Francisco R. Figueroa / 22 julio 2011
Las primeras decisiones de gobierno retratan al presidente electo peruano, Ollanta Humala, como un hombre prudente, alejado del aventurero Hugo Chávez, a cuya generosa chequera debe la vida, y bastante próximo al pragmático Luiz Inácio Lula da Silva, en cuyo espejo parece estar mirándose.
Pero habrá que esperar al discurso de investidura que Humala pronunciará el próximo día 28 para tener la nueva estampa completa de este antiguo militar golpista que irrumpió en la vida nacional peruana hace solo once años alzándose en armas y que seis años más tarde aspiró por vez primera a la presidencia de su país como una imitación andina del caudillo venezolano, Hugo Chávez.
Los primeros nombramientos de ministros y alto cargos parecen confirmar que el giro de Venezuela a Brasil dado por Humala para optar este año por segunda vez a la presidencia fue por convicción más que por cálculo electoral, como tantísimo le reprocharon sus adversarios.
Con el ortodoxo y librecambista Luis Miguel Castilla (42 años) al frente del ministerio de Economía, la ratificación en el timón del Banco Central del conservador Julio Velarde (59 años), artífice de una eficaz política monetaria durante el gobierno del saliente presidente, Alan García; el moderado Carlos Herrera Descalzi en la cartera de Minas y Energía (ya lo fue en el gobierno de transición de Valentín Paniagua (2000-01) y el economista Kurt Burneo (50 años), un hombre del centrista Alejandro Toledo, en despacho de Producción, el equipo económico de Humala nace con claras hechuras de centroderecha.
Al frente del Gabinete, como primer ministro, Humala ha designado a Salomón «Siomi» Lerner Ghitis (65 años), su asesor más próximo desde hace años. Es un adinerado empresario de origen judío e ingeniero industrial, de pasado revolucionario. Trabajó con el régimen nacionalista de izquierdas del general Juan Velasco Alvarado (1968-75), pero también en el primer gobierno de Alan García (1985-90) -entonces un populista de izquierdas y ahora un derechista- y en el del centrista Alejandro Toledo (2001-06). Ha sido el puente entre el candidato Humala y el empresariado nacional.
Tanto comedimiento ha sido bendecido por los mercados y aplaudido por los peruanos. La transformación de Humala ha hecho que el apoyo electoral puntual de Alejandro Toledo para la segunda vuelta de las pasadas elecciones se haya transformado en un acuerdo de gobierno (habrá varios ministros toledistas) y en colaboración parlamentaria, de la que Humala anda muy necesitado pues su partido solo controla el 36 % del Congreso, de 130 escaños. Entre el partido de Humala (Gana Perú) y el de Toledo (Perú Posible) reúnen un confortable 52 % del parlamento unicameral peruano.
El giro de Ollanta Humala se produce en un momento de declive del caudillo venezolano Hugo Chávez, no sólo agobiado por el cáncer del que le están tratando en Cuba, si no porque su influencia en la región está en decadencia. Ha perdido protagonismo en América Latina y se va aislando en la medida en que su régimen populista y autoritario se confirma como un desastre, sobre todo en lo económico, pese a los ingentes ingresos que Chávez dispone provenientes de las exportaciones petroleras.
El contraste, el éxito de Brasil, antes bajo la batuta de Lula y ahora con su pupila Dilma Rousseff al mando, de políticas ortodoxas y ponderadas con fuerte repercusión social aplicadas por equilibrados y sensatos políticos de extracción izquierdista.
La gran preocupación de los peruanos era que la elección de Humala nublara su futuro y que un eventual gobierno populista, nacionalista y de izquierdas se convirtiera en un freno a la impresionante expansión económica de Perú, el país latinoamericano con mayor tasa de crecimiento. Durante la pasada década el productor interior bruto peruano creció casi un 74 % a una tasa anual en promedio del 5, 7 %. Solo en 2010 su economía se expandió cerca de un 9 %, casi a la par de China.
Humala comenzó la carrera presidencial como un neocomunista papagayo de Hugo Chávez y llega al poder virtualmente abrazado a los tiburones de Wall Street. Sin duda no quiere dar al traste con logros económico de un país como Perú que hace 20 años tenía niveles africanos de vida. Eso demuestra que este exmilitar de pasado turbio tiene una cabeza mejor amueblada de lo que se presumía.
El nuevo mandatario peruano ganó, el pasado 5 de junio, en segunda vuelta, los comicios presidenciales por un escaso margen inferior al medio millón de votos (el 0,02 % del censo peruano, de casi 20 millones de electores) a la neofascista Keiko Fujimori, hija del encarcelado presidente Alberto Fujimori (1990-2000), que cumple 25 años de prisión por delitos de lesa humanidad y latrocinio.