«El día que me muera, nadie lo va a creer»

Las dos palomas blancas que se posaron sobre los hombros del joven Fidel Castro en 1959 mientras pronunciaba en La Habana su primer discurso triunfal se han transformando en los heraldos negros que anuncian la próxima muerte del anciano comandante.

Con 80 años de edad y la salud en ruinas, después de seis meses a merced de la medicina, con el aparato digestivo hecho una calamidad, está llegando al final la existencia de Fidel Castro, un hombre que siempre tuvo una relación indestructible, casi diabólica, con la fortuna, con una habilidad poco común para sortear la muerte. Lo menos seiscientas veces trataron de liquidarle y durante cinco décadas ha sobrevivido a esos y otros embates de diez gobiernos estadounidenses.

A la maña que se da Fidel Castro para seguir vivo se suma la naturaleza, que a veces obra prodigios. Milagros los llaman los creyentes. De modo que el momento dicta prudencia, aunque hayan sido visto paseando por La Habana los heraldos negros que le manda la muerte.

Aunque no muera, Fidel Castro seguramente no reasumirá formalmente el poder. Lo anticipó él mismo en la entrevista con Ignacio Ramonet para el libro «Fidel Castro, biografía a dos voces». Dijo que cuando sintiera que no estaba en condiciones de cumplir el deber pediría que asumiera el poder alguien —Raúl, sin duda, como ha ocurrido, aunque no lo citaba— y que únicamente reasumiría si recobrara las facultades físicas.

A juzgar por la opinión de los médicos, parece difícil que pueda recuperar sus facultades. Gastroenterólogos que a lo largo del mudo han consultado los medios de comunicación afirman que a la edad de Fidel Castro ese tipo de padecimiento es mortal en un 90 % de los casos. Los más optimistas han considerado difícil la recuperación total de un hombre anciano como Castro que ha sido sometido por lo menos a tres operaciones consecutivas en el aparato digestivo.

El presidente venezolano, Hugo Chávez, el discípulo predilecto, acaba de afirmar en Río de Janeiro que la situación de Fidel Castro no es nada fácil. «Está gravemente enfermo. (…) Está dando una batalla por la vida. (…) Con 80 años no resulta nada fácil», ha dicho Chávez reconociendo el estado agónico del anciano caudillo cubano.

El cirujano español amigo de los Castro, José Luis García Sabrido, se ha vuelto a mostrar convencido de que el jefe de la revolución cubana se recuperará y de que su mejora es progresiva. Debe saber lo que dice pues, aparte de haber visitado a Fidel Castro en La Habana en vísperas de la pasada Navidad, se mantiene en contacto con los médicos que atiende al presidente cubano. García Sabrido hace rotundas afirmaciones de optimismo, pero a renglón seguido se cura en salud: «No tenemos la capacidad de predecir qué es lo que va a ocurrir con exactitud», ha dicho.

La transición de poder en Cuba parece, pues, que comenzó en julio, cuando Raúl Castro asumió provisionalmente el mando supremo de ese país de once millones de habitantes y cincuenta bajo la batuta de un líder que ha intervenido hasta en los asuntos más nimios cotidianos. Ahora Cuba parece habituada al gobierno de Raúl Castro, con absoluta tranquilidad. Otra cosa muy distinta hubiera sido una muerte repentina de Fidel Casto, como recuerda algún corresponsal en La Habana. Tal como se han sucedido los acontecimientos, los mecanismos que diseñó el propio dirigente y sus previsiones sucesorias se han acoplado con naturalidad y sin sobresaltos.

Cuando muera Fidel Castro, su régimen no da la sensación de que vaya a desplomarse como pasó en las repúblicas ex soviéticas o con la Yugoslavia del mariscal Tito y el franquismo en España tras la muerte de sus mentores. Tampoco habrá una transición a la democracia en los términos que en el extranjero se espera: multipartidismo, elecciones por voto popular, libertades de todo tipo... A lo sumó, quizás, haya algunas reformas económicas. Tampoco es probable de Raúl Castro se transforme en un Mijail Gorbachov y patrocine una «perestroika» y un «glásnot», en el sentido amplio de las términos de la reestructuración y la política de transparencia que terminaron por liquidar el régimen comunista en la antigua Unión Soviética.

La «perestroika» fue repudiada expresamente por Fidel Castro en 1989 por «peligrosa» y «opuesta a los principios del socialismo». El propio dirigente cubano se anticipó a combatir en Cuba los errores que llevaron a la caída de la URSS. La propia Cuba, que había sobrevidido con la ayuda económica de la URSS, tuvo que atravesar una situación angustiosa en la década de los noventa, una resistencia numantina que también está grabada con letra de fuego en el alma de los dirigentes cubanos.

La disidencia en los cuadros de gobierno cubana fue combatida como traición. El mayor héroe militar del país, el general Arnaldo Ochoa, veterano de Sierra Maestra junto a los Castro y artífice de las victorias militares cubanas en Angola y Etiopía, fue condenado y fusilado junto a otros dos altos militares, unos meses antes de que cayera el Muro de Berlín. Fue un aviso a navegantes.

En años posteriores la cizaña fue limpiada de los sembrados cubanos. Por ejemplo, a Carlos Aldana, considerado como el tercer hombre en la nomenclatura castrista, se le acusó de querer ser el Gorbachov cubano. Estuvo en el ostracismo desde 1992 a 2001. Roberto Robaina, el joven y dinámico ex ministro de Relaciones Exteriores que se autoproclamó candidato a dirigir la transición poscastrista aún paga por su osadía. Fue destituido en 1999 y expulsado deshonrosamente del Partido Comunista en 2003.

En Cuba hay un sistema constitucional muy hermético que no puede ser cambiado por la Asamblea Popular. Sería necesaria una contrarrevolución. Las fuerzas armadas no parecen tener fisuras y todo un pueblo ha sido educado en la revolución y se muestra unido en el castrismo. Hay varias generaciones de revolucionarios ortodoxos educados y de cuadros fieles listos par tomar el poder. Están en puestos claves, como el vicepresidente Carlos Lage (55 años), de la segunda generación; y el ministro de Relaciones Exteriores, Felipe Pérez Roque (41 años), de la tercera. Fidel Castro confían plenamente en todos ellos para dar continuidad a la revolución que, por otra parte, finalmente, al cabo de tantos años, le han nacido polluelos en Venezuela, Bolivia, Cuba y otros países de América Latina.

Todo está previsto para cuando muera Fidel Castro. «Tenemos medidas tomadas y medidas previstas para que no haya sorpresas. (…) Que mis enemigos no se hagan ilusiones; yo muero mañana y mi influencia puede crecer. Una vez dije que el día que muera de verdad nadie lo iba a creer. Podía andar como el Cid Campeador, que ya muerto lo llevaban a caballo ganando batallas», dijo Fidel Castro en la larguísima entrevista a Ramonet, el gallego de Redondela criado en Tánger, profesor, activista antiglobalización, director de «Le Monde Diplomatique» y, para algunos, una suerte de nuevo Regis Debray, el filósofo ex comunista francés primer exégeta del castrismo y apologista de la revolución armada como forma de conquistar el poder.

«Hoy no tengo un papel decisivo. Hoy tengo, tal vez, más autoridad, más confianza de la población que nunca (…) La inmensa mayoría del pueblo cubano nos son favorables (…) El nivel de autoridad, después de 46 años de lucha y experiencia, es más alto de lo que era. Es muy alta la autoridad de aquellos que luchamos…», dijo también Fidel Castro.

Francisco R. Figueroa
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