Francisco R. Figueroa / 10 junio 2010
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A la chilena Michelle Bachelet le resultó imposible, pero el colombiano Álvaro Uribe lo tiene fácil, al alcance de la mano. Los de los Kirchner fue un movimiento en el lecho conyugal. ¿Podrá el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva forjar su sucesión?
La historia electoral reciente muestra en América Latina que la transferencia del favor popular no es aritmética directa, que un jefe de Estado aureolado, endiosado por la muchedumbre, deje en el sillón presidencia a quien le venga en gana, como trata de hacer Lula con la antigua guerrillera Dilma Rousseff, que ha sido su brazo derecho durante los últimos cinco años como virtual primer ministro.
El argentino Néstor Kirchner pudo, en 2007, determinar cómodamente su sucesión en la presidencia a favor de su propia esposa a base de chanchullos, marrullerías y el uso grosero y vergonzoso del aparato público como cosa propia (o cosa nostra).
Lula va por el mismo camino con parecidos métodos y coaligado al PMDB, el partido donde se prácticamente de forma más depurado y descarada eso que en Brasil llaman con desprecio «fisiologismo» para definir el comportamiento de los políticos en busca de beneficios y ventajas personales olvidándose de eso que se llama el bien común. Es decir, corrupción y sindicato del crimen político.
Del PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño) han surgido algunos de más voraces depredadores de la vida política nacional, algunos hasta con retratos en las galerías de la historia patria. Ahora este partido derechista, principal sostén de Lula, aporta como candidato a vicepresidente.
En receta electoral oficialista entra Rousseff, por el hoy desclasado, descafeinado y servicial Partido de los Trabajadores (PT), y, como aspirante a vicepresidente por el PMDB, Michel Temer, un político septuagenario que ha estado envueltos en escándalos de corrupción y que cobra del Estado con toda naturalidad por partida doble: como parlamentario y como funcionario público jubilado. El PMDB es la primera fuerza política brasileña en ambas cámaras del parlamento brasileño, en las regiones y en los municipios, por delante del PT. De modo que Lula aporta su enorme carisma y el PMDB sus apriscos electorales.
Kirchner hizo sucesora en la presidencia a su esposa a la espera de una segunda oportunidad para él. Lula –quien, al parecer, acaricia la idea volver a ser presidente convencido de que es el mejor gobernante en la historia nacional– trata de hacerlo con una compañera con la que mantiene un matrimonio político de conveniencia desde que sus validos quedaron achicharrados por la corrupción, primero José Dirceu y poco más tarde Antônio Palocci. Desde noviembre de 2008 Lula la lleva públicamente cogida del brazo como su criatura política.
Como es el caso de Lula, Michelle Bachelet y Álvaro Uribe llegaron a la última fase de sus respectivos gobiernos con índices de aprobación popular sorprendentemente altos, de tres de cada cuatro ciudadanos en los casos de la chilena y el brasileño y de dos de cada tres en el del colombiano.
A la socialista Bachelet le resultó imposible transferir ese caudal de fervor y favor popular al democristiano Eduardo Frei, el candidato que su coalición, la Concertación de Partidos por la Democracia, había escogido para sucederle en la presidencia. Como pronosticaron las encuestas, en enero pasado ganó el financista Sebastián Piñera con cierta comodidad para convertirse en el primer presidente de derechas elegido democráticamente en Chile en casi medio siglo.
En cambio al conservador Uribe, aunque los sondeos apuntaban un empate en las urnas, le acabó siendo fácil la victoria de su candidato, Juan Manuel Santos, que, salvo una catástrofe, tiene garantizado el sillón presidencial con un triunfo arrollador en la segunda vuelta electoral prevista para el 20 de junio próximo. En la primera ganó por cerca del 47% de los votos contra el 21% de su principal rival, Antanas Mockus.
La campaña para las presidenciales brasileñas de octubre va ritmo acelerado, aunque oficialmente no haya comenzado, con los dos principales candidatos –Dilma Rousseff (continuismo lulista) y José Serra (socialdemocracia)– codo a codo en las encuestas de intención de voto, en un 37% clavado, de los dos institutos de estudio de opinión más reputados del país, que son Datafolha e Ibope, ambos con fama de certeros en sus estudios de opinión. Para una eventual segunda vuelta entre Rousseff y Serra los mismos sondeos clavan arrojan también empate, en el 42%.
Del brazo de Lula, con triquiñuelas propagandísticas que han bordeado la ilegalidad y todo el enorme peso del Estado brasileño sobre la mesa, ha crecido considerablemente la intención de voto de Rousseff, pero a tres meses de los comicios parece haberse estancado. De manera que una vez superado el paréntesis que impone el Mundial de Fútbol de Sudáfrica, Lula saque a relucir nuevas piezas de artillería pesada en su firme determinación a llevar personalmente a Rousseff al Palacio del Planalto, sede de la presidencia brasileña.
La enorme popularidad de Lula, su carisma a raudales, montañas de dinero público a su alcance, una maquinaria propagandística ágil y engrasadísima y una obra de gobierno envidiable, con un país lanzado a un vertiginoso ritmo de crecimiento cercano al de China, el sensible mejoramiento de los niveles de bienestar y el deseo de la mayoría de los brasileños de que se mantengan las actuales políticas lo raro sería que perdiera Dilma Rousseff, es decir, que el exitoso actual presidente brasileño culminara sus ocho años de gestión con un estrepitoso fracaso político personal.
Aunque el panorama parezca sobre el papel negro para Serra, no se debe olvidar que es con diferencia el candidato mejor preparado y el más experimentado e ilustre de todos, con notable diferencia sobre Rousseff.
Ha sido diputado, senador, ministro de un gobierno regional y ministro en el gobierno federal con magníficos resultados en el campo de la sanidad, como el combate al sida que la ONU consideró modélico en el mundo, alcalde de la una de las mayores urbes del hemisferio sur y gobernador de un estado de dimensiones comparables a Argentina.
Nada hay en su trayectoria pública ni en el comportamiento privado de este hijo de emigrantes italianos que empañe su carrera o su persona. También tiene su vitola de perseguido político de la dictadura pues tuvo que exiliarse a Chile y también tiene tras de sí a un presidente brasileño de enorme éxito como Fernando Henrique Cardoso, al antecesor de Lula.
Sin ser candidato, Lula se mide con Serra otra vez en unas presidenciales. Fue en las elecciones de octubre de 2002, que el antiguo sindicalista y tornero ganó cómodamente.
franciscorfigueroa@hotmail.com
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