Si en verdad el cantante colombiano Juan Esteban Aristizábal Vásquez «Juanes» lucha por un mundo mejor, con ocasión de su polémico concierto que junto a un grupo de amigos dará en La Habana dispone de una oportunidad única para demostrarlo.
Antes de cantar, el 20 de septiembre próximo, en la Plaza de la Revolución, el emblemático escenario de los grandes eventos del castrismo, Juanes debiera mostrarse claro respecto a si ese concierto forma parte de las iniciativas para allanar el camino entre Washington y La Habana iniciadas cuando el presidente Barack Obama abrió el trato con la isla y anunció un nuevo tiempo en los vínculos de Washington con su agraviado «patio trasero».
Siendo Juanes un personaje tan influyente en América Latina parece que debiera tomar precauciones con lo que hace y dice porque un concierto en La Habana no es un asunto baladí. No es lo mismo cantar en La Habana que en Madrid, aunque él diga que sí. En Cuba las buenas intenciones se desquician y acaban teniendo otro sentido.
Con independencia de lo que ha manifestado el sector más incorregible del exilio cubano, el concierto de Juanes puede ser útil en este nuevo tiempo siempre y cuando el cantante colombiano y sus compañeros de cartel puedan evitar que sea instrumentalizado por el régimen dictatorial de los hermanos Castro y menos en los actuales tiempos de penurias extremas que viven los cubanos. La prevista actuación junto a Juanes de artistas adeptos al régimen castrista como Silvio Rodríguez provoca muy malas vibraciones políticas.
«No soy comunista ni estoy alineado con el régimen cubano ni voy a cantarle a Castro», ha explicado Juanes a modo de desmarque de la dictadura y ante las críticas, insultos, agresiones y hasta amenazas de muerte surgidas contra él de la comunidad cubana de Estados Unidos.
El Departamento de Estado estadounidense se ha pronunciado a favor de intercambios culturales como ese concierto o las próximas actuaciones en Cuba de la Filarmónica de Nueva York, que el año pasado tocó en Pyongyang, el corazón del tenebroso imperio del mal norcoreano. El inicio de relaciones de Estados Unidos con La China maoísta fue posible por unos sencillos partidos de ping-pong disputados en 1971. ¿Por qué, entonces, un concierto de Juanes ahora no puede tener efectos benéficos en la distensión entre Washington y La Habana? Salvo por la persistencia en el error de Fidel Castro sea mayor que la de Mao Zedong. Entre ambos, en tozudez seguramente gana Fidel.
Antes de poner manos a la obra, en mayo pasado, Juanes se reunió con la secretaria de Estado, Hillary Clinton, otros funcionarios del Gobierno y miembros del Congreso federal en busca de apoyo a la realización del concierto en La Habana. En junio Juanes recabó en La Habana la aprobación oficial de Cuba, que ya entonces imprimió al concierto un sesgo oficialista al dar a entender que el cantante colombiano pretendía manifestar «la solidaridad, el amor y el cariño» por Cuba.
Si el evento sigue adelante es porque cuenta con el beneplácito de la administración de Obama y si, además, Juanes está decidido, a falta de patrocinadores, a correr con los 300.000 dólares de gastos del concierto es porque hay mucho en juego. Mucho más que los derechos por las ventas de la grabación del histórico concierto y mucho más que cosas tan loables pero etéreas como la «paz sin fronteras», el lema de este tipo de eventos.
¿Qué tanto? De momento están claros los intereses políticos. Más allá de las proclamas de paz, amor, tolerancia y esperanza que hace Juanes aparece la idea de un acercamiento y entendimiento entre los dos países, aspectos destacados coincidentemente por el grupo de obispos de la Iglesia Católica en Estados Unidos, encabezado por el cardenal de Boston, Sean O'Malleu, que acaba de estar en Cuba. «Creo que reforzar los lazos culturales, artísticos y educativos es un preludio a los lazos diplomáticos y comerciales. Siempre pasa así», ha declarado por su parte el gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, de visita a La Habana.
Cuba «es un país de 11 millones de personas que está aislado por razones políticas, históricas. Y eso no puede seguir así», ha explicado Juanes. Valdrá la pena su celebración si el concierto puede construir aunque solo sea otro puente imaginario entre ambas orillas del estrecho de la Florida o transporte por unas horas a los cubanos fuera de su durísima cotidianidad, aunque finalmente no resulte útil para aliviar las tensiones entre Cuba y Estados Unidos.
Para celebrar un concierto así en La Habana se necesita, sobre todo, la anuencia del Gobierno castrista, por mucho que el director artístico del evento, Amaury Pérez Vidal, otro cantante partidario del régimen incluido en el cartel, se esfuerce por rodear el evento de normalidad y lo despolitice. Nada en Cuba queda libre al azar y menos un acto así, con esos protagonistas, con la polvareda que trae, capaz de congregar a más de medio millón de personas, en su inmensa mayoría jóvenes, en los 70.000 metros cuadrados de la Plaza de la Revolución y que concita la atención de medio mundo. Toda la carne que se ha puesto en la parrilla no se va a cocinar sin condimentos.
Los Castro deben tenerlo todo atado y bien atado. Impedirán que se celebre el concierto si ven el menor riesgo de que sirva de válvula de escape o se produzcan amagos de contestación o se escuchen reclamos sobre libertades civiles, presos políticos o el derecho a salir de la isla, aunque los organizadores crean que ya no hay marcha atrás.
Juanes ha anticipado que este es «el momento preciso para comenzar algo» con Cuba, que no especifica, pero que, según explica, no hubiera sido posible cuando George W. Bush era el inquilino de la Casa Blanca. «Seguro que con Bush no estuviéramos hablando de esto, pero con Obama en la presidencia creo que es diferente», ha declaro Juanes, con lo que puso más matices políticos al concierto.
Está por ver –como algunos exaltados anticastristas temen– si el cantante colombiano peca de ingenuo o termina haciendo el caldo gordo a la dictadura cubana junto con sus compañeros de reparto, entre los que aparecen, entre otros, el hispano-ítalo-panameño-colombiano Miguel Bosé y la puertorriqueña Olga Tañón, o sirve a la noble causa de llevar una luz de esperanza a los jóvenes cubanos.
Otros artistas latinoamericanos han sospesado esos y otros riesgos y se han negado a acompañar a Juanes a La Habana. Gloria Estefan opina que Juanes actúa de buena fe y como persona libre. Pero reconoce que ella no sería autorizada a cantar en Cuba. Como tampoco ha sido bien vista la pretendida presencia en el concierto del grupo cubano disidente «Porno para Ricardo» que lidera Gorki Águila, quien desde hace tres meses vive en México y para quien Juanes es una persona bien intencionada, pero ingenua. En Cuba «solo toleran a artistas del tralará, que cantan canciones de amor, a los que se expresan en inglés y quienes aún creen en la patraña del comunismo», ha declarado el músico, cuyas canciones –como «El coma-andante» o «El general»– son absolutamente lacerantes para Fidel y Raúl Castro.
Sería un gran sorpresa ver a Juanes, Bosé o Tañón lanzar desde el tablado de su actuación en la Plaza de la Revolución un mensaje a favor de la democracia y las libertades en Cuba. Y no es que eso no sea necesario, pero no lo harán.
Aunque lo pretendan Juanes y sus amigos, aunque no aparezcan detrás de la tarima ningún de los símbolos políticos que hay en la Plaza de la Revolución -incluida la silueta de Ernesto «Ché» Guevara sobre la fachada del Ministerio del Interior o el Monumento a José Martí o el Palacio de la Revolución- y aunque no se griten consignas políticas éste no será el concierto «blanco» que algunos cándidos aseguran.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
Juanes entre Washington y La Habana
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Guerra de nervios, por ahora
¿Cuánta gasolina más puede ser echada al viejo y recalentado conflicto colombo-venezolano hasta que explote? Los presidentes Hugo Chávez, sobre todo, y Álvaro Uribe llevan años atizando la discordia. Hasta ahora el rédito político interno que han tenido es indudable. Como los dos caudillos parecen decididos a eternizarse en el poder, ¿tendrán que llegar a las manos cuando el diccionario se les quede chico?
Hoy parece bastante difícil, aunque no impensable, que ocurra otra de esas reconciliaciones presidenciales suyas tan recurrentes. De hacer caso a Chávez, la ruptura de relaciones con Colombia –sobre la que instruyó en directo por televisión a su Canciller, Nicolás Maduro– sería inminente debido a las bases militares que Estados Unidos usará en el vecino país, con lo que la gresca de vecinos se convertiría en un rompimiento con daños incalculables y daría al traste por anticipado la cumbre extraordinaria que tienen previsto celebrar los mandatarios de América del Sur este viernes en Bariloche. Chávez habla tanto y tan seguido de una situación de bélica con Colombia que un día de estos va a acabar declarando la guerra por televisión en una de sus frecuentes peroratas.
Una guerra entre Colombia y Venezuela forma parte del primer escenario que manejan los estados mayores de ambos países, tema prioritario de estudio en las academias miliares posiblemente desde que la inaguantable rivalidad entre unos y otros acabó con la secesión de la Gran Colombia bolivariana en 1830. Es notoria en el nacionalismo venezolano su sólida base anticolombiana, su animadversión por el vecino, la sensación de superioridad que respira. Venezuela no tiene a la vista otro enemigo que Colombia pues del conflicto territorial con Guayana por el Esequibo nadie parece acordarse, aunque siga ahí como un apéndice fantasmagórico en los mapas oficiales. Las Fuerzas Armadas que dirige Chávez no tienen por ningún lado más objetivo que Colombia. Esa es, pues, su razón de existencia y el único posible enemigo del que hay que defender el solar patrio pues no hay asomo de litigios en el selvático flanco sur con Brasil. Colombia y Venezuela tienen viejos pleitos territoriales que no han salido a relucir –de razones posiblemente calculadas– en la actual escalada verbal que las enfrenta. Si asomara la reivindicación colombiana sobre el Golfo de Venezuela –un reservorio enorme de petróleo y gas–, o la pretensión venezolana sobre la Guajira y los Llanos Orientales colombianos, que la Constitución de Venezuela reconoce como parte del territorio nacional, entonces se estaría más cerca de una guerra. Esas reclamaciones territoriales están aparcadas desde que en 1987 los dos países estuvieron cerca de una guerra que ambos se apresuraron en evitar.
Chávez es un fanfarrón, pero no parece tonto para iniciar un conflicto armado que podría constarle el puesto, salvo que fuera a la desesperada –como hicieron los militares argentinos de la dictadura cuando desencadenaron la Guerra de las Malvinas contra Gran Bretaña– o se volviera loco de remate. Él es un militronche y conoce al dedillo la situación castrense de los dos países. Tampoco se le reconocen dotes de gran estratega ni de valiente soldado. La única vez en su vida que entró en combate real fue con ocasión de la cruenta intentona golpista de 1992 que capitaneó. Acabó refugiándose en un museo de Caracas sin poder conquistar un palacio presidencia malamente guarnecido y con el jefe de Estado huido. Se rindió mientras los demás jefes de aquella asonada conquistaban sus objetivos en distintas zonas del país. Con ocasión de su breve derrocamiento en 2002 tampoco, según sus biógrafos, su comportamiento pidiendo perdón y confesión estuvo a la altura de un gran soldado. De modo que las Fuerzas Armadas venezolanas parecen carecer de un líder para la guerra. Si faltara Chávez Venezuela quedaría bastante tiempo entumecida, pero si desapareciera Uribe la institucionalizada Colombia seguiría andando. Las Fuerzas Armadas venezolanas no tienen la menor experiencia de combate, a diferencia de las colombianas que llevan medio siglo curtidas en una interminable guerra interna contra las guerrillas, el narcotráfico y los parapoliciales. Colombia dispone de un Ejército curtido y bien entrenado, con el triple de efectivos que el venezolano. Cuenta con apoyo de Estados Unido. Mientras Venezuela tiene un Ejército fuertemente politizado y polarizado, como la propia sociedad nacional, en Colombia se observa unidad. En caso de guerra entre los dos países Venezuela podría disponer del apoyo de las narcoguerrillas colombianas, a las que ha reconocido formalmente como «fuerzas beligerantes», y de Ecuador, que tiene un modesto Ejército y está reñido con Colombia por el ataque en su territorio a un campamento de las Farc supuestamente consentido por el Gobierno de Quito. Es cierto que alentado por los elevados precios del petróleo Chávez se ha lanzado en los últimos años a una carretera armamentista (cazabombarderos, helicópteros y fusile rusos y ahora submarinos) y que su capacidad ofensiva podría ser superior a la de Colombia, que sobre el papel no podría utilizar en un conflicto exterior el armamento que recibe de Estados Unidos.
Una guerra imposibilitaría el comercio bilateral, tan vital para Venezuela sobre todo en el suministro de alimentos. Ese comercio importantísimo asciende unos 7.000 millones de dólares al año. Venezuela tardaría bastante en encontrar suministradores alternativos en Argentina o Brasil, país éste con el que mantiene serios problemas por retrasos de pagos de importaciones de más de ocho meses. Una guerra sería capaz de paralizar la industria petrolera venezolana, que con sus más de 2.500.000 barriles diarios de producción, de los que el 60% va a Estados Unidos, es el gran sostén de la Nación y, por tanto, del régimen de Chávez. El mercado no apuesta en una guerra entre Venezuela y Colombia, ni el del petróleo ni el de los bonos pues estos días sigue habiendo apetito por los papales venezolanos, que han dado unas ganancias de casi el 60% en lo que va de año. El mercado parece está acostumbrado a que Chávez cuando no está nacionalizando a algo se está enfrentando verbalmente a Colombia o a Estados Unidos o ambas naciones al mismo tiempo. Los sensibles sensores de Wall Street no escuchan tambores de guerra.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
Hoy parece bastante difícil, aunque no impensable, que ocurra otra de esas reconciliaciones presidenciales suyas tan recurrentes. De hacer caso a Chávez, la ruptura de relaciones con Colombia –sobre la que instruyó en directo por televisión a su Canciller, Nicolás Maduro– sería inminente debido a las bases militares que Estados Unidos usará en el vecino país, con lo que la gresca de vecinos se convertiría en un rompimiento con daños incalculables y daría al traste por anticipado la cumbre extraordinaria que tienen previsto celebrar los mandatarios de América del Sur este viernes en Bariloche. Chávez habla tanto y tan seguido de una situación de bélica con Colombia que un día de estos va a acabar declarando la guerra por televisión en una de sus frecuentes peroratas.
Una guerra entre Colombia y Venezuela forma parte del primer escenario que manejan los estados mayores de ambos países, tema prioritario de estudio en las academias miliares posiblemente desde que la inaguantable rivalidad entre unos y otros acabó con la secesión de la Gran Colombia bolivariana en 1830. Es notoria en el nacionalismo venezolano su sólida base anticolombiana, su animadversión por el vecino, la sensación de superioridad que respira. Venezuela no tiene a la vista otro enemigo que Colombia pues del conflicto territorial con Guayana por el Esequibo nadie parece acordarse, aunque siga ahí como un apéndice fantasmagórico en los mapas oficiales. Las Fuerzas Armadas que dirige Chávez no tienen por ningún lado más objetivo que Colombia. Esa es, pues, su razón de existencia y el único posible enemigo del que hay que defender el solar patrio pues no hay asomo de litigios en el selvático flanco sur con Brasil. Colombia y Venezuela tienen viejos pleitos territoriales que no han salido a relucir –de razones posiblemente calculadas– en la actual escalada verbal que las enfrenta. Si asomara la reivindicación colombiana sobre el Golfo de Venezuela –un reservorio enorme de petróleo y gas–, o la pretensión venezolana sobre la Guajira y los Llanos Orientales colombianos, que la Constitución de Venezuela reconoce como parte del territorio nacional, entonces se estaría más cerca de una guerra. Esas reclamaciones territoriales están aparcadas desde que en 1987 los dos países estuvieron cerca de una guerra que ambos se apresuraron en evitar.
Chávez es un fanfarrón, pero no parece tonto para iniciar un conflicto armado que podría constarle el puesto, salvo que fuera a la desesperada –como hicieron los militares argentinos de la dictadura cuando desencadenaron la Guerra de las Malvinas contra Gran Bretaña– o se volviera loco de remate. Él es un militronche y conoce al dedillo la situación castrense de los dos países. Tampoco se le reconocen dotes de gran estratega ni de valiente soldado. La única vez en su vida que entró en combate real fue con ocasión de la cruenta intentona golpista de 1992 que capitaneó. Acabó refugiándose en un museo de Caracas sin poder conquistar un palacio presidencia malamente guarnecido y con el jefe de Estado huido. Se rindió mientras los demás jefes de aquella asonada conquistaban sus objetivos en distintas zonas del país. Con ocasión de su breve derrocamiento en 2002 tampoco, según sus biógrafos, su comportamiento pidiendo perdón y confesión estuvo a la altura de un gran soldado. De modo que las Fuerzas Armadas venezolanas parecen carecer de un líder para la guerra. Si faltara Chávez Venezuela quedaría bastante tiempo entumecida, pero si desapareciera Uribe la institucionalizada Colombia seguiría andando. Las Fuerzas Armadas venezolanas no tienen la menor experiencia de combate, a diferencia de las colombianas que llevan medio siglo curtidas en una interminable guerra interna contra las guerrillas, el narcotráfico y los parapoliciales. Colombia dispone de un Ejército curtido y bien entrenado, con el triple de efectivos que el venezolano. Cuenta con apoyo de Estados Unido. Mientras Venezuela tiene un Ejército fuertemente politizado y polarizado, como la propia sociedad nacional, en Colombia se observa unidad. En caso de guerra entre los dos países Venezuela podría disponer del apoyo de las narcoguerrillas colombianas, a las que ha reconocido formalmente como «fuerzas beligerantes», y de Ecuador, que tiene un modesto Ejército y está reñido con Colombia por el ataque en su territorio a un campamento de las Farc supuestamente consentido por el Gobierno de Quito. Es cierto que alentado por los elevados precios del petróleo Chávez se ha lanzado en los últimos años a una carretera armamentista (cazabombarderos, helicópteros y fusile rusos y ahora submarinos) y que su capacidad ofensiva podría ser superior a la de Colombia, que sobre el papel no podría utilizar en un conflicto exterior el armamento que recibe de Estados Unidos.
Una guerra imposibilitaría el comercio bilateral, tan vital para Venezuela sobre todo en el suministro de alimentos. Ese comercio importantísimo asciende unos 7.000 millones de dólares al año. Venezuela tardaría bastante en encontrar suministradores alternativos en Argentina o Brasil, país éste con el que mantiene serios problemas por retrasos de pagos de importaciones de más de ocho meses. Una guerra sería capaz de paralizar la industria petrolera venezolana, que con sus más de 2.500.000 barriles diarios de producción, de los que el 60% va a Estados Unidos, es el gran sostén de la Nación y, por tanto, del régimen de Chávez. El mercado no apuesta en una guerra entre Venezuela y Colombia, ni el del petróleo ni el de los bonos pues estos días sigue habiendo apetito por los papales venezolanos, que han dado unas ganancias de casi el 60% en lo que va de año. El mercado parece está acostumbrado a que Chávez cuando no está nacionalizando a algo se está enfrentando verbalmente a Colombia o a Estados Unidos o ambas naciones al mismo tiempo. Los sensibles sensores de Wall Street no escuchan tambores de guerra.
Francisco R. Figueroa
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Gabo el leal
Probablemente el escritor colombiano Gabriel García Márquez sea el único amigo que tiene el comandante cubano Fidel Castro. Los demás en su entorno son familiares, subordinados o cómplices. En honor de una amistad que el caudillo antillano define como «vieja, sincera y entrañable», el colombiano ha publicado un leal artículo por el reciente 83 cumpleaños de Castro sin un asomo de crítica a la problemática situación cubana al cabo de medio siglo de revolución comunista.
Se conocieron en los albores de la revolución, cuando García Márquez se unió a la llamada «Operación Verdad» montada por Castro y trabajó en La Habana, donde vivió seis meses, en la recién fundada agencia Prensa Latina. Gabo, también octogenario, ha confesado que la suya con Castro es una amistad «muy personal y sostenida por un gran afecto» que empezó por la literatura. «Fidel Castro es un lector voraz, amante y conocedor muy serio de la buena literatura de todos los tiempos», agregó.
En varias oportunidades García Márquez ha sido aconsejado por Castro sobre sus libros. Según se cuenta, una vez le advirtió acerca de un error de cálculo en la velocidad del barco en «Relato de un náufrago», otra sobre la edad de un caballo en «El amor en los tiempos del cólera», mientras que en «Crónica de una muerte anunciada» fue sobre las especificaciones del fusil de cacería. Parece que esa amistad está amarrada por la enorme fascinación que, según su biógrafo Gerald Martin, García Márquez siente por el poder.
«En los años setentas fue un activista muy directo, un partidario de la revolución cubana y de sus aventuras africanas» (las intervenciones militares en Angola y Etiopía, fundamentalmente), agregaba Martín cuando promocionaba su libro «Gabriel García Márquez: A Life». Con el paso del tiempo las posiciones políticas del escritor colombiano se han convertido en «más defensivas», agregaba Martin, para quien el autor de «Cien años de soledad» defiende ahora la revolución cubana porque ve en ella «un símbolo de la independencia y la dignidad latinoamericanas».
El escritor «es amigo de Castro, pero no creo que sea partidario del sistema (cubano) porque nosotros visitamos el mundo comunista (las extintas Unión Soviética y Alemania del Este) y quedamos muy desconcertados» con el socialismo real, según dijo, por otro lado, su colega, compatriota y compadre Plinio Apuleyo Mendoza, quien atribuye a la amistad personal de Gabo con Fidel la libertad de «tres mil doscientos, al parecer» presos políticos, entre ellos disidentes del castrismo tan representativos como los escritores Heberto Padilla, Armando Valladares y Norberto Fuentes.
En alguna ocasión Gabo no ha sido fiel a su amigo Fidel. Por ejemplo cuando el escritor apoya entusiásticamente al venezolano Movimiento al Socialismo (MAS), al que donó en 1972 el importe (cien mil bolívares de la época que equivalía a 23.255 dólares) del Premio Rómulo Gallegos concedido por «Cien años de soledad» y más tarde los derechos de su libro de reportajes «Cuando era feliz e indocumentado». El MAS lo formaron en 1971 gente que rompió con el Partido Comunista de Venezuela (PCV), a los que Fidel Castro consideraba «traidores» en una brutal campaña mundial de insultos y calumnias» (así la recuerda Teodoro Petkoff) por haber abandonado la lucha armada que el líder cubano patrocinaba entonces en la Venezuela democrática. «La posición de Fidel Castro y la mía no tiene porqué coincidir siempre en todo», dice Plinio Apuleyo de Mendoza que le dijo su compadre Gabo. Juan Carlos Zapata, en un libro «Gabo nació en Caracas no en Arataca» afirma que si el escritor colombiano no ha endosado al presidente venezolano, Hugo Chávez, su afecto por Castro es porque ya está lo suficientemente mayorcito par dejarse confundir, a estas alturas de la historia, cuando resultado evidente el fracaso del modelo cubano. García Márquez continúa siendo buen amigo de Teodoro Petkoff, uno de los fundadores del MAS, partido con el que acabó rompiendo precisamente a causa del apoyo al proyecto de Chávez. «Lo que en sus memorias deje dicho Gabo sobre su relación con Fidel Castro tal vez constituya uno de los más apasionantes testimonios políticos del siglo veinte», asegura el ex guerrillero comunista y hoy director de periódico Petkoff.
Hace algún tiempo Plinio Apuleyo Mendoza manifestó su creencia de que si fuese posible un proceso de liberalización del régimen cubano, García Márquez podría jugar en ese sentido «un papel importante». «De hecho, él ha facilitado encuentros y diálogos de Castro con presidentes democráticos de América Latina buscando una apertura. ¿Ilusiones suyas? ¿Pasos hacia una nueva realidad? La respuesta sólo podrá darla el futuro», dijo. Pero el tiempo ha pasado sin que posiblemente Gabo se haya atrevido a plantearle a Fidel la necesidad de liberalizar su régimen político, sabedor de su tozudez, su determinación sólida y sus fortísimas convicciones. De otro lado, una propuesta semejante representaría una falta de respeto y decirle al amigo que su vida y su obra han sido un gran fiasco. Justo cuando García Márquez ha publicado el artículo encomiástico por el cumpleaños de Fidel, el régimen castrista —dirigido nominalmente por el general Raúl Castro—, está fuertemente empeñado en su propia supervivencia con la nación sumida en una situación social y económica extremadamente delicadas.
Afirma García Márquez en ese artículo –del que trasciende más la persona que el líder revolucionario– que «el mayor estímulo» en la vida de Fidel Castro «ha sido su emoción al riesgo». Quizás por eso mantiene permanentemente a Cuba en el filo de la navaja y en guardia frente a una invasión del «enemigo imperialista» que nunca se producirá. Afirma Gabo que Fidel tiene un discurso para cada interlocutor y que exige está permanente informado sobre todo y sobre todos. Tal vez por esa avidez insaciable de información la Seguridad del Estado haya desarrollado un sistema tan depurado para escudriñar la vida de los cubanos, hasta el punto de que en la Isla se hace realidad aquello de que no vuela un mosquito sin el permiso del gran líder. Si Fidel tuviera esa facultad para «vislumbrar la evolución de un hechos hasta sus consecuencias remotas» que le atribuye el escritor colombiano hace mucho tiempo que se hubiera visto así mismo y a su país postrado.
García Márquez demuestra veneración por Fidel cuando lo sitúa a la altura de Simón Bolívar y José Martí en esa visión que tiene de América Latina como «una comunidad integral y autónoma, capaz de mover el destino del mundo», cuando lo describe como un idealista «de costumbres austeras e ilusiones insaciables» y como un soñador convencido de que «los estímulos morales, más que los materiales, son capaces de cambiar el mundo y empujar la historia». Pero la imagen que el mundo tiene de Fidel Castro es la de un anciano aferrado a la vida, obstinado en una ideología fracasada, un charlatán contumaz, un dictador mandón que no permite más verdad que la suya ni más credo que el que él ha inventado, que por su dogmatismo a ultranza las personas enfrentan en la isla serias penurias, que no permite a la gente disponer de sus vidas ni todas esas cosas cotidianas, comunes y corrientes en libertad que para un cubano son quimeras.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
Se conocieron en los albores de la revolución, cuando García Márquez se unió a la llamada «Operación Verdad» montada por Castro y trabajó en La Habana, donde vivió seis meses, en la recién fundada agencia Prensa Latina. Gabo, también octogenario, ha confesado que la suya con Castro es una amistad «muy personal y sostenida por un gran afecto» que empezó por la literatura. «Fidel Castro es un lector voraz, amante y conocedor muy serio de la buena literatura de todos los tiempos», agregó.
En varias oportunidades García Márquez ha sido aconsejado por Castro sobre sus libros. Según se cuenta, una vez le advirtió acerca de un error de cálculo en la velocidad del barco en «Relato de un náufrago», otra sobre la edad de un caballo en «El amor en los tiempos del cólera», mientras que en «Crónica de una muerte anunciada» fue sobre las especificaciones del fusil de cacería. Parece que esa amistad está amarrada por la enorme fascinación que, según su biógrafo Gerald Martin, García Márquez siente por el poder.
«En los años setentas fue un activista muy directo, un partidario de la revolución cubana y de sus aventuras africanas» (las intervenciones militares en Angola y Etiopía, fundamentalmente), agregaba Martín cuando promocionaba su libro «Gabriel García Márquez: A Life». Con el paso del tiempo las posiciones políticas del escritor colombiano se han convertido en «más defensivas», agregaba Martin, para quien el autor de «Cien años de soledad» defiende ahora la revolución cubana porque ve en ella «un símbolo de la independencia y la dignidad latinoamericanas».
El escritor «es amigo de Castro, pero no creo que sea partidario del sistema (cubano) porque nosotros visitamos el mundo comunista (las extintas Unión Soviética y Alemania del Este) y quedamos muy desconcertados» con el socialismo real, según dijo, por otro lado, su colega, compatriota y compadre Plinio Apuleyo Mendoza, quien atribuye a la amistad personal de Gabo con Fidel la libertad de «tres mil doscientos, al parecer» presos políticos, entre ellos disidentes del castrismo tan representativos como los escritores Heberto Padilla, Armando Valladares y Norberto Fuentes.
En alguna ocasión Gabo no ha sido fiel a su amigo Fidel. Por ejemplo cuando el escritor apoya entusiásticamente al venezolano Movimiento al Socialismo (MAS), al que donó en 1972 el importe (cien mil bolívares de la época que equivalía a 23.255 dólares) del Premio Rómulo Gallegos concedido por «Cien años de soledad» y más tarde los derechos de su libro de reportajes «Cuando era feliz e indocumentado». El MAS lo formaron en 1971 gente que rompió con el Partido Comunista de Venezuela (PCV), a los que Fidel Castro consideraba «traidores» en una brutal campaña mundial de insultos y calumnias» (así la recuerda Teodoro Petkoff) por haber abandonado la lucha armada que el líder cubano patrocinaba entonces en la Venezuela democrática. «La posición de Fidel Castro y la mía no tiene porqué coincidir siempre en todo», dice Plinio Apuleyo de Mendoza que le dijo su compadre Gabo. Juan Carlos Zapata, en un libro «Gabo nació en Caracas no en Arataca» afirma que si el escritor colombiano no ha endosado al presidente venezolano, Hugo Chávez, su afecto por Castro es porque ya está lo suficientemente mayorcito par dejarse confundir, a estas alturas de la historia, cuando resultado evidente el fracaso del modelo cubano. García Márquez continúa siendo buen amigo de Teodoro Petkoff, uno de los fundadores del MAS, partido con el que acabó rompiendo precisamente a causa del apoyo al proyecto de Chávez. «Lo que en sus memorias deje dicho Gabo sobre su relación con Fidel Castro tal vez constituya uno de los más apasionantes testimonios políticos del siglo veinte», asegura el ex guerrillero comunista y hoy director de periódico Petkoff.
Hace algún tiempo Plinio Apuleyo Mendoza manifestó su creencia de que si fuese posible un proceso de liberalización del régimen cubano, García Márquez podría jugar en ese sentido «un papel importante». «De hecho, él ha facilitado encuentros y diálogos de Castro con presidentes democráticos de América Latina buscando una apertura. ¿Ilusiones suyas? ¿Pasos hacia una nueva realidad? La respuesta sólo podrá darla el futuro», dijo. Pero el tiempo ha pasado sin que posiblemente Gabo se haya atrevido a plantearle a Fidel la necesidad de liberalizar su régimen político, sabedor de su tozudez, su determinación sólida y sus fortísimas convicciones. De otro lado, una propuesta semejante representaría una falta de respeto y decirle al amigo que su vida y su obra han sido un gran fiasco. Justo cuando García Márquez ha publicado el artículo encomiástico por el cumpleaños de Fidel, el régimen castrista —dirigido nominalmente por el general Raúl Castro—, está fuertemente empeñado en su propia supervivencia con la nación sumida en una situación social y económica extremadamente delicadas.
Afirma García Márquez en ese artículo –del que trasciende más la persona que el líder revolucionario– que «el mayor estímulo» en la vida de Fidel Castro «ha sido su emoción al riesgo». Quizás por eso mantiene permanentemente a Cuba en el filo de la navaja y en guardia frente a una invasión del «enemigo imperialista» que nunca se producirá. Afirma Gabo que Fidel tiene un discurso para cada interlocutor y que exige está permanente informado sobre todo y sobre todos. Tal vez por esa avidez insaciable de información la Seguridad del Estado haya desarrollado un sistema tan depurado para escudriñar la vida de los cubanos, hasta el punto de que en la Isla se hace realidad aquello de que no vuela un mosquito sin el permiso del gran líder. Si Fidel tuviera esa facultad para «vislumbrar la evolución de un hechos hasta sus consecuencias remotas» que le atribuye el escritor colombiano hace mucho tiempo que se hubiera visto así mismo y a su país postrado.
García Márquez demuestra veneración por Fidel cuando lo sitúa a la altura de Simón Bolívar y José Martí en esa visión que tiene de América Latina como «una comunidad integral y autónoma, capaz de mover el destino del mundo», cuando lo describe como un idealista «de costumbres austeras e ilusiones insaciables» y como un soñador convencido de que «los estímulos morales, más que los materiales, son capaces de cambiar el mundo y empujar la historia». Pero la imagen que el mundo tiene de Fidel Castro es la de un anciano aferrado a la vida, obstinado en una ideología fracasada, un charlatán contumaz, un dictador mandón que no permite más verdad que la suya ni más credo que el que él ha inventado, que por su dogmatismo a ultranza las personas enfrentan en la isla serias penurias, que no permite a la gente disponer de sus vidas ni todas esas cosas cotidianas, comunes y corrientes en libertad que para un cubano son quimeras.
Francisco R. Figueroa
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Lula y las hienas
No está claro si el presidente Luiz Inácio Lula da Silva pretende hacer a su sucesor o evitar que quien sea su sustituto acaba pidiéndole cuentas a él y los suyos pues sus ocho años en el poder van a quedar marcados por la corrupción que enmerda la cosa pública brasileña.
La política es en Brasil tan atrozmente sucia que el conservador Demóstenes Torres acaba de hablar en el plenario del Senado de «podredumbre». Los parlamentarios brasileños, ha dicho, son una banda que con ambición desmedida buscan asegurarse a cualquier precio la supervivencia en el cargo, apegados al poder, con el único interés del enriquecimiento personal, al margen del bien común.
Demóstenes Torres se refería, sobre todo, al senador José Sarney, el poderoso caudillo derechista, escritor y ex presidente de la República, de 79 años de edad, un saurio político que lleva más de medio siglo montado en el machito, tanto en dictadura como en democracia. Un «cacique de mierda», según dijo en el parlamento uno de sus rivales. Como lo fuera de otros presidentes desde el errático Jânio Cuadros (1961), ahora Sarney es el principal aliado de Lula. Sarney es el causante de un nuevo escándalo de corrupción, practicada de catorce formas distintas, que, a juicio de The New York Times, amenaza con opacar la gestión de Lula.
Un nutrido grupo de parlamentarios perseguía la destitución de Sarney como presidente del Senado, pero Lula ha puesto sobre la mesa todo su peso. Renovó su respaldo a Sarney y ordenó a su Partido de los Trabajadores (PT) que actúe en su apoyo, sin duda para mantener la alianza con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), la formación del presidente del Senado. Lula está decidido a mantener esa alianza para las elecciones generales del año próximo.
Las denuncias contra Sarney han sido así archivadas y el PT han tragado sapos y culebras, aunque hay amenazas de deserciones de destacados dirigentes, entre ellos Marina Silva, la ex ministra de Medio Ambiente y apasionada ecologista que renunció, en mayo del 2008, harta de que un Lula entregado a intereses diferentes a los que defendía cuando llegó al cargo no le dejara proteger debidamente la Amazonía.
Lula hace una defensa de Sarney casi en solitario. La lleva a cabo contra viento y marea, a capa y espadas, contra todo y contra todos, incluso frente al PT, que está al borde de esa división, la opinión pública y los medios de comunicación, que han crucificado al ex presidente sacando a la luz una pila de trapos sucios. La prensa argumenta que Lula trata así de dejar lo mejor colocada posible en la carrera presencial que se avecina a su candidata, la jefa del Gabinete ministerial Dilma Rousseff.
Marina Silva, que trabajo en el caucho en la tierra de Chico Mendes y fue discípula del asesinado (en 1988) ambientalista brasileño, no aguantaba a Dilma Rousseff, ni las ambigüedades de Lula y sus políticas contrarias al medio ambiente. Tampoco le gustaba Sarney ni el PMDB. Algunos la colocan con un pie en el Partido Verde y desde la cúpula del PT se reconoce que una candidatura presidencial suya causará sin duda un «daño electoral» sensible.
Lula se comenzó a entusiasmarse con Dilma Rousseff con el auge en América Latina de las mujeres gobernantes: la chilena Michele Bachelet, la argentina Cristina Fernández…, pero también después de que se hicieran cenizas sus más dilectos acólitos (José Dirceu y Antonio Palocci) por sendos escándalos de corrupción. Esos escándalos distanciaron cada vez más a Lula de auténtico PT dejándolo en las garras del PMDB, partido que le sacó las castañas del fuego en un sonado «affaire» por la compra de parlamentarios para apoyar al Gobierno. Lula arguye que la destitución de Sarney como presidente del Senado acarrearía «una crisis institucional» y a la «inestabilidad». En realidad, posiblemente se tambalearía su sillón presidencial y, sin duda, perdería un respaldo que considera fundamental para las presidenciales de octubre del 2010 consciente de que el PT por sí solo no tiene posibilidades de ganar. El PT que llevó al poder a Lula en 2002 ha perdido por su izquierda el bloque que se fue con la senadora Heloisa Helena a causa del neoliberalismo de Lula. Si se fuera Marina Silva se estima que la sangría total puede suponer más de un 20% de los votos respecto a hace ocho años.
Dilma Rousseff, fiel entre los pocos fieles que le quedan a Lula, dispone de una intención de voto de tan solo el 15%. No cautiva a nadie, por su falta de talante, por su permanente cara de malas pulgas y porque es una desconocida que nunca fue candidata a nada, a pesar de estar considera una eficiente gestora. Apenas ha ocupado cargos de designación. La poca imagen que tienen se la ha formado a las prisas el equipo de comunicaciones de Lula, incluso instrumentalizando el cáncer linfático que le encontraron con el mediático anuncio que se hizo en abril pasado.
Sarney fue el primer presidente de la democracia, o el última de la dictadura, según se mire, pues hunde sus raíces en el régimen militares instaurado en 1964 mediante golpe de Estado. Durante mucho tiempo que el jefe del partido de los uniformados –primero la Alianza Renovadora Nacional y después el Partido Democrático y Social. Fue, pues, firme punta del régimen castrense. Desechado como candidato a vicepresidente en la fórmula continuista civil del ese régimen, Sarney vio por dónde venía el futuro y se pasó a la oposición. Allí fue acogido como candidato a vicepresidente. Tuvo fortuna pues el presidente electo, Tancredo Neves, enfermó antes de asumir y murió. De manera que se convirtió en jefe de estado. Entre 1985 y 1990 Sarney acabó aquella larga transición a la democracia que los militares habían iniciado en 1979 y elevó su poder personal a niveles estratosféricos. En política Sarney se hizo inmensamente rico. En su condición de escritor exclusivamente, el autor de «El dueño del mar», una novela razonable, y de «Saraminda, la exótica historia erótica de una prostituta guayanesa, no habría tenido mucha fortuna. Dos de sus hijos medraron también en los asuntos públicos, una, Roseana, como diputada y gobernadora de uno de sus feudos particulares, el estado de Marañón, y el otro, Zequinha, como ministro y también en el Congreso Federal El tercer hijo, Fernando, y el yerno, Jorge Murad, cuidan los negocios.
Sarney milita en el PMDB, el sexto partido político de una vida pública que se ha caracterizado por estar siempre al lado del poder, cuando el poder no era él mismo. El PMDB controla el poder local en Brasil, pero desdeña la presidencia de la República porque sus dirigentes siempre han obtenido más beneficios como partido aliado. En realidad es un partido mercenario que pone en valor su apoyo a la causa nacional. Así es ahora y así quiere seguir siendo de cara a las elecciones del 2010 consciente de que el candidato que apoya con su enorme maquinaria clientelar tiene más expedito que cualquier otro el camino al Palacio de Planalto en Brasilia. Si fuera así, Lula podrá dormir tranquilo.
Por si no fuera suficiente, Lula aparece hoy de la mano del también ex presidente de Brasil y ahora senador Fernando Collor de Mello, su enconado rival en las sucias elecciones de 1989, quien acabó renunciando al cargo en 1992 acosado por los escándalos de corrupción y la inminencia de un juicio político, pero no se libró de una condena por ocho años de privación de los derechos políticos por parte del Congreso nacional. En el 2006 volvió a la política como senador por su natal, Alagaos, otro estado marcado por el «coronelismo», el caciquismo político brasileño en la pobre arco norte del país, como Marañón, coto de los Sarney, y Amapá el estado adoptivo donde José Sarney es ahora dueño del mar.
Francisco R. Figueoa
franciscorfigueroa@hotmail.com
La política es en Brasil tan atrozmente sucia que el conservador Demóstenes Torres acaba de hablar en el plenario del Senado de «podredumbre». Los parlamentarios brasileños, ha dicho, son una banda que con ambición desmedida buscan asegurarse a cualquier precio la supervivencia en el cargo, apegados al poder, con el único interés del enriquecimiento personal, al margen del bien común.
Demóstenes Torres se refería, sobre todo, al senador José Sarney, el poderoso caudillo derechista, escritor y ex presidente de la República, de 79 años de edad, un saurio político que lleva más de medio siglo montado en el machito, tanto en dictadura como en democracia. Un «cacique de mierda», según dijo en el parlamento uno de sus rivales. Como lo fuera de otros presidentes desde el errático Jânio Cuadros (1961), ahora Sarney es el principal aliado de Lula. Sarney es el causante de un nuevo escándalo de corrupción, practicada de catorce formas distintas, que, a juicio de The New York Times, amenaza con opacar la gestión de Lula.
Un nutrido grupo de parlamentarios perseguía la destitución de Sarney como presidente del Senado, pero Lula ha puesto sobre la mesa todo su peso. Renovó su respaldo a Sarney y ordenó a su Partido de los Trabajadores (PT) que actúe en su apoyo, sin duda para mantener la alianza con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), la formación del presidente del Senado. Lula está decidido a mantener esa alianza para las elecciones generales del año próximo.
Las denuncias contra Sarney han sido así archivadas y el PT han tragado sapos y culebras, aunque hay amenazas de deserciones de destacados dirigentes, entre ellos Marina Silva, la ex ministra de Medio Ambiente y apasionada ecologista que renunció, en mayo del 2008, harta de que un Lula entregado a intereses diferentes a los que defendía cuando llegó al cargo no le dejara proteger debidamente la Amazonía.
Lula hace una defensa de Sarney casi en solitario. La lleva a cabo contra viento y marea, a capa y espadas, contra todo y contra todos, incluso frente al PT, que está al borde de esa división, la opinión pública y los medios de comunicación, que han crucificado al ex presidente sacando a la luz una pila de trapos sucios. La prensa argumenta que Lula trata así de dejar lo mejor colocada posible en la carrera presencial que se avecina a su candidata, la jefa del Gabinete ministerial Dilma Rousseff.
Marina Silva, que trabajo en el caucho en la tierra de Chico Mendes y fue discípula del asesinado (en 1988) ambientalista brasileño, no aguantaba a Dilma Rousseff, ni las ambigüedades de Lula y sus políticas contrarias al medio ambiente. Tampoco le gustaba Sarney ni el PMDB. Algunos la colocan con un pie en el Partido Verde y desde la cúpula del PT se reconoce que una candidatura presidencial suya causará sin duda un «daño electoral» sensible.
Lula se comenzó a entusiasmarse con Dilma Rousseff con el auge en América Latina de las mujeres gobernantes: la chilena Michele Bachelet, la argentina Cristina Fernández…, pero también después de que se hicieran cenizas sus más dilectos acólitos (José Dirceu y Antonio Palocci) por sendos escándalos de corrupción. Esos escándalos distanciaron cada vez más a Lula de auténtico PT dejándolo en las garras del PMDB, partido que le sacó las castañas del fuego en un sonado «affaire» por la compra de parlamentarios para apoyar al Gobierno. Lula arguye que la destitución de Sarney como presidente del Senado acarrearía «una crisis institucional» y a la «inestabilidad». En realidad, posiblemente se tambalearía su sillón presidencial y, sin duda, perdería un respaldo que considera fundamental para las presidenciales de octubre del 2010 consciente de que el PT por sí solo no tiene posibilidades de ganar. El PT que llevó al poder a Lula en 2002 ha perdido por su izquierda el bloque que se fue con la senadora Heloisa Helena a causa del neoliberalismo de Lula. Si se fuera Marina Silva se estima que la sangría total puede suponer más de un 20% de los votos respecto a hace ocho años.
Dilma Rousseff, fiel entre los pocos fieles que le quedan a Lula, dispone de una intención de voto de tan solo el 15%. No cautiva a nadie, por su falta de talante, por su permanente cara de malas pulgas y porque es una desconocida que nunca fue candidata a nada, a pesar de estar considera una eficiente gestora. Apenas ha ocupado cargos de designación. La poca imagen que tienen se la ha formado a las prisas el equipo de comunicaciones de Lula, incluso instrumentalizando el cáncer linfático que le encontraron con el mediático anuncio que se hizo en abril pasado.
Sarney fue el primer presidente de la democracia, o el última de la dictadura, según se mire, pues hunde sus raíces en el régimen militares instaurado en 1964 mediante golpe de Estado. Durante mucho tiempo que el jefe del partido de los uniformados –primero la Alianza Renovadora Nacional y después el Partido Democrático y Social. Fue, pues, firme punta del régimen castrense. Desechado como candidato a vicepresidente en la fórmula continuista civil del ese régimen, Sarney vio por dónde venía el futuro y se pasó a la oposición. Allí fue acogido como candidato a vicepresidente. Tuvo fortuna pues el presidente electo, Tancredo Neves, enfermó antes de asumir y murió. De manera que se convirtió en jefe de estado. Entre 1985 y 1990 Sarney acabó aquella larga transición a la democracia que los militares habían iniciado en 1979 y elevó su poder personal a niveles estratosféricos. En política Sarney se hizo inmensamente rico. En su condición de escritor exclusivamente, el autor de «El dueño del mar», una novela razonable, y de «Saraminda, la exótica historia erótica de una prostituta guayanesa, no habría tenido mucha fortuna. Dos de sus hijos medraron también en los asuntos públicos, una, Roseana, como diputada y gobernadora de uno de sus feudos particulares, el estado de Marañón, y el otro, Zequinha, como ministro y también en el Congreso Federal El tercer hijo, Fernando, y el yerno, Jorge Murad, cuidan los negocios.
Sarney milita en el PMDB, el sexto partido político de una vida pública que se ha caracterizado por estar siempre al lado del poder, cuando el poder no era él mismo. El PMDB controla el poder local en Brasil, pero desdeña la presidencia de la República porque sus dirigentes siempre han obtenido más beneficios como partido aliado. En realidad es un partido mercenario que pone en valor su apoyo a la causa nacional. Así es ahora y así quiere seguir siendo de cara a las elecciones del 2010 consciente de que el candidato que apoya con su enorme maquinaria clientelar tiene más expedito que cualquier otro el camino al Palacio de Planalto en Brasilia. Si fuera así, Lula podrá dormir tranquilo.
Por si no fuera suficiente, Lula aparece hoy de la mano del también ex presidente de Brasil y ahora senador Fernando Collor de Mello, su enconado rival en las sucias elecciones de 1989, quien acabó renunciando al cargo en 1992 acosado por los escándalos de corrupción y la inminencia de un juicio político, pero no se libró de una condena por ocho años de privación de los derechos políticos por parte del Congreso nacional. En el 2006 volvió a la política como senador por su natal, Alagaos, otro estado marcado por el «coronelismo», el caciquismo político brasileño en la pobre arco norte del país, como Marañón, coto de los Sarney, y Amapá el estado adoptivo donde José Sarney es ahora dueño del mar.
Francisco R. Figueoa
franciscorfigueroa@hotmail.com
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Bases yanquis: Chávez va perdiendo
La primera batalla de la enconada guerra verbal deflagrada a causa de las bases militares colombianas que Estados Unidos se propone usar ha sido perdida por el bando chavista. El fuego graneado por sorpresa del venezolano Hugo Chávez durante la cumbre presidencial de América del Sur, celebrada el lunes pasado en Quito, fue secundado solo a medias por sus aliados ideológicos del pacto bolivariano, el boliviano Evo Morales y el ecuatoriano Rafael Correa. Los demás procuraron evitar el enfrentamiento con Barack Obama y trataron de poner cordura en un debate aparentemente disparatado.
América del Sur se mantuvo incapaz de adoptar una posición común sobre la utilización por Estados Unidos de esas siete bases colombianas, motivo por el que Chávez lleva días haciendo sonar tambores de guerra. Los ocho de los doce mandatarios que se reunieron en la capital de Ecuador con motivo de la tercera cumbre de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la segunda toma de posesión del presidente Correa defirieron su pronunciamiento a una nueva conferencia de jefes de Estado sin fecha fija, posiblemente en Bariloche (Argentina), según lo que pueda quedar acordado en una reunión ministerial previa dispuesta para el día 24 próximo.
Pese a la vehemente insistencia de Chávez en sus fantasías de guerra de que hay en la región un ambiente bélico y que esas bases son la cabeza de playa de un posible ataque yanqui a Venezuela en pos de sus ingentes recursos petroleros, el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva bajó el tono de la improvisada discusión desatada en el último minuto el mandatario venezolano fuera de agenda. Lula habló de la necesidad de convocar a Obama cara a cara a que clarifique el asunto y los planes de su administración para América Latina. La mayoría estuvo de acuerdo. El presidente estadounidense había dado explicaciones anticipadas que parecieron haber satisfecho a varios de los presentes en la reunión, celebrada en el histórico convento de san Agustín.
En la ciudad mexicana de Monterrey, donde conferenciaba con su colega de México, Felipe Calderón, y el primer ministro de Canadá, Stephen Harper, Obama criticó sin nombrarlo a Chávez por su doble rasero. Obama censuró la «hipocresía» de quienes por un lado piden que los yanquis salgan de América Latina y por otro reprochan a Washington falta de acción en la crisis de Honduras abierta por la destitución del presidente Manuel Zelaya. Calderón apostilló que esa situación es, en efecto, paradójica y Harper remachó que si él fuera estadounidense estaría «harto de tanta hipocresía de esos tipos que exigen que intervenga en Honduras, pero que condenan la cooperación con Colombia, que se lleva a cabo por razones legítimas contra el narcotráfico», en clara referencia a Chávez y sus aliados.
En la cumbre de Quito, la argentina Cristina Fernández –aunque se hizo un lío al endilgar a Estados Unidos tanto el origen de la crisis global como el de Gripe A– acabo desmarcándose de Chávez cuando pidió evitar los discursos «exaltados», «estridentes» y «flamígeros». Pero se mostró lisonjera con el venezolano al asegurar que se está creando en América del Sur «una situación de beligerancia inédita e inaceptable». Fernández convocó a sus colegas suramericanos un conferencia monográfica sobre el tema de las bases, con la necesaria presencia del colombiano Álvaro Uribe, quien no acudió a Quito para huir de una posible encerrona chavista en terreno hostil habida cuenta también de que las relaciones bilaterales están rotas por iniciativa de Correa como consecuencia del ataque, el año pasado, por soldados colombianos al campamento en Ecuador –presumiblemente consentido por el gobierno de Quito- del entonces «número dos» de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Raúl Reyes, que murió allí mismo. Colombia ha manifestado su disposición a hablar con sus pares suramericanas, pero no solo de las bases sino también del creciente armamentismo en la región, particularmente el de Venezuela y Brasil–, del tráfico de armas para los narcotraficantes y los terroristas, y de otros acuerdos militares que naciones suramericanas mantienen con potencias extranjeras, como Brasil con Francia.
Perdió, pues, en Quito el bloque chavista porque fue imposible imponer la voluntad de Chávez, Morales y Correa de que la cumbre expresara la «preocupación y rechazo» de los mandatarios a la presencia estadounidense en Colombia, para cuyo planteamiento en la conferencia Bolivia hizo de peón de Chávez. No hubo «la condena ejemplar» que la izquierda latinoamericana vaticinaba. Tampoco se produjo la expulsión de Colombia de la Unasur como pretendía Chávez. La irritación inicial mostrada por países como Brasil y Argentina, pareció diluida después de que el presidente Obama hubiera garantizado, en vísperas de la cumbre de Quito, que no ha autorizado un nuevo acuerdo militar con Colombia y que se trata sencillamente en usar siete bases para actuaciones exclusivamente en Colombia contra la guerrilla y el narcotráfico, de acuerdo a un antiguo convenio bilateral de sobra conocido. Se trata de ampliar la cooperación existente y no de instalar bases para uso exclusivo en las que Estados Unidos siente sus reales. El Departamento de Estado había hablado paralelamente de un «plan positivo» para América Latina consistente en promover la prosperidad, la lucha contra el narcotráfico, la justicia y la igualdad de oportunidades. Fueron importantes las razones que en el mismo sentido recibieron Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay personalmente del presidente Uribe, que hizo una gira ex profeso. Por ahora ha primado el principio del respeto a una decisión soberana de Colombia de acuerdo a sus intereses internos. A nadie en América Latina, excepto el eje chavista, incluida Cuba, le interesa el enfrentamiento con Estados Unidos y menos ahora que con la llega al poder de Obama parece que se ha abierto un nuevo tiempo en las relaciones hemisféricas que, como propone Brasil, hay que aprovechar par evitar el regreso a los errores del pasado.
Francisco R. Figueroa
Franciscorfigueroa@hotmail.com
América del Sur se mantuvo incapaz de adoptar una posición común sobre la utilización por Estados Unidos de esas siete bases colombianas, motivo por el que Chávez lleva días haciendo sonar tambores de guerra. Los ocho de los doce mandatarios que se reunieron en la capital de Ecuador con motivo de la tercera cumbre de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) y la segunda toma de posesión del presidente Correa defirieron su pronunciamiento a una nueva conferencia de jefes de Estado sin fecha fija, posiblemente en Bariloche (Argentina), según lo que pueda quedar acordado en una reunión ministerial previa dispuesta para el día 24 próximo.
Pese a la vehemente insistencia de Chávez en sus fantasías de guerra de que hay en la región un ambiente bélico y que esas bases son la cabeza de playa de un posible ataque yanqui a Venezuela en pos de sus ingentes recursos petroleros, el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva bajó el tono de la improvisada discusión desatada en el último minuto el mandatario venezolano fuera de agenda. Lula habló de la necesidad de convocar a Obama cara a cara a que clarifique el asunto y los planes de su administración para América Latina. La mayoría estuvo de acuerdo. El presidente estadounidense había dado explicaciones anticipadas que parecieron haber satisfecho a varios de los presentes en la reunión, celebrada en el histórico convento de san Agustín.
En la ciudad mexicana de Monterrey, donde conferenciaba con su colega de México, Felipe Calderón, y el primer ministro de Canadá, Stephen Harper, Obama criticó sin nombrarlo a Chávez por su doble rasero. Obama censuró la «hipocresía» de quienes por un lado piden que los yanquis salgan de América Latina y por otro reprochan a Washington falta de acción en la crisis de Honduras abierta por la destitución del presidente Manuel Zelaya. Calderón apostilló que esa situación es, en efecto, paradójica y Harper remachó que si él fuera estadounidense estaría «harto de tanta hipocresía de esos tipos que exigen que intervenga en Honduras, pero que condenan la cooperación con Colombia, que se lleva a cabo por razones legítimas contra el narcotráfico», en clara referencia a Chávez y sus aliados.
En la cumbre de Quito, la argentina Cristina Fernández –aunque se hizo un lío al endilgar a Estados Unidos tanto el origen de la crisis global como el de Gripe A– acabo desmarcándose de Chávez cuando pidió evitar los discursos «exaltados», «estridentes» y «flamígeros». Pero se mostró lisonjera con el venezolano al asegurar que se está creando en América del Sur «una situación de beligerancia inédita e inaceptable». Fernández convocó a sus colegas suramericanos un conferencia monográfica sobre el tema de las bases, con la necesaria presencia del colombiano Álvaro Uribe, quien no acudió a Quito para huir de una posible encerrona chavista en terreno hostil habida cuenta también de que las relaciones bilaterales están rotas por iniciativa de Correa como consecuencia del ataque, el año pasado, por soldados colombianos al campamento en Ecuador –presumiblemente consentido por el gobierno de Quito- del entonces «número dos» de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), Raúl Reyes, que murió allí mismo. Colombia ha manifestado su disposición a hablar con sus pares suramericanas, pero no solo de las bases sino también del creciente armamentismo en la región, particularmente el de Venezuela y Brasil–, del tráfico de armas para los narcotraficantes y los terroristas, y de otros acuerdos militares que naciones suramericanas mantienen con potencias extranjeras, como Brasil con Francia.
Perdió, pues, en Quito el bloque chavista porque fue imposible imponer la voluntad de Chávez, Morales y Correa de que la cumbre expresara la «preocupación y rechazo» de los mandatarios a la presencia estadounidense en Colombia, para cuyo planteamiento en la conferencia Bolivia hizo de peón de Chávez. No hubo «la condena ejemplar» que la izquierda latinoamericana vaticinaba. Tampoco se produjo la expulsión de Colombia de la Unasur como pretendía Chávez. La irritación inicial mostrada por países como Brasil y Argentina, pareció diluida después de que el presidente Obama hubiera garantizado, en vísperas de la cumbre de Quito, que no ha autorizado un nuevo acuerdo militar con Colombia y que se trata sencillamente en usar siete bases para actuaciones exclusivamente en Colombia contra la guerrilla y el narcotráfico, de acuerdo a un antiguo convenio bilateral de sobra conocido. Se trata de ampliar la cooperación existente y no de instalar bases para uso exclusivo en las que Estados Unidos siente sus reales. El Departamento de Estado había hablado paralelamente de un «plan positivo» para América Latina consistente en promover la prosperidad, la lucha contra el narcotráfico, la justicia y la igualdad de oportunidades. Fueron importantes las razones que en el mismo sentido recibieron Argentina, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay personalmente del presidente Uribe, que hizo una gira ex profeso. Por ahora ha primado el principio del respeto a una decisión soberana de Colombia de acuerdo a sus intereses internos. A nadie en América Latina, excepto el eje chavista, incluida Cuba, le interesa el enfrentamiento con Estados Unidos y menos ahora que con la llega al poder de Obama parece que se ha abierto un nuevo tiempo en las relaciones hemisféricas que, como propone Brasil, hay que aprovechar par evitar el regreso a los errores del pasado.
Francisco R. Figueroa
Franciscorfigueroa@hotmail.com
Venezuela: muerte a la prensa libre
Por todos es conocido que el presidente venezolano, Hugo Chávez, tiene permanentemente en el punto de mira a la prensa independiente, que representa el mayor obstáculo para la consolidación de su proyecto socialista radical y autoritario. Lacera a los medios discrepantes, socava la libertad de expresión, lleva a cabo una espiral de cierres, trata de asfixiar económicamente a las empresas periodísticas desafectas al privarlos de la publicidad institucional y la del sector público. El dominio absoluto de los medios de comunicación, fuente de poder político, es el objetivo supremo de Chávez. Tiene que dominar el teatro de operaciones de la opinión pública e implantar una solo voz, opinan los especialistas.
En Venezuela la democracia está sometida a demolición. Chávez ha corrompido las instituciones del Estado, las ha sometido, copado, confiscado y dejado al servicio de una causa política autoritaria, un régimen que bajo la lupa de distintos organismos de derechos humanos viola las normas constitucionales, limita la libertad y la democracia cada día más, impide el juego de la oposición, la discrimina, la abomina y practica con ella la intolerancia; ejerce cada vez un mayor control sobre la sociedad civil, promueve normas liberticidas, draconianas; impone leyes para el adoctrinamiento socialista radical en lugar de educar y acomoda la Carta Magna y la ley electoral en beneficio propio para perpetuarse en el poder, para que el oficialismo no pierda nunca; y usa y abusa ventajistamente del tesoro público sin el menor control. Es verdad que mantiene el ritual electoral, pero no eso en democracia no basta.
Chávez presumen de que no hay ningún país en el mundo que pueda competir con Venezuela en liberad de expresión. Pero a renglón seguido afirma que los medios privados de comunicación atenta contra el Estado –«el Estado soy yo», parece decir como el Rey Sol– y son «realmente subversivos», mientras que algunos de sus colaboradores los califican de «terroristas» y los comparan con la ETA vasca. Los alcaldes, gobernadores y otras autoridades oficialistas del país tienen instrucciones presidenciales de actuar en esa guerra mediática identificando a los medios desafectos al chavismo.
En los diez años que lleva en el poder Chávez ha construido a su alrededor un imperio mediático de Ciudadano Kane rojo, un latifundio mediático propio, que se sostiene con dineros públicos, para la propaganda y el proselitismo de su causa política compuesto por 43 emisoras de televisión, 358 de radio, 150 periódicos y 156 páginas web. Acaba de clausurar con pretextos administrativos 34 medios audiovisuales privados. Cerca de otros 250 están en su punto de mira. Entre las amenazas figura Globovisión, un valiente canal privado de información que ha sido acosado, junto con sus directivos, de todas las maneras posibles, incluso con un reciente asalto por una horda chavista a las instalaciones en Caracas. Hace dos años Chávez impidió que siguiera funcionando la combativa emisora independiente Radio Caracas Televisión, la más antigua y una de las dos de mayor audiencia en el país. Los otros dos canales comerciales privados: Venevisión, de Gustavo Cisneros, y Televen acabaron sometiéndose. Globovisión puede tener los días contados.
Debido a la gran polvareda que ha levantad dentro del país y en extranjero, y ante la posibilidad de que su promulgación desatara una espiral de cierres, persecuciones, multas y detenciones de incalculables consecuencias, Chávez ha preferido meter en el congelador una ley especial de «delitos mediáticos» liberticida y draconiana que por instrucciones suyas había elaborado la Fiscal General de Venezuela, Luisa Ortega. Ahí la mantendrá hasta mejor oportunidad, como un monstruo encuevado al acecho, amenazante, amarrado con una débil soga que en cualquier momento puede quebrarse. En la reciente cumbre presidencia de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), en Quito, Venezuela trató de insertar en la declaración final un párrafo sobre la «responsabilidad ética» de los periodistas que naciones como Uruguay y Chile rechazaron horrorizados porque se temió que en cualquier momento Chávez o sus aliados pudiera usarla para adoptar medidas contrarias a la libertad de prensa.
Asdrúbal Aguiar, político, ex ministro, columnista, consejero editorial del diario «El Universal», catedrático y académicos, quien fue galardonado con Gran Premio Chapultepec de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), afirma que el periodismo hoy en Venezuela «es un oficio de guerra, por lo que la libertad de expresión y de prensa se torna en un acto de heroicidad, y hasta suicida. Se termina muerto, en la cárcel, o sin trabajo». Chávez, que ante todo es un militar, entiende que en el teatro de operaciones de su guerra política lo mas decisivo es la opinión pública, de modo que «por considerar a los medios y a los periodistas fuente de poder político, busca controlarlos para que no nutran con sus armas al "enemigo". Así de simple».
Miguel Enrique Otero, director de «El Nacional», el otro gran diario venezolano, afirma también que la estrategia de Chávez es eliminar el periodismo independiente y asegura que Venezuela es el país de América donde hay más pluralidad en la propiedad de los medios, contra las acusaciones de Chávez sobre la existencia de un monopolio mediático. Ya la poderosa SIP, que aglutina a los dueños de periódicos, afirma lo mismo: que Chávez busca hacer «desaparecer» a la prensa crítica y «acallar todas las voces opositoras en una muestra del carácter totalitario de su régimen». La SIP exigió a los gobiernos latinoamericanos que denuncien la situación de la prensa en Venezuela y abandonen «un exceso de prudencia diplomática» con respecto a Caracas. Multitud de organizaciones en el mundo se han pronunciando recientemente sobre la delicadísima situación que enfrenta la prensa en la Venezuela de Chávez. Todo ello coincidiendo con la declaración hecha por el ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, de que el nivel de libertad de prensa en Venezuela es «satisfactorio» desatara un huracán de críticas contra él, pero también contra el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
En Venezuela la democracia está sometida a demolición. Chávez ha corrompido las instituciones del Estado, las ha sometido, copado, confiscado y dejado al servicio de una causa política autoritaria, un régimen que bajo la lupa de distintos organismos de derechos humanos viola las normas constitucionales, limita la libertad y la democracia cada día más, impide el juego de la oposición, la discrimina, la abomina y practica con ella la intolerancia; ejerce cada vez un mayor control sobre la sociedad civil, promueve normas liberticidas, draconianas; impone leyes para el adoctrinamiento socialista radical en lugar de educar y acomoda la Carta Magna y la ley electoral en beneficio propio para perpetuarse en el poder, para que el oficialismo no pierda nunca; y usa y abusa ventajistamente del tesoro público sin el menor control. Es verdad que mantiene el ritual electoral, pero no eso en democracia no basta.
Chávez presumen de que no hay ningún país en el mundo que pueda competir con Venezuela en liberad de expresión. Pero a renglón seguido afirma que los medios privados de comunicación atenta contra el Estado –«el Estado soy yo», parece decir como el Rey Sol– y son «realmente subversivos», mientras que algunos de sus colaboradores los califican de «terroristas» y los comparan con la ETA vasca. Los alcaldes, gobernadores y otras autoridades oficialistas del país tienen instrucciones presidenciales de actuar en esa guerra mediática identificando a los medios desafectos al chavismo.
En los diez años que lleva en el poder Chávez ha construido a su alrededor un imperio mediático de Ciudadano Kane rojo, un latifundio mediático propio, que se sostiene con dineros públicos, para la propaganda y el proselitismo de su causa política compuesto por 43 emisoras de televisión, 358 de radio, 150 periódicos y 156 páginas web. Acaba de clausurar con pretextos administrativos 34 medios audiovisuales privados. Cerca de otros 250 están en su punto de mira. Entre las amenazas figura Globovisión, un valiente canal privado de información que ha sido acosado, junto con sus directivos, de todas las maneras posibles, incluso con un reciente asalto por una horda chavista a las instalaciones en Caracas. Hace dos años Chávez impidió que siguiera funcionando la combativa emisora independiente Radio Caracas Televisión, la más antigua y una de las dos de mayor audiencia en el país. Los otros dos canales comerciales privados: Venevisión, de Gustavo Cisneros, y Televen acabaron sometiéndose. Globovisión puede tener los días contados.
Debido a la gran polvareda que ha levantad dentro del país y en extranjero, y ante la posibilidad de que su promulgación desatara una espiral de cierres, persecuciones, multas y detenciones de incalculables consecuencias, Chávez ha preferido meter en el congelador una ley especial de «delitos mediáticos» liberticida y draconiana que por instrucciones suyas había elaborado la Fiscal General de Venezuela, Luisa Ortega. Ahí la mantendrá hasta mejor oportunidad, como un monstruo encuevado al acecho, amenazante, amarrado con una débil soga que en cualquier momento puede quebrarse. En la reciente cumbre presidencia de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), en Quito, Venezuela trató de insertar en la declaración final un párrafo sobre la «responsabilidad ética» de los periodistas que naciones como Uruguay y Chile rechazaron horrorizados porque se temió que en cualquier momento Chávez o sus aliados pudiera usarla para adoptar medidas contrarias a la libertad de prensa.
Asdrúbal Aguiar, político, ex ministro, columnista, consejero editorial del diario «El Universal», catedrático y académicos, quien fue galardonado con Gran Premio Chapultepec de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), afirma que el periodismo hoy en Venezuela «es un oficio de guerra, por lo que la libertad de expresión y de prensa se torna en un acto de heroicidad, y hasta suicida. Se termina muerto, en la cárcel, o sin trabajo». Chávez, que ante todo es un militar, entiende que en el teatro de operaciones de su guerra política lo mas decisivo es la opinión pública, de modo que «por considerar a los medios y a los periodistas fuente de poder político, busca controlarlos para que no nutran con sus armas al "enemigo". Así de simple».
Miguel Enrique Otero, director de «El Nacional», el otro gran diario venezolano, afirma también que la estrategia de Chávez es eliminar el periodismo independiente y asegura que Venezuela es el país de América donde hay más pluralidad en la propiedad de los medios, contra las acusaciones de Chávez sobre la existencia de un monopolio mediático. Ya la poderosa SIP, que aglutina a los dueños de periódicos, afirma lo mismo: que Chávez busca hacer «desaparecer» a la prensa crítica y «acallar todas las voces opositoras en una muestra del carácter totalitario de su régimen». La SIP exigió a los gobiernos latinoamericanos que denuncien la situación de la prensa en Venezuela y abandonen «un exceso de prudencia diplomática» con respecto a Caracas. Multitud de organizaciones en el mundo se han pronunciando recientemente sobre la delicadísima situación que enfrenta la prensa en la Venezuela de Chávez. Todo ello coincidiendo con la declaración hecha por el ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, de que el nivel de libertad de prensa en Venezuela es «satisfactorio» desatara un huracán de críticas contra él, pero también contra el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
Bases para una guerra
El líder venezolano, Hugo Chávez, asegura con vehemencia que el posible uso por Estados Unidos de siete bases militares en Colombia es un acto de guerra. «Podrían ser el principio de una guerra. Se trata de los yanquis, la nación más agresora de la historia de la humanidad», ha dicho. «Colombia se ha convertido en el Israel de América» y en «una plataforma para invadir cualquier país latinoamericano y de primero a Venezuela», brama Chávez, quien amenaza con responder cualquier agresión y con la táctica de la tierra quemada si Estados Unidos va a por sus yacimiento de petróleo. Caracas alega que el motivo oculto de Washington es caer desde Colombia sobre las inmensas reservas de la Faja Petrolífera del Orinoco. Chávez ha recordado la invasión de Irak y a Saddam Hussein colgado por el cuello proyectando sobre él la sombra del ahorcado. «Nos tienen otra vez en la mira porque quieren la Faja del Orinoco», aduce Chávez.
América del Sur está dividida también por este asunto, según ha quedado de manifiesto al término de la gira de urgencia que acaba de hacer el presidente colombiano, Álvaro Uribe, por siete países en busca de comprensión. Perú dio un apoyo incondicional. Chile y Paraguay respetan la instalación de las bases por ser «una decisión soberana» de Colombia de acuerdo al interés nacional. Brasil recela y pide «garantías formales» de que las tropas estadounidenses –unos 1.200 efectivos entre civiles y militares– no serán usadas fuera de Colombia. Uruguay se muestra «equidistante» y Argentina pone repararos al considerar las bases «inconvenientes». El bloque bolivariano se opone en pleno. El lunes se plasmará el disenso en Quito, en la reunión del Consejo de Seguridad de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) a la que no asistirá Colombia.
Una mayor presencia militar estadounidense en Colombia, donde Washington mantiene tropas desde hace veinte años, se siente como una fuerte amenaza para la expansión del mini-imperio de Chávez tras el derrocamiento en Honduras de Manuel Zelaya, a quien algunos consideran un títere suyo. La situación brinda al caudillo bolivariano un pretexto para armarse aun más en su arriesgada carrera para convertir a Venezuela en una potencia militar hemisférica, que discurre bajo los eufemismos de «renovación» y «modernización» de armamentos. Chávez ya ha comprado en Rusia aviones de combate, fusiles, radares y helicópteros. Ahora anuncia a bombo y platillo la próxima adquisición de «al menos tres batallones de tanques» rusos con la intención de convertir a Venezuela «en una fortaleza inexpugnable, como Cuba». Desde La Habana, en sus «reflexiones», Fidel Castro calienta los ánimos. Trata aparentemente de comprar voluntades y moldear opiniones de cara a la próxima reunión de Unasur.
Antes de la gira de Uribe, Colombia soltó dos cargas de profundidad. La primera contra Chávez: el hallazgo en poder de la guerrilla colombiana de las FARC de lanzacohetes suecos vendidos a Venezuela. Ésta acabó detonando en Bogotá porque parece probado que las armas fueron parte del botín de las FARC con ocasión del asalto a una base militar fronteriza de Venezuela, en 1995. Chávez acusa a Uribe de «chantajista», de jugar de manera «sucia y traicionera», y dice sentirse «apuñalado». De momento, debido a la congelación de relaciones económicas adoptada por Chávez contra Colombia están en juego dos millones de empleos, casi 7.000 millones de dólares de comercio bilateral y la continuidad de 1.800 empresas. Según la prensa colombiana, hay abundantes pruebas del envolvimiento del chavismo con el narcotráfico y las guerrillas a través de, entre otros, Ramón Rodríguez Chacín, alto oficial de la marina, hombre del submundo del espionaje, compañero de Chávez en el sangriento levantamiento militar de 1992 y en la cárcel, y su ministro de Interior y Justicia en dos ocasiones y su interlocutor junto a las FARC; así como del jefe del servicio secreto militar, general Hugo Armando Carvajal, que Estados Unidos tiene en su lista negra, y de Henry de Jesús Rangel Silva, ex director de la policía secreta venezolana. La segunda andanada que soltó Colombia fue contra los aliados de Chávez, con la práctica confirmación de la financiación con 400.000 dólares por la narcoguerrilla colombiana a la campaña electoral de Rafael Correa, quien lo ha admitido tácitamente.
Al presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, no la agradan esas bases yanquis, pero no será él quien le diga a Uribe, al menos públicamente, lo que tiene que hacer en su país. Estados Unidos ha asegurado a parlamentarios brasileño que las tropas ayudarán en el combate al narcotráfico. Pero ese combate trasciende fronteras, sobre todo después de que Washington haya acusado a Venezuela de haberse convertido en un enorme santuario del narcotráfico con apoyos oficiales. A Estados Unidos le preocupa que en territorio venezolano actúe la guerrilla colombiana con la «tolerancia» de Chávez. Esto lo acaba de decir en Brasil el general retirado Jim Jones, asesor de Seguridad Nacional del presidente Barack Obama. Colombia está muy molesta con la política de Venezuela hacia las narcoguerilla, pero no tiene la intención de provocar un cambio de gobierno en Venezuela sino que trata de defender su propio territorio. «Estados Unidos no quiere la paz en Colombia. Ellos viven de la guerra y ahora montan un escenario contra Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua», replica Chávez. Desde Quito se habla de las intenciones de Colombia de «aplicar la teoría de la extraterritorialidad» atacando cualquier país en nombre del combate el terrorismo, como hizo en marzo del 2008 cuando destruyó el campamento del cabecilla Raúl Reyes, muerto en aquella acción, que las FARC mantenían en territorio ecuatoriano. «No es aceptable que los vecinos de Colombia dejen que sus fronteras sean utilizadas como bases para el ataque a otra nación soberana», aduce el general Jones, con cuya visita a Brasil, la primera potencia de América del Sur, ha tratado de evitar que Lula sea enredado por Chávez o Fidel Castro.
Hay quienes temen que en el actual conflicto colombo-venezolano acaben tomando cuerpo los viejos conflictos por las diferencias limítrofes entre ambos países. Los militares de Venezuela siempre han necesitado a su enemigo histórico, que es Colombia, a lo que deben su razón de ser. «El imperio yanqui tiene dentro de sus planes provocar una guerra entre Venezuela y Colombia», advierte Chávez.
El Gobierno de Lula asegura que no ha recibido de Uribe ninguna garantía sobre la limitación del uso de las tropas al territorio colombiano y que el asunto le falta transparencia. Brasil tiene dudas sobre una eventual injerencia militar estadounidense en la región y demanda la creación de un clima de confianza en la próxima reunión de los doce países de Unasur en Quito.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
América del Sur está dividida también por este asunto, según ha quedado de manifiesto al término de la gira de urgencia que acaba de hacer el presidente colombiano, Álvaro Uribe, por siete países en busca de comprensión. Perú dio un apoyo incondicional. Chile y Paraguay respetan la instalación de las bases por ser «una decisión soberana» de Colombia de acuerdo al interés nacional. Brasil recela y pide «garantías formales» de que las tropas estadounidenses –unos 1.200 efectivos entre civiles y militares– no serán usadas fuera de Colombia. Uruguay se muestra «equidistante» y Argentina pone repararos al considerar las bases «inconvenientes». El bloque bolivariano se opone en pleno. El lunes se plasmará el disenso en Quito, en la reunión del Consejo de Seguridad de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) a la que no asistirá Colombia.
Una mayor presencia militar estadounidense en Colombia, donde Washington mantiene tropas desde hace veinte años, se siente como una fuerte amenaza para la expansión del mini-imperio de Chávez tras el derrocamiento en Honduras de Manuel Zelaya, a quien algunos consideran un títere suyo. La situación brinda al caudillo bolivariano un pretexto para armarse aun más en su arriesgada carrera para convertir a Venezuela en una potencia militar hemisférica, que discurre bajo los eufemismos de «renovación» y «modernización» de armamentos. Chávez ya ha comprado en Rusia aviones de combate, fusiles, radares y helicópteros. Ahora anuncia a bombo y platillo la próxima adquisición de «al menos tres batallones de tanques» rusos con la intención de convertir a Venezuela «en una fortaleza inexpugnable, como Cuba». Desde La Habana, en sus «reflexiones», Fidel Castro calienta los ánimos. Trata aparentemente de comprar voluntades y moldear opiniones de cara a la próxima reunión de Unasur.
Antes de la gira de Uribe, Colombia soltó dos cargas de profundidad. La primera contra Chávez: el hallazgo en poder de la guerrilla colombiana de las FARC de lanzacohetes suecos vendidos a Venezuela. Ésta acabó detonando en Bogotá porque parece probado que las armas fueron parte del botín de las FARC con ocasión del asalto a una base militar fronteriza de Venezuela, en 1995. Chávez acusa a Uribe de «chantajista», de jugar de manera «sucia y traicionera», y dice sentirse «apuñalado». De momento, debido a la congelación de relaciones económicas adoptada por Chávez contra Colombia están en juego dos millones de empleos, casi 7.000 millones de dólares de comercio bilateral y la continuidad de 1.800 empresas. Según la prensa colombiana, hay abundantes pruebas del envolvimiento del chavismo con el narcotráfico y las guerrillas a través de, entre otros, Ramón Rodríguez Chacín, alto oficial de la marina, hombre del submundo del espionaje, compañero de Chávez en el sangriento levantamiento militar de 1992 y en la cárcel, y su ministro de Interior y Justicia en dos ocasiones y su interlocutor junto a las FARC; así como del jefe del servicio secreto militar, general Hugo Armando Carvajal, que Estados Unidos tiene en su lista negra, y de Henry de Jesús Rangel Silva, ex director de la policía secreta venezolana. La segunda andanada que soltó Colombia fue contra los aliados de Chávez, con la práctica confirmación de la financiación con 400.000 dólares por la narcoguerrilla colombiana a la campaña electoral de Rafael Correa, quien lo ha admitido tácitamente.
Al presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, no la agradan esas bases yanquis, pero no será él quien le diga a Uribe, al menos públicamente, lo que tiene que hacer en su país. Estados Unidos ha asegurado a parlamentarios brasileño que las tropas ayudarán en el combate al narcotráfico. Pero ese combate trasciende fronteras, sobre todo después de que Washington haya acusado a Venezuela de haberse convertido en un enorme santuario del narcotráfico con apoyos oficiales. A Estados Unidos le preocupa que en territorio venezolano actúe la guerrilla colombiana con la «tolerancia» de Chávez. Esto lo acaba de decir en Brasil el general retirado Jim Jones, asesor de Seguridad Nacional del presidente Barack Obama. Colombia está muy molesta con la política de Venezuela hacia las narcoguerilla, pero no tiene la intención de provocar un cambio de gobierno en Venezuela sino que trata de defender su propio territorio. «Estados Unidos no quiere la paz en Colombia. Ellos viven de la guerra y ahora montan un escenario contra Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua», replica Chávez. Desde Quito se habla de las intenciones de Colombia de «aplicar la teoría de la extraterritorialidad» atacando cualquier país en nombre del combate el terrorismo, como hizo en marzo del 2008 cuando destruyó el campamento del cabecilla Raúl Reyes, muerto en aquella acción, que las FARC mantenían en territorio ecuatoriano. «No es aceptable que los vecinos de Colombia dejen que sus fronteras sean utilizadas como bases para el ataque a otra nación soberana», aduce el general Jones, con cuya visita a Brasil, la primera potencia de América del Sur, ha tratado de evitar que Lula sea enredado por Chávez o Fidel Castro.
Hay quienes temen que en el actual conflicto colombo-venezolano acaben tomando cuerpo los viejos conflictos por las diferencias limítrofes entre ambos países. Los militares de Venezuela siempre han necesitado a su enemigo histórico, que es Colombia, a lo que deben su razón de ser. «El imperio yanqui tiene dentro de sus planes provocar una guerra entre Venezuela y Colombia», advierte Chávez.
El Gobierno de Lula asegura que no ha recibido de Uribe ninguna garantía sobre la limitación del uso de las tropas al territorio colombiano y que el asunto le falta transparencia. Brasil tiene dudas sobre una eventual injerencia militar estadounidense en la región y demanda la creación de un clima de confianza en la próxima reunión de los doce países de Unasur en Quito.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
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¿Por qué lustrar las botas a Chávez?
Las desafortunadas declaraciones del jefe de la diplomacia española, Miguel Ángel Moratinos, tras su reciente visita a Caracas, sobre democracia y libertad de expresión en Venezuela han desatado un huracán, justo cuando el presidente Hugo Chávez daba otra vuelta de tuerca al país.
En los medios de comunicación y por Internet se han alzado voces indignadas que han expresado «vergüenza» y «asco» por lo que consideran «cercanía» de Moratinos al régimen de Chávez. Una «cabronería», en palabras del ex guerrillero comunista, ex ministro, ex candidato presidencial, político y ahora director de periódico, Teodoro Petkoff. También ha sido alegada una actitud «mendigante» y «obsequiosa» del ministro español de Asuntos Exteriores.
En una entrevista publicada por «El País», Moratinos le da vitola democrática a Chávez por el hecho de que ha salido victorioso de diversas votaciones, como si la democracia se basara solo en celebrar elecciones. Nada dice el ministro español sobre los sistemáticos atropellos a la democracia y las frecuentes violaciones de la Constitución por parte de Chávez en su desbocado empeño de instaurar un sistema socialista revolucionario, que la oposición y la disidencia chavista se hartan de denunciar. Sin ir ni más lejos, Moratinos nada dijo sobre los alcaldes y gobernadores de la oposición que se ven impedidos por Chávez de ejercer sus funcione, o de esa novísima ley electora venezolana que virtualmente da casi toda la representación parlamentaria a la primera minoría, en lo que se ve con un claro intento de garantizar la hegemonía del partido oficialista durante muchos años más. «No nos llamemos más a engaño: en Venezuela se está desarrollando un proceso dictatorial», afirma Antonio Ledezma, el alcalde de Caracas despojado de sus competencias por Chávez.
Moratinos considera «satisfactorio» el nivel de libertad de expresión en Venezuela justo en el momento en que Chávez confiscaba por no tener los papeles en regla las primeras 34 emisoras de radio de las cerca de 250 y otras casi 50 de televisión que pretende apoderarse para –según proclama– «acabar con el latifundio mediático» existente. Pero la oposición asegura justamente que en realidad se trata de acabar con el disenso. Por otro lado, el régimen chavista tiene lista una nueva ley supuestamente destinada a regular la libertad de expresión que ha sido considerada «liberticida», «aberrante», «un devastador golpe a la democracia», «una lápida para las libertades informativas» y «probablemente el texto legal más salvaje y brutal que haya sido conocido por el país en su historia contemporánea”. Con esa ley «Chávez puede sancionar a cualquiera que le moleste» o «dentro de poco sólo quedarán abierto los medios que se dobleguen a Chávez» o «Chávez solo quiere el periodismo que le limpia las botas» resume la tempestad de protestas impotentes de colegios profesionales, prensa y oposición. Mientras, Moratinos consideraba que en Venezuela «hay un sector de medios de comunicación muy crítico con Chávez» –a los que el líder venezolano está lanzado a liquidar– y agregaba eso de que «el nivel de libertad de expresión es satisfactorio.» Justo cuando esas palabras acababan de ser pronunciadas una horda chavista asaltaba las instalaciones de Globovisión, el canal de información de línea opositora que vive baja una permanente amenaza de cierre.
El jefe de la diplomacia española, en otras declaraciones, ha manifestado su preocupación por las bases militares que usará Estados Unidos en Colombia, en clara sintonía con Chávez. Por ese asunto Chávez ha colocado otra vez al borde de la ruptura las relaciones colombo-venezolanas, en un ataque furibundo con el que al parecer tratar de opacar las evidencias sobre las armas suecas del Ejército de Venezuela encontradas en manos de los terroristas de las Farc.
Sorprende que un aliado de Estados Unidos como es España, con interese globales semejantes, que combaten juntos el terrorismo y el narcotráfico, que son socios en la OTAN y guerrean juntos en Afganistán, y que tiene en su propio territorio importantes bases «yanquis» cuestione un asunto que dice a las relaciones entre las administraciones de los presidentes Barack Obama y Álvaro Uribe y entre al juego al lado de Chávez, quien dentro de ese enfrentamiento permanente con Washington, vital para el sostén de su frágil tinglado ideológico, considera esas bases una amenaza para Venezuela y América Latina. Las bases son para el combate al terrorismo y al narcotráfico, actividades con las que se está relacionando cada vez más a Hugo Chávez.
Asimismo, nada dice España respecto a las graves denuncias relacionadas con los lanzacohetes AT-4 suecos hallados en manos de las Farc, cuyos números de serie corresponden a un lote de armas vendido a Venezuela, lo que confirmaría la presunción tantas veces apuntada de que el régimen de Chávez –o sus militares– provee de armas a la guerrilla del vecino país, aparte de los múltiples apoyos políticos que le han dado, incluso reconociendo a las Farc como una fuerza beligerante. Siendo así, Chávez alimenta el viejo conflicto armado colombiano, da bríos a una organización terrorista cada vez más menguadas que Uribe combate con saña y debilita la seguridad en una zona de por sí flaca. Igual que debilita la precaria estabilidad en los Andes la confirmada financiación de las Farc, por unos 400.000 dólares, a la campaña que llevó al poder Rafael Correa, asunto que el propio mandatario ecuatoriano ha admitido tácitamente. La crisis en Honduras muestra a las claras que Chávez y sus aliados bolivarianos desestabilizan la región e injieren peligrosamente en asuntos internos de otras naciones creando profundas crisis institucionales de consecuencias imprevisibles como ocurre en ese país centroamericano. Contrasta con ello la actitud de los Estados Unidos de Obama.
A España debiera preocuparle todo lo relacionado con la estabilidad y la seguridad en América Latina y no tan solo por las bases estadounidenses, máxime si implica a organizaciones virtualmente hermanadas con la ETA como son las Farc y a gobiernos que de un modo u otro amparan a los terroristas vascos.
En los medios de comunicación y por Internet se han alzado voces indignadas que han expresado «vergüenza» y «asco» por lo que consideran «cercanía» de Moratinos al régimen de Chávez. Una «cabronería», en palabras del ex guerrillero comunista, ex ministro, ex candidato presidencial, político y ahora director de periódico, Teodoro Petkoff. También ha sido alegada una actitud «mendigante» y «obsequiosa» del ministro español de Asuntos Exteriores.
En una entrevista publicada por «El País», Moratinos le da vitola democrática a Chávez por el hecho de que ha salido victorioso de diversas votaciones, como si la democracia se basara solo en celebrar elecciones. Nada dice el ministro español sobre los sistemáticos atropellos a la democracia y las frecuentes violaciones de la Constitución por parte de Chávez en su desbocado empeño de instaurar un sistema socialista revolucionario, que la oposición y la disidencia chavista se hartan de denunciar. Sin ir ni más lejos, Moratinos nada dijo sobre los alcaldes y gobernadores de la oposición que se ven impedidos por Chávez de ejercer sus funcione, o de esa novísima ley electora venezolana que virtualmente da casi toda la representación parlamentaria a la primera minoría, en lo que se ve con un claro intento de garantizar la hegemonía del partido oficialista durante muchos años más. «No nos llamemos más a engaño: en Venezuela se está desarrollando un proceso dictatorial», afirma Antonio Ledezma, el alcalde de Caracas despojado de sus competencias por Chávez.
Moratinos considera «satisfactorio» el nivel de libertad de expresión en Venezuela justo en el momento en que Chávez confiscaba por no tener los papeles en regla las primeras 34 emisoras de radio de las cerca de 250 y otras casi 50 de televisión que pretende apoderarse para –según proclama– «acabar con el latifundio mediático» existente. Pero la oposición asegura justamente que en realidad se trata de acabar con el disenso. Por otro lado, el régimen chavista tiene lista una nueva ley supuestamente destinada a regular la libertad de expresión que ha sido considerada «liberticida», «aberrante», «un devastador golpe a la democracia», «una lápida para las libertades informativas» y «probablemente el texto legal más salvaje y brutal que haya sido conocido por el país en su historia contemporánea”. Con esa ley «Chávez puede sancionar a cualquiera que le moleste» o «dentro de poco sólo quedarán abierto los medios que se dobleguen a Chávez» o «Chávez solo quiere el periodismo que le limpia las botas» resume la tempestad de protestas impotentes de colegios profesionales, prensa y oposición. Mientras, Moratinos consideraba que en Venezuela «hay un sector de medios de comunicación muy crítico con Chávez» –a los que el líder venezolano está lanzado a liquidar– y agregaba eso de que «el nivel de libertad de expresión es satisfactorio.» Justo cuando esas palabras acababan de ser pronunciadas una horda chavista asaltaba las instalaciones de Globovisión, el canal de información de línea opositora que vive baja una permanente amenaza de cierre.
El jefe de la diplomacia española, en otras declaraciones, ha manifestado su preocupación por las bases militares que usará Estados Unidos en Colombia, en clara sintonía con Chávez. Por ese asunto Chávez ha colocado otra vez al borde de la ruptura las relaciones colombo-venezolanas, en un ataque furibundo con el que al parecer tratar de opacar las evidencias sobre las armas suecas del Ejército de Venezuela encontradas en manos de los terroristas de las Farc.
Sorprende que un aliado de Estados Unidos como es España, con interese globales semejantes, que combaten juntos el terrorismo y el narcotráfico, que son socios en la OTAN y guerrean juntos en Afganistán, y que tiene en su propio territorio importantes bases «yanquis» cuestione un asunto que dice a las relaciones entre las administraciones de los presidentes Barack Obama y Álvaro Uribe y entre al juego al lado de Chávez, quien dentro de ese enfrentamiento permanente con Washington, vital para el sostén de su frágil tinglado ideológico, considera esas bases una amenaza para Venezuela y América Latina. Las bases son para el combate al terrorismo y al narcotráfico, actividades con las que se está relacionando cada vez más a Hugo Chávez.
Asimismo, nada dice España respecto a las graves denuncias relacionadas con los lanzacohetes AT-4 suecos hallados en manos de las Farc, cuyos números de serie corresponden a un lote de armas vendido a Venezuela, lo que confirmaría la presunción tantas veces apuntada de que el régimen de Chávez –o sus militares– provee de armas a la guerrilla del vecino país, aparte de los múltiples apoyos políticos que le han dado, incluso reconociendo a las Farc como una fuerza beligerante. Siendo así, Chávez alimenta el viejo conflicto armado colombiano, da bríos a una organización terrorista cada vez más menguadas que Uribe combate con saña y debilita la seguridad en una zona de por sí flaca. Igual que debilita la precaria estabilidad en los Andes la confirmada financiación de las Farc, por unos 400.000 dólares, a la campaña que llevó al poder Rafael Correa, asunto que el propio mandatario ecuatoriano ha admitido tácitamente. La crisis en Honduras muestra a las claras que Chávez y sus aliados bolivarianos desestabilizan la región e injieren peligrosamente en asuntos internos de otras naciones creando profundas crisis institucionales de consecuencias imprevisibles como ocurre en ese país centroamericano. Contrasta con ello la actitud de los Estados Unidos de Obama.
A España debiera preocuparle todo lo relacionado con la estabilidad y la seguridad en América Latina y no tan solo por las bases estadounidenses, máxime si implica a organizaciones virtualmente hermanadas con la ETA como son las Farc y a gobiernos que de un modo u otro amparan a los terroristas vascos.
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