaria durante el gobierno del saliente presidente, Alan García; el moderado Carlos Herrera Descalzi en la cartera de Minas y Energía (ya lo fue en el gobierno de transición de Valentín Paniagua (2000-01) y el economista Kurt Burneo (50 años), un hombre del centrista Alejandro Toledo, en despacho de Producción, el equipo económico de Humala nace con claras hechuras de centroderecha.

Al frente del Gabinete, como primer ministro, Humala ha designado a Salomón «Siomi» Lerner Ghitis (65 años), su asesor más próximo desde hace años. Es un adinerado empresario de origen judío e ingeniero industrial, de pasado revolucionario. Trabajó con el régimen nacionalista de izquierdas del general Juan Velasco Alvarado (1968-75), pero también en el primer gobierno de Alan García (1985-90) -entonces un populista de izquierdas y ahora un derechista- y en el del centrista Alejandro Toledo (2001-06). Ha sido el puente entre el candidato Humala y el empresariado nacional.

Tanto comedimiento ha sido bendecido por los mercados y aplaudido por los peruanos. La transformación de Humala ha hecho que el apoyo electoral puntual de Alejandro Toledo para la segunda vuelta de las pasadas elecciones se haya transformado en un acuerdo de gobierno (habrá varios ministros toledistas) y en colaboración parlamentaria, de la que Humala anda muy necesitado pues su partido solo controla el 36 % del Congreso, de 130 escaños. Entre el partido de Humala (Gana Perú) y el de Toledo (Perú Posible) reúnen un confortable 52 % del parlamento unicameral peruano.

El giro de Ollanta Humala se produce en un momento de declive del caudillo venezolano Hugo Chávez, no sólo agobiado por el cáncer del que le están tratando en Cuba, si no porque su influencia en la región está en decadencia. Ha perdido protagonismo en América Latina y se va aislando en la medida en que su régimen populista y autoritario se confirma como un desastre, sobre todo en lo económico, pese a los ingentes ingresos que Chávez dispone provenientes de las exportaciones petroleras.

El contraste, el éxito de Brasil, antes bajo la batuta de Lula y ahora con su pupila Dilma Rousseff al mando, de políticas ortodoxas y ponderadas con fuerte repercusión social aplicadas por equilibrados y sensatos políticos de extracción izquierdista.

La gran preocupación de los peruanos era que la elección de Humala nublara su futuro y que un eventual gobierno populista, nacionalista y de izquierdas se convirtiera en un freno a la impresionante expansión económica de Perú, el país latinoamericano con mayor tasa de crecimiento. Durante la pasada década el productor interior bruto peruano creció casi un 74 % a una tasa anual en promedio del 5, 7 %. Solo en 2010 su economía se expandió cerca de un 9 %, casi a la par de China.

Humala comenzó la carrera presidencial como un neocomunista papagayo de Hugo Chávez y llega al poder virtualmente abrazado a los tiburones de Wall Street. Sin duda no quiere dar al traste con logros económico de un país como Perú que hace 20 años tenía niveles africanos de vida. Eso demuestra que este exmilitar de pasado turbio tiene una cabeza mejor amueblada de lo que se presumía.

El nuevo mandatario peruano ganó, el pasado 5 de junio, en segunda vuelta, los comicios presidenciales por un escaso margen inferior al medio millón de votos (el 0,02 % del censo peruano, de casi 20 millones de electores) a la neofascista Keiko Fujimori, hija del encarcelado presidente Alberto Fujimori (1990-2000), que cumple 25 años de prisión por delitos de lesa humanidad y latrocinio.

Perú: Humala y su extraña familia

Francisco R. Figueroa

✍️21 julio 2011 

El 28 de junio próximo el excomandante golpista Ollanta Humala asumirá como presidente constitucional del Perú rodeado por una extraña familia, seguramente llamada a provocar nuevos sobresaltos. 

Desde su doctrinario padre a sus peculiares hermanos, pasando por su preponderante esposa y una larga parentela de ésta incrustada en el partido oficialista, Humala tiene motivos sobrados para el desasosiego y la tarea de evitar que su gobierno se convierta en una francachela familiar con barra libre o en el camarote de los hermanos Marx. El peso de la esposa, Nadine Heredia, parece determinante. 

Es una comunicadora social de 35 años, con un doctorado en ciencias políticas en París. Curiosamente, Nadine es tía de su marido, que le lleva 14 años. De modo que los tres hijos del matrimonio son primos de su propio padre. Está considerada (o por lo menos lo ha sido) el puente de la plata con el régimen de Hugo Chávez. 

Más extremista que su esposo, Estados Unidos la tildó del «cerebro político radical de Humala», según uno de los cables diplomáticos secretos desvelados por WikiLeaks. Chile –el país más importante para Perú después de EEUU- cree que Nadine Heredia tendrá un «rol notorio» en el gobierno de su esposo. Y en el Perú muchos la ven como la comandanta del comandante, la inminente presidenta del presidente. 

La nueva primera dama apunta maneras, al estilo voraz y entrometido, con sed de poder y afán de notoriedad, de la antropóloga judeo-franco-belga Eliane Karp, la esposa dos veces casada con el ex mandatario Alejandro Toledo (2001-06). Ambas contrastan con la discreta y juiciosa cordobesa Pilar Nores, la mujer argentina separada del saliente mandatario y por dos veces jefe de Estado, Alan García (1985-90 y 2006-11). 

Para otros es (o era) «la mujer» de Hugo Chávez en el Perú. Recibió dinero de un periódico chavista en el que nunca publicó un artículo. Ella explicó que fue por unas «consultorías», que resultan extrañas en ella, una comunicadora sin experiencia. Cerca de un cuarto de millón de dólares le entraron de transferencias hechas a nombre de personas que demostradamente no tenían recursos. 

Según Estados Unidos, es evidente que Chávez ha financiado a Humala como una alternativa política en el Perú afín a él. Cuando a Nadie Heredia le han sacado el tema, se desentiende. El vínculo chavista no fue decisivo en las últimas elecciones presidenciales, porque Humala logró camuflarlo, pero le costó el cargo en 2006, cuando perdió frente a Alan García. 

Considerada una mujer astuta e inteligente, es cofundadora, junto con su «Ollantita», como llama a su marido, y un nutrido grupo de familiares de ella, del partido que ahora se llama Gana Perú. Es la encargada de las relaciones internacionales. 

Numerosos familiares de Nadine, comenzado por su propio padre, Ángel Heredia, y su hermano Ilan Paul, ocupan cargos directivos en ese partido. Sus primas Tania Quispe Mantilla y Rosa Heredia forman parte del reducido círculo en el que Humala suele tomar las grandes decisiones. Más de una decena de familiares sanguíneos y afines de la próxima primera dama peruana contribuyeron a costear la campaña electoral de Humala. Ahora pueden estar ansiosos por recoger beneficios. 

La esposa de Ollanta Humala ha sido una presencia constante en todos los viajes que él ha hecho antes de asumir, incluido Estados Unidos, Brasil, Argentina, Venezuela y Cuba, y no precisamente como un «florero». Hay grupos de admiradores suyos en Facebook que ya la presentan como candidata a las elecciones presidenciales del 2016, en una sucesión de alcoba a la argentina, como Cristina Fernández y su fallecido esposo, Néstor Kirchner. 

Por otro lado está el belicoso Antauro Humala, uno de los seis hermanos del próximo presidente peruano. Está en la cárcel. Así como Ollanta significa en quechua «el guerrero que todo lo ve», Antauro es «la estrella cobriza». El padre de ambos, Isaac Humala, un indigenista radical ayacuchano, escogió nombres aborígenes para su prole. A una hija la llamó Cusi Coyllur («estrellita alegre») y a otra Imasúmac («la más hermosa»). 

Antauro, exmayor de Infantería, cumple una condena de 25 años como cabecilla del asalto, en 2005, a una comisaría de la ciudad andina de Andahuaylas, al frente de 150 seguidores que perseguían la caída del presidente Alejandro Toledo, que se ha convertido ahora en el principal socio político de Ollanta Humala. La operación fue un enorme desastre y murieron seis personas. Antauro dijo que se había alzado en Andahuaylas «por orden expresa» de su hermano Ollanta, quien era entonces adjunto al agregado militar peruano en Seúl. Mostró compresión con los asaltantes, pero se desvinculó de ellos en cuanto corrió la sangre. 

Ambos hermanos nacieron a la vida pública en 2000 como protagonistas de una asonada. Al frente de 60 reservistas del Ejército, se alzaron en el sureño departamento de Tacna, limítrofe con Chile y Bolivia, contra el moribundo régimen de Alberto Fujimori, cuya hija, Keiko, fue derrotada por Ollanta Humala en las recientes elecciones presidenciales. 

Los dos salieron bien librados del delito de sedición, como en Venezuela le pasó a Hugo Chávez, otro gobernante con una peculiar familia. Tras las rejas en el penal de Piedras Gordas, Antauro hace frecuentes declaraciones políticas a favor de su hermano e incluso se permite mandarle consejos de gobierno. Promete seguir siendo un serio foco de conflictos y está por ver qué salida le da su hermano. 

Así como se adujo durante la campaña electoral que el objetivo primordial de la candidata Keiko Fujimori era liberar a su padre, que cumple condena a 25 años por delitos de lesa humanidad y hurto de caudales públicos, a Ollanta Humala nunca la atribuyeron la intención de liberar a su levantisco hermano, pero el padre de ambos considera que tendrá que beneficiar a su hermano menor. 

Ollanta y Antauro son dos de los siete hijos de Isaac Humala, un abogado ayacuchano, marxista tozudo, nacionalista recalcitrante, admirador de Espartaco e ideólogo de una peculiar doctrina que proclama la superioridad de la raza cobriza indo americana sobre las demás. 

Isaac Humala fue un activo comunista. Durante la dictadura de Manuel Apolinario Odría (1948-56) militaba en una célula clandestina a la que también perteneció Mario Vargas Llosa, que se refiere a él, con apellido mal escrito, en su libro de memorias «Como pez en el agua». 

El Premio Nobel de Literatura, después de haber comparado a Humala y Keiko con el cáncer y el sida, acabó siendo un activo agente electoral del excomandante para evitar la victoria de la hija de su archirrival en las presidenciales de 1990, Alberto Fujimori, con la que creía que retornaría la dictadura y se generalizaría el latrocinio, como en los noventas. 

El patriarca de los Humala, de 81 años, cuya salud, como la de Hugo Chávez, se la cuida el régimen castrista, pues acaba de estar en La Habana para un chequeo, encabeza el Movimiento Nacionalista Peruano, un diminuto partido indigenista, bolivariano, chauvinista, dogmático, anticapitalista, colectivista, autárquico y estatista que, por ejemplo, considera «una degradación» propia de razas menores los matrimonios gay y, entre otras cosas, promueve la procreación desenfrenada para cuadruplicar la población peruana en pocos años. 

En ese «ideario étnico» están las fuentes del nuevo presidente peruano, pero, después de haber perdido las elecciones de 2006, se morigeró con la finalidad de no volver a espantar al electorado. Logró ganar, pero por descarte. De modo que esta última vez se presentó al electorado como émulo andino del pragmático expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y un nacionalista moderado, al tiempo que mantenía a raya a su pintoresca familia y lejos de Hugo Chávez. 

El primogénito de los Humala, Ulises, de 52 años, es ingeniero y economista, y se ha distanciado del pensamiento familiar ultranacionalista. Ante las elecciones Ulises tomó posición contra su hermano Ollanta. Le criticó con severidad por ser –dijo– una amenaza para la democracia, un mesiánico, un teatrero y un dictador en potencia con mentalidad castrense. 

En las presidenciales de 2006 se habían enfrentado los dos hermanos Humala. Ollanta pasó a segunda vuelta, en la que perdió contra Alan García, mientras que Ulises, candidato del partido de su padre, tuvo que conformarse con un magro 0,5 % de los votos. 

El benjamín, Alexis, de 36 años, el más acaudalado de los Humala, anda haciendo negocios en nombre del partido y de su hermano antes de que éste asuma. Es un ingeniero formado en Rusia, casado con rusa, negociante diverso y alto dirigente del partido de su hermano, a quien ha puesto en un brete, hasta el punto de que su popularidad ha caído bruscamente treinta puntos porcentuales sin haber anunciado ninguna decisión de gobierno. 

Hace unos días Alexis Humala fue recibido oficialmente en Moscú como enviado del nuevo presidente peruano. Tuvo contactos al máximo nivel y trató temas militares, de gas, de pesca y otros asuntos comerciales. Cuando se supo en el Perú, hubo un revuelo tremendo que aún dura. El presidente electo tuvo que desautorizar a Alexis, quien puede ser el segundo Humala en la cárcel, si fuera condenado, como la oposición busca, por usurpación de funciones públicas. 

«No metan a la familia», respondió el presidente electo cuando unos periodistas le indagaron por el rol que desempeña su parentela. Hay que esperar para ver cuánto se meterán en la cosa pública los Humala y los Heredia. ✔️