La Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile ha sido borrascosa, sobre todo por las invectivas del venezolano Hugo Chávez, y un bochorno para España y su rey, que sorprendemente perdió la compostura.
Chávez hizo tambalear esta decimoséptima cumbre de los jefes de Estado y Gobierno iberoamericanos, pero también el nicaragüense Daniel Ortega y el boliviano Evo Morales, con sus bufidos destemplados y mitineros antiespañoles en el plenario; el cubano Fidel Castro, avivando el fuego con gasolina desde La Habana, y el uruguayo Tabaré Vázquez con el argentino Néstor Kirchner aportando cada uno su grano de arena a cuenta de una fábrica fronteriza de celulosa, conflicto en el que Juan Carlos de Borbón era mediador. Y la chilena Michelle Bachelet que como anfitriona y moderadora de la conferencia fue incapaz de controlar la situación.
En un gesto sin precedentes, el rey de España llegó a pedir que Chávez se callara en el momento en que el líder venezolano atropellaba, una y otra vez, el discurso del jefe del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, quien le exigía respeto para su antecesor en el cargo, José María Aznar.
El rey Juan Carlos exteriorizó en público un malestar que ya había expresado en privado a Chávez el día anterior, después de que el gobernante venezolano insultara Aznar tildándole repetidamente de «fascista» y criticara ásperamente a las empresas españolas. De poco también había servido la gestión para que se bajara el tono de los ataques que hizo el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, junto a su homólogo venezolano, Nicolás Maduro.
En el caso de Chávez no se descarta un propósito deliberado de dinamitar la Cumbre Iberoamericana, por motivos internos relacionados con el delicado momento que enfrenta. El líder bolivariano tiene por delante un referéndum para el que no termina de tenerlas todas consigo, enfrenta una creciente protesta estudiantil por la reforma constitucional, así como nuevas presiones de la Iglesia y el empresariado. Para mayor agobio, se ha puesto en su contra por una revisión de la Carta Magna que considera golpista y totalitaria, el militar que hasta julio último era su brazo derecho y su «amigo del alma», una toma de posición que puede haber calado hondamente en los cuarteles.
Ortega y Morales hicieron de coro con sus propios exabruptos a las tarascadas de Chávez, sobre todo el nicaragüense, que acusó a la principal empresa española en su país, Unión Fenosa, de «prácticas mafiosas y gansteriles» y a la embajada de España de haber trabajado por la victoria de su rival en las últimas elecciones presidenciales niragüenses. Ambos son nutridos ideológica y económicamente por Venezuela.
Sorprendió la moderación del ecuatoriano, Rafael Correa, quien incluso se permitió criticar con antidemocrática la reelección perpetua de los jefes de Estado, uno de los puntos esenciales de la reforma constitucional que será sometida a referéndum en Venezuela el 2 de diciembre próximo y el más importante del proyecto continuista de Chávez.
Fidel Castro, en su bitácora con rango de primera plana obligatoria en la prensa cubana, se confesó orgulloso de sus pupilos. «La crítica de Chávez a Europa fue demoledora. La Europa que precisamente pretendió dar lecciones de rectoría en esa Cumbre Iberoamericana. En las palabras de Daniel y Evo se escucharon las voces de Sandino y de las culturas milenarias de este hemisferio», escribió Castro.
Nada más llegar el viernes a Santiago, Chávez había molestado a los anfitriones chilenos al criticar que el tema central de la cumbre fuera la cohesión social, en un país muy sensible a ese asunto y donde en democracia e ha logrado disminuir la pobreza al 15% del 45% por ciento que dejó la dictadura. Chávez pretendía temas caros a su revolución. Por eso cambió de onda desde el aeropuerto, cuando contrastó los supuestos logros tangibles del bolivarianismo con los resultados difusos de estas cumbres que se diluyen en el corto plazo, según dijo.
Se burló de la economía de libre mercado, saludó el fracaso del ALCA (el tratado de libre comercio de las Américas), instó a sus pares a abrazar el bolivarianismo, culpó a la derecha, las empresas españolas y a Aznar de haber apoyado el golpe de Estado que 2002 le mantuvo dos días derrocado; arremetió contra la prensa no oficialista venezolana arguyendo que tiene motivos para clausurar todos los medios, afirmó que la extrema derecha internacional conspira contra su revolución, adujo que hay una nueva «arremetida fascista» en Venezuela propiciada por Estados Unidos y demonizó a varios ex mandatarios latinoamericanos que como el peruano Alejandro Toledo o el mexicano Vicente Fox no ahorran palabras para condenar su revolución comunistoide.
Chávez puede tener motivos para detestar a Aznar. Es curioso que Aznar fuera el primer gobernante que Chávez saludó como presidente electo, en la gira que hizo tras ganar las elecciones de diciembre de 1998. También Aznar fue el primer dirigente extranjero que visitó Caracas, en 1999, después de la toma de posesión de Chávez, en una visia de mutua complacencia.
Luego la relación entre ambos se agrió, hasta el punto de que Aznar jugó, al lado de Estados Unidos, un papel de legitimador del golpe contra Chávez de 2002. Hay testimonios de su conversación telefónica con quien sería máxima figuras de los golpistas, el líder de los empresarios, Pedro Carmona Estanga; y pruebas de la implicación del entonces embajador español en Caracas, Manuel Viturro.
También es cierto que hay empresas españolas que se han ganado a pulso —en otras naciones quizás mas que en venezuela— el odio de bastantes latinoamericanos, similar al que hubo por las empresas estadounidenses en los años de las intervenciones de Washington en los asuntos internos latinoamericanos que condujeron a dictaduras en América del Sur y a guerras en América Central. A dolor, a sangre y a muerte.
Pero también es cierto que las palabras de Chávez no se ajustan a las formas que han caracterizado las cumbres iberoamericanas desde la primera, celebrada en 1991, en Guadalajara (México), ni a las prácticas diplomáticas y que una conferencia de este tipo no parece lugar para ventilar reivindicaciones históricas ni para convertirla en plataforma de mercancías políticas. Finalmente lo que Chávez trató de hacer es usar la Cumbre Iberoamericana para exportar su revolución. Y se hace falta se dinamita, pues un foro donde ha predominado la moderación. «Pa’ el carajo, pues», que diría Chávez.
Al final, los demás sse disculparon y Chávez siguió en la suya. «El Rey es tan jefe de Estado como yo, con la diferencia de que yo soy electo. La verdad la diré delante de reyes, de imperialistas, de George W. Bush. Allá los que se molesten», declaró Chávez tras el incidente, con lo que queda bastante claro que la borrasca de Santiago de Chile traerá cola.
Francisco R. Figueroa
www.apuntesiberoamericanos.com
franciscorfigueroa@hotmail.com
Chávez hizo tambalear esta decimoséptima cumbre de los jefes de Estado y Gobierno iberoamericanos, pero también el nicaragüense Daniel Ortega y el boliviano Evo Morales, con sus bufidos destemplados y mitineros antiespañoles en el plenario; el cubano Fidel Castro, avivando el fuego con gasolina desde La Habana, y el uruguayo Tabaré Vázquez con el argentino Néstor Kirchner aportando cada uno su grano de arena a cuenta de una fábrica fronteriza de celulosa, conflicto en el que Juan Carlos de Borbón era mediador. Y la chilena Michelle Bachelet que como anfitriona y moderadora de la conferencia fue incapaz de controlar la situación.
En un gesto sin precedentes, el rey de España llegó a pedir que Chávez se callara en el momento en que el líder venezolano atropellaba, una y otra vez, el discurso del jefe del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, quien le exigía respeto para su antecesor en el cargo, José María Aznar.
El rey Juan Carlos exteriorizó en público un malestar que ya había expresado en privado a Chávez el día anterior, después de que el gobernante venezolano insultara Aznar tildándole repetidamente de «fascista» y criticara ásperamente a las empresas españolas. De poco también había servido la gestión para que se bajara el tono de los ataques que hizo el ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, junto a su homólogo venezolano, Nicolás Maduro.
En el caso de Chávez no se descarta un propósito deliberado de dinamitar la Cumbre Iberoamericana, por motivos internos relacionados con el delicado momento que enfrenta. El líder bolivariano tiene por delante un referéndum para el que no termina de tenerlas todas consigo, enfrenta una creciente protesta estudiantil por la reforma constitucional, así como nuevas presiones de la Iglesia y el empresariado. Para mayor agobio, se ha puesto en su contra por una revisión de la Carta Magna que considera golpista y totalitaria, el militar que hasta julio último era su brazo derecho y su «amigo del alma», una toma de posición que puede haber calado hondamente en los cuarteles.
Ortega y Morales hicieron de coro con sus propios exabruptos a las tarascadas de Chávez, sobre todo el nicaragüense, que acusó a la principal empresa española en su país, Unión Fenosa, de «prácticas mafiosas y gansteriles» y a la embajada de España de haber trabajado por la victoria de su rival en las últimas elecciones presidenciales niragüenses. Ambos son nutridos ideológica y económicamente por Venezuela.
Sorprendió la moderación del ecuatoriano, Rafael Correa, quien incluso se permitió criticar con antidemocrática la reelección perpetua de los jefes de Estado, uno de los puntos esenciales de la reforma constitucional que será sometida a referéndum en Venezuela el 2 de diciembre próximo y el más importante del proyecto continuista de Chávez.
Fidel Castro, en su bitácora con rango de primera plana obligatoria en la prensa cubana, se confesó orgulloso de sus pupilos. «La crítica de Chávez a Europa fue demoledora. La Europa que precisamente pretendió dar lecciones de rectoría en esa Cumbre Iberoamericana. En las palabras de Daniel y Evo se escucharon las voces de Sandino y de las culturas milenarias de este hemisferio», escribió Castro.
Nada más llegar el viernes a Santiago, Chávez había molestado a los anfitriones chilenos al criticar que el tema central de la cumbre fuera la cohesión social, en un país muy sensible a ese asunto y donde en democracia e ha logrado disminuir la pobreza al 15% del 45% por ciento que dejó la dictadura. Chávez pretendía temas caros a su revolución. Por eso cambió de onda desde el aeropuerto, cuando contrastó los supuestos logros tangibles del bolivarianismo con los resultados difusos de estas cumbres que se diluyen en el corto plazo, según dijo.
Se burló de la economía de libre mercado, saludó el fracaso del ALCA (el tratado de libre comercio de las Américas), instó a sus pares a abrazar el bolivarianismo, culpó a la derecha, las empresas españolas y a Aznar de haber apoyado el golpe de Estado que 2002 le mantuvo dos días derrocado; arremetió contra la prensa no oficialista venezolana arguyendo que tiene motivos para clausurar todos los medios, afirmó que la extrema derecha internacional conspira contra su revolución, adujo que hay una nueva «arremetida fascista» en Venezuela propiciada por Estados Unidos y demonizó a varios ex mandatarios latinoamericanos que como el peruano Alejandro Toledo o el mexicano Vicente Fox no ahorran palabras para condenar su revolución comunistoide.
Chávez puede tener motivos para detestar a Aznar. Es curioso que Aznar fuera el primer gobernante que Chávez saludó como presidente electo, en la gira que hizo tras ganar las elecciones de diciembre de 1998. También Aznar fue el primer dirigente extranjero que visitó Caracas, en 1999, después de la toma de posesión de Chávez, en una visia de mutua complacencia.
Luego la relación entre ambos se agrió, hasta el punto de que Aznar jugó, al lado de Estados Unidos, un papel de legitimador del golpe contra Chávez de 2002. Hay testimonios de su conversación telefónica con quien sería máxima figuras de los golpistas, el líder de los empresarios, Pedro Carmona Estanga; y pruebas de la implicación del entonces embajador español en Caracas, Manuel Viturro.
También es cierto que hay empresas españolas que se han ganado a pulso —en otras naciones quizás mas que en venezuela— el odio de bastantes latinoamericanos, similar al que hubo por las empresas estadounidenses en los años de las intervenciones de Washington en los asuntos internos latinoamericanos que condujeron a dictaduras en América del Sur y a guerras en América Central. A dolor, a sangre y a muerte.
Pero también es cierto que las palabras de Chávez no se ajustan a las formas que han caracterizado las cumbres iberoamericanas desde la primera, celebrada en 1991, en Guadalajara (México), ni a las prácticas diplomáticas y que una conferencia de este tipo no parece lugar para ventilar reivindicaciones históricas ni para convertirla en plataforma de mercancías políticas. Finalmente lo que Chávez trató de hacer es usar la Cumbre Iberoamericana para exportar su revolución. Y se hace falta se dinamita, pues un foro donde ha predominado la moderación. «Pa’ el carajo, pues», que diría Chávez.
Al final, los demás sse disculparon y Chávez siguió en la suya. «El Rey es tan jefe de Estado como yo, con la diferencia de que yo soy electo. La verdad la diré delante de reyes, de imperialistas, de George W. Bush. Allá los que se molesten», declaró Chávez tras el incidente, con lo que queda bastante claro que la borrasca de Santiago de Chile traerá cola.
Francisco R. Figueroa
www.apuntesiberoamericanos.com
franciscorfigueroa@hotmail.com
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