Argentina: Milei pide poder absoluto

Francisco R. Figueroa

✍️28/12/2023


El presidente Argentino, Javier Milei, con el ardid de sacar al país de la hecatombe peronista para conducirlo a un territorio idílico liberal donde manará leche y miel, trata de obtener superpoderes, manga ancha para gobernar al dictado e imponer mano dura a sus detractores.


En una ley ómnibus de 664 artículos, bajo un título que sugiere un tren al paraíso, enviada el miércoles último al congreso, Milei pide en nombre de «la libertad» un poder legislativo casi omnímodo para gobernar a golpe de decreto por un período de dos años, prorrogable a otros dos, es decir, extensible a todo su mandato.


Una deriva autoritaria de mayor alcance que lo imaginable, en pos del mercantilismo sin límite, de la barra libre para los capitales nacionales y extranjeros, de un poder autocrático, su voluntad como suprema ley. Mileinismo avasallador a cara de perro con fundamentos de redentor, de nuevo salvador de la patria. Un Milei transformado en monarca porteño imperial rayano en el absolutismo y que desprecia a un poder legislativo, según él, plagado de «coimeros», de corruptos. Un remedo de su admirado Carlos Menem, al que llamaban jocosamente «rey», el presidente peronista de los años noventas que trató de encarrilar a Argentina por la senda neoliberal, que dio a corto plazo resultados favorables pero acabó en una tremenda crisis general que se extendió desde 1998 a 2002, con revuelta popular que provocó la renuncia del mandatario Fernando de la Rúa, a que en el vértice de la nación se sucedieron cinco mandatarios en pocos meses, y a que, finalmente, llegara la tan denostada era del matrimonio Kirchner. 


Si se une el contenido de la ley ómnibus al megadecreto emitido en vísperas de la pasada Navidad, que constituye una poderosa bomba de racimo con 366 cargas explosivas, son más de mil disposiciones con las que un audaz Milei, famélico de apoyo parlamentario, pretende refundar la república con sus cacareadas propuestas ultraliberales y un enfoque presidencialista en el sentido de que solo él como jefe del Estado (elegido por el 55 % de los votos en segunda vuelta, pero sólo un 30 % en la primera) encarna la voluntad popular, y no el Congreso. 


Si su proyecto triunfara en el Congreso, lo que hoy por hoy está en duda,  Argentina entraría a lo que bien podría ser denominado «el mileinato». Si fuera rechazado, la intención, ya anunciada, de Milei es llegar al mismo sitio sometiendolo, con ayuda de lo que llama «las fuerzas del cielo», a plebiscito, en la confianza de ganar, de entenderse directamente con el pueblo, un populismo rampante que dejó patente en su reciente investidura del 10 de diciembre al prescindir del tradicional discurso en el plenario para salir a la calle para dirigirse al gentío congregado frente al Congreso. Milei dispone de una exigüe minoría parlamentaria propia: 15 % (38 de 257) en la Cámara de Diputados y del 10 % (7 de 72) en el Senado y no están claros los perfiles de apoyo a su proyecto de los aliados de la derecha clásica que se le pegaron para derrotar en el balotaje electoral al peronismo, el adversario común.


Milei aspira con esa medidas de emergencia a una gran concentración de poder en su persona para desregularizar la economía, administrar a su antojo los bienes del Estado, reformar a su gusto el sistema electoral, modificar impuesto, intervenir profundamente en un cúmulo de aspectos de la vida económica, laboral y social de los argentinos, incluida la educación, la sanidad, las pensiones, la cultura, los divorcios, los alquileres de viviendas y hasta el fútbol, y aplicar mano dura a quienes osen protestar justo  cuando de espera el estallido de una importante conflictividad social que ya ronda las calles, en las que trata de imponer su ley la antigua guerrillera montonera, rival suya en las presidenciales en el campo de la derecha y su primera y más entusiasta nueva aliada, Patricia Bullrich (67), como ministra de Seguridad, convertida en adalid del garrotazo  y Can Cerbero de Milei, con proyección a dirigir una Stasi argentina, todo, claro, también en nombre de «la libertad».


Se trata de liquidar por decreto el estado benefactor e intervencionista que ha prevalecido por décadas para establecer un sistema mercantilista con el que, según su teoría, Argentina resucitará como «primera potencia mundial», condición que, comprobadamente, nunca tuvo.


Su hiperproyecto lleva un camuflaje pomposo: «Ley de bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos» con reminiscencias decimonónicas de la refundación de la nación  argentina bajo un sistema federal y el fin de las guerras civiles. ¿Un «punto de partida»? Es decir, que la cosa no quedará ahí. Cuando Milei alcance su meta a Argentina no la reconocerá ni la madre que la parió, parafraseando a aquel histórico dirigente socialista español cuando su partido accedió al poder, en referencia a la gran envergadura de las reformas que iban a acometer. Milei explica que su intención es «promover la iniciativa privada, así como el desarrollo de la industria y del comercio, mediante un régimen jurídico que asegure los beneficios de la libertad para todos los habitantes de la Nación y limite toda intervención estatal que no sea la necesaria para velar por los derechos constitucionales».


Incluye una profunda reforma electoral (cambio de la distribución territorial de la representatividad) y la adopción del sistemas de voto (de proporcional a distrital); blanqueo de capitales de hasta cien mil dólares; una regulación restrictiva al derecho de manifestación con fuertes penas de cárcel; la venta o liquidación de unas setenta empresas públicas (la petrolera estatal YPF, la aerolínea de bandera, ferrocarriles, medios de comunicación....) y amplía el derecho a la legítima defensa, entre otros muchos asuntos.


Con el megadecreto redentorista —que aún está en danza, pendiente de acciones parlamentarias (podría ser vetado por las dos cámaras y acabar en el basurero) y de recursos judiciales por inconstitucionalidad manifiesta— Milei puso a funcionar la máquina de hacer picadillo al Estado y seguramente también —al menos en el corto plazo— a las clases medias y bajas. 


Contiene un aluvión de leyes (366), pasando por encima del Congreso, usando una disposición constitucional que faculta excepcionalmente al poder ejecutivo a legislar en situaciones de emergencias o catástrofes. Entre sus medidas hay unas que responden a la necesidad de acciones rápidas frente al grave momento interno, definido por la  recesión económico, la hiperinflación y los elevados niveles de pobreza, pero hay otras que podrían perfectamente ser objeto de debate parlamentario y de un consenso mínimo, y algunas que son puro exotismo, como la de permitir la conversión de los club de fútbol en sociedades anónimas.


El objetivo confesado de Milei, con el pretexto de que la nación enfrenta una situación de «de necesidad y urgencia»,  es desguazar  un sistema jurídico que considera «opresor» y «empobrecedor» para sustituirlo por otro «basado en decisiones libres», que deje el camino expedito a la privatización de las empresas públicas, la competencia sana y el comercio internacional abierto y que flexibilizar las rígidas leyes laborales, en sustitución del modelo tradicional heredado, con un denso tejido estatista,  proteccionista, interventor, paternalista y clientelar, al tiempo que desburocratizar, eliminar trabas administrativa, simplificar trámites engorrosos y combatir la coima sistémica en la cosa pública. En definitiva, dinamitar el sistema de controles que constriñen la economía, ha producido hiperinflación, recesión, agotamiento de las reservas internacionales y un déficit disparatado.


La idea trumpista de hacer de nuevo grande a Argentina parte de un embuste comprobado porque Argentina, a diferencia de lo que Milei pregona, nunca fue «la primera potencia mundial». 


Argentina fue, sí, una rica tierra de promisión en la que se podía hacer fortuna, un resplandor que, sumado a las políticas de fomento de la inmigración, atrajo desde mediados del siglo XIX a unos siete millones de migrantes, europeos sobre todo con mayoría de italianos —sus ancestro entre ellos— y españoles, en huida de conflictos y hambrunas, dando origen a una gran prosperidad basada en la agropecuaria, las exportaciones y el auge de la construcción civil y los transportes.


En su momento de mayor esplendor, en los primeros años del siglo XX, la nación  crecía a un ritmo del 8 % anual, poseía la economía y la industria más grandes de América Latina, era uno de los primeros exportadores mundiales de granos, carnes y lanas, concentraba las dos terceras partes de la inversión extranjera en la región y disfrutaba de una de las mayores rentas per cápita de la tierra. «El oro afluye como no lo hizo jamás, por virtud de nuestra potencialidad», se jactó el mandatario que gobernaba en 1914.


En esa coyuntura de bonanza llegó, por ejemplo, desde Siria el comerciante y padre del futuro presidente Menem, cuya obra Milei invoca. Luego, a partir de 1916, según el propio Milei, Argentina comenzó a decaer por el abandono del espíritu liberal clásico de la Constitución de 1853,  y se adentró en un terreno pantanoso para acabar varias veces consumida por perversas prácticas colectivistas, socializantes y estatistas, con la puntilla final del kirchnerismo bolivariano.


El profesor de sexo tántrico, teórico ultraliberal, titiritero político,  outsider curtido en el fragor de los platós de la televisión argentina, que, según dijo, busca consejo a través de una médium en un querido mastín muerto, clonado en otros cuatros canes mimados que se llevan como el perro y el gato, muestra una prisa increible en su rol de nuevo salvador de la patria, tras su debut con la banda presidencial el pasado 10 de diciembre. ✅


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Navidad

Francisco R. Figueroa

✍22/12/23

Nosotros, los moriscos que anduvimos forajidos en los riscos de Sierra Morena para evitar el espantoso destierro o ser achicharrados por la Inquisición después de haber sido esquilmados por el insaciable duque de Lerma, al que un papa libró del patíbulo, pues bien, como digo, nosotros  las víctimas de aquel privado real, aquel egregio pecador nieto de un santo, aquel corrupto bandido, el mayor ladrón de España que, según la coplilla, «para no morir ahorcado se vistió de colorado» cardenalicio, nosotros, insisto, apenas fervorosos creyentes, no celebramos la navidad, al-ḥamdu lillāhi rabbi l-ʿālamīn.

Hoy, nuestros hermanos en la fe, los que como el príncipe Feisal suspiran por los jardines de Córdoba, los esplendores omeyas o los palacios nazaríes, e, incluso, los yihadistas alucinados que usan el mito de al-Ándalus o se reconcomen recordando humillaciones como las Navas de Tolosa o el llanto de Boabdil, o se envaronan venerando a grandes caudillos como el conquistador bereber Tariq o el portentoso andalusí al-Mansür el Victorioso, al que los infieles llamáis Almanzor, todos ellos regresan en manada y más pronto que tarde –insha'Allah– tendrán ustedes que volver a celebrar su navidad en la gruta de Covadonga. Pero, ojo, esta vez conocemos de antemano la ubicación de vuestra última guarida y ya no contáis con aquel que nuestros cronistas calificarin de «asno salvaje» y vosotros llamáis don Pelayo.

Que el Profeta os colme de felicidad, riqueza y amantes, y si insiste en prometeros los Jardines de la Dicha Eterna, mándadlo al carajo, porque allí también hay milicias israelíes disparando a mansalva fuego parejo, artillería vomitando metralla y aviación pulverizando desde el cielo, y para más desgracias, han huido en tropel tanto los jóvenes y bellos sirvientes como las perfectas huríes, ellos a trabajar en kebabs de El Cairo, Ammán y Beirut, mientras que ella —escorts celestiales—  se afanan en el boyante negocio de las citas por internet.

Eso sin contar con que —como dejó escrito el sabio persa Omar Khayyam, para quien el edén de Alá podía estar en un burdel—, si los amantes del vino y el amor vamos al infierno, vacío debe estar el paraíso. O sea, que si os camela pereceréis por metralla o os consumirá el hastío eterno.

Escuchad, pues, esta navidad el grato murmullo de vino llenando incesantemente vuestras copas y amad sin límite, malditos, aunque sea a vuestro canario.

Salam wa in

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Chile: Nocaut constitucional

Francisco R. Figueroa 

✍️18-19/12/2023

Después de tantos bandazos queda únicamente claro en Chile que la denostada Constitución del difunto general Augusto Pinochet seguirá vigente sine die con sus numerosos remiendos democratizantes.

El domingo último sucumbió el último proyecto constitucional frente al paredón que levantó en las urnas una mayoría del 55 % del electorado chileno. Era un texto emanado de una constituyente dominada por el neopinochetismo y en la práctica consagraba el modelo socioeconómico mercantilista diseñado por los ideólogos ultraliberales de la dictadura.

Contaba de antemano con el rechazo del arco político que va desde la democracia cristiana a la extrema izquierda, incluido, por supuesto, el gobierno progresista del presidente Gabriel Boric. Prácticamente el proyecto solo era defendido por sus mentores de la extrema derecha de José Antonio Kast y su Partido Republicano, lanzados ya a la conquista del poder —o reconquista si consideramos que son ideológicamente herederos del pinochetismo—  en las elecciones de 2025 después de haber perdido el balotaje frente a Boric en las presidenciales de 2021.

En septiembre del año pasado, un 62 % del electorado había reprobado en otro plebiscito el primer proyecto de Carta Magna, un exótico galimatías con pretensiones refundacionales de la nación chilena y acentos indigenista, feminista, ecologista y elegebeicuista, que había sido redactado por una asamblea controlada por las izquierdas proclives a Boric.

De modo que Chile ha salido fatigado y magullado de ese largo proceso constituyente, iniciado hace cuatro años como escape institucional y democrático a la crisis generada por el traumático estallido social de octubre de 2019, consecuencia de un profundo malestar social. Se buscó una nueva Carta Magna que sirviera de elixir a una sociedad castigada por el sistemas mercantiles de sanidad pública, educación y pensiones remanente en el ordenamiento constitucional que impuso Pinochet en 1980, al que las izquierdas achacan los males que padece buena parte de los chilenos de las clases medias y bajas, y que se mantuvo intacto en las 63 reformas constitucionales introducidas en la etapa democrática, iniciada en 1990,  destinadas, sobre todo, a limar las aristas dictatoriales.

La presidenta socialista Michele Bachelet, en su segundo gobierno (2014-18), impulsó sin éxito una constituyente. Parece como si Chile se resistiera a adoptar una Constitución redactada enteramente en democracia para dar definitivamente sepultura a la Ley Fundamental promulgada por el general Pinochet y los otros tres miembros de la Junta Militar y que la polarización derecha-izquierda sigue impidiendo, 50 años después del terrible golpe de Estado de 1973, establecer por consenso un marco armonioso de convivencia.

Paradójicamente Boric y su combo de formaciones izquierdistas han sido devorados por el mecanismo que ellos pusieron en marcha y ahora tendrán que seguir gobernando con la denostada «constitución de los cuatro generales». El proceso ha consumido las mejores energias del país en estos últimos años y definitivamente ha agotado a la nacion.

En una realidad politica diferente a la chilena, unos pasos en falso tan tremendos deberían llevar a convocar inmediatamente nuevas elecciones. Pero Boric ha puesto paños tibios aunque sin hacer leña, porque no podía, del desastre sufrido por sus adversarios de las derechas, un traspié doble porque los republicanos de Kast trataron de convertir el plebiscito en un referéndum sobre la gestión del actual gobierno y han salido trasquilados al tiempo que su propio lider debilitado en beneficio de la derecha tradicional. En medio de la adversidad, la ultraderecha trata de sacar rédito arguyendo que el rechazo sucesivo en sendos plebiscitos de los dos proyectos constitucionales implica una doble legitimación de la Carta Magna pinochetista tratando también de negar así implícitamente el creciente deterioro causante del malestar social.

La realidad es que el gobierno ha salido implícitamente robustecido, aunque a sus miembros les ha debido quedar claro que para sacar adelante medidas transformadoras hace falta algo más que la voluntad de llevarlas a cabo o aferrarse a ideas utópicas.

Todas las fuerzas políticas chilenas han fracasado en ese proceso y mostrado su incompetencia para proponer a la nación un texto constitucional satisfactorio y aglutinante.

El proximo año tocan elecciones locales y al siguiente de nuevo legislativas y presidenciales. El tiempo dirá para dónde echa Chile, si bascula a la ultraderecha, al igual que la vecina Argentina echándose en los brazos del estrambótico ultraliberal Javier Milei, como sugería la derrota en las urnas del primer proyecto de Carta Magna y el resultado de la elección, en mayo pasado, para la última asamblea constituyente, o se impone el sentido común y la clase política atina con las propuestas transformadoras que el país necesita. 

Pero de todas formas a Chile sus clases políticas le siguen debiendo desde  1990 una Constitución genuinamente democrática. ✅ 

franciscorfigueroa@gmail.com

Argentina ingresa al mileino


Francisco R. Figueroa


✍️10/12/2023


Argentina entró hoy en el «mileino», el reinado del ultraliberal Javier Milei, con el anuncio por su parte de una cirugía radical sin anestesia, un ajuste económico violento sin paliativos, para enmendar cien años de desatinos.


Milei (53), ganador del balotaje electoral, con el 56 % de los votos, hace tres semanas, ha llegado a la Casa Rosada en el 40º aniversario del inicio de la era democrática, como 7º mandatario surgido del voto popular. Es un outsider que se lanzó al ruedo electoral con una propuesta neoliberal radical, de ultraderecha. Un producto genuino de los bajos fondos del quilombo televisivo porteño, donde se fajó y se forjó, para luego saltar a la calle con un discurso incendiario y una motosierra en ristre como metáfora de la poda implacable que se proponía realizar en la cosa pública, para acabar arrollando en las presidenciales a las maquinarias partidistas tradicionales, al mutante peronismo especialmente, y convertido en el prodigio de la ultraderecha mundial, muchos de cuyos adalides acudieron en tropel a su investidura, excepto el sumo sacerdote de ese credo, el estadounidense Donald Trump.


La víspera de su toma de posesión se especuló con que Milei había tenido que moderar su discurso y adoptar una nueva apariencia, la de camaleón comedido, recogiendo velas y reculando en el discurso apocalíptico que le llevó al poder, para atraer aliados a su causa debido a su debilidad en el parlamento argentino (tiene la tercera bancada) y su nula presencia en las influyentes provincias con respecto a sus encarnizados rivales, los peronistas, y el primer paso en ese sentido había sido incorporar a su ministerio a representantes de «la casta» que tantísimo denostó.


Tras una rápida juramentación en el parlamento, en lugar de pronunciar allí su discurso inaugural, como es tradición, e ignorando por completo a los representantes de la soberanía popular, salió a la abarrotada Plaza del Congreso dando a entender que él se entiende directamente con el pueblo. Ante la multitud, en tono redentor, vino a decir que mediante un ajuste económico violento, incluso despiadado, se proponía salvar a una nación consumida por cien años de fracasos que arruinaron la vida de los argentinos. «Una larga y triste historia de decadencia y declive» que él se propone dejar atrás, en la onda del Make America Great Again trumpista.


«Lamentablemente nuestra dirigencia decidió abandonar el modelo que nos había hecho ricos y abrazaron las ideas de la libertad y las ideas empobrecedoras del colectivismo. Durante más de cien años los políticos han insistido en defender un modelo que lo único que genera es pobreza, estancamiento y miseria», sostuvo.


Trazó el panorama desolador que presenta el país, una herencia maldita con indicadores desbocados, disparatados, catastróficos, visibles o encubiertos, de estancamiento económico, déficit, inflación, deuda, pobreza, emisión, salarios irrisorios, tarifas, las arcas vacías y los servicios muy deteriorados. «No hay plata, no hay financiación», repitió.


Contra ese negro panorama y tras haber comparado su victoria electoral con la caída del Muro de Berlín, el nuevo gobernante, un anticomunista visceral, dijo que sólo cabe, sin alternativa ni demoras, el shock radical, sin gradualismo, despiadado, un desembalse demoledor como un tsunami. El resultado del «ajustón», que se propone aplicar de inmediato, será negro, muy negro sin remedio, con estanflación y aún más pobreza, porque los efectos tendrá que pagarlo el Estado, y no el sector privado, seguramente con corte del gasto social y los abundantes subsidios, reducción del aparato público y privatizaciones de cuanto pueda ser vendido o liquidado, o la congelación del presupuesto nacional pese a la elevada inflación.


«Este es el último mal trago para comenzar la reconstrucción de Argentina. Esto es, habrá luz al final del camino», agregó en la parte redentorista de su mensaje, sin establecer la duración de los sufrimientos, el tiempo venidero de dolor y lágrimas, algo que no pareció inquietar a su audiencia, que le animaba una y otra vez a usar la motosierra, como si aquella multitud vocinglera no temiera al aumento de la pobreza, la miseria, el desempleo y la carestía que el nuevo caudillo ultraliberal les estaba anticipando tan crudamente, estuviera resignada a recibir la azotaina que se les viene encima y expresara su disposición al sacrificio y el tormento, a transitar por el desierto más oscuro y pedregoso, para alcanzar el país de leche y miel, la nueva Argentina de la abundancia, hacia la que dice Milei que los conduce como un nuevo Moisés.


Reconoció que prefiere decir la verdad, aunque incomode, que recurrir a la mentira confortable; acudió al judaísmo para hablar de la guerra de los macabeos como símbolo de los débiles sobre los poderosos, y solo le faltó encomendar el país a la ayuda de dios como hizo un primer ministro peruano tras anunciar el ajuste económico más radical conocido en esa nación, que tuvo el efecto devastador de un maremoto en una población ya muy afligida.


Sentados a su alrededor, el rey Felipe VI de España; el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski; el paraguayo Santiago Peña o el chileno Gabriel Boric prácticamente no movían músculo ni parpadeaban. Pero el primer ministro húngaro Viktor Orbán y el ex mandatario brasileño Jair Bolsonaro, de ultraderecha como él, sonreían complacidos.


Soberbia y maleducada se mostró la vicepresidenta saliente, Cristina Fernández de Kirchner. Al ingresar al Congreso dedicó a unos detractores, dedo medio en ristre, el gesto universal de fuck you. Tomó los juramentos en su condición de jefa del Senado, embutida en un llamativo vestido rojo pasión, bamboleándose en la tribuna con las manos en los bolsillos frente a Milei mientras juraba, incómoda, displicente, reinona, o como si la era de los Kirchner no hubiera concluido. Su cordial enemigo también peronista, el jefe de Estado saliente, Alberto Fernández, fue como un destello en el acto. Apareció el tiempo justo para entregar a Milei la banda albiceleste y el bastón de mando, de 90 centímetros en madera de urunday con incrustaciones de plata alegóricas a la nación, junto a las cabezas de los canes del flamante mandatario, con los que tiene una relación taumatúrgica, y se evaporó tras el cortinaje granate como un fantasma en fuga, camino a un destierro voluntario y chamuscado por un mandato calamitoso.


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Maduro, ardor guerrero


Francisco R. Figueroa

✍️6-7/12/2023


Con el chavismo y Venezuela en bancarrota, al frente de un régimen antidemocrático que se desploma, una inmensa mayoría (85 %) del pueblo que lo deplora y una negra perspectiva continuista por las urnas si fuera capaz de enfrentar en elecciones limpias a la aparentemente imbatible y tenaz María Corina Machado, al sátrapa de Caracas, Nicolás Maduro, en busca de sostenerse en el poder un poco más, aunque sea agarrado a un clavo ardiendo, le ha entrado ardor guerrero.


Ha desempolvado el antiquísimo litigio territorial con la vecina Guyana para espolear el adormecido fervor patriótico, con la intención de capitalizarlo, y se ha erigido en conquistador del Esequibo, el territorio al este de su país, de unos 160.000 km², una región que supone las tres cuartas partes de la nación y equivale en extensión a dos Austrias o cuatro Países Bajos, sin valor ni recursos naturales apreciables durante la dominación colonial española y luego británica —el Dorado, desde luego, no apareció tampoco allí, si bien hoy parece preñada de petróleo, oro, diamantes y otros minerales—, en la que a España se le colaron los holandeses (siglo XVII), luego unos suecos y finalmente quedó, en 1814, en poder de los ingleses en plena expansión imperial.


Simón Bolívar, el libertador venezolano, reclamó el Esequibo, sin mucho entusiasmo –por cierto– frente a sus valedores ingleses, entonces empeñados en destruir el declinante imperio español y arruinar la monarquía hispana tras haber hecho papilla, sojuzgado y humillado a Napoleón Bonaparte. Nada que hacer, pués, por Bolívar más que agachar las orejas y plegarse a la potencia hegemónica mundial, los nuevos amos del mundo. Londres fijó frontera y mandó colonos a aquella tierra de cimarrones y plantíos, que fue repoblada primero con esclavos negros, después también con sirvientes indios y más tarde con mano de obra barata china y javanesa.


Los anhelos de Venezuela chocaron con el laudo arbitral de París (1899) favorable a los británicos. En 1966, coincidiendo con la concesión inglesa de independencia a la colonia y el nacimiento de Guyana como nación, Caracas vuelve a la carga y convierte la cuestión esequiba en una parte rayada del mapa patrio como «zona en reclamación» y en un asunto primordial para el nacionalismo venezolano, junto con la disputa de límites con Colombia en la zona del golfo al que ellos llaman «de Venezuela» y los neogranadinos «de Coquivacoa». Cabe recordar que Venezuela basa su reclamación reivindicando la soberanía del territorio ocupado por la Capitanía General de Venezuela, creada por España en 1777. Pero de ese territorio perdió sin que mediara un solo tiro, en arbitrajes Internacionales y tratados, con una diplomacia torpe, unos 600.000 km² en beneficio de Colombia, Brasil, Trinidad y Tobago, y la propia Guyana.


El difunto ex teniente coronel y mentor de Maduro, Hugo Chávez, necesitado de causas externas para enardecer el fervor patrio, comenzó reclamando el Esequibo con muchas ínfulas pero enseguida recogió velas, instruido también en eso por Cuba, por conveniencia de los hermanos Castro y en protección de la alianza caribeña beneficiosa para todos ellos. El ex teniente coronel pasó entonces a blandir su sable bolivariano y exhibir su vena nacionalista contra la «soberbia, agresiva, grosera y fascista oligarquía» colombiana, especialmente durante la presidencia de ocho años del derechista Álvaro Uribe, mientras patrocinaba a las bandas de guerrillas, dedicadas mayormente al crimen, como si fueran fuerzas beligerantes libertadoras.


Maduro, que ve peligrar su poder con la «revolución bolivariana» en agonía y el país convertido por él en una ruina, ha celebrado un referéndum nacional en apoyo a la causa venezolana en el Esequibo y para la anexión del territorio, una consulta que ganó abrumadoramente, por supuesto, aunque tuvo que hinchar artificialmente en el cómputo oficial la menguada participación popular. De inmediato fue desenterrada el acha de guerra para una cuestión nacionalista capaz de congregar a buena parte del país detras de él y poner en un brete a la crecida y cada vez más potente y unida oposición, que se enfrenta así a una alternativa del diablo: secunda su locura o queda expuesta como traidora a la patria y se atiene a una inminente cacería de brujas.


El belicoso Maduro recuerda al patético Leopoldo Galtieri, penúltimo general gobernante de la sanguinaria dictadura argentina, que con el régimen ahogado en su criminal insania, y él hundido en la miseria y obnubilado por el whisky, se lanzó delirante a por las Islas Malvinas y embarcó a Argentina en otro baño de sangre, ahora de jóvenes reclutas poco formados y peor equipados,  frente a las aguerridas fuerzas militares británicas.


Suerte para el antiguo chófer de autobuses Maduro, reconvertido en dictador y en conductor de quimeras, que no tiene enfrente a una Margareth Thatcher sino a un gobernante frágil como es el presidente de Guyana, Mohamed Irfaan Ali, a quien se denigra desde Caracas diciendo que, ante la evidente amenaza militar venezolana, ha pedido —de nuevo el recurso de los voceros oficiales al manido imperialismo yanqui— el auxilio de tropas estadounidenses, cuando los dos países se disponen a realizar maniobras conjuntas, y la instalación de bases militares, en apoyo también a las multinacionales petroleras, concretamente la Exxon Mobile, que tiene derechos de explotación en aguas marinas del Esequibo. 


Pero en el campo de batalla interno, Maduro está enfrentado a una mujer igual de tesonera —la derechista María Corina Machado— que cuenta con la aprobación del 90 % de la muchedumbre que participó en unas recientes elecciones primarias entre aspirantes contrarios a la dictadura, un hecho que supuso un mazazo para el régimen chavista, hizo saltar las alarmas y metió el miedo en el cuerpo a una casta que lleva casi un cuarto de siglo en el poder y convirtió a Venezuela en botín, destruyó el tejido productivos nacional y puso en fuga a –unos hablan de seis y otros de ocho— millones de personas huyendo de un regimen autoritario pseudocomunista y cleptómano que arruinó la nación, donde, además, se persigue y castiga la disidencia, se violan los derechos humanos y de propiedad, se tortura y se mantiene en la cárcel y el ostracismo a los discrepantes.


La única manera que tiene Maduro de apoderarse del Esequibo es mediante el uso de la fuerza militar. Pero las fuerzas armadas venezolanas, pese a su enormidad, con 124.000 soldados regulares y unos 400.000 milicianos parapoliciales, no tienen capacidad operativa para hacerlo, ni mucho menos a través de un territorio fronterizo selvático intransitable, ni dispone de fuerza naval o una aviación militar adecuadas, ni existe un liderazgo competente ni con tradición de combate, unos cuerpos armados que históricamente sólo han servido como gendarme interno y sostén de regímenes autoritarios. Hay, sí, un generalato muy numeroso, excesivo, pero de guardarropía, dado a la buena vida, a la acumulación, incluso excesiva, de dinero y a practicar un patrioterismo grandilocuente y de hojalata. Los alardes de Maduro son así pura palabrería.


Dejo la explicación sobre las riquezas que hay en las entrañas del Esequibo a la pluma de mi amigo el periodista venezolano Omar Lugo, experto en el asunto:


El territorio Esequibo tiene una enorme concentración de recursos naturales de todo tipo, incluyendo minerales y metales muy valiosos que van desde uranio, coltán, oro, platino, hasta molibdeno, manganeso, diamantes y otras piedras preciosas, como jaspe, amatistas y cuarzos rosados y en aguas semiprofundas de su mar territorial también tiene una de las mayores nuevas reservas de petróleo liviano localizadas en el sur de América en las últimas décadas.

Tanto es ese potencial (hasta ahora unos 11.000 millones de barriles) que Guyana se encamina a ser (como Kuwait) una de las naciones petroleras del mundo con más riqueza petrolera per cápita (en proporción a su población, pues tiene poco menos de 800.00 habitantes).


Grandes negocios petroleros se están moviendo hacia Guyana, que en pocos años estará en el top 20 de los países con mayor producción de crudo del mundo, por encima del millón de barriles por día, un selecto club del que salió la orgullosa Venezuela, con todo y su historial de más de 100 años sacando petróleo y con las mayores reservas del mundo de hidrocarburos.


Exxon y sus socios, la estadounidense Hess Corp y la china CNOOC, son los únicos productores de petróleo activos en Guyana. Se espera que sus proyectos alcancen una producción de 1,2 millones de barriles por día en 2027, convirtiendo a Guyana en uno de los productores más destacados de América Latina, sólo superado por Brasil y México, según un artículo reciente World Energy Trade.


Hoy su gobierno llama inversionistas de todo el mundo y ofrece facilidades fiscales y jurídicas para explotar yacimientos de minerales valiosos, mientras subasta bloques geológicos para la explotación petrolera en aguas del Atlántico. El valor aproximado de las reservas de oro localizadas en el Esequibo superan los 40.000 millones de dólares al precio de hoy de la onza troy. ✅


franciscorfigueroa@gmail.com