Francisco R. Figueroa / 14 junio 2010
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La Unión Europea, en contra de las pretensiones españolas, ha decidido mantener su posición frente a Cuba, que condiciona el mejoramiento de relaciones al respeto en la isla de los derechos humanos y las libertades civiles, la transición a una democracia pluralista de la dictadura de los hermanos Castro, reformas económicas y la liberación de los presos políticos.
Pese a la insistencia del actual gobierno de Madrid –o de su ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, en su solitario– España tiene claro desde hace 20 años que los hermanos Castro seguirán inmutables en sus trincheras.
«Yo ya estoy demasiado viejo para cambiar», le respondió Fidel Castro al entonces jefe del Gobierno español, Felipe González, en julio de 1991 en Guadalajara (México) cuando le pidió reformas políticas.
Tenía 65 años. Hoy, con casi 84 años y enfermo, Fidel Castro Ruz mucho menos va a dar su brazo a torcer.
El vacilante Raúl Castro, su heredero, dijo claramente hace medio año que antes que ceder al «chantaje» de Estados Unidos y la Unión Europea, Cuba prefiere «desaparecer». Castro II es un hombre que nunca se ha detenido ante nada para defender la Revolución.
Reunidos en Luxemburgo, los 27 países de la Unión Europea se ha negado este lunes a modificar su demanda a Cuba de democracia, que mantienen desde que en 1996 fueron propiciadas por el gobierno conservador español que entonces presidía José Mª Aznar, «el führercito» como le llamaba Fidel Castro para mortificarle.
Cuba prefiere que se mantengan las hostilidades. Transigir significa para la satrapía castrista doblegarse. «No cederemos jamás al chantaje de ningún país o conjunto de naciones, por poderosas que sean, pase lo que pase», ha dicho Raúl Castro. Obviamente, la dictadura cubana se nutre de la confrontación y se crece en ella.
Antes de que comenzara, en enero pasado, el semestre de presidencia española de la Unión Europea, el Gobierno de Madrid escuchó en distintos tonos e idiomas que no se esperaba que los hermanos Castro hicieran el menor gesto para propiciar un cambio en la llamada Posición Común.
Pero Moratinos se mostró sobre ese asunto tan tozudo como inamovibles los hermanos Castro en su resistencia numantina, incluso cuando su jefe, el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, le desautorizó implícitamente en lo que el diario «ABC» llamó su «cruzada personal» a favor de la dictadura cubana, después de que el régimen de La Habana expulsara, aquel mismo mes, al eurodiputado español Luis Yáñez, un socialista de vieja cepa a quien el régimen castrista tiene por enemigo.
Moratinos se ha dado de bruces con la realidad cuando hay quienes apuestan por su próxima destitución como responsable de la política exterior española. Ha demostrado que puede ser bueno en asuntos de Oriente Medio y el Mundo Árabe, pero América Latina definitivamente le supera. La reciente cumbre de gobernantes latinoamericanos y europeos en Madrid expuso sus carencias y la debilidad de la diplomacia española al sucumbir al chantaje brasileño, apoyado, entre otros, por Venezuela y la propia Cuba, a propósito de la asistencia a la cita en la capital española del presiente de Honduras, Porfirio Lobo.
Ya lo dijo Raúl Castro: «Cuba jamás será doblegada. Antes prefiere desaparecer». Mejor que ceder un ápice, el holocausto. Tanto el bloque estadounidense como la posición común europea son condicionantes «inaceptables». Los Castro se han crecido históricamente en la adversidad. Los problemas externos de hoy, como el desacuerdo con la Unión Europea, son para ambos pequeñas escaramuzas comparados con los hechos de resistencia durante la guerra revolucionaria, la invasión de Playa Girón o la crisis de los misiles. Son también carburante para esa revolución desmayada y ese régimen paralizado, al tiempo que vivifica a unos dictadores decrépitos.
La dictadura impertérrita habla de una campaña anticubana «orquestada desde los centros del poder del imperio de Estados Unidos y Europa». Los Castro siguen explotando internamente el asunto como si Estados Unidos aspirara a la dominación sobre Cuba, como si en lugar de miseria encerrara en sus entrañas riquezas incalculables o la isla sirviera para otra cosa que ser un bastión comunista frente al capitalismo yanqui.
Cuba, en efecto, no ha cedido ni un milímetro en lo que los 27 esperaban para acercar posiciones a Unión Europea ni España ha podido vencer la resistencia de países como Alemania, Francia, Suecia y la República Checa.
Para esos y otros gobiernos no es suficiente que los hermanos alivien algo la presión de la garra con la que atenazan el cuello de los cubanos y la reciente liberación de un preso político muy enfermo o el acercamiento a cárceles más próximas a sus residencias de otros doce como primer resultado de la mediación de la Iglesia Católica en Cuba. Estas son concesiones escasas con las que los Castro no deben engañar al mundo democrático.
franciscorfigueroa@hotmail.com
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