Francisco R. Figueroa // 25 junio 2010
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Lentamente, con un sentido del tiempo que solo tiene la Iglesia católica por sus dos mil años de existencia, la diplomacia púrpura del Vaticano comienza a dar frutos en la Cuba roja.
Donde ha fracasado España, avanza la Santa Sede; donde ha resbalado el ministro hispano de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, los cardenales católicos pisan firme. Hasta tal punto de que la Unión Europea ha subordinado su propio pronunciamiento sobre Cuba a la evolución de las gestiones de la Iglesia, que están obteniendo de la dictadura de Raúl Castro algunas concesiones sobre derechos humanos aún escasas pero prometedoras.
Las relaciones entre el castrismo y los católicos fueron terribles tras el triunfo de la revolución. Acosados como contrarrevolucionarios, decenas de religiosos abandonaron la isla o fueron expulsados y los que se quedaron tuvieron prohibido su ministerio. Fidel Castro virtualmente proscribió al dios de los cristianos y asumió él ese papel.
Los colegios y demás instalaciones católicas fueron nacionalizados. Una de ellas pasó a ser la desoladora sede de la Seguridad del Estado, la aterradora Villa Marista, la Lubianka cubana donde han infligido tormentos a tantos disidentes de la dictadura, entre ellos los que ahora la Iglesia católica busca liberar.
A comienzo de los años noventas del siglo pasado hubo en Cuba una apertura religiosa, pero el cambio no se apreciaría hasta la visita papal del fallecido Juan Pablo II, en enero de 1998, con su hondo calado político.
Haría falta que pasaran otros diez años desde la estancia en la isla del papa polaco para que la Santa Sede comenzará hablar, al menos en público, de la situación de los presos políticos cubanos. Esto fue con ocasión de la visita a La Habana, en febrero de 2008, del entonces secretario de Estado de Vaticano, el cardenal italiano Tarcisio Bertone, la primera personalidad internacional que llegó a Cuba tras el relevo de Fidel Castro, una semana después de que Raúl asumiera nominalmente el mando de la nación.
Actualmente los jerarcas católicos de Cuba están logrando con buen tino, mediante algo que la dictadura castrista puede presentar como un diálogo interno entre cubanos, lo que no han logrado todas las presione internacionales, incluido el embargo estadounidense y la Política Común de la Unión Europea.
Tras las conversaciones del 19 de mayo pasado con Raúl Castro del cardenal Jaime Ortega y el arzobispo Dionisio García Ibáñez, la dictadura se avino a suavizar la dura situación carcelaria de algunos prisioneros políticos enfermos y dejar en cuasi libertad a dos de ellos: Ariel Sigler Amaya (que tiene una licencia extrapenal por motivos de salud) y Darsi Ferrer (que ha sido puesto en arresto domiciliario).
La gestión de ambos clérigos fue reforzada con la reciente visita a La Habana del Secretario del Vaticano para las Relaciones con los Estados, el cardenal franco-marroquí Dominique Mamberti, y casi inmediatamente después la del cardenal Francis George, presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos y arzobispo de Chicago.
La intervención de la Iglesia católica hay que situarla en su exacta medida. No busca cambios políticos o económicos, que los Castro no están dispuestos a hacer, ni intermedia entre la dictadura y la oposición, entre la isla y la Cuba de la diáspora, ni tampoco persigue una transición a la democracia. De momento trata solo de mejorar la situación de los presos políticos y conseguir cuantas más liberaciones mejor, al menos las de los 25 que están enfermos. Lo que consiga la Iglesia católica será resultado de un diálogo interno entre cubanos, de manera que nadie podrá interpretarlo como concesiones al enemigo exterior.
Es poco, pero es un avance significativo en un país como Cuba. Ese diálogo beneficia a todos comenzando por Raúl Castro, que necesita ganar tiempo para su agonizante régimen y crear sensaciones de cambio incluso para contrarrestar la posibilidad de un estallido social deflagrado por la penosa situación económica interna.
Con la atención exterior puesta en la evolución de esas gestiones, el régimen comunista logra que se alivie la enorme presión internacional surgida a raíz de la muerte del prisioneros políticos Orlando Zapata tras una prolongada huelga de hambre y la protesta que aún lleva adelante Guillermo Fariñas, al tiempo que morigera la crispante actividad pública de las Damas de Blanco, el grupo femenino de familiares de los 75 disidentes encarcelados en la primavera negra del 2003.
franciscorfigueroa@hotmail.com
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