Brasil: El sheriff Alexandre











Francisco R. Figueroa

✍29/11/2022

Un hombre puede haber hecho la diferencia en Brasil entre dictadura y democracia. Un superjuez.

Alexandre de Moraes (53), presidente del Tribunal Superior Electoral, magistrado de la Corte Suprema desde 2017, tras haber sido ministro de Justicia, y antiguo abogado de una empresa del crimen organizado, refrenó al bolsonarismo furioso desde mucho antes de que se alzara, la misma noche electoral, contra la victoria de Luiz Inácio Lula da Silva, el pasado 30 de octubre.

De Moraes se ha hecho un lugar entre los justos de la historia de Brasil tratando de sofocar la barbarie antidemocrática desatada por el bolsonarismo más extremista opuesto a la victoria de Lula, una escalada desestabilizadora –aún activa al cabo de treinta días– sin duda preparada de antemano en previsión de una derrota en las urnas del mandatario.

La batalla de Bolsonaro y sus hinchas contra los jueces viene de lejos. Han llegado a demandar insistentemente el cierre del Tribunal Supremo, el golpe militar contra la institución, la prisión para la mitad de sus magistrados, la desobediencia a la máxima corte y el juicio político a De Moraes, al que el jefe del Estado insulta públicamente como «canalla» y sus partidarios con epitetos de grueso calibre, además de identificarle con el enemigo de izquierda aunque militó unos pocos años en un partido socialdemócrata solo de nombre, ubicado hace tiempo en el centro–derecha y cuyo exponente histórico más connotado es Fernando Henrique Cardoso, presidente de Brasil de 1995 a 2003. Y fue nombrado para el Supremo, hace cinco años, por un mandatario conservador como Michel Temer, del que era ministro de Justicia, y por un azar: la muerte en accidente del magistrado al que reemplazaría.

El Tribunal Supremo ha sido el auténtico contrapeso de Bolsonaro en el ejercicio del poder y el magistrado De Moraes el encargado de combatir los muchos excesos antidemocráticos del presidente, sus hijos, sus cibermercenarios, los empresarios que lo alientan y que financian al aparato de agitación bolsonarista y las turbas de seguidores obcecados. El Supremo tuvo que atribuirse poderes especiales para contrarrestar las temibles embestidas del bolsonarismo contra el estado de derecho y para evitar esperpentos golpistas como el de la toma del Capitolio de Washington por las hordas alentadas desde la Casa Blanca por Donald Trump.

De Moraes ha gastado energía a raudales para tratar de devolver al cuadrilatero constitucional a un presidente demagogo, populista y ultraderechista que afirma jugar dentro de ese ring pero que se suele mover a gusto en el terreno tenebroso de la frontera con el autoritarismo. También se ha esforzado para disciplinar a unas milicias fanatizadas en un extremismo alucinante que hacen gala de un anticomunismo primario, de Guerra Fría, en defensa del mussoliniano «Dios, Patria y Familia» y también del uso de armas de fuego, deslumbradas por un líder tan fanfarrón como cínico que apesta a neofascismo. Un sujeto que en la etapa más cruel de la dictadura (1964–85) logró formarse como oficial mediocre del Ejército, del que sería licenciado con desdoro. Buscó refugio en la política y se fogueó como diputado en los bajos fondos del parlamento, valedor de causas militares y policiales, para emerge al estrellato dando vivas a un coronel torturador condenado por la Justicia brasileña. Para él, la tortura es una práctica legítima, aunque el error de la dictadura, asegura, fue dar tormento a sus adversarios cuando debía haberlos matado. Y a los familiares que indagan sobre sus desaparecidos los considera «perros en busca de huesos». Un personaje tóxico para la vida pública que subió como espuma en la grupa de la repulsa a Lula y su Partido de los Trabajadores y ganó en 2018 las presidenciales también a cuenta de la puñalada que le dio un desequilibrado en la campaña electoral. En sus cuatro años en el poder soliviantó a Brasil, adoctrinó y envenenó, omnipresente en los medios y las redes. Desgarró la convivencia, sembró el odio entre los ciudadanos, dividió al pueblo y elevó las mentiras y la trapacerías a actos habituales de gobierno. Este es el perfil más auténtico del extremista de derechas, el endriago político pegado con Súper Glue a Trump, que el juez De Moraes ha tenido que neutralizar.

El magistrado es consciente de que Bolsonaro y sus «milicias digitales» han corroído la democracia abusando de la libertad de expresión sin límites que impera en las redes sociales, un «salvaje oeste» poblado de cibermaleantes donde él, con su toga negra, su cabeza rapada de tribuno romano y su aspecto de superhéroe, parece encarnar al alguacil Wyatt Earp de la infame Dodge City. No en vano le apodan precisamente «Sheriff», aunque sus más retorcidos enemigos prefieren llamarle despectivamente «Xandão» o «Xandão do PCC», algo así como si en español se calificara a alguien de «Jandrón del crimen». Ese mote se debe a que cuando ejercía la abogacía tuvo de cliente una empresa de autobuses de São Paulo acusada de lavar dinero para una poderosa y extendida organización criminal conocida como «el PCC» o Primer Comando de la Capital, con la que también el bolsonarismo relacionó a Lula. Inventaron que en los presidios controlados por esa mafia se votaba mayoritariamente al ahora presidente electo, al tiempo que se le relacionaba maliciosamente con uno de los cabecillas de la organización, un tal «Marcola», publicando grabaciones en las que, en realidad, Lula habla de un veterano asesor suyo llamado también por ese sobrenombre, que deriva de Marco.

Como «sheriff de la democracia», De Moraes ha impuesto a punta de veredictos la constitución y la ley donde el presidente Jair Bolsonaro y su rebaño –«ganado» le llaman despectivamente– pretendían sembrar una anarquía que desembocase en un pronunciamiento militar contra el resultado de las urnas y para evitar la toma de posesión de Lula. El magistrado lleva más de dos años pisándole los talones a los personajes del bolsonarismo antidemocrático y sus fuentes de financiación que desparraman odio y trolas al tiempo que desquician la vida brasileña.

Durante la embarrada campaña electoral, De Moraes trató de adecentar semejante cenagal, sobre todo contener la desenfrenada actividad en las redes de las indómitas huestes bolsonaristas con su caudal incesante de embustes, tergiversaciones y otras vilezas Ordenó borrar decenas de miles de mensajes y de videos e, incluso, eliminar cuentas porque, como él aduce, «la libertad de expresión no es la libertad para destruir la democracia, para destruir las instituciones», en claro mensaje a Bolsonaro, que invoca a cada paso ese derecho.

La noche de los comicios, en su condición de presidente del Tribunal Superior Electoral, anunció la victoria de Lula en cuanto el escrutinio oficial la determinó y, con ello, precipitó en cascada una ola de reconocimientos de dirigentes nacionales y mundiales que cortó al bolsonarismo la iniciativa antidemocrática y dejó mudo y en depresión al mandatario. También obligó a actuar a los cuerpos policiales contra los tumultos en las carreteras que se desataron tras las elecciones porque los agentes estaban en una suerte de huelga de brazos caídos, paralizados por sus mandos bolsonaristas, determinó que esas catervas cometían actos «criminales» y paró en seco con uma multa del equivalente a 4,3 millones de dólares la solicitud del Partido Liberal, al que pertenece Bolsonaro, de anular la votación en el 60% de las urnas electrónicas aduciendo, sin pruebas, con mala fe y argumentos falsos y sin considerar los multiples peritajes a los que son sometidas, la posibilidad de que registraran mal los sufragios. Con esa martingala Bolsonaro ganaba. Aunque el objetivo también –o sobre todo– era «incentivar los movimientos delictivos y antidemocráticos» contra la victoria irrefutable en las urnas de Lula, según el presidente de la autoridad electoral.

Y la hercúlea tarea de Alexandre de Moraes contra las fuerzas reaccionarias sediciosas que pretenden llevar a Brasil de vuelta a las cavernas de la dictadura aún no ha acabado. La derrota en las urnas dejó malherido y mustio a Bolsonaro, pero reaccionará. Ese extraordinario movimiento que lo ha mitificado y le sigue ciegamente es una hidra de siete cabezas. El caballero togado es fuerte y decidido pero no parece que sea Hércules. ✅

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Brasil: Bolsonaro y los extraterrestres










Francisco R. Figueroa

✍️23/11/2023

El Partido Liberal (PL), que acogió a Jair Bolsonaro hace un año para que pudiera buscar la reelección y ha logrado ser primera fuerza parlamentaria de Brasil, solicita al Tribunal Electoral la anulación de las votaciones del 60% de las urnas electrónicas usadas en los recientes comicios, con lo que el ganador, Luiz Ignácio Lula da Silva, perdería.

Se trata de un nuevo golpe de efecto para caldear al cada vez más alicaído movimiento golpista callejero del bolsonarismo radical, que ha comenzado, según contó «Folha de S Paulo», a invocar la intervención de los extraterrestres contra Lula ya que los militares no hacen nada en ese sentido. 

Esto daría una idea clara de la clase de fanáticos que hay detrás de Jair Messias Bolsonaro.

El PL, altavoz de Bolsonaro, aduce que pudieron haber fallado todas las urnas fabricadas antes de 2020 por presentar un problema de identificaciones al llevar el mismo número de serie.

No aporta pruebas de fraude ni de fallos concretos en el registro correcto de los millones de votos tecleados en esas urnas y limita el problema a la segunda vuelta electoral del 30 de octubre en la que se consumó la victoria de Lula.

Sin embargo, esas mismas urnas habían sido usadas también en la primera vuelta del día 2, de la que el PL surgió como la primera minoría en la Cámara de Diputados y el Senado Federal. 

Por lo demás, y sin ir más lejos, si esas urnas fallaron el 30 de octubre, lo mismo habría ocurrido en 2018 en las elecciones que convirtieron a Bolsonaro en presidente de Brasil. Y por añadidura habría que anular todas las elecciones presidenciales, legislativas, regionales y municipales celebradas en Brasil desde la adopción de las urnas electrónicas en 1996. Un disparate.

Se basa el PL en un «estudio técnico» hecho por una empresa privada pagada por el partido. Ninguna de las otras treinta y una formaciones políticas que participaron en los recientes comicios ha puesto el menor reparo a las urnas, a las que Bolsonaro combate desde hace unos años cuando la mayor parte de su larga vida pública ha emanado de ellas.

Este partido tiene como líder a un clásico de la política brasileña durante los últimos treinta años. El diputado Valdemar Costa Neto (73) ha estado implicado en todos los grandes casos de corrupción de los últimos veinte años. De hecho fue condenado por uno de ellos a siete años de prisión y tuvo que renunciar en dos ocasiones a su escaño.

Costa Neto estuvo vendido, literalmente, a Lula en su primer gobierno. Era uno de los que se llenaban los bolsillos con lo que se dio en llamar el «mesalão», de los diputados rentados por el gobierno de entonces, del que un Lula muy afligido logró desmarcarse a duras penas, hasta el punto de lograr al poco la reelección.

Ahora Costa Neto se entiende con Bolsonaro y le ha ofrecido al todavía presidente abundante dinero y toda clase de regalías para que dirija el gigantesco movimiento ultraconservador brasileño desde el liderazgo del PL. Y Bolsonaro utiliza a Costa Neto como recadero y sirviente.

De modo que, según el partido de Bolsonaro, cerca de 280.000 urnas pudieron fallar estrepitosamente, precisamente cuando le conviene a él y solo entonces. Aunque el jefe del estudio haya declarado a periodistas que la posibilidad de fallo se habría podido dar en todo el proceso electoral. El presidente del Tribunal Electoral, Alexandre de Moraes, gran validador de la victoria de Lula, ha dado un plazo perentorio de 24 horas al partido para que explique ese prodigio. 

Las urnas fueron sometidas a más de una decena de peritajes antes de las elecciones, pero solo el análisis pagado por el partido del candidato presidencial perdedor ha detectado el problema.

El PL no es la formación natural del ultraderechista Bolsonaro sino solo un «partido refugio» al que huyó, en diciembre último, tras fracasar la creación de una agremiación, la Alianza por Brasil, ultraderechista, nacionalista, populista, anticomunista y militarista, o sea, a su imagen y semejanza. 

El PL es, de hecho, el décimo partido al que se ha afiliado Bolsonaro –un portento de transfuguismo– en sus tres décadas de vida pública.

Según el «escrutinio» del PL, descontados los votos emitidos en esas exactamente 279.336 urnas, de un total de 472.000 usadas, es decir, arrojado a la basura la decisión de aproximadamente dos de cada tres electores brasileños, Bolsonaro derrotó a Lula con el 51,05% de los votos. 

Justo lo contrario de lo que sucedió.

El bolsonarismo ha hecho de todo contra la victoria incuestionable de Lula. Movimientos extremistas antidemocráticos y golpistas como cientos de cortes de autopistas y carreteras, manifestaciones ante los cuarteles para que los militares tomen el poder y, por último, un acto tan descabellado como esperpéntico: mandar con el móvil señales luminosas al cielo para que los extraterrestres impidan la toma de posesión de Lula. Aunque otra versión asegura que hacían un pedido de socorro a los militares a través de un dron.

La finalidad del PL con esa acción ante el Tribunal Electoral es estimular la teoría de que Bolsonaro fue robado en las urnas. Así atiza las algaradas de los más radicales. Combustible para el extremismo golpista, para que en el país del fútbol la tensión política no afloje por el mundial. Ni más ni menos.

Hay que mantener los tumultos y los ánimos caldeados para tratar de convertir en un infierno la toma de posesión de Lula, prevista para el próximo día de Año Nuevo, y marcar así el comienzo de la campaña de Bolsonaro para las elecciones locales de 2024 e intentar la reconquista del poder en 2026. Y hay que mantener unidas las derechas, que tienen frágiles ligaduras, en torno a Bolsonaro para neutralizar liderazgos conservadores emergentes, como los gobernadores Tarcísio de Freitas (São Paulo) y Romeu Zema (Minas Gerais). ✅

franciscorfigueroa@gmail.com

PE: El Tribunal Superior Electoral rechazó un día después la petición del partido de Bolsonaro y le impuso una multa de casi 23 millones de reales (más de cuatro millones de dólares) por haber litigado de mala fe y usado argumentos falsos para cuestionar las urnas electrónicas.  Dichos argumentos, dice el Tribunal, «atentan ostensivamente contra el estado democrático de derecho y tienen la finalidad de estimular los movimientos delincuenciales y antidemocráticos» que se desarrollan en el país desde la noche de la victoria de Lula.


Brasil: Bolsonaro en el abismo


Francisco R. Figueroa 

✍️17/11/22

Deprimido, apático y enclaustrado en su palacio. La derrota electoral ha dejado en el abismo a Jair Bolsonaro. Y en bermudas.

No hay noticias ciertas sobre la profundidad del precipicio al que ha podido caer, pero un columnista del digital de Brasilia Metrópoles, citando a allegados al mandatario, apunta ese calamitoso estado anímico y, además, la posibilidad de una renuncia cuando apenas le restan seis semanas en el cargo.

El influyente Folha de S. Paulo sostiene que Bolsonaro ha delegado la tarea diaria de gobierno en el vicepresidente, Hamilton Mourão, un general retirado con el que últimamente estaba a las malas.

Trascendió que Bolsonaro sufría una erisipela en una pierna como consecuencia de la infección de una quemadura que se hizo montando en moto. No puede llevar pantalón y, como justifica el general Mourão, no va a ir de bermudas al despacho presidencial.

Ni siquiera aparece por las redes sociales, en las que mantenía una actividad frenética con millones de seguidores. La erisipela no se lo impediría y puede agitar en bermudas. Sus voceros oficiales también se han quedado mudos, como practicamente sus tres intrépidos hijos mayores, todos con cargos de elección.

Hay quien sostiene que está encerrado a la espera de una circunstancia adecuada a sus intereses, mientras sus seguidores más extremistas mantienen en las calles desde la noche electoral un movimiento antidemocrático con la intención de forzar un alzamiento militar para anular las elecciones.

Pero, claro, resulta que las elecciones no han sido solamente presidenciales sino también legislativas y regionales, en las que el bolsonarismo salió bastante bien librado. ¿Entonces, qué anulamos?

Tanto silencio, según otros, perjudica el esperado liderazgo del excapitán del Ejército al frente del heterogéneo conservadurismo brasileño, que va del neofascismo a la derecha clásica, e «irrita», según la radio CBN, a los dirigentes de las formaciones que han crecido en representación parlamentaria y estadual subidas en la grupa del fenómeno Bolsonaro, especialmente a los del Partido Liberal (PL), al que el mandatario se afilió in extremis para poder disputar las pasadas elecciones tras haber fracasado el proyecto de legalizar un movimiento a su imagen y semejanza.

Mourão ironizó con la desaparición de la circulación de Bolsonaro. «Está en un retiro espiritual», dijo. Quizás en una cura de soberbia, de arrogancia, de fanfarronería y de una ceguera que le impidió siquiera contemplar la posibilidad de derrota. Creía que demonizando al izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva y sembrando el odio contra su rival, lo vencería. Ganó Lula sin demasiada holgura.

Desde que perdió las elecciones, el 30 de octubre pasado, Bolsonaro solo ha aparecido una vez en público, con brevedad, básicamente para agradecer a sus votantes pero sin reconocer explícitamente su derrota. Tampoco alegó fraude, lo que supone un comedimiento en un personaje forjado y curtido en los bajos fondos de la política brasileña y un discípulo aplicado del estadounidense Donald Trump. Una segunda vez distribuyó un video, donde aparecía con cara de funeral, dirigido a sus seguidores que tumultúan la vida pública en demanda de que los militares se alcen contra la victoria de Lula, que la Justicia califica de «incontestable».

Mientras, el presidente electo va a todo vapor y ocupa ya el espacio público en una transferencia radical de poder y una vuelta a la escena internacional, que Bolsonaro tenía abandonada.

Es un momento muy duro para Bolsonaro ya que es la primera vez que pierde unas elecciones y se queda sin mandato desde que en 1989 optó por la política tras verse forzado a dejar el Ejército con deshonra.

Según Mourão, Bolsonaro tiene que darse cuenta de que su gran caudal de votos puede transformarse en muchos cargos municipales en las elecciones locales de 2024 y dos años más tarde en su retorno a la presidencia.

Quizás le sirva de acicate a Bolsonaro que su admirado Trump, derrotado en las urnas como y él y, asimismo, sin haber reconocido ese fiasco, haya decido meterse en la carrera de las presidenciales de 2024.

La ultraderecha rumia la derrota y lamenta la oportunidad que Brasil ha perdido de vivir una etapa de «grandeza» cuando, en verdad, el prodigio de Bolsonaro es haber forjado un país virtualmente en escombros, partido en dos y envenenado. Una desgracia.

Lula es consciente del titánico trabajo de reconstrucción que tiene por delante y, en entrevista al «New Yorker», se confesó «asustado» por el enorme optimismo que su victoria ha generado. ✅

franciscorfigueroa@gmail.com

Brasil: Atención... ¡firmes!


Francisco R. Figueroa

✍️11/11/22

El alto mando militar brasileño quiere contentar a tirios y troyanos, a dios y al diablo. 

Un juego de equilibrios en la cuerda floja donde se bambolean sobre todo los cientos de militares que el presidente Jair Bolsonaro –un oficial fracasado entusiasta de los regímenes castrenses–, puso en la administración federal a controlar la vida civil dando origen a un sucedáneo de gobierno militar. 

Los jefes de las tres ramas armadas hacen un ejercicio de contención con un fusil que puede disparar por la culata. 

Andan entre el servilismo y la estulticia, al decir del senador Alessandro Vieira, a las vista de tres documentos que han divulgado en menos de 24 horas: el farragoso resultado de su peritaje, al servicio de los intereses de Bolsonaro, a las elecciones; un comunicado con precisiones innecesarias sobre el mismo asunto, tratando de enmendar la plana al jefe del Tribunal Electoral, y, por fin, un pronunciamiento en pretendido tono patriótico e institucional de los tres máximos comandantes: un general, un almirante y un brigadier. 

Los mismos jerarcas con uniforme que nunca salieron en defensa de la institucionalidad las muchas veces que Bolsonaro rozó la ruptura del orden democrático y, por ejemplo, denostó hasta la ordinariez a magistrados del Tribunal Supremo mientras sus «torcedores» reclamaban derrocar al poder judicial y también al legislativo.

Los jefes castrenses –en coordinación con Bolsonaro y tras una conferencia en la cumbre del mando militar– proclaman en su manifiesto el compromiso «irrestricto e ilimitado» con la Constitución, pero se abstienen de expresar un reconocimiento público, formal e institucional, de la victoria electoral de Luiz Inácio Lula da Silva, lograda, según los organismos concernientes, con absoluta pulcritud y de acuerdo con las leyes. 

Ignoran al legítimo presidente electo cuando el asunto de fondo es, precisamente, la legalidad del proceso electoral en el que Lula resultó ganador. Refieren en el informe de auditoria que no pudieron constatar un fraude en las urnas, pero son incapaces de verificar que no se produjo. 

Y alientan las teorías sobre el fraude con tecnicismos sobre recovecos informáticos de supuesta inseguridad en el sistema electrónico de votaciones, que lleva 26 años en uso sin que nadie, ni la milicia, le haya puesto antes objeciones. 

Predican «la tolerancia, el orden y la paz social», pero no condenan expresamente las algaradas antidemocráticas de los bolsonaristas exaltados que se han producido desde el mismo día de las elecciones contra la victoria de Lula y la «amenaza comunista», y en pro de un golpe militar, aunque muchos de esos tumultos sucedieron  –y siguen en menor medida– a las puertas de los cuarteles, en las que solo faltó arrojar maíz para provocar como gallinas a los uniformados como se hacía antiguamente. 

Los tres rectores de la milicia brasileña únicamente se refieren a «eventuales excesos cometidos en manifestaciones», que, según ellos, son tan censurables como las restricciones a derechos ciudadanos por parte de agentes públicos, en una aparente crítica a las acciones de los magistrados contra esos motines antidemocráticos. 

Al opinar sobre asuntos civiles se nota la osadía de unos militares a los que Bolsonaro dio alas. De modo que la desbolsonarización de las Fuerzas Armadas, la Policía Federal y otros cuerpos de seguridad se plantea como tarea urgente para Lula.

Parece que los generales en jefe alientan implícitamente a ese bolsonarismo que, como señala el semanario Veja, vive en una realidad paralela, movido por noticias falsas, rumores descabellados, sandeces, planes alucinantes y supuestos mensajes crípticos emitidos desde su enclaustramiento por el jefe del Estado, que sufre erisipela, una infección de piel tras una quemadura mal curada que sufrió durante una de sus populares cabalgatas en moto. ✅

franciscorfigueroa@gmail.com

Los militares brasileños parieron un ratón


Francisco R. Figueroa

✍️10/11/22

Finalmente el Ejército brasileño dio a luz. 

Ha sido otro asombroso parto de los montes y, como en la fábula, estos guerreros han alumbrado un pequeño y ridículo ratón. 

El padre de la criatura se llama Jair Bolsonaro, un militar fracasado.

Parieron con fórceps el informe del ministerio de Defensa sobre su peritaje al reciente proceso electoral, en el que sucumbió Bolsonaro, su jefe supremo, frente al izquierdista Luiz Inácio Lula da Silva. 

Esa evaluación fue el compromiso salomónico alcanzado tras el fiasco de Bolsonaro en su empecinamiento en que los militares bajo su mando hicieran, por encima de la ley, el escrutinio electoral. Qizás Bolsonaro intuía ya la derrota. 

¿Y qué han dicho los ardorosos guerreros del excapitán Bolsonaro?

 Lo que todos sabíamos, lo que dijo el Tribunal Electoral, lo que afirmaron decenas de instituciones en avalancha, lo que el mundo vio: las elecciones fueron impecables. 

La victoria de Lula es, por tanto, incuestionable. 

«Bolsonaro no tenía derecho a involucrar las Fuerzas Armadas para supervisar el proceso electoral. Solo ha conseguido desprestigiar y humillar a las Fuerzas Armadas, a las que debe pedir disculpas», ha dicho Lula este jueves. 

Los técnicos militares han puesto al sistema algunos peros, si bien siempre en condicional, como posibilidad, sin concreción ni prueba. 

El bolsonarismo montaraz esperaba que los uniformados dieran en esa auditoría con el talón de Aquiles del sistema electrónico de votaciones y que se alzaran en consecuencia contra la victoria de Lula, lo mismo que en 1964 de levantaron contra el «comunismo» para instalar una dictadura de dos décadas de duración. 

Inventadas en 1996, las urnas electrónicas llevan en uso en Brasil un cuarto de siglo sin la menor queja. Y fueron escudriñadas por ingenieros, háckers, cráckers... 

Hasta que un gobernante impulsor de lo que Lula llama «la industria de la mentira» socavó sin fundamento la confianza en ese sistema de votación sin aportar pruebas sobre sus supuestos puntos flacos ni explicar porqué participaba con sus hijos y amigos de un proceso comicial donde, según él, podían ser timados. 

El alto mando, con su informe, desanima el golpismo y responde a los exaltados del bolsonarismo que exigen su intervención. 

Se descarta de ese modo la posibilidad de que los uniformados se enreden más en las quimeras antidemocráticas de ese presidente que los volvió a meter en la vida civil con un fuerte desgaste para ellos, un antiguo capitán licenciado con desdoro y entusiasta de la dictadura, la tortura y la eliminación física del «enemigo comunista». 

Y más con Lula dispuesto a despedir a centenares de militares en activo y de la reserva que Bolsonaro colocó en puestos de la administración para controlar la vida civil.

Posiblemente los militares brasileños hayan puesto la vista al frente y a paso firme, en formación cerrada, caminan hacia el futuro, que ese mismo día, también en Brasilia, Lula ya escribía, haciendo lo que mejor se le da al viejo sindicalista: apaciguar las instituciones, tender puentes con los partidos políticos y negociar la gobernabilidad. 

Sentar bases para lograr la credibilidad, la estabilidad y ser un gobernante previsible, según dijo. ✅

Finaliza la «primavera facha»


Francisco R. Figueroa

✍️4/11/22

La «primavera facha» de Brasil ha durado cuatro días, lo que han tardado en desinflarse las algaradas golpistas contra la impecable victoria de Luiz Inácio Lula da Silva.

Un movimiento reaccionario de repulsa al veredicto de las urnas de partidarios del presidente Jair Bolsonaro, cuya derrota en su ofuscación no esperaban, si bien la mayoría de los pronósticos apuntaban en ese sentido. 

El motín también ha sido una exteriorización de la repugnancia del bolsonarismo hacia el «comunista» y «expresidiario» Lula, cuya gestión de cuatro años seguramente tratarán de contrariar.

El bolsonarismo ha acabado mostrando en esta delicada coyuntura poselectoral sus entrañas antidemocráticas y fascistas, que el autoritario presidente ha tratado de disimular a duras penas. 

Los bloqueos de carreteras, que en el momento más crítico del alzamiento popular afectaron a casi un millar de puntos, han sido prácticamente deshechos. Y han concluido los tumultos callejeros y frente a instalaciones militares en procura de un golpe de Estado.

Bolsonaro ha fracasado también en el intento de sacar a los militares de los cuarteles para mostrarlos mezclados con sus partidarios, en una demostración de fuerza personal y liderazgo tras la derrota en las urnas. 

El ala militar del movimiento ultraderechista del excapitán Bolsonaro se ha achantado. 

El objetivo era que las tropas salieran a restablecer el orden por el desbordamiento de la policía y de ahí la resistencia a ordenar la intervención de las fuerzas de choque por parte de los jefes de los cuerpos de seguridad, que son paniguados de Bolsonaro. 

Fueron necesarias órdenes terminantes del Tribunal Supremo para que las policías actuasen contra los insurrectos. 

Puede concluirse que los magistrados del Supremo han sido los garantes del orden democrático que las hordas bolsonaristas trataron de liquidar. 

Bolsonaro ha mantenido un enfrentamiento permanente, sin cuartel, con el Tribunal Supremo como si fuera una suerte de partido de oposición o el enemigo a batir, y ha azuzado constantemente a sus partidarios contra los magistrados. Una guerra con tintes barriobajeros y matonescos que finalmente ha perdido.

El control de los altos tribunales fue lo que le faltó al derrotado gobernante para tener el control total del poder. El legislativo estuvo mayoritariamente de su parte. Pero los líderes de los partidos están tendiendo rápidamente puentes hacia Lula con la mirada puesta sin duda en el presupuesto nacional.

Lula obtuvo durante sus dos anteriores presidencias la colaboración –costosa, por cierto– de la legión de partidos que se proclaman centristas. Y volverá a ocurrir otro tanto, también porque esos partidos se alquilan tradicionalmente a quién esté en el poder. 

Una visita de Bolsonaro al Supremo después de haber aceptado, el martes, que tenía que desalojar los palacios presidenciales, tuvo el valor de un armisticio en el filo de la navaja. 

Incluso han hecho gestos visibles hacia Lula los poderosos líderes de las dos mayores congregaciones de evangélicos que tantísimos votos aportaron al mandatario ultraderechista. 

Bolsonaro parece preocupado ante la posibilidad de que la Justicia actúe contra él y su procelosa familia después del traspaso de la presidencia. 

La caracterización por el Supremo como «criminales» a los alzados bolsonaristas, por afrontar un resultado electoral legitimado por las todas las instituciones, ha sido clave. 

A quince días del Catar 2022 los brasileños deben dejar de lado la política y poner todos sus sentidos en el fútbol anhelando que su selección logre el título por sexta vez, capitaneados por Neymar, un connotado bolsonarista. 

Pronto lucirán todos con orgullo la camiseta nacional de la que también se había apoderado Bolsonaro como distintivo de su movimiento ultramontano que ha diseminado el odio e infectado el alma de la mitad del animoso y hasta ahora pacífico pueblo brasileño. ✅



El bolsonarismo sigue alzado


Francisco R. Figueroa

✍️3/11/22

El presidente saliente de Brasil, Jair Bolsonaro, ha apelado a sus hordas para que desobstruyan totalmente las carreteras, un alzamiento antidemocrático y golpista que deflagró el mismo domingo de la elección de Luiz Inácio Lula da Silva.

Pero a renglón seguido Bolsonaro ha animado a sus enardecidos partidarios a proseguir «espontáneamente» en otros lados con sus algaradas, que calificó de «legítimas». 

Los bloqueos comenzaron la misma noche electoral estimulados por las redes sociales. Hubo cerca de un millar de cortes en la red brasileña de carreteras, de 1,8 millones de kilómetros de extensión, aunque afectaron severamente a las vías federales (77.000 kilómetros) y a los principales núcleos de población.

Los cortes prosiguen este jueves en unos 150 puntos de once de los veintiséis estados de Brasil y van en disminución. 

Los cuerpos policiales han actuado con renuencia tras ser apremiados desde el poder judicial por la negligencia de sus jefes naturales, de extrema derecha y, por tanto, alineados con Bolsonaro. 

En su segundo pronunciamiento tras la derrota, el gobernante se confesó «desilusionado» y tampoco esta vez reconoció explícitamente el resultado electoral adverso ni mucho menos citó al odiado Lula, cuya legitimidad solo impugna el bolsonarismo montaraz mientras que figuras del conservadurismo  moderado han contemporizado.

«Estoy con vosotros», dijo también Bolsonaro en un mensaje de video, como si quisiera apostar por una especie de caos con orden. 

Mostraba un semblante sombrío, en contraste con las sonrisas forzadas de su primera aparición, el martes, que sirvió como una admisión implícita del resultado electoral por defecto, al no haberlo cuestionado.

Los bolsonaristas han protagonizado también una veintena de concentraciones ante cuarteles militares para incitar al golpe de Estado, un pronunciamiento armado que, asimismo, reivindicaban miles de manifestantes en actos celebrados en veinticinco estados. Algunas personas, también ofuscadas por la derrota, se declararon «listas para la guerra». 

La cúpula castrense, controlada por fieles al excapitán Bolsonaro, guarda silencio. De ese sector se ha manifestado únicamente el vicepresidente Hamilton Mourão, que es un general de la reserva y actualmente no está en buena sintonía con Bolsonaro. 

Mourão ha advertido de que un golpe de Estado colocaría a Brasil en una «situación difícil» en el mundo, donde hubo un reconocimiento inmediato y general de la victoria de Lula, precisamente para neutralizar una posible reacción antidemocrática de Bolsonaro tras su derrota. 

Sin embargo, los militares brasileños no tienen actualmente un proyecto de país como sí lo tenían en 1964, cuando se apoderaron del poder con pretextos anticomunistas propios de la Guerra Fría y lo mantuvieron por 21 años.  

En otra parte del país fue filmada una multitud de bolsonaristas envueltos en banderas nacionales mientras hacían el saludo nazi y cantaban el himno patrio, algo que los portavoces de la comunidad judía han calificado de «repugnante» e «intolerable.

En algunas ciudades hay gente acampada y avituallada, sin previsión de deponer su actitud. Algunos los llaman «campamentos de la libertad». 

Pero la transición del poder comienza formalmente este jueves con la primera reunión de los coordinadores designados por Bolsonaro, su jefe de Gabinete, Ciro Nogueira, y por Lula, el vicepresidente electo, Geraldo Alckmin. 

Mientras, Jair Bolsonaro, de 67 años, calcula como sacar el máximo provecho de la derrota y se prueba en la intimidad el uniforme de caudillo del nacional-populismo para luchar por el sillón presidencial en 2026. ✅

Remite el incendio en Brasil


Francisco R. Figueroa

✍️1/11/22

El mandatario de Brasil, Jair Bolsonaro, rompió el silencio pero no reconoció su derrota, aunque tampoco cuestionó el resultado de los comicios presidenciales, a 48 horas del fin del escrutinio y en medio de las protestas golpistas de partidarios suyos por la elección de Luiz Inácio Lula da Silva. 

Fue en una alocución breve, de poco más de dos minutos, desde el palacio Alvorada, su residencia. El mandatario saliente agradeció a sus 58 millones de electores, justificó a sus seguidores alzados que piden un golpe de Estado como «fruto de la indignación y sentimientos de injusticia» por cómo ocurrió el proceso electoral, una afirmación capaz de estimular a los camioneros más desaforados que cortan carreteras desde el lunes y agravar la crisis. 

No obstante, Bolsonaro desestimuló ese movimiento al afirmar que las manifestaciones violentas son cosas de las izquierdas, que su movimiento anticomunista tanto detesta, y que las personas tienen derecho al libre tránsito. 

Las elecciones han sido reconocidas como justas y transparentes por los demás poderes del Estado y a lo largo y ancho del mundo democrático y autocrático, en una rápida avalancha de pronunciamientos destinada precisamente a neutralizar una reacción destemplada de Bolsonaro ante la perdida del poder a manos de su archirrival. Sólo el sector más montaraz y ultra del bolsonarismo las cuestiona. 

Bolsonaro también habló en su pronunciamiento de la «robusta» representación en el nuevo Congreso Nacional que ha conseguido, como si se preparara para asumir el liderazgo de la oposición a Lula de cara a las venideras presidenciales de 2026, antes de que su protegido y gobernador electo de São Paulo, Tarcisio de Freitas, pueda construir un liderazgo alternativo en su mismo espacio de la derecha brasileña. 

En ese contexto repitió algunas de sus consignas electorales y afirmó que actúa, como siempre, dentro de la Constitución. Aunque Bolsonaro no reconoció la victoria de Lula siguiendo el ritual de los demócratas, uno de sus más directos colaboradores, Ciro Nogueira, anunció a renglón seguido de su discurso, con Bolsonaro a unos pasos de él, la disposición a participar en el proceso de transición del poder. Y es que, además, no importaría que obstruyeran ese traspaso porque las leyes posibilitan el desembarco de los vencedores. 

Los gigantescos bloqueos de autopistas y carreteras seguían si bien habían disminuido y la policía, activada por el Tribunal Supremo, a falta de una acción del gobierno federal, cargó en algunos puntos contra los manifestantes y logró desobstruir algunos carriles.. Organizaciones patronales y gremiales han condenado los bloqueos y alertado del peligro de desabastecimiento. 

Entre los manifestantes hubo algunas señales de sentirse estimulados por el discurso de Bolsonaro. «Van a sentir nostalgia de nosotros», cuchicheó  Bolsonaro a Ciro Nogueira, su jefe de Gabinete, antes del discurso, en una clara alusión a que entregará el poder, aunque es improbable que transfiera personalmente la banda presidencial a Lula el 1º de enero próximo. ✅


Brasil en un brete


Francisco R. Figueroa 

✍️1/11/22

La resistencia del presidente Jair Bolsonaro a reconocer su derrota electoral ante Luiz Inácio Lula da Silva, los cortes de trescientas carreteras por camioneros iracundos y los llamamientos al golpe militar por las redes sociales demuestran el talante fascista de un movimiento  ultraderechista que ha envenenado a la mitad de Brasil. 

Era de esperar esa reacción destemplada y fuera de los cauces democráticos tras una derrota de Bolsonaro. Y más habiendo sido tan estrecho (1,8 %) el margen de la victoria de Lula. Así lo señalé en al menos dos de mis análisis. 

Desde el entorno de Bolsonaro se lanzó el lunes el mensaje de que el presidente iba a reconocer el resultado legítimo de las elecciones aunque poniendo peros al sistema electoral brasileño, pese a haber demostrado, una vez más, que es impecable, con un escrutinio prácticamente concluido en dos horas y media en un país de dimensiones continentales con 8,5 millones de kilómetros cuadrados, unos 215 millones de habitantes y casi 160 millones de electores. 

Por descontado que cuando Bolsonaro haga eso ni reconocerá expresamente que Lula le ha ganado ni felicitará al presidente electo. Ni siquiera lo citará aunque si es posible que haga patente su desprecio por él. 

Está por ver cómo se lleva a cabo la transición de poder, si Bolsonaro la facilita o la dificulta, si bien las leyes permiten al gobierno entrante obrar por su cuenta. 

Tampoco se conoce aún qué camino tomará Bolsonaro de cara al futuro, si se retira con sus 67 años, como había dicho que haría en caso de derrota, o, lo más probable, que se trague el orgullo, se lama las heridas y siga acaudillando su gigantesco movimiento para tratar de volver a la presidencia dentro de cuatro años. 

Lo más urgente ahora es apagar el incendio provocado por los camioneros que han cortado carreteras en unos trescientos puntos, un alzamiento contra la victoria de Lula y en pos de un golpe militar. 

El gobierno no ha tomado acciones enérgicas contra esos golpistas, aparte suspender vacaciones y libranzas en la Policía Federal. La policía federal de carreteras, dirigida por bolsonaristas, contemporiza. El Tribunal Supremo ha ordenado (sin que se hayan pronunciado los dos magistrados nombrados por Bolsonaro) el levantamiento inmediato de los bloqueos y amenazado con sanciones. 

Pero, después de a Lula, el Supremo es lo que más detestan los bolsonaristas influidos por la prédica permanente de su caudillo contra los máximos tribunales de la nación, incluso por haber anulado las condenas judiciales por corrupción de 2018 a Lula, a causa de no haberse seguido en dichos litigios el debido proceso. 

Es improbable que mientras Bolsonaro siga en silencio y no asuma que perdió, las turbas que lo idolatran se sosieguen. El desabastecimiento comienza a notarse en los supermercados y gasolineras. Decenas de vuelos han sido cancelados. 

En tanto, Lula se dispone a tomarse un descanso después de una campaña electoral tan larga, dura y sucia. Se le notan los 77 años de edad que acaba de cumplir. Era evidente ese cansancio, la tensión y el peso implacable de la edad en su semblante durante el discurso de la victoria en São Paulo. 

El rápido reconocimiento de los resultados por parte de los líderes de los poderes judicial y legislativo, así como la avalancha de reacciones favorables a la victoria de Lula a lo largo y ancho del mundo, incluidos los gobiernos de los países más poderosos –Estados Unidos, China, Rusia, Gran Bretaña, la Unión Europea...– han servido para neutralizar y aislar al presidente Bolsonaro. Hasta algunos influyentes líderes evangélicos –como Silas Malafaia, cabeza de la Asamblea de Dios e íntimo de Bolsonaro– han tratado de templar los ánimos Pero sus huestes, como se esperaba, actúan por su cuenta. ✅

franciscorfigueroa@gmail.com