Francisco R. Figueroa / 12 abril 2011
El electorado peruano ha demostrado, una vez más, su gusto por el riesgo. Esta vez ha dado un doble salto mortal al vacío.
Un ex militar de turbia hoja de servicios y una antigua primera dama polichinela de su convicto padre fueron ungidos para que uno de ambos sea el presidente de la República durante el quinquenio 2011-2017.
En las elecciones del pasado domingo los votantes se decantaron para que disputen la presidencia el 5 de junio, en una segunda vuelta, de un lado, con el 31,8 % de los votos, el populista de izquierdas Ollanta Humala.
Se trata de un ex militar sedicioso de 48 años que estuvo preso, émulo del venezolano Hugo Chávez, indigenista, nacionalista y estatista. De otro lado la populista de derechas Keiko Fujimori, de 36 años, que actúa en el nombre del padre, Alberto Fujimori, quien cumple una condena a 25 años por delitos de lesea humanidad y otra menor por latrocinio mientras fue, de 1990 a 2010, presidente del gobierno mas corrupto que posiblemente haya dado el Perú.
El Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, a quien el errático electorado peruano despreció en 1990 cuando aspiraba a la presidencia, dijo antes de la primera vuelta electoral que salir Humala y Keiko Fujimori equivaldría a tener que optar en la segunda entre el sida y el cáncer.
Bien, el peor pronóstico se ha cumplido.
El aparente mejor candidato, Pedro Pablo Kuczynski, de 72 años, tenía en su contra ser listo, culto y blanquito; tener genes germanos, franceses y suizos, una sólida formación anglo-americana en las universidades de Oxford y Princeton, una dilatada y exitosa carrera profesional en organismos multilaterales, empresas privadas, bancos internacionales y también de gobierno al frente de dos ministerios peruanos (Minas y Energía y Economía) y como Primer Ministro, entre otros valores. Ni una mota mancha su carrera. Un lujo prescindible, vaya.
También desecharon a Alejandro Toledo, quizás por ser cholo o por haber sido ya presidente (2001-2006) o por su imperiosa esposa, Eliane Karp, sus líos personales o sus formas fatuas. Igualmente, al ex alcalde Lima Luis Castañeda, con fama de buen gestor, y a una pléyade de siete figurantes, posiblemente todos ellos óptimas personas, que se repartieron el 0,7 % de los votos, se decir, una migaja por cabeza.
¿Qué pasará en la segunda vuelta el 5 de junio?
Algunas veces, puestos frente al precipicio, los votantes peruanos reaccionan. En 1990 dieron un paso adelante, pero en 2006 acertaron con el ombligo encogido cuando tenían que escoger entre el propio Humala y el ex presidente Alan García, de pésima memoria por su desastrosa gestión entre 1985 y 1990.
Se taparon la nariz y votaron a García. Acertaron, aunque posiblemente ello se debió más que a la agudeza del electorado al firme propósito de enmienda del antiguo presidente. García deja ahora el gobierno como mala imagen, pero con el país creciendo a un ritmo de tigre asiático del 7 % anual, aunque muy dependiente de los mercados externos.
No está mal comparado con el desastre de hiperinflación y recesión que dejó en 1990, año en el que los peruanos despreciaron al candidato liberal Vargas Llosa y encumbraron a un aventurero de origen japonés hoy en la cárcel.
Ayudar aquel año a ganar a Alberto Fujimori fue el último error grave de la cadena de despropósitos de Alan García. El decenio presidencial de Alberto Fujimori, en la última década del siglo XX, fue provechoso en lo económico y en la reducción del terrorismo a una mínima expresión. También fue tramposo, deshonesto, corrupto, desquiciado, dictatorial, violador de derechos humanos y muy provechoso para el propio Fujimori, su familia, entre ellas sus hijos Kenji, unos de los candidatos a diputado más votado el domingo, y Keiko, ya que ambos vivieron y se educaron en el extranjero con dineros mal habidos por su padre, así como un nutrido grupo de cómplices, encabezados por el siniestro Vladimiro Montesinos, también hoy preso.
Keiko Fujimori actúa guiada por su padre. Hay fundadas sospechas de que si gana la presidencia indultará a su progenitor. Ella se muestra esquiva cuando se le pregunta por el asunto. Pero ese parece su gran objetivo. Ese 20 % de peruanos incondicionales que conserva Alberto Fujimori, que lo admiran por haber librado al Perú de la hiperinflación y la banda polpotiana Sendero Luminoso, le ha votado incondicionalmente.
Detrás de Keiko, aparte su padre, aparece nada menos que el Opus Dei, con Rafael Rey, su figura civil más representiva en el Perú, actuando al descubierto como candidato a vicepresidente y desde las sombras el cardenal Juan Luis Cipriani, arzobispo de Lima, primado del Perú y miembro de la Prefectura de Asuntos Económicos de El Vaticano, cuya meteórica carrera en el escalafón eclesiástico se debe en buena medida a la mano Alberto Fujimori cuando era jefe del Estado.
Curiosamente, Humala tiene también preso a un pariente en prime grado –uno de sus hermanos, llamado Antauro, asimismo ex militar-, purgando una condena de 25 años, por haber usado atrozmente la violencia en nombre de su causa política. Ollanta Humala, que protagonizó en 2000 una pintoresca asonada contra el agonizante gobierno de Fujimori, actúa, según muchos creen, como peón de Hugo Chávez, aunque él niega al líder venezolano con la misma vehemencia que éste lo hacía con el cubano Fidel Castro en vísperas de su primera elección, en 1998, o pone igual énfasis en refutar que vaya a subvertir también el orden democrático.
El hecho de que sea el candidato que más gasta en propaganda refuerza la idea de una financiación exterior. Su imagen está siendo muy morigerada por expertos brasileños que participaron en aquella exitosa campaña presidencial de 2003 en la que la figura de fiera de sindicalista de barricada de Luiz Inácio Lula da Silva dio paso a un perfil moderado que le hizo ganar. Lula fue coherente con esa imagen en la gestión interna que desarrolló durante los ochos años en la presidencia de Brasil.
Humala se aferra a los modos lulista y marca distancia con Chávez, cuyo apoyo lo hundió en la segunda vuelta de hace cinco años. La incógnita es si ese cambio es mera cosmética electoral.
Codo con codo con Humala actúa su esposa, Nadine Heredia, a la que algunos pintan como una activista radical proclive a Hugo Chávez, y conocidos dirigentes peruanos de la izquierda más radical y castrista. La crispación está servida.
La derecha, que se ha dividido en estas elecciones entre Kuczynski, Toledo y Castañeda, que lo hubiera tenido fácil con candidato único, tendrá que hacer de tripas corazón en la segunda vuelta.
Tanto Humala como Keiko centrarán su campaña en atraer a esos votantes conservadores mayormente de clase media y a tranquilizar a los inversores nacionales y extranjeros así como a los mercados.
Sobre el papel, la hija de Fujimori parece más proclive a encandilarlos, aunque lleguen a ella con la nariz, los ojos y los oídos tapados, aunque hayan tenido que tomar de antieméticos por un tubo.
Claro que como los electores peruanos son tan dados a las piruetas, cualquiera sabe.