Venezuela teñida de sangre


Francisco R. Figueroa 
9 Enero 2014

El asesinato de una antigua reina de la bellaza en un país que idolatra a sus mises ha dejado desnudo al régimen que encabeza Nicolás Maduro en su afán de escamotear la inmensa tragedia que tiñe de sangre a Venezuela, una de las naciones con más homicidios en el mundo y que vive por el crimen en un virtual estado de sitio.

Los asesinatos en una autopista, de noche, de Mónica Spear (29 años), Miss Venezuela de 2004 y actriz de culebrones en Venezuela, Colombia y Estado Unidos, y de su marido, el empresario británico Thomas Henry Berry (39), en viaje de reconciliación amorosa, en presencia de su hijita Maya (5), ha obligado a Maduro a dar  la cara.

Hasta ahora, el régimen solía practicar la política del avestruz, desviaba la atención o repartía mamporros a los medios de comunicación por difundir información sobre la violencia homicida, un problema enconado desde hace décadas que se agravó dramáticamente durante los quince años de la llamada revolución bolivariana, que el fallecido comandante Hugo Chávez inició en febrero de 1999.

No hay cifras oficiales actuales sobre el crimen en el país porque el gobierno las mantiene prohibidas desde el año 2003, cuando se contaban treinta y dos asesinatos por día. Pero la respetada oenegé Observatorio Venezolano de la Violencia calculó cerca de veinticinco mil homicidios en 2013, tres mil más que en 2012.

Trasladar para comparaciones esa cifra de muertos a términos de la población de Estados Unidos o España representaría doscientos sesenta mil asesinatos cada año en el primer país citado (donde realmente ocurren unos trece mil) y cuarenta mil en el segundo (donde hay menos de trescientoso).

El ritmo de asesinatos es así frenético en Venezuela, con treinta millones de habitantes: sesenta y ocho cada día; tres por hora. Y los números crecen año tras año. Tanto es así que dicha oenegé calcula que durante el chavismo la tasa de homicidios se ha multiplicado por cuatro.

El gobierno, cuando está acorralado, da cifras sensiblemente menores, con unas tasas de criminalidad que equivalen prácticamente a las que las estadísticas mostraban en 2003, cuando Hugo Chávez prohibió su difusión.

Pero Maduro se empecina alegando que se trata de un problema estructural, antiguo, y normal en América Latina que la oposición usa contra él como arma arrojadiza.

La ONU maneja cifras más bajas que el Observatorio, pero refleja un asesinato cada cuarenta minutos o cerca de catorce mil homicidios cada año. Una salvajada de cualquier modo que no tienen correlación incluso en países en guerra como Siria.

La violencia en Venezuela es estructural y antigua. Cuando yo era corresponsal allí en la década de 1990 el crimen llegó en forma de atracos hasta mi propio hogar y a la casa de un número considerable de conocidos. También lo vimos en diferentes homicidios cometidos en las inmediaciones.

Los bandidos son en su mayoría gente joven, pero también hay oficiales en horas de asueto como los que a nosotros nos atacaron, según me aseguró personalmente el ministro del Interior de entonces, quien me recomendó a boca jarro: «compra un arma y defiéndete tu porque nosotros no podemos».

Los motivos de los asesinatos son a veces nimios. Conocí, por ejemplo, el caso de chicos muertos para robarle el calzado deportivo o la mochila escolar. Las víctimas suelen ser también gente joven, en su mayoría varones.

Pero la violencia que yo viví y sobre la que escribí en Caracas era pequeña comparada con la actual. De los cinco mil homicidios anuales de entonces que nos mantenían aterrorizados viviendo como pájaros enjaulados tras las rejas de nuestras viviendas y durmiendo tras puertas blindadas se ha pasado a los veinticinco mil de ahora.

Entonces la violencia se atribuía a la pobreza, la amoralidad y la costumbre de la vida fácil. El régimen chavista no ha conseguido corregir eso.

El considerable incremento registrado en estos quince últimos años se suele atribuir en buena medida a la cultura belicista del propio régimen que plantea las acciones de gobierno como actos de guerra, inunda el discurso oficial con vocablos belicosos, fomenta la prédica del odio, define a sus militantes como combatientes, reparte armas a decenas de miles de ellos integrados en las milicias civiles del régimen y considera al hampa una consecuencia de los abusos del capitalismo.

Al mismo tiempo, fracasaron estrepitosamente las políticas gubernamentales de control y combate de la violencia. Veinte planes presentados a bombo y platillo fueron un fiasco, a la vista de los resultados.

La preocupación del gobierno tras el asesinato de la antigua miss y su marido se puso de manifiesto con la rápida detención de cinco jóvenes y dos adolescentes al parecer implicados en los crímenes.

Tanta celeridad contrasta con la habitual pasividad e incompetencia policial demostrada por el hecho de que en el 92 por ciento de los homicidios ni siquiera hay detenciones. De modo que casi la totalidad de los crímenes queda impune en Venezuela.

La tragedia de la miss tiene a Venezuela de luto. Como expresó una venezolana para un medio de comunicación, ha tenido que ser asesinada una chica bella y famosa para darse cuenta de que están matando a miles para robarles cualquier cosa, mientras el gobierno se ocupa en mantener el poder y la oposición en tratar de echarlo.

Por lo pronto, el crimen ha servido para que Nicolás Maduro y su archirrival Henrique Capriles, a quien el mandatario suelen tildar de «asesino», se estrecharan la mano, en una reunión de emergencia de autoridades para abordar el problema de la violencia, que es el primero entre todos los motivos de preocupación de los venezolanos.

En mi opinión, reducir el crimen en Venezuela es una tarea peliaguda, para varias generaciones, por la cantidad de armas que hay en un país enfermo de violencia donde el crimen compensa porque robar es fácil, los hampones actúan con total impunidad, más de cien mil homicidas campean a sus anchas, los cuerpos de seguridad son demostradamente incompetentes y corruptos, el 20 por ciento de los delitos con cometidos por policías, el sistema judicial está podrido y hay un general desprecio por la vida. Sacar los militares a combatir el crimen, como amenaza Maduro, no es una solución porque los soldados no han sido entrenados para pelear contra el crimen. De modo que los males que causarían serían mayores que los que pretenden evitar.

franciscorfigueroa@gmail.com