La crisis en Honduras parece rumbo a su única salida, bajo la batuta de Estados Unidos, que pasa por la celebración de unas elecciones generales potables el 29 noviembre prescindiendo de los dos escollos que ahora hay: Manuel Zelaya y Roberto Micheletti. El problema será convencer al derrocado gobernante y a sus aliados, entre los cuales destacan Hugo Chávez, el mecenas, y Luiz Inácio Lula da Silva, su anfitrión.
Se trata de contentar a tirios y troyanos, dentro de la Constitución, preservando las instituciones democráticas y el Estado de derecho puesto que lo importante no son los intereses particulares de los dos pretendidos presidentes. Debe renunciar el «presidente interino» Micheletti a cambio de una canonjía, a lo mejore una curul vitalicia en el Congreso que lo haga intocable. Micheletti no debe oponerse. El «presidente derrocado» Zelaya sería restituido, pero temporalmente y con la alas recortadas. No sería juzgado por las violaciones a la Constitución que desembocaron hace tres meses en su derrocamiento y deportación. Tendría que renunciar para dar paso a un Gobierno de concertación que administraría el país hasta el traspaso del poder a quien resulte elegido presidente en las elecciones del 29 de noviembre. Todos los implicados serían beneficiados por una amnistía y recibirían alguna forma de compensación. Se ha hablado de asegurar el acuerdo con «cascos azules» de la ONU, pero resulta difícil esta operación con tan poco tiempo por delante.
Quedan importantes cabos sueltos con nombres y apellidos. Primero está el propio Zelaya, un personaje que últimamente desvaría en su campamento en la embajada de Brasil en Tegucigalpa. Está empecinamiento en ser presidente hasta el último día de su mandato. Tampoco está claro cómo podrá ser controlado Zelaya una vez repuesto en el poder y, obviamente, no hay garantías de que se deje. Ahí entrarían los cascos azules. Habría que convencer primero a sus amigos y consejeros para que lo convenzan de que no hay otra salida. El brasileño Lula da Silva pude ser fundamental en este punto. Después aparece el megalómano Chávez que, sirviéndose de sus aliados, puede entorpecer ese plan tanto por venir de Estados Unidos y la derecha empresarial hondureña como porque volatiza lo que ya él consideraba un satélite de su imperiete, su segunda pica en Centroamérica después de Nicaragua, a la espera de que pueda caer El Salvador del Frente Farabundo Martí en el redil bolivariano. Pero Chávez puede abandonar a un Zelaya sin futuro si ve que tiene —como parece— posibilidades de ganar las elecciones presidenciales el candidato de izquierda Carlos Reyes.
En los últimos días surgieron bastantes señales sobre ese proyecto de acuerdo dentro y fuera de Honduras, mientras la Organización de Estados Americanos (OEA) daba muestras de enflaquecimiento en su apoyo a Zelaya. En concreto en Estados Unidos, la ONU, las Fuerzas Armadas y los empresarios hondureños, y el propio Micheletti. Pero Zelaya ya ha manifestado públicamente su posición entre el bosque de declaraciones que hace a diario desde su refugio en la embajada brasileña en Tegucigalpa: «Ellos proponen otro golpe de Estado; sacar a Micheletti y poner otro presidente. Eso no es aceptable por un demócrata como yo», ha dicho. Él quiere si silla de vuelta, sin condiciones, de modo que sigue llamando a la insurrección.
En la OEA, Estados Unidos, Canadá, Bahamas, Costa Rica, Panamá, México y Perú no se muestra dispuestos a apoyar una resolución que condene los resultados de las elecciones sin Zelaya. Está claro que Zelaya no tiene el respaldo de Estados Unidos. De hecho solo lo tuvo en apariencia. «Washington no está inclinado hacia Zelaya; simplemente apoya la democracia, que es el pilar de nuestra política exterior», ha precisado el embajador en Honduras Hugo Llorens. Por su parte, el embajador en al OEA, Lewis Anselem, no disparataba cuando, el lunes pasado, calificó de «irresponsable e idiota» el retorno clandestino de Zelaya a Honduras y, sin nombra a Venezuela o Brasil, echaba la responsabilidad de la violencia presente y futura a quienes facilitaron el regreso. Al mismo tiempo se refería a Zelaya como la estrella de un disparatado viejo filme de Woody Allen, posiblemente «Bananas».
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
Suramérica baila con lobos
No hace bien a las democracias suramericanas encuentros con autócratas de la talla del libio Muamar El Gadafi [40 años en el poder], el guineano Teodoro Obiang [30] o el sudanés Omar al-Bashir [20] como el que acaba de acontecer en Isla Margarita (Venezuela). Reuniones con esos inicuos tiranos sientan peor al brasileño Luiz Inácio Lula da Silva o la chilena Michelle Bachelet que al venezolano Hugo Chávez, a quien pocos tienen por demócrata cabal.
Si la convivencia en libertad y democracia conforman el marco que debe encuadrar las relaciones entre las naciones latinoamericanas y si hay un escándalo colosal porque en Honduras se instalara por la fuerza un gobierno de transición que pretende estar a lo sumo medio año en funciones mientras se celebran elecciones, al que se ha expulsado como un apestado del sistema interamericano, sometido al vapuleo internacional y sancionado hasta el punto que lo han obligado a endurecerse, a ser el autoritario que dicen, no se entiende la oportunidad de esa cumbre en Margarita con una caterva de déspotas crueles, digna de una galería de horrores, que llevan decenios en el poder sin miramientos ni perspectiva de cambio.
En la segunda cumbre América del Sur-África, celebrada este último fin de semana en esa isla del sur del Caribe y promovida por Chávez y Lula da Silva, se dio la paradoja de que ver unos dictadores contumaces condenando una dictadura si acaso embrionaria, cuando fue aprobado por aclamación una propuesta de Brasil sobre Honduras contraria al mandatario interino, Roberto Micheletti, y favorable al depuesto, Manuel Zelaya. ¡Gadafi, Obiang, al-Bashir y el zimbabuano Robert Mugabe, entre otros, tuvieron la gran desfachatez de condenar a Micheletti!
Del demagogo nacionalista Hugo Chávez se espera cualquier cosa, incluso que manifestara en la cumbre su «apoyo moral, espiritual y político» a Mugabe o se deshiciera en carantoñas con Gadafi, igual que podían posiblemente hacer sus aliados de Ecuador, Rafael Correa, y Bolivia, Evo Morales. Pero, ¿y la señora Bachelet, víctima ella misma de una dictadura tan vesánica como fue la del general Augusto Pinochet, cómo se codea sin vomitar con tantos malhechores, alguno incluso reclamado por la Corte Penal Internacional por sus crímenes? No era necesario acudir personalmente a esa cumbre si el resultado fue repetir en su discurso una sarta de lugares comunes sobre las relaciones Sur-Sur. Hubiera resultado más digno enviar una representación de menor nivel para cumplir el trámite.
El caso de Lula da Silva es diferente si se entiende su actual engreimiento como líder de una pretendida potencia global en ciernes. Venía de pedir ante la ONU más poder para Brasil en el reparto en marcha del mundo, en esa Yalta virtual que está ocurriendo, y estaba midiendo su prestigio en un país diminuto y pobre como Honduras, en cuyos asuntos internos interfiere con gran desfachatez de la mano de Chávez. Se mostraba, pues, ante los africanos como el nuevo prodigio blanco, como el paradigma del líder emergente que toca el cielo. Da la sensación de que hace aguas la encopetada diplomacia brasileña, tantas veces aclamada. Lula da Silva, su consejero áulico, Marco Aurelio García, y su canciller, Celso Amorím, obtuvieron de esa asamblea de coyotes un respaldo implícito a la pretensión de que Brasil tenga un puesto en ese club de los grandes (Estados Unidos, China, Rusia, Francia y el Reino Unido) que son los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Aunque nadie lo haya dicho, la ocasión en Isla Margarita fue propicia para aumentar la clientela de la boyante industria brasileña de armamento, que tiene entre las dictaduras africanas un potente mercado, que Brasilia pretende ensanchar con la nueva tecnología de guerra que Brasil espera recibir de Francia. Lula da Silva, en fin, hizo la corte a los países asistentes, fundamentalmente a la cincuentena africana, para que sus respectivos comités olímpicos voten por Río de Janeiro como sede de los Juegos del 2016, este viernes en Copenhague.
La argentina Cristina Fernández de Kirchner estuvo también en esta cita con los canallas, aunque tampoco se sabe para qué. Quizás –ironiza sus rivales– aprendiendo modos de vida africanos ahora que en Argentina cunden la pobreza y la miseria, como, por ejemplo, ha puesto de manifiesto el último «Informe Semanal» de Televisión Española en un reportaje de Vicente Romero. La «Señora K» habló de la necesidad de contribuir «al desarrollo africano y su seguridad alimentaria», olvidando nuevamente que el crudo problema del hambre campea en casa.
Lula da Silva y Chávez han quedado esta semana también muy expuestos por sus amistades peligrosas después de que apoyaran en su participación en la Asamblea General de la ONU el programa nuclear iraní por sus alegados objetivos pacíficos. Al poco se supo que el régimen de Teherán mantenía en secreto una planta de enriquecimiento de uranio con aparentes fines militares, es decir, la fabricación de esas bombas atómicas con las que el régimen de los ayatolás pretende «enceguecer» a sus enemigos, comenzando por Israel. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia se han enfurecido; China y Rusia, grandes aliados de Irán, reconsideran su apoyo al régimen de Teherán. Chávez anhela su propio programa nuclear y dispone para ello de la entusiasta colaboración iraní.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
www.apuntesiberoamericanos.com
Si la convivencia en libertad y democracia conforman el marco que debe encuadrar las relaciones entre las naciones latinoamericanas y si hay un escándalo colosal porque en Honduras se instalara por la fuerza un gobierno de transición que pretende estar a lo sumo medio año en funciones mientras se celebran elecciones, al que se ha expulsado como un apestado del sistema interamericano, sometido al vapuleo internacional y sancionado hasta el punto que lo han obligado a endurecerse, a ser el autoritario que dicen, no se entiende la oportunidad de esa cumbre en Margarita con una caterva de déspotas crueles, digna de una galería de horrores, que llevan decenios en el poder sin miramientos ni perspectiva de cambio.
En la segunda cumbre América del Sur-África, celebrada este último fin de semana en esa isla del sur del Caribe y promovida por Chávez y Lula da Silva, se dio la paradoja de que ver unos dictadores contumaces condenando una dictadura si acaso embrionaria, cuando fue aprobado por aclamación una propuesta de Brasil sobre Honduras contraria al mandatario interino, Roberto Micheletti, y favorable al depuesto, Manuel Zelaya. ¡Gadafi, Obiang, al-Bashir y el zimbabuano Robert Mugabe, entre otros, tuvieron la gran desfachatez de condenar a Micheletti!
Del demagogo nacionalista Hugo Chávez se espera cualquier cosa, incluso que manifestara en la cumbre su «apoyo moral, espiritual y político» a Mugabe o se deshiciera en carantoñas con Gadafi, igual que podían posiblemente hacer sus aliados de Ecuador, Rafael Correa, y Bolivia, Evo Morales. Pero, ¿y la señora Bachelet, víctima ella misma de una dictadura tan vesánica como fue la del general Augusto Pinochet, cómo se codea sin vomitar con tantos malhechores, alguno incluso reclamado por la Corte Penal Internacional por sus crímenes? No era necesario acudir personalmente a esa cumbre si el resultado fue repetir en su discurso una sarta de lugares comunes sobre las relaciones Sur-Sur. Hubiera resultado más digno enviar una representación de menor nivel para cumplir el trámite.
El caso de Lula da Silva es diferente si se entiende su actual engreimiento como líder de una pretendida potencia global en ciernes. Venía de pedir ante la ONU más poder para Brasil en el reparto en marcha del mundo, en esa Yalta virtual que está ocurriendo, y estaba midiendo su prestigio en un país diminuto y pobre como Honduras, en cuyos asuntos internos interfiere con gran desfachatez de la mano de Chávez. Se mostraba, pues, ante los africanos como el nuevo prodigio blanco, como el paradigma del líder emergente que toca el cielo. Da la sensación de que hace aguas la encopetada diplomacia brasileña, tantas veces aclamada. Lula da Silva, su consejero áulico, Marco Aurelio García, y su canciller, Celso Amorím, obtuvieron de esa asamblea de coyotes un respaldo implícito a la pretensión de que Brasil tenga un puesto en ese club de los grandes (Estados Unidos, China, Rusia, Francia y el Reino Unido) que son los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU. Aunque nadie lo haya dicho, la ocasión en Isla Margarita fue propicia para aumentar la clientela de la boyante industria brasileña de armamento, que tiene entre las dictaduras africanas un potente mercado, que Brasilia pretende ensanchar con la nueva tecnología de guerra que Brasil espera recibir de Francia. Lula da Silva, en fin, hizo la corte a los países asistentes, fundamentalmente a la cincuentena africana, para que sus respectivos comités olímpicos voten por Río de Janeiro como sede de los Juegos del 2016, este viernes en Copenhague.
La argentina Cristina Fernández de Kirchner estuvo también en esta cita con los canallas, aunque tampoco se sabe para qué. Quizás –ironiza sus rivales– aprendiendo modos de vida africanos ahora que en Argentina cunden la pobreza y la miseria, como, por ejemplo, ha puesto de manifiesto el último «Informe Semanal» de Televisión Española en un reportaje de Vicente Romero. La «Señora K» habló de la necesidad de contribuir «al desarrollo africano y su seguridad alimentaria», olvidando nuevamente que el crudo problema del hambre campea en casa.
Lula da Silva y Chávez han quedado esta semana también muy expuestos por sus amistades peligrosas después de que apoyaran en su participación en la Asamblea General de la ONU el programa nuclear iraní por sus alegados objetivos pacíficos. Al poco se supo que el régimen de Teherán mantenía en secreto una planta de enriquecimiento de uranio con aparentes fines militares, es decir, la fabricación de esas bombas atómicas con las que el régimen de los ayatolás pretende «enceguecer» a sus enemigos, comenzando por Israel. Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia se han enfurecido; China y Rusia, grandes aliados de Irán, reconsideran su apoyo al régimen de Teherán. Chávez anhela su propio programa nuclear y dispone para ello de la entusiasta colaboración iraní.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
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Lula: el gendarme innecesario
Es increíble la metamorfosis de Luiz Inácio Lula da Silva: pobre de solemnidad, emigrante, chico de recados, operario metalúrgico, dirigente sindical por casualidad, líder del mayor sindicato brasileño, filotrotskista, diputado radical, político execrado, candidato presidencial rabioso, candidato presidencial atemperado, jefe de Estado pragmático y ahora gendarme, su más flamante rol asumido cuando le quedan quince meses para traspasar el poder .
Justo cuando el presidente Barack Obama decía en la ONU que Estados Unidos no puede por sí mismo resolver los problemas del mundo y pedía que cada país asuma la parte de las responsabilidades que le corresponde, Brasil adquiría su nuevo papel protagónico en América Latina por obra y gracia de Lula da Silva.
Desde la misma tribuna de la ONU que poco después ocuparía Obama, Lula da Silva reclamó con osadía más poder para Brasil en el gobierno del mundo, un puesto entre los más grandes en el Consejo de Seguridad y la inmediata restitución en la presidencia de Honduras de Manuel Zelaya, al tiempo que lanzaba una clara advertencia para que nadie toque su embajada en Tegucigalpa, donde el derrocado mandatario tiene refugio garantizado. «Brasil alborota el orden mundial», opinó el diario madrileño «El País».
Aquel niño miserable y analfabeto del sertón de Pernambuco, animado por tanta riqueza como Brasil atesora, con hidrocarburos a raudales y encargos de armas que dejan helados a los vecinos, se muestra dispuesto a llevar a cabo lo que no fueron capaces los 34 generales y prohombres que le precedieron en la presidencia: dar rienda suelta a los instintos imperialistas brasileños –por tantos años reprimidos– y ocupar la posición relevante mundial que cree le corresponde a su país en este tiempo venidero de imperios menores.
Con motivo de la crisis de Honduras, Brasil ha hecho trizas normas de actuación que antes mantenía como dogmas en las relaciones internacionales, entre ellos el principio de la no injerencia en asuntos internos de otras naciones. Es una voz activa, lindando al intervencionismo, en el intento de reponer en la presidencia al teatral Zelaya, a quien ha acogido en su embajada en Tegucigalpa tras su rocambolesco retorno ayudado sin duda por el venezolano Hugo Chávez.
La actuación de Lula da Silva en la crisis de Honduras levanta en Brasil acalorados debates sobre el protagonismo que el coloso suramericano está tomando en las grandes decisiones internacionales. «Podría haber señales de que la diplomacia brasileña ha comenzado a actuar dentro de un modelo que siempre ha condenado y que tiene como mejor ejemplo a la CIA», ha dicho el antiguo comunista Roberto Freire, líder del Partido Popular Socialista.
Es difícil creer que Chávez pasara a Lula da Silva esa papa caliente que es Zelaya después del golpe de efecto que supuso su retorno clandestino a Honduras, que seguramente llevó a efecto con la ayuda del servicio secreto cubano que siempre lo rodea. Resulta poco convincente la explicación brasileña de que Zelaya apareció súbitamente en su misión en Tegucigalpa, en la que ahora se atrinchera y parece que alucina, empecinado en que Roberto Micheletti le devuelvan la presidencia. Brasil ha sido puesto bajo sospecha de haber estado posiblemente al tanto de todo.
Sea como fuere, entre mentiras, verdades o mentiras y verdades a medias, Brasil se ha visto envuelto en una acción clandestina y ha quebrado su propia tradición al interferir abiertamente en los asuntos internos de otras naciones. En Honduras ha dado un primer paso tras actuaciones algo más comedidas, quizás a modo de ensayo, en Paraguay y Bolivia en años recientes.
El caudillo de Caracas ha reconocido que orquestó el retorno de Zelaya, que se hizo coincidir expresamente con el inicio de la Asamblea General de la ONU, cuando se iban a cumplir tres meses de la destitución del hondureño bajo acusaciones de tratar de moldear a su conveniencia la Constitución de acuerdo a sus ambiciones personales, alentado precisamente por Chávez para eternizarse en el poder. Ahora Chávez financia el movimiento zelayista.
Zelaya pretendía llevar a cabo una consulta popular que el Congreso y la Corte Suprema de Justicia consideraban ilegal. Dicha consulta se destinaba a abrir camino a un cambio en la Constitución que le permitiera aspirar a un segundo mandato. Pero la Carta Magna hondureña considera cláusula pétrea el mandato presidencial único y sólo fía su propia reforma a una poco posible mayoria parlamentaria de dos tercios.
De manera que había una franca amenaza para la frágil estabilidad institucional hondureña. Pero Zelaya no debía hacer sido sacado del poder y del país a punta de pistola dando argumentos a quienes se llenaron la boca hablando de la violación Carta Demócratica de la Organización de Estados Americanos (OEA) pero son incapaces de denunciar la demolición de la democracia en curso en Venezuela y los satélites del chavismo. Zelaya tenía que haber sido arrestado por la policía y sometido a proceso para llevar el asunto en el ámbito puramente interno de acuerdo a los procedimientos legales abiertos por la Fiscalía.
A lo largo y ancho del mundo se ha exigido la restitución de Zelaya en el poder, Estados Unidos entre ellos. Ahora, tras el retorno de Zelaya, Washington pide que se le restituya la presidencia «bajo condiciones apropiadas». La principal de ellas parece que va a ser que sigan adelante las elecciones presidenciales y legislativas previstas para el próximo 29 de noviembre y que deben recolocar al país en la senda constitucional y democrática. Los cuatro candidatos presidenciales hondureños lo han visto así y el mundo debe respaldarlos. La segunda condición sería mantener atado corto a Zelaya, sin capacidad de maniobra para imponer cualquier vía distinta a la electoral que marca la Constitución, y que quede agregado en buena hora a la nómina de ex mandatarios hondureños.
Esas soluciones suponen la mejor salida a la crisis después de tantas torpezas a cargo de la Organización de Estados Americanos (OEA) por el interés mezquino de su secretario general, el chileno José Miguel Insulza, para mantenerse en la poltrona, y los manejos expansionistas en los que está engolfado Chávez.
Técnicament Zelaya es un asilado diplomático, si no de derecho sí de hecho, desde el momento en que Brasil lo admitió en su legación en Tegucigalpa dodne lo alberga y protege. La tradición diplomática latinoamericana es clara sobre el asilo basado en la extraterrotorialidad que se atribuye a las misines diplomáticas. Siendo así por definición Zelaya no puede hacer dentro de la embajada declaraciones políticas ni mucho menos agitar. Lula da Silva habló de él como «asilado» aunque su canciller, Celso Amorim, preferio calificarle de «acogido», quizás en busca de un limbo legal o una tercera vía pues de acuerdo a la diplomacia clásica Brasil está ante las opciones de llevarse a Zeleya a Brasil como asilado, cosa que depende de que Micheletti le conceda el necesario salvoconducto, o entregarlo al gobierno de Honduras. Seguramene las partes se acabaran poniendo de acuerdo.
A Lula da Silva no le queda presidencia para ver convertido su país en el «impávido coloso» que proclama el himno nacional brasileño. Su sucesor saldrá de las elecciones que se celebran en octubre del 2010. Quien quiera que sea tendría que llevar adelante sus planes. Su preferida para dar continuidad a la gestión es Dilma Rousseff, una suerte de sargenta de hierro como jefa del gabinete ministerial brasileño y antigua guerrillera. Está por ver si los demás posibles candidatos se embarcan en el asunto, aunque tratándose de política externa se presume que la continuidad estaría garantizada. El socialdemócrata José Serra sería el Fernando Henrique Cardoso II, probablemente el mejor presidente que ha tenido Brasil, aunque menos osado que Lula da Silva. Ninguna de las disidentes del Partido de los Trabajadores (PT) y de Lula da Silva, Marina Silva y Eloisa Helena, tiene la menor oportunidad de convertirse en la primera presidenta de Brasil, salvo que ese país de temperamento voluble como es Brasil se entusiasme con una de ellas. Por último Ciro Gomes, también socialista, posiblemente vuelva a ser unas elecciones más el pez que muere por la boca.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
Justo cuando el presidente Barack Obama decía en la ONU que Estados Unidos no puede por sí mismo resolver los problemas del mundo y pedía que cada país asuma la parte de las responsabilidades que le corresponde, Brasil adquiría su nuevo papel protagónico en América Latina por obra y gracia de Lula da Silva.
Desde la misma tribuna de la ONU que poco después ocuparía Obama, Lula da Silva reclamó con osadía más poder para Brasil en el gobierno del mundo, un puesto entre los más grandes en el Consejo de Seguridad y la inmediata restitución en la presidencia de Honduras de Manuel Zelaya, al tiempo que lanzaba una clara advertencia para que nadie toque su embajada en Tegucigalpa, donde el derrocado mandatario tiene refugio garantizado. «Brasil alborota el orden mundial», opinó el diario madrileño «El País».
Aquel niño miserable y analfabeto del sertón de Pernambuco, animado por tanta riqueza como Brasil atesora, con hidrocarburos a raudales y encargos de armas que dejan helados a los vecinos, se muestra dispuesto a llevar a cabo lo que no fueron capaces los 34 generales y prohombres que le precedieron en la presidencia: dar rienda suelta a los instintos imperialistas brasileños –por tantos años reprimidos– y ocupar la posición relevante mundial que cree le corresponde a su país en este tiempo venidero de imperios menores.
Con motivo de la crisis de Honduras, Brasil ha hecho trizas normas de actuación que antes mantenía como dogmas en las relaciones internacionales, entre ellos el principio de la no injerencia en asuntos internos de otras naciones. Es una voz activa, lindando al intervencionismo, en el intento de reponer en la presidencia al teatral Zelaya, a quien ha acogido en su embajada en Tegucigalpa tras su rocambolesco retorno ayudado sin duda por el venezolano Hugo Chávez.
La actuación de Lula da Silva en la crisis de Honduras levanta en Brasil acalorados debates sobre el protagonismo que el coloso suramericano está tomando en las grandes decisiones internacionales. «Podría haber señales de que la diplomacia brasileña ha comenzado a actuar dentro de un modelo que siempre ha condenado y que tiene como mejor ejemplo a la CIA», ha dicho el antiguo comunista Roberto Freire, líder del Partido Popular Socialista.
Es difícil creer que Chávez pasara a Lula da Silva esa papa caliente que es Zelaya después del golpe de efecto que supuso su retorno clandestino a Honduras, que seguramente llevó a efecto con la ayuda del servicio secreto cubano que siempre lo rodea. Resulta poco convincente la explicación brasileña de que Zelaya apareció súbitamente en su misión en Tegucigalpa, en la que ahora se atrinchera y parece que alucina, empecinado en que Roberto Micheletti le devuelvan la presidencia. Brasil ha sido puesto bajo sospecha de haber estado posiblemente al tanto de todo.
Sea como fuere, entre mentiras, verdades o mentiras y verdades a medias, Brasil se ha visto envuelto en una acción clandestina y ha quebrado su propia tradición al interferir abiertamente en los asuntos internos de otras naciones. En Honduras ha dado un primer paso tras actuaciones algo más comedidas, quizás a modo de ensayo, en Paraguay y Bolivia en años recientes.
El caudillo de Caracas ha reconocido que orquestó el retorno de Zelaya, que se hizo coincidir expresamente con el inicio de la Asamblea General de la ONU, cuando se iban a cumplir tres meses de la destitución del hondureño bajo acusaciones de tratar de moldear a su conveniencia la Constitución de acuerdo a sus ambiciones personales, alentado precisamente por Chávez para eternizarse en el poder. Ahora Chávez financia el movimiento zelayista.
Zelaya pretendía llevar a cabo una consulta popular que el Congreso y la Corte Suprema de Justicia consideraban ilegal. Dicha consulta se destinaba a abrir camino a un cambio en la Constitución que le permitiera aspirar a un segundo mandato. Pero la Carta Magna hondureña considera cláusula pétrea el mandato presidencial único y sólo fía su propia reforma a una poco posible mayoria parlamentaria de dos tercios.
De manera que había una franca amenaza para la frágil estabilidad institucional hondureña. Pero Zelaya no debía hacer sido sacado del poder y del país a punta de pistola dando argumentos a quienes se llenaron la boca hablando de la violación Carta Demócratica de la Organización de Estados Americanos (OEA) pero son incapaces de denunciar la demolición de la democracia en curso en Venezuela y los satélites del chavismo. Zelaya tenía que haber sido arrestado por la policía y sometido a proceso para llevar el asunto en el ámbito puramente interno de acuerdo a los procedimientos legales abiertos por la Fiscalía.
A lo largo y ancho del mundo se ha exigido la restitución de Zelaya en el poder, Estados Unidos entre ellos. Ahora, tras el retorno de Zelaya, Washington pide que se le restituya la presidencia «bajo condiciones apropiadas». La principal de ellas parece que va a ser que sigan adelante las elecciones presidenciales y legislativas previstas para el próximo 29 de noviembre y que deben recolocar al país en la senda constitucional y democrática. Los cuatro candidatos presidenciales hondureños lo han visto así y el mundo debe respaldarlos. La segunda condición sería mantener atado corto a Zelaya, sin capacidad de maniobra para imponer cualquier vía distinta a la electoral que marca la Constitución, y que quede agregado en buena hora a la nómina de ex mandatarios hondureños.
Esas soluciones suponen la mejor salida a la crisis después de tantas torpezas a cargo de la Organización de Estados Americanos (OEA) por el interés mezquino de su secretario general, el chileno José Miguel Insulza, para mantenerse en la poltrona, y los manejos expansionistas en los que está engolfado Chávez.
Técnicament Zelaya es un asilado diplomático, si no de derecho sí de hecho, desde el momento en que Brasil lo admitió en su legación en Tegucigalpa dodne lo alberga y protege. La tradición diplomática latinoamericana es clara sobre el asilo basado en la extraterrotorialidad que se atribuye a las misines diplomáticas. Siendo así por definición Zelaya no puede hacer dentro de la embajada declaraciones políticas ni mucho menos agitar. Lula da Silva habló de él como «asilado» aunque su canciller, Celso Amorim, preferio calificarle de «acogido», quizás en busca de un limbo legal o una tercera vía pues de acuerdo a la diplomacia clásica Brasil está ante las opciones de llevarse a Zeleya a Brasil como asilado, cosa que depende de que Micheletti le conceda el necesario salvoconducto, o entregarlo al gobierno de Honduras. Seguramene las partes se acabaran poniendo de acuerdo.
A Lula da Silva no le queda presidencia para ver convertido su país en el «impávido coloso» que proclama el himno nacional brasileño. Su sucesor saldrá de las elecciones que se celebran en octubre del 2010. Quien quiera que sea tendría que llevar adelante sus planes. Su preferida para dar continuidad a la gestión es Dilma Rousseff, una suerte de sargenta de hierro como jefa del gabinete ministerial brasileño y antigua guerrillera. Está por ver si los demás posibles candidatos se embarcan en el asunto, aunque tratándose de política externa se presume que la continuidad estaría garantizada. El socialdemócrata José Serra sería el Fernando Henrique Cardoso II, probablemente el mejor presidente que ha tenido Brasil, aunque menos osado que Lula da Silva. Ninguna de las disidentes del Partido de los Trabajadores (PT) y de Lula da Silva, Marina Silva y Eloisa Helena, tiene la menor oportunidad de convertirse en la primera presidenta de Brasil, salvo que ese país de temperamento voluble como es Brasil se entusiasme con una de ellas. Por último Ciro Gomes, también socialista, posiblemente vuelva a ser unas elecciones más el pez que muere por la boca.
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¡Arriba las armas!
Brasil se arma en Francia y Venezuela en Rusia. Aducen necesidades defensivas, pero hay una pugna soterrada entre ambas. Brasil se arma para afianzarse como sólida potencia en el hemisferio sur y América Latina, frente al nuevo liderazgo «peligroso» de Venezuela, aletargada la centenaria rivalidad con Argentina. También para sacar pecho entre las naciones más poderosas del mundo del inminente G-14 y acabar con la histórica hegemonía de Estados Unidos en América Latina.
Brasil no tiene enemigo a la vista mientras Venezuela señala a Estados Unidos y Colombia. Submarinos, cazabombarderos, helicópteros, tanques y misiles están en sus «carritos de la compra». Tanto el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, como su homólogo venezolano, Hugo Chávez, se proclaman socialistas y gobernantes identificados con las penurias del pueblo, pero no parece tener en cuenta la enorme cantidad de desigualdades y carencias que se corregirían y taparían con las decenas de miles de millones que han apostado a estos juegos de guerra.
En América solo Estados Unidos supera a Brasil en poder de fuego y en el Hemisferio Sur, apenas Australia. Chávez acaba de volver de Rusia embravecido, desafiante, gallito, cantando el «quiquiriquí, quien sea valiente que venga aquí». Ha comprado tanques y misiles, entre ellos los «Antey 2500», considerado el «Patriot» ruso, con alcance de 2.500 kilómetros, un radio que barre toda Colombia y el Caribe hasta Miami. «Que a nadie se le ocurra venir contra nosotros», advierte bravucón. La ecuación militar latinoamericana ha quedado hecha añicos y más tensiones en la región están servidas. El hecho de que ambos países incremente sus arsenales por sentirse amenazados es motivos de preocupación porque sobre el papel se maneja una hipótesis de conflicto.
Brasil está dispuesto a ejercer su propio liderazgo global, a emerger como potencia mundial jugando en las ligas mayores con la docena de naciones más poderosas del planeta. Décima potencia industrial del mundo y duodécima nación con mayor gasto militar del globo, Brasilia asegura que su estrategia es meradamente «disuasiva». Pretexta la necesidad de defender sus ingentes reservas submarinas de hidrocarburos en el presal del Océano Atlántico (80.000 millones de barriles de crudo) y la Amazonía inmensa poco guarnecida. «Un país que quiere proyectarse internacionalmente debe tener unas fuerzas ramadas coherentes», se dice desde el oficialista «lulismo»
Durante la gestión de Lula da Silva, iniciada en enero de 2003, el gasto militar brasileño ha aumentado un 50%. En 2008 fueron 23.000 millones de dólares –el 1,5% de su PIB–, según el Instituto de Investigación para la Paz Internacional de Estocolmo (SIPRI). Ahora va a emplear 14.000 millones de dólares solo en armamento francés, casi el doble de los 8.500 millones que fueron autorizados por el Congreso Nacional y más que todo el gasto militar conjunto de Venezuela y Colombia. Comprará cuatro submarinos convencionales «Scorpène» y uno nuclear, además de cincuenta helicópteros «EC-725», a construirse todo ello en Brasil, y también 36 cazabombarderos «Rafale», de Dassault, de la última generación. A cambio venderá a Francia diez cargueros militares «KC-390», el «Hércules» brasileño aún en proyecto que fabricará Embrear. Brasil se convertirá de la mano de Francia en una de las siete naciones del mundo capaces de diseñar y manejar submarinos atómicos.
El pacto entre Francia y Brasil, según analistas, contraria los intereses políticos estadounidenses y de su industria de defensa. Es el más importante acuerdo militar de la historia reciente mundial y de la de América Latina de los últimos cincuenta años. No es solamente una compraventa de armas. Se trata de una asociación estratégica entre París y Brasilia de un enorme alcance político, diplomático, militar, comercial y geoestratégico. Y puede que solo sea el inicio porque hay más negocios a la vista entre las dos naciones, entre ellos cuatro nuevas centrales nucleares en Brasil y el tren de alta velocidad entre Río de Janeiro y São Paulo, al que aspiraba España. Brasil ya no tiene para París la condición de «país poco serio» que, según la tradición, le endilgó el general Charles De Gaulle. Francia adquiere en él una plataforma privilegiada para redoblar sus relaciones comerciales y políticas con América Latina, donde en el último tercio del pasado siglo había ido perdiendo influencia.
Convertido en socio privilegiado de Francia en América Latina, Brasil no tiene apuros para pagar sus compras militares, pero lo hará con facilidades hasta el 2021 y recibirá asesoramiento y la tecnología necesaria para desarrollar más su ya impresionante industria militar tanto para alcanzar la autonomía militar y el autoabastecimiento como para la exportación, sobre todo a América Latina y África.
Brasil es ya el cuarto mayor exportador mundial de armas ligeras, el quinto de todo tipo de armas si se considera la UE como un único país, mientras que Embraer es el cuarto fabricante mundial de aviones. París respalda la aspiración brasileña de tener un asiento como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, así como que adquiera mayor relevancia en el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional e ingrese al grupo de naciones más poderosas del planeta en la conversión del G-8 en el G-14 que se propone hacer Nicolas Sarkozy cuando Francia presida el reducido club de las naciones más ricas del mundo.
Por su lado, Chávez, supuestamente para proteger su tesoro energético de la rapiña yanqui, se ha gastado más de 4.400 millones de dólares en armas rusas (cien mil fusiles «Kaláshnikov AK-47», 24 cazabombarderos «Sujoi SU-30» y medio centenar de helicópteros). Invirtió cerca de otros 3.000 millones en armamento bielorruso, chino y español. Había anunciado su intención de compra en el supermercado ruso tanques «T-72», vehículos «BMP-3», diez helicópteros de ataque «Mi-28» y tres submarinos del tipo «Varchavianka».
En su última visita a Moscú concretó una operación crediticia de 2.200 millones de dólares para adquirir una cantidad indeterminada de esos misiles «Antey 2500» que alcanzarían Miami además de los «Buk M2», un sistema antiaéreo; los «S-125 Pechora», uno de los cuales alcanzó al único avión invisible «F-117» estadounidense destruido hasta ahora; y los «Smerch S-300», así como 92 tanques «T72» modernizados. Posiblemente Chávez haga más anuncios rimbombantes de compras de armas, todo ello por esa «doctrina militar» que imparte basada en una posible invasión de Estados Unidos o de Colombia, o de ambas, para apoderarse de las ingentes reservas venezolanas de hidrocarburos.
El acuerdo de Caracas con Moscú va más allá de las armas. Rusia tiene interés en el crudo venezolano y en recursos minerales, al tiempo que logra una puerta de entrada en América Latina, que en el pasado soviético fueron la Cuba castrista y el Perú del general Juan Velasco Alvarado y sus militares «nasseristas». De otro lado, Irán parece dispuesto a ayudar a Venezuela a tener su propio programa nuclear, lo que es motivo de gran inquietud en la región y motivo de preocupación para Estados Unidos. Washington está preocupado por las relaciones peligrosas de los regimenes de Chávez y Mahmud Armadineyad y, asimismo, por las multimillonarias compras de armas a Rusia, el uso que se le dará a ese arsenal, la carrera armamentista en Suramérica, la nueva geometría allí y la eventualidad de un desvío de material usado a las guerrillas colombianas, que están seriamente debilitadas.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
Brasil no tiene enemigo a la vista mientras Venezuela señala a Estados Unidos y Colombia. Submarinos, cazabombarderos, helicópteros, tanques y misiles están en sus «carritos de la compra». Tanto el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, como su homólogo venezolano, Hugo Chávez, se proclaman socialistas y gobernantes identificados con las penurias del pueblo, pero no parece tener en cuenta la enorme cantidad de desigualdades y carencias que se corregirían y taparían con las decenas de miles de millones que han apostado a estos juegos de guerra.
En América solo Estados Unidos supera a Brasil en poder de fuego y en el Hemisferio Sur, apenas Australia. Chávez acaba de volver de Rusia embravecido, desafiante, gallito, cantando el «quiquiriquí, quien sea valiente que venga aquí». Ha comprado tanques y misiles, entre ellos los «Antey 2500», considerado el «Patriot» ruso, con alcance de 2.500 kilómetros, un radio que barre toda Colombia y el Caribe hasta Miami. «Que a nadie se le ocurra venir contra nosotros», advierte bravucón. La ecuación militar latinoamericana ha quedado hecha añicos y más tensiones en la región están servidas. El hecho de que ambos países incremente sus arsenales por sentirse amenazados es motivos de preocupación porque sobre el papel se maneja una hipótesis de conflicto.
Brasil está dispuesto a ejercer su propio liderazgo global, a emerger como potencia mundial jugando en las ligas mayores con la docena de naciones más poderosas del planeta. Décima potencia industrial del mundo y duodécima nación con mayor gasto militar del globo, Brasilia asegura que su estrategia es meradamente «disuasiva». Pretexta la necesidad de defender sus ingentes reservas submarinas de hidrocarburos en el presal del Océano Atlántico (80.000 millones de barriles de crudo) y la Amazonía inmensa poco guarnecida. «Un país que quiere proyectarse internacionalmente debe tener unas fuerzas ramadas coherentes», se dice desde el oficialista «lulismo»
Durante la gestión de Lula da Silva, iniciada en enero de 2003, el gasto militar brasileño ha aumentado un 50%. En 2008 fueron 23.000 millones de dólares –el 1,5% de su PIB–, según el Instituto de Investigación para la Paz Internacional de Estocolmo (SIPRI). Ahora va a emplear 14.000 millones de dólares solo en armamento francés, casi el doble de los 8.500 millones que fueron autorizados por el Congreso Nacional y más que todo el gasto militar conjunto de Venezuela y Colombia. Comprará cuatro submarinos convencionales «Scorpène» y uno nuclear, además de cincuenta helicópteros «EC-725», a construirse todo ello en Brasil, y también 36 cazabombarderos «Rafale», de Dassault, de la última generación. A cambio venderá a Francia diez cargueros militares «KC-390», el «Hércules» brasileño aún en proyecto que fabricará Embrear. Brasil se convertirá de la mano de Francia en una de las siete naciones del mundo capaces de diseñar y manejar submarinos atómicos.
El pacto entre Francia y Brasil, según analistas, contraria los intereses políticos estadounidenses y de su industria de defensa. Es el más importante acuerdo militar de la historia reciente mundial y de la de América Latina de los últimos cincuenta años. No es solamente una compraventa de armas. Se trata de una asociación estratégica entre París y Brasilia de un enorme alcance político, diplomático, militar, comercial y geoestratégico. Y puede que solo sea el inicio porque hay más negocios a la vista entre las dos naciones, entre ellos cuatro nuevas centrales nucleares en Brasil y el tren de alta velocidad entre Río de Janeiro y São Paulo, al que aspiraba España. Brasil ya no tiene para París la condición de «país poco serio» que, según la tradición, le endilgó el general Charles De Gaulle. Francia adquiere en él una plataforma privilegiada para redoblar sus relaciones comerciales y políticas con América Latina, donde en el último tercio del pasado siglo había ido perdiendo influencia.
Convertido en socio privilegiado de Francia en América Latina, Brasil no tiene apuros para pagar sus compras militares, pero lo hará con facilidades hasta el 2021 y recibirá asesoramiento y la tecnología necesaria para desarrollar más su ya impresionante industria militar tanto para alcanzar la autonomía militar y el autoabastecimiento como para la exportación, sobre todo a América Latina y África.
Brasil es ya el cuarto mayor exportador mundial de armas ligeras, el quinto de todo tipo de armas si se considera la UE como un único país, mientras que Embraer es el cuarto fabricante mundial de aviones. París respalda la aspiración brasileña de tener un asiento como miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, así como que adquiera mayor relevancia en el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional e ingrese al grupo de naciones más poderosas del planeta en la conversión del G-8 en el G-14 que se propone hacer Nicolas Sarkozy cuando Francia presida el reducido club de las naciones más ricas del mundo.
Por su lado, Chávez, supuestamente para proteger su tesoro energético de la rapiña yanqui, se ha gastado más de 4.400 millones de dólares en armas rusas (cien mil fusiles «Kaláshnikov AK-47», 24 cazabombarderos «Sujoi SU-30» y medio centenar de helicópteros). Invirtió cerca de otros 3.000 millones en armamento bielorruso, chino y español. Había anunciado su intención de compra en el supermercado ruso tanques «T-72», vehículos «BMP-3», diez helicópteros de ataque «Mi-28» y tres submarinos del tipo «Varchavianka».
En su última visita a Moscú concretó una operación crediticia de 2.200 millones de dólares para adquirir una cantidad indeterminada de esos misiles «Antey 2500» que alcanzarían Miami además de los «Buk M2», un sistema antiaéreo; los «S-125 Pechora», uno de los cuales alcanzó al único avión invisible «F-117» estadounidense destruido hasta ahora; y los «Smerch S-300», así como 92 tanques «T72» modernizados. Posiblemente Chávez haga más anuncios rimbombantes de compras de armas, todo ello por esa «doctrina militar» que imparte basada en una posible invasión de Estados Unidos o de Colombia, o de ambas, para apoderarse de las ingentes reservas venezolanas de hidrocarburos.
El acuerdo de Caracas con Moscú va más allá de las armas. Rusia tiene interés en el crudo venezolano y en recursos minerales, al tiempo que logra una puerta de entrada en América Latina, que en el pasado soviético fueron la Cuba castrista y el Perú del general Juan Velasco Alvarado y sus militares «nasseristas». De otro lado, Irán parece dispuesto a ayudar a Venezuela a tener su propio programa nuclear, lo que es motivo de gran inquietud en la región y motivo de preocupación para Estados Unidos. Washington está preocupado por las relaciones peligrosas de los regimenes de Chávez y Mahmud Armadineyad y, asimismo, por las multimillonarias compras de armas a Rusia, el uso que se le dará a ese arsenal, la carrera armamentista en Suramérica, la nueva geometría allí y la eventualidad de un desvío de material usado a las guerrillas colombianas, que están seriamente debilitadas.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
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Cuba: la Parca llama a la puerta
La Parca ha proyectado su sombra enjuta sobre los hermanos Castro. La muerte de quien al menos nominalmente era considerado el «tercer hombre» del régimen cubano deja la certeza al cincuenta por ciento de que uno de los otros dos será el siguiente. La incertidumbre está en el cuándo y cual de ellos irá al pudridero detrás de Juan Almeida.
Era comandante de la revolución, héroe de la patria y el negro más encumbrado del castrismo. Almeida fue compositor, poeta y albañil hasta que se enroló con Fidel. Tenía una hija [Beatriz] disidente en Estados Unidos y otro [Juan Juan] —aquel cuyo nacimiento Fidel anunció al mundo durante un discurso desde la Plaza de la Revolución— está procesado por tratar de fugarse de la isla. Parece que la revolución ha engendrado bastantes hijos inconstantes. Con 82 años de edad, Almeida estaba entre Fidel [83] y Raúl [78], por quienes siempre tuvo una fidelidad perruna. Pero poder real parece que nunca tuvo y, como dice un buen conocer de Cuba, ni siquiera fue capaz de ayudar a su hijo efermo a dejar de la isla.
Ahora entre los históricos del régimen cubano ya solo queda, exceptuados los Castro, un único sobreviviente del fracasado asalto al cuartel de Moncada [1953] y de los 82 expedicionarios del yate Granma [1956]: Ramiro Valdés [77], sin contar a Guillermo García, considerado la primera incorporación al ejército rebelde tras aquel amaraje, más que desembarco, de los pasajeros del mítico barco, que estuvo a punto de dar al traste, antes de comenzar, con la revolución en el desolado manglar de Los Cayuelos. La vieja guardia cubana se reduce ahora a un puñado de ancianos, el más mozo con 67 años.
Justo ha ocurrido esta muerte cuando la isla de los viejitos se llena de conjeturas sobre un eventual retorno de Fidel al timón del gobierno, al cabo de tres largos años de enfermedad y de casi diecinueve meses con Raúl de presidente, supuestamente concluida su rehabilitación, después de que las últimas imágenes lo mostraran con un mejor aspecto y ya sin esos chándales que lució como pijama de enfermo y prematuras mortajas.
Que el anciano dictador antillano vuelva al ejercicio del Gobierno —el poder nunca lo ha perdido ni lo abandonará en vida— se antoja improbable. No lo necesita. Todo indica que sobrevive mejor solo como oráculo y manteniendo las riendas del Partido Comunista, el superlativo poder cubano. También hay que tomar en consideración aquella promesa suya de cuando traspasó el gobierno a Raúl sobre que «no aspiraría ni aceptaría el cargo de Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe». Claro que todo es reversible, menos la muerte.
Si no apresuran por hacer un relevo generacional para garantizar la continuidad del régimen podría ocurrir una acefalía peligrosa. En ese sentido, quizás la muerte de Almeida haga recapacitar a los Castro sobre la conveniencia de celebrar el VI Congreso del Partido Comunista para llevar a cabo la renovación de cuadros insinuada por Raúl hace poco más de un mes, cuando anunció un nuevo aplazamiento de dicha convención.
Si no se hiciera un rejuvenecimiento en la cúpula del régimen, la desaparecieran los hermanos Castro uno tras otro en un lapso corto de tiempo dejaría la continuidad en manos de la actual gerontocracia. Parece razonable pensar que no tendrían opciones por estar con las fuerzas menguadas los dos José Ramones —Machado [78] y Balaguer [77]—, ambos médicos, o los dos comandantes Ramiro Valdés [77], el más temible todos ellos, y Guillermo García [81].
Seguramente tendrían más opciones en el reparto del Gobierno —o a la disputa por él— los generales, los Julios -Colomé Ibarra [70] y Casas Regueiro [73]- junto a Leopoldo Cintra [68] y Ulises Rosales del Toro [67]. También porque siendo militares uno de ellos parecería más propenso a unir las fuerzas armadas cubanas para el sostenimiento del régimen castrista, aunque seguramente sería por poco tiempo.
El régimen comunista cubano parece llamado a perdurar poco más de lo que aguanten los Castro, como cualquier gobierno personalista. Por más que se siga tratando de pintarla bonito, aquello siempre ha sido una satrapía que hoy se sotiene porque el pueblo está herido de hambre, maltrecho y ofuscada por cincuenta años de castrismo y mucho más de dictadura.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
Era comandante de la revolución, héroe de la patria y el negro más encumbrado del castrismo. Almeida fue compositor, poeta y albañil hasta que se enroló con Fidel. Tenía una hija [Beatriz] disidente en Estados Unidos y otro [Juan Juan] —aquel cuyo nacimiento Fidel anunció al mundo durante un discurso desde la Plaza de la Revolución— está procesado por tratar de fugarse de la isla. Parece que la revolución ha engendrado bastantes hijos inconstantes. Con 82 años de edad, Almeida estaba entre Fidel [83] y Raúl [78], por quienes siempre tuvo una fidelidad perruna. Pero poder real parece que nunca tuvo y, como dice un buen conocer de Cuba, ni siquiera fue capaz de ayudar a su hijo efermo a dejar de la isla.
Ahora entre los históricos del régimen cubano ya solo queda, exceptuados los Castro, un único sobreviviente del fracasado asalto al cuartel de Moncada [1953] y de los 82 expedicionarios del yate Granma [1956]: Ramiro Valdés [77], sin contar a Guillermo García, considerado la primera incorporación al ejército rebelde tras aquel amaraje, más que desembarco, de los pasajeros del mítico barco, que estuvo a punto de dar al traste, antes de comenzar, con la revolución en el desolado manglar de Los Cayuelos. La vieja guardia cubana se reduce ahora a un puñado de ancianos, el más mozo con 67 años.
Justo ha ocurrido esta muerte cuando la isla de los viejitos se llena de conjeturas sobre un eventual retorno de Fidel al timón del gobierno, al cabo de tres largos años de enfermedad y de casi diecinueve meses con Raúl de presidente, supuestamente concluida su rehabilitación, después de que las últimas imágenes lo mostraran con un mejor aspecto y ya sin esos chándales que lució como pijama de enfermo y prematuras mortajas.
Que el anciano dictador antillano vuelva al ejercicio del Gobierno —el poder nunca lo ha perdido ni lo abandonará en vida— se antoja improbable. No lo necesita. Todo indica que sobrevive mejor solo como oráculo y manteniendo las riendas del Partido Comunista, el superlativo poder cubano. También hay que tomar en consideración aquella promesa suya de cuando traspasó el gobierno a Raúl sobre que «no aspiraría ni aceptaría el cargo de Presidente del Consejo de Estado y Comandante en Jefe». Claro que todo es reversible, menos la muerte.
Si no apresuran por hacer un relevo generacional para garantizar la continuidad del régimen podría ocurrir una acefalía peligrosa. En ese sentido, quizás la muerte de Almeida haga recapacitar a los Castro sobre la conveniencia de celebrar el VI Congreso del Partido Comunista para llevar a cabo la renovación de cuadros insinuada por Raúl hace poco más de un mes, cuando anunció un nuevo aplazamiento de dicha convención.
Si no se hiciera un rejuvenecimiento en la cúpula del régimen, la desaparecieran los hermanos Castro uno tras otro en un lapso corto de tiempo dejaría la continuidad en manos de la actual gerontocracia. Parece razonable pensar que no tendrían opciones por estar con las fuerzas menguadas los dos José Ramones —Machado [78] y Balaguer [77]—, ambos médicos, o los dos comandantes Ramiro Valdés [77], el más temible todos ellos, y Guillermo García [81].
Seguramente tendrían más opciones en el reparto del Gobierno —o a la disputa por él— los generales, los Julios -Colomé Ibarra [70] y Casas Regueiro [73]- junto a Leopoldo Cintra [68] y Ulises Rosales del Toro [67]. También porque siendo militares uno de ellos parecería más propenso a unir las fuerzas armadas cubanas para el sostenimiento del régimen castrista, aunque seguramente sería por poco tiempo.
El régimen comunista cubano parece llamado a perdurar poco más de lo que aguanten los Castro, como cualquier gobierno personalista. Por más que se siga tratando de pintarla bonito, aquello siempre ha sido una satrapía que hoy se sotiene porque el pueblo está herido de hambre, maltrecho y ofuscada por cincuenta años de castrismo y mucho más de dictadura.
Francisco R. Figueroa
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Chávez: perro ladrador
El presidente de Venezuela, Hugo Chávez, estuvo este viernes a Madrid, a donde llegó sacudiendo coces –aunque se fue manso— y citando incorrectamente a Alonso Quijano en aquel apócrifo «ladran, Sancho, luego cabalgamos». Para él, el Quijote rezuma «socialismo», el rey español barbudo recuerda a Fidel Castro, España mantiene una actitud «colonialistas» sobre América Latina y Venezuela será uno de los cinco gigantes mundiales de los hidrocarburos, con el último descubrimiento de gas hallado en sociedad con Repsol y la italiana Eni.
Se desconocía el motivo de esta imprevista escala en la capital española, metida con fórceps en medio de la larga gira por naciones del norte de África, Oriente Medio y el este de Europa de un Chávez magnificado de palabra y obra en el Festival de Venecia por el cineasta estadounidense Oliver Stone y él mismo en pos de su propia grandeza buscando en Rusia y otros países acuerdos militares y energéticos entre loas a Lenin en Moscú, conchabeos nucleares con Ahmadineyad en Teherán, arrumacos con Gadafi en Trípoli, burlas al «eje del mal» con Lukashenko en Minsk, cantos a Castro por doquier y el vaticinio del próximo fin del «imperio yanqui».
Parece que Chávez pescó de sorpresa a Madrid cuando solicitó de improviso ser recibido por el rey Juan Carlos y el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. El ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, suspendió una visita oficial a Israel para estar con Chávez, por lo que el responsable de la diplomacia española recibió dardos envenenados de la oposición popular. Chávez ve a Moratinos el socialista español más próximo a su régimen bolivariano. Tanto parecía el desconcierto en Madrid que para evitar sorpresas se descartó la rueda de prensa conjunta habitual en visitas de trabajo de mandatarios extranjeros, aunque Chávez se despachó por donde pudo.
¿A qué estuvo Chávez a Madrid? Sin duda no viajó con la idea de anunciar ese enorme yacimiento de gas que, en un emprendimiento con Repsol y Eni, fue encontrado en el Golfo de Venezuela, porque, según dijo él mismo por la tarde, esa noticia la tuvo mientras estaba reunido a mediodía con Zapatero. Se trata de un yacimiento en el Golfo de Venezuela que con entre siete y ocho billones de pies cúbicos de gas (equivalentes a cerca de 1.200 millones de barriles de crudo) es uno de los mayores del mundo. Ahora habrá que esperar a ver si Chávez cumple su promesa, hecha en el mismo Madrid, de respetar la tajada de Repsol (del 32,5%) en ese proyecto y no la estatalice como ha hecho con tantos intereses extranjeros en los sectores más diversos. Cuando hizo el anuncio tenía a su lado al patrón de Repsol, Antonio Brufau.
Nada hubo de nuevo sobre los más de 2.000 millones de euros (casi 3.000 millones de dólares) que el régimen de Chávez retiene a las transnacionales españolas, sobre todo de Telefónica —unos 1.500 millones—, el BBVA, la propia Repsol y Air Europa. Mapfre acabó reinvirtiendo localmente los dividendos que no pudo repatriar. Chávez hizo alusión, sin concretar nada tampoco esta vez, a la prometida participación de empresas españolas en la ampliación del Metro de Caracas y la construcción de vías férreas, o en inversiones en viviendas y energía eólica. Tampoco nada sobre cómo y cuándo indemnizará a los 110 hispano-venezolanos a los que les expropió sus tierras así como y a las prestadoras de servicios a la industria estatal del petróleo que fueron confiscadas en mayo, o cuándo dejará de proteger a los miembros de ETA que hay en Venezuela o a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que a su vez apoyan a la banda terrorista vasca.
Nada más desembarcar en Madrid Chávez se había despachado a gusto hablando de colonialismo y relaciones desiguales con España que él va a remediar, de que hay que acabar con la percepción colonialista de que España es la puerta de Europa de Iberoamérica («Nosotros no hesitamos esa puerta», clamó) o que España es superior a los países latinoamericanos. Parece que Chávez estaba poniendo a prueba el tinglado de las relaciones de Madrid con las repúblicas hispanoamericanas y la diplomacia de este país antes de que comience, en enero próximo, la presidencia española de la Unión Europea y la tan cacareada «sintonía» de Zapatero con Barack Obama. Zapatero necesita el apoyo de Chávez a la Cumbre UE-América Latina que se celebrará durante la presidencia española. Asimismo, Madrid precisa que Chávez no reviente con sus aliados —sobre todo con Cuba, Bolivia y Nicaragua—, las cumbres iberoamericanas cuyo futuro parece pender de un hilo. Recientemente Chávez ha criticado con asperaza que España pretenda sumarse a las celebraciones del bicentenario de las independencias de las repúblicas hispanoamericanas y ha exigido perdón por los excesos de la conquista. Afirmó que «hay quienes pretenden esconder la masacre» en América y que en una ocasión le hizo reproches al rey Juan Carlos por hablar del descubrimiento de América. «Él será monarca en España, pero en América no. Somos nosotros lo que tenemos que celebrar la rebeldía contra España precisamente», clamó.
Chávez afirmó en un tono que resultó pedante que hace diez años, es decir, cuando él llegó al poder, el mundo estaba muerto y la esperanza también, pero hoy es diferente. Aseguró que no es un tirano como dice por ahí; que los gobiernos europeos, incluida España, utilizan las «mentiras y tergiversaciones de la derecha internacional» para perjudicar a América Latina y que la prensa del viejo continente le es masivamente hostil sin motivo —incluido el diario español «El País» al que concedió una entrevista—, al tiempo que volvía a predicar el fin del imperio yanqui y del «mundo unipolar» que –según él— se ha mantenido a flote artificialmente con la ayuda del enorme mercado de consumo estadounidense, sobre la base de un enorme déficit y con una moneda que se está desintegrando.
La breve e inesperada visita del presidente venezolano parece que sorprendió con el pie cambiado al Gobierno español, que en privado no oculta su incomodidad por la llegada del controvertido caudillo latinoamericano. Zapatero lo encajó entre el italiano Silvio Berlusconi, con quien se reunió el jueves, y el francés Nicolas Sakorzy, a quien visitó el mismo viernes. Madrid no ha querido nuevas sorpresas, ni siquiera como la que dio el embajador venezolano en España, Isaías Rodríguez, cuando aseguró el pasado miércoles que el encuentro entre Zapatero y Chávez era para «unir voces» contra el acuerdo que permite a Estados Unidos usar siete bases en territorio colombiano, una afirmación que dejó pasmados a muchos. De hecho, Chávez pidió en Madrid que Colombia dé marcha atrás en el asunto de las bases y que siente a hablar con las FARC, asuntos que España no puede de ningún modo secundarle tanto por su alianza militar con Estados Unidos vía la OTAN y en las bases que hay en España como por la necesidad de mejorar relaciones con Washington y porque ha descartado cualquier solución negociada con ETA al problema del terrorismo.
España puede haber mandado un mensaje equivoco con la visita de Chávez, que se produce unos días después de que Sarkozy estuviera en Brasilia para sellar una alianza cada vez mas intensa y productiva entre Francia y Brasil, país al que la diplomacia española no valora debidamente. Quizás algunos interpreten que España esté diciendo al mundo: «Vale, los francesas tienen a Lula, pero Chávez es nuestro hombre» en América Latina.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
Se desconocía el motivo de esta imprevista escala en la capital española, metida con fórceps en medio de la larga gira por naciones del norte de África, Oriente Medio y el este de Europa de un Chávez magnificado de palabra y obra en el Festival de Venecia por el cineasta estadounidense Oliver Stone y él mismo en pos de su propia grandeza buscando en Rusia y otros países acuerdos militares y energéticos entre loas a Lenin en Moscú, conchabeos nucleares con Ahmadineyad en Teherán, arrumacos con Gadafi en Trípoli, burlas al «eje del mal» con Lukashenko en Minsk, cantos a Castro por doquier y el vaticinio del próximo fin del «imperio yanqui».
Parece que Chávez pescó de sorpresa a Madrid cuando solicitó de improviso ser recibido por el rey Juan Carlos y el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. El ministro de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, suspendió una visita oficial a Israel para estar con Chávez, por lo que el responsable de la diplomacia española recibió dardos envenenados de la oposición popular. Chávez ve a Moratinos el socialista español más próximo a su régimen bolivariano. Tanto parecía el desconcierto en Madrid que para evitar sorpresas se descartó la rueda de prensa conjunta habitual en visitas de trabajo de mandatarios extranjeros, aunque Chávez se despachó por donde pudo.
¿A qué estuvo Chávez a Madrid? Sin duda no viajó con la idea de anunciar ese enorme yacimiento de gas que, en un emprendimiento con Repsol y Eni, fue encontrado en el Golfo de Venezuela, porque, según dijo él mismo por la tarde, esa noticia la tuvo mientras estaba reunido a mediodía con Zapatero. Se trata de un yacimiento en el Golfo de Venezuela que con entre siete y ocho billones de pies cúbicos de gas (equivalentes a cerca de 1.200 millones de barriles de crudo) es uno de los mayores del mundo. Ahora habrá que esperar a ver si Chávez cumple su promesa, hecha en el mismo Madrid, de respetar la tajada de Repsol (del 32,5%) en ese proyecto y no la estatalice como ha hecho con tantos intereses extranjeros en los sectores más diversos. Cuando hizo el anuncio tenía a su lado al patrón de Repsol, Antonio Brufau.
Nada hubo de nuevo sobre los más de 2.000 millones de euros (casi 3.000 millones de dólares) que el régimen de Chávez retiene a las transnacionales españolas, sobre todo de Telefónica —unos 1.500 millones—, el BBVA, la propia Repsol y Air Europa. Mapfre acabó reinvirtiendo localmente los dividendos que no pudo repatriar. Chávez hizo alusión, sin concretar nada tampoco esta vez, a la prometida participación de empresas españolas en la ampliación del Metro de Caracas y la construcción de vías férreas, o en inversiones en viviendas y energía eólica. Tampoco nada sobre cómo y cuándo indemnizará a los 110 hispano-venezolanos a los que les expropió sus tierras así como y a las prestadoras de servicios a la industria estatal del petróleo que fueron confiscadas en mayo, o cuándo dejará de proteger a los miembros de ETA que hay en Venezuela o a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que a su vez apoyan a la banda terrorista vasca.
Nada más desembarcar en Madrid Chávez se había despachado a gusto hablando de colonialismo y relaciones desiguales con España que él va a remediar, de que hay que acabar con la percepción colonialista de que España es la puerta de Europa de Iberoamérica («Nosotros no hesitamos esa puerta», clamó) o que España es superior a los países latinoamericanos. Parece que Chávez estaba poniendo a prueba el tinglado de las relaciones de Madrid con las repúblicas hispanoamericanas y la diplomacia de este país antes de que comience, en enero próximo, la presidencia española de la Unión Europea y la tan cacareada «sintonía» de Zapatero con Barack Obama. Zapatero necesita el apoyo de Chávez a la Cumbre UE-América Latina que se celebrará durante la presidencia española. Asimismo, Madrid precisa que Chávez no reviente con sus aliados —sobre todo con Cuba, Bolivia y Nicaragua—, las cumbres iberoamericanas cuyo futuro parece pender de un hilo. Recientemente Chávez ha criticado con asperaza que España pretenda sumarse a las celebraciones del bicentenario de las independencias de las repúblicas hispanoamericanas y ha exigido perdón por los excesos de la conquista. Afirmó que «hay quienes pretenden esconder la masacre» en América y que en una ocasión le hizo reproches al rey Juan Carlos por hablar del descubrimiento de América. «Él será monarca en España, pero en América no. Somos nosotros lo que tenemos que celebrar la rebeldía contra España precisamente», clamó.
Chávez afirmó en un tono que resultó pedante que hace diez años, es decir, cuando él llegó al poder, el mundo estaba muerto y la esperanza también, pero hoy es diferente. Aseguró que no es un tirano como dice por ahí; que los gobiernos europeos, incluida España, utilizan las «mentiras y tergiversaciones de la derecha internacional» para perjudicar a América Latina y que la prensa del viejo continente le es masivamente hostil sin motivo —incluido el diario español «El País» al que concedió una entrevista—, al tiempo que volvía a predicar el fin del imperio yanqui y del «mundo unipolar» que –según él— se ha mantenido a flote artificialmente con la ayuda del enorme mercado de consumo estadounidense, sobre la base de un enorme déficit y con una moneda que se está desintegrando.
La breve e inesperada visita del presidente venezolano parece que sorprendió con el pie cambiado al Gobierno español, que en privado no oculta su incomodidad por la llegada del controvertido caudillo latinoamericano. Zapatero lo encajó entre el italiano Silvio Berlusconi, con quien se reunió el jueves, y el francés Nicolas Sakorzy, a quien visitó el mismo viernes. Madrid no ha querido nuevas sorpresas, ni siquiera como la que dio el embajador venezolano en España, Isaías Rodríguez, cuando aseguró el pasado miércoles que el encuentro entre Zapatero y Chávez era para «unir voces» contra el acuerdo que permite a Estados Unidos usar siete bases en territorio colombiano, una afirmación que dejó pasmados a muchos. De hecho, Chávez pidió en Madrid que Colombia dé marcha atrás en el asunto de las bases y que siente a hablar con las FARC, asuntos que España no puede de ningún modo secundarle tanto por su alianza militar con Estados Unidos vía la OTAN y en las bases que hay en España como por la necesidad de mejorar relaciones con Washington y porque ha descartado cualquier solución negociada con ETA al problema del terrorismo.
España puede haber mandado un mensaje equivoco con la visita de Chávez, que se produce unos días después de que Sarkozy estuviera en Brasilia para sellar una alianza cada vez mas intensa y productiva entre Francia y Brasil, país al que la diplomacia española no valora debidamente. Quizás algunos interpreten que España esté diciendo al mundo: «Vale, los francesas tienen a Lula, pero Chávez es nuestro hombre» en América Latina.
Francisco R. Figueroa
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Meterse en Honduras
La situación en Honduras, con el naufragio hasta hoy de todas las gestiones, parece empantanada. Pero dentro de ese pequeño país centroamericano la situación fluye y desde el lunes pasado evoluciona rumbo a las elecciones del 29 de noviembre próximo cuando 4,5 millones de votantes escogerán nuevo presidente de la República así como diputados, alcaldes y regidores municipales.
Esos comicios quedaron convocados el pasado 29 de mayo, preceptivamente con seis meses de antelación a su realización y un mes antes de la turbulenta destitución del presidente Manuel Zelaya. Es este un punto significativo frente a quienes tratan de deslegitimar las elecciones con la argucia de que el llamado a las urnas fue hecho por «el gobierno de facto» de Roberto Micheletti.
Importaría menos quien convocó a elecciones, incluso en el caso de que hubiera sido el propio Micheletti, que está desacreditado internacionalmente como un gobernante producto de un golpe de Estado y, por tanto, ilegítimo. «Goriletti», le zahieren sus adversarios, sobre todo el venezolano Hugo Chávez, quien se llena la boca condenando el golpismo cuando su irrupción en política fue como cabecilla de un cruento golpe de Estado, en 1992, al frente de un grupo de militares felones.
Es conveniente recordar que Micheletti fue colocado en la Presidencia de la República siguiendo las previsiones constitucionales, por un Congreso Nacional legítimo que estaba conforme con la destitución de Zelaya, como también lo estuvo la Corte Suprema, asimismo legal, que, previamente a los hechos y a pedido del Ministerio Público había aprobado por unanimidad una acusación contra el entonces jefe del Estado por «traición a la patria, abuso de autoridad y usurpación de funciones», y emitido una «orden de captura y allanamiento» contra él.
Eso porque Zelaya, gobernando alegadamente al dictado de Hugo Chávez, había convocando, sin tener poderes para hacerlo, una consulta popular sobre la posibilidad de reunir una Asamblea Constituyente, cuyo objetivo, entre otros, sería la reelección presidencial indefinida para perpetuarse en el poder y dotar al país de una Carta Magna acorde al ideario chavista. La actual Constitución hondureña impide de manera taxativa la posibilidad de reelección con una llamada «cláusula pétrea» y limita su reforma exclusivamente al ámbito del Poder Legislativo.
Aceptando que Micheletti sea un gobernante espurio — y Honduras la cruel dictadura que Zelaya y Chávez retratan—, también lo fueron los gobiernos militares en América Latina que convocaron y llevaron a cabo las elecciones que hicieron posible el tránsito a las actuales democracias. Todos esos comicios fueron efectuados con menos vigilancia y garantías de respeto a la voluntad popular que tendrán los hondureños de noviembre. Así sucedió en Brasil, Argentina, Chile, Perú (por partida doble), Venezuela, Bolivia, Uruguay, Paraguay, la propia Honduras y otras repúblicas centroamericanas y caribeñas, en Europa y en otras partes del Mundo. Por ejemplo, las elecciones que posibilitaron la tan admirada transición española también fueron convocadas por unas autoridades sin legitimidad democrática, emanadas del franquismo. Para celebrar esas elecciones a nadie se le ocurrió exigir la reinstalación de los regímenes políticos anteriores a las respectivas interrupciones de la democracia. Lo importante era que se retomaba la senda de la libertad.
La historia de América Latina registra dos casos peculiares de restitución en el poder de dos presidentes golpeados: la del boliviano Hernán Siles Zuazo, en 1982, por un Congreso Nacional que reconoció la validez de las elecciones de 1980 atropelladas por el enésimo golpe militar en aquel vapuleado país, y la del peruano Fernando Belaúnde Terry, quien en 1968 fue sacado en pijama, como Zelaya, del palacio presidencial, rumbo a Buenos Aires, por militares izquierdistas y en 1980 logró la reposición en la jefatura del Estado por la fuerza de la votación popular que llevó de nuevo la democracia a Perú.
Las naciones que claman por el retorno de Zelaya al poder y se manifiestan contra las elecciones o por su boicoteo se enfrentan a una alternativa diabólica: si no aceptan los comicios hondureñas emborronarían sus propias transiciones a la democracia y sentarían un serio precedente; si las revalidan estarían haciendo válido implícitamente lo que consideraron un golpe de Estado.
Por otro lado, es inconcebible que se exija a Honduras tal pulcritud democrática con la restitución de un presidente como Zelaya que había ensuciado la democracia y no se haga el menor reclamo por la ausencia de democracia en Cuba o a Chávez por la conculcación de la democracia en Venezuela.
El Gobierno de Honduras, su Parlamento, la Corte Suprema, el Tribunal Supremo Electoral, las Fuerzas Armadas y la jerarquía de la Iglesia Católica se muestran unidos entorno a la celebración de las elecciones de noviembre, en defensa de la soberanía nacional y contra la posibilidad de retorno a la presidencia de Zelaya. Hasta la izquierda tiene ya sus candidatos, aunque hay quienes amenazan de retirarse si Zelaya no es restituido en el poder, algo en lo que cada vez cree menos hasta su principal valedor, Chávez, considerado el causante de la situación hondureña.
El gobierno de Tegucigalpa opina que se está produciendo un cambio de posición de la comunidad internacional que ahora le acorrala y que ya hay países que ha pasado a tener posiciones más comedidas respecto a lo sucedido el 28 de junio, cuando los militares sacaron del poder a Zelaya. Pero la Organización de Estados Americanos (OEA) con su risible secretario general, el chileno José Miguel Insulza, a la cabeza, siga diciendo que no reconocerá los comicios de noviembre.
Gobiernos como Estados Unidos —hasta el punto de que Zelaya le exige «más firmeza»—, México o Brasil han dejado de insistir en la condición sine qua non de reposición en el poder de Zelaya, en la que machaca, por ejemplo, el gobierno español. Washington aún no se ha pronunciado legalmente sobre si lo ocurrido en Honduras fue un golpe de Estado. El Fondo Monetario Internacional (FMI) acaba de conceder a Honduras asistencia financiera por casi 150 millones de dólares, mientras que la Unión Europea aseguraba que «no dejará aislado al país» en materia comercial, en contra de la propuesta española de dejar a Honduras fuera de las negociaciones con Centroamérica de un acuerdo de asociación que se desarrollan desde hace cerca de dos años. Un nuevo revés en la política iberoamericana del ministerio que dirige Miguel Ángel Moratinos.
Con la mirada en el futuro, la comunidad internacional debe apoyar las elecciones hondureñas de noviembre, si se quiere bajo la fórmula de «transición a la democracia» para que algunos salven sus muebles, con observadores de la OEA, la Unión Europea, las naciones vecinas, el Centro Carter y cuantas instituciones de reconocido prestigio se consideren necesarias, de modo que la nación centroamericana salga cuanto antes del atolladero al que le ha conducido un personaje como Hugo Chávez, hacían quien esos celosos guardianes de la ortodoxia democrática hacen la vista gorda, mientras aumentan las denuncias sobre que en Venezuela se levantan —lento, pero seguro— los muros de un nuevo Estado totalitario.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
Esos comicios quedaron convocados el pasado 29 de mayo, preceptivamente con seis meses de antelación a su realización y un mes antes de la turbulenta destitución del presidente Manuel Zelaya. Es este un punto significativo frente a quienes tratan de deslegitimar las elecciones con la argucia de que el llamado a las urnas fue hecho por «el gobierno de facto» de Roberto Micheletti.
Importaría menos quien convocó a elecciones, incluso en el caso de que hubiera sido el propio Micheletti, que está desacreditado internacionalmente como un gobernante producto de un golpe de Estado y, por tanto, ilegítimo. «Goriletti», le zahieren sus adversarios, sobre todo el venezolano Hugo Chávez, quien se llena la boca condenando el golpismo cuando su irrupción en política fue como cabecilla de un cruento golpe de Estado, en 1992, al frente de un grupo de militares felones.
Es conveniente recordar que Micheletti fue colocado en la Presidencia de la República siguiendo las previsiones constitucionales, por un Congreso Nacional legítimo que estaba conforme con la destitución de Zelaya, como también lo estuvo la Corte Suprema, asimismo legal, que, previamente a los hechos y a pedido del Ministerio Público había aprobado por unanimidad una acusación contra el entonces jefe del Estado por «traición a la patria, abuso de autoridad y usurpación de funciones», y emitido una «orden de captura y allanamiento» contra él.
Eso porque Zelaya, gobernando alegadamente al dictado de Hugo Chávez, había convocando, sin tener poderes para hacerlo, una consulta popular sobre la posibilidad de reunir una Asamblea Constituyente, cuyo objetivo, entre otros, sería la reelección presidencial indefinida para perpetuarse en el poder y dotar al país de una Carta Magna acorde al ideario chavista. La actual Constitución hondureña impide de manera taxativa la posibilidad de reelección con una llamada «cláusula pétrea» y limita su reforma exclusivamente al ámbito del Poder Legislativo.
Aceptando que Micheletti sea un gobernante espurio — y Honduras la cruel dictadura que Zelaya y Chávez retratan—, también lo fueron los gobiernos militares en América Latina que convocaron y llevaron a cabo las elecciones que hicieron posible el tránsito a las actuales democracias. Todos esos comicios fueron efectuados con menos vigilancia y garantías de respeto a la voluntad popular que tendrán los hondureños de noviembre. Así sucedió en Brasil, Argentina, Chile, Perú (por partida doble), Venezuela, Bolivia, Uruguay, Paraguay, la propia Honduras y otras repúblicas centroamericanas y caribeñas, en Europa y en otras partes del Mundo. Por ejemplo, las elecciones que posibilitaron la tan admirada transición española también fueron convocadas por unas autoridades sin legitimidad democrática, emanadas del franquismo. Para celebrar esas elecciones a nadie se le ocurrió exigir la reinstalación de los regímenes políticos anteriores a las respectivas interrupciones de la democracia. Lo importante era que se retomaba la senda de la libertad.
La historia de América Latina registra dos casos peculiares de restitución en el poder de dos presidentes golpeados: la del boliviano Hernán Siles Zuazo, en 1982, por un Congreso Nacional que reconoció la validez de las elecciones de 1980 atropelladas por el enésimo golpe militar en aquel vapuleado país, y la del peruano Fernando Belaúnde Terry, quien en 1968 fue sacado en pijama, como Zelaya, del palacio presidencial, rumbo a Buenos Aires, por militares izquierdistas y en 1980 logró la reposición en la jefatura del Estado por la fuerza de la votación popular que llevó de nuevo la democracia a Perú.
Las naciones que claman por el retorno de Zelaya al poder y se manifiestan contra las elecciones o por su boicoteo se enfrentan a una alternativa diabólica: si no aceptan los comicios hondureñas emborronarían sus propias transiciones a la democracia y sentarían un serio precedente; si las revalidan estarían haciendo válido implícitamente lo que consideraron un golpe de Estado.
Por otro lado, es inconcebible que se exija a Honduras tal pulcritud democrática con la restitución de un presidente como Zelaya que había ensuciado la democracia y no se haga el menor reclamo por la ausencia de democracia en Cuba o a Chávez por la conculcación de la democracia en Venezuela.
El Gobierno de Honduras, su Parlamento, la Corte Suprema, el Tribunal Supremo Electoral, las Fuerzas Armadas y la jerarquía de la Iglesia Católica se muestran unidos entorno a la celebración de las elecciones de noviembre, en defensa de la soberanía nacional y contra la posibilidad de retorno a la presidencia de Zelaya. Hasta la izquierda tiene ya sus candidatos, aunque hay quienes amenazan de retirarse si Zelaya no es restituido en el poder, algo en lo que cada vez cree menos hasta su principal valedor, Chávez, considerado el causante de la situación hondureña.
El gobierno de Tegucigalpa opina que se está produciendo un cambio de posición de la comunidad internacional que ahora le acorrala y que ya hay países que ha pasado a tener posiciones más comedidas respecto a lo sucedido el 28 de junio, cuando los militares sacaron del poder a Zelaya. Pero la Organización de Estados Americanos (OEA) con su risible secretario general, el chileno José Miguel Insulza, a la cabeza, siga diciendo que no reconocerá los comicios de noviembre.
Gobiernos como Estados Unidos —hasta el punto de que Zelaya le exige «más firmeza»—, México o Brasil han dejado de insistir en la condición sine qua non de reposición en el poder de Zelaya, en la que machaca, por ejemplo, el gobierno español. Washington aún no se ha pronunciado legalmente sobre si lo ocurrido en Honduras fue un golpe de Estado. El Fondo Monetario Internacional (FMI) acaba de conceder a Honduras asistencia financiera por casi 150 millones de dólares, mientras que la Unión Europea aseguraba que «no dejará aislado al país» en materia comercial, en contra de la propuesta española de dejar a Honduras fuera de las negociaciones con Centroamérica de un acuerdo de asociación que se desarrollan desde hace cerca de dos años. Un nuevo revés en la política iberoamericana del ministerio que dirige Miguel Ángel Moratinos.
Con la mirada en el futuro, la comunidad internacional debe apoyar las elecciones hondureñas de noviembre, si se quiere bajo la fórmula de «transición a la democracia» para que algunos salven sus muebles, con observadores de la OEA, la Unión Europea, las naciones vecinas, el Centro Carter y cuantas instituciones de reconocido prestigio se consideren necesarias, de modo que la nación centroamericana salga cuanto antes del atolladero al que le ha conducido un personaje como Hugo Chávez, hacían quien esos celosos guardianes de la ortodoxia democrática hacen la vista gorda, mientras aumentan las denuncias sobre que en Venezuela se levantan —lento, pero seguro— los muros de un nuevo Estado totalitario.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
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Suramérica patas arriba
Pasados unos días desde el reality de Bariloche queda una sensación de desasosiego. Esa Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), nacida hace quince meses en Brasilia, seguirá siendo una entelequia, sin que sirva de consuelo pretextar que la Unión Europea tardó décadas en construirse. Eran tiempos y realidades distintas.
Las profundas divergencias en el seno de la Unasur fueron palpables en la cumbre de gobernantes celebrada el viernes pasado en Bariloche, y eso que era monotemática sobre las bases colombianas que Estados Unidos se dispone a usar. De modo que apenas salieron a relucir los graves problemas que crispan a Venezuela y Ecuador con Colombia.
La Unasur se mantiene hilvanada por los afanes hegemónicos de Brasil. El proyecto socialista bolivariano de unidad supranacional que patrocina Hugo Chávez produce un efecto rompedor. A la vista está. Ni Brasil ni Argentina ni Chile ni Colombia se avendrán con el «imperio chavista». Para Chávez quedan las naciones pobres y desorientadas que carecen de proyectos nacionales, o los aventureros que aquí o allá puedan apoderarse del poder por cualquier desmadre de los partidos tradicionales.
Harían bien las naciones suramericanas –y latinoamericanas– en ponerse en fila detrás de Brasil, el único país del área –a distancia sideral de México– capaz de lograr hacer oír su voz en el concierto internacional, y no dejarse seducir por los cantos de sirena que llegan de Caracas.
España tendría que darse también cuenta de eso. La política española para Iberoamérica parece cada vez más errática y desconcertante, como quedó a la vista con las visitas que en agosto hicieron a diferentes países de la región el Ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos (Venezuela y Brasil), primero, y la Vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega (Colombia, Brasil, Costa Rica y Paraguay) inmediatamente después, en su tradicional gira veraniega por aquel continente que la oposición tanto cuestiona.
Lo dijo el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva tras Bariloche al afirmar que a pesar de las «muchas divergencias» que evidenció esa cumbre y del pronóstico de que las naciones suramericanas seguirán «pelando y discrepando» hay que construir «posiciones unitarias», que actualmente no existen. La alternativa es otro siglo de pobreza, como el pasado, asegura Lula. El mensaje parece dirigido a Chávez y sus acólitos de Ecuador y Bolivia, las tres naciones con el peor clima económico de América del Sur.
La desunión en el sur del continente americano es tan evidente que el peruano Alan García aseguró en Bariloche, para mortificación general, que «ahora tenemos más problemas que antes de fundar Unasur».
Perú, Chile y Bolivia mantienen un conflicto territorial indisoluble producto de una guerra. En 150 años los tres países ni siquiera han conseguido sentarse a la vez en una mesa de negociaciones y no existe una solución a dos bandas. Por si fuera poco, el boliviano Evo Morales retrata al peruano Alan García como un lacayo del imperio que divide a los suramericanos.
Uruguay desconfía de Argentina y Paraguay de Bolivia. El armamentismo de unos preocupa a otros. Ecuador y Perú se llevan bien después de haber zanjado su histórico conflicto en la frontera, por el que guerrearon.
Quito mantiene las relaciones rotas con Bogotá, por el ataque militar colombiano a una base de la narcoguerrilla en Ecuador, aparentemente consentida por el gobierno de este país, que se había convertido en una suerte de universidad guerrillera de verano donde murió, e, marzo del 2008, el ínclito dirigente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) «Raúl Reyes» (Luis Edgar Devia Silva).
A cuenta de las Farc, las «bases gringas» y otras diferencias que hunde sus raíces cerca de dos siglos, Colombia y Venezuela llevan años a la greña, ahora con sus relaciones «congeladas» por decisión de Chávez. Las píldoras que intercambian constantemente ambos gobernantes dan para una antología de disparates. Chávez machaca a diario con la idea de que Colombia es el portaviones desde el que Estados Unidos emprenderá misiones de guerra dentro de sus planes de «dominación imperialista» del sur del continente, sobre todo para apoderarse del petróleo venezolano, argumento que el peruano Alan García le desmontó con un razonamiento demoledor: «¿Para qué Estados Unidos pondría bases en Colombia para apropiarse del petróleo venezolano si ya tu se los vendes todo?» En efecto, Estados Unidos es el primero y más seguro comprador del crudo venezolano (1,2 millones de barriles diarios) con notable diferencia sobre el segundo. Alan García y Hugo Chávez no se soportan y bastantes muestras han dado de ello.
En los parlamentos de Brasilia y Asunción duerme el sueño de los justos el tratado de adhesión de Venezuela al Mercosur. No se fían de Chávez. Lula no hace nada para remediar esa situación y en Brasilia tratándose de política externa suele haber unanimidad de criterios entre las diversas instituciones. Esto se nota y cuando puede Chávez le da puyazos a Lula. Además, el venezolano sabe que el brasileño es el principal obstáculo a su pretendido «imperio bolivariano».
En cuanto a Surinam y Guayana, que parecen los convidados de piedra en la Unasur, ni pinchan ni cortan. Pero Venezuela mantiene un diferendo por la región del Esequibo anterior a la independencia británica de Guyana, en 1966. De hecho Venezuela incluye en su Constitución como parte del territorio patria al Esequibo como así también a los territorios colombianos de la Guajira y los Llanos Orientales.
La declaración final de los doce presidentes que se reunieron en Bariloche no nombra las bases gringas y mucho menos las condena, como pretendieron insistentemente lo gobernantes más radicales. Es más, se admite tácticamente la presencia de tropas extranjeras en cualquier país suramericano siempre y cuando no amenacen «la soberanía e integridad de cualquier nación sudamericana». Tampoco el bloque chavista logro su propósito de que Uribe entregara el texto del acuerdo alcanzado con Estados Unidos para el uso de las siete bases. En Colombia se vio a Uribe en Bariloche solo ante el peligro, acorralado por los demás, pero otros interpretaron que había cosechado un triunfo personal. Chávez volvió a casa sin su pretendida condena a las «bases yanquis», pero ha interpretado lo sucedido como una victoria para su causa.
Todos satisfechos, y la Unasur patas arriba.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
Las profundas divergencias en el seno de la Unasur fueron palpables en la cumbre de gobernantes celebrada el viernes pasado en Bariloche, y eso que era monotemática sobre las bases colombianas que Estados Unidos se dispone a usar. De modo que apenas salieron a relucir los graves problemas que crispan a Venezuela y Ecuador con Colombia.
La Unasur se mantiene hilvanada por los afanes hegemónicos de Brasil. El proyecto socialista bolivariano de unidad supranacional que patrocina Hugo Chávez produce un efecto rompedor. A la vista está. Ni Brasil ni Argentina ni Chile ni Colombia se avendrán con el «imperio chavista». Para Chávez quedan las naciones pobres y desorientadas que carecen de proyectos nacionales, o los aventureros que aquí o allá puedan apoderarse del poder por cualquier desmadre de los partidos tradicionales.
Harían bien las naciones suramericanas –y latinoamericanas– en ponerse en fila detrás de Brasil, el único país del área –a distancia sideral de México– capaz de lograr hacer oír su voz en el concierto internacional, y no dejarse seducir por los cantos de sirena que llegan de Caracas.
España tendría que darse también cuenta de eso. La política española para Iberoamérica parece cada vez más errática y desconcertante, como quedó a la vista con las visitas que en agosto hicieron a diferentes países de la región el Ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos (Venezuela y Brasil), primero, y la Vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega (Colombia, Brasil, Costa Rica y Paraguay) inmediatamente después, en su tradicional gira veraniega por aquel continente que la oposición tanto cuestiona.
Lo dijo el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva tras Bariloche al afirmar que a pesar de las «muchas divergencias» que evidenció esa cumbre y del pronóstico de que las naciones suramericanas seguirán «pelando y discrepando» hay que construir «posiciones unitarias», que actualmente no existen. La alternativa es otro siglo de pobreza, como el pasado, asegura Lula. El mensaje parece dirigido a Chávez y sus acólitos de Ecuador y Bolivia, las tres naciones con el peor clima económico de América del Sur.
La desunión en el sur del continente americano es tan evidente que el peruano Alan García aseguró en Bariloche, para mortificación general, que «ahora tenemos más problemas que antes de fundar Unasur».
Perú, Chile y Bolivia mantienen un conflicto territorial indisoluble producto de una guerra. En 150 años los tres países ni siquiera han conseguido sentarse a la vez en una mesa de negociaciones y no existe una solución a dos bandas. Por si fuera poco, el boliviano Evo Morales retrata al peruano Alan García como un lacayo del imperio que divide a los suramericanos.
Uruguay desconfía de Argentina y Paraguay de Bolivia. El armamentismo de unos preocupa a otros. Ecuador y Perú se llevan bien después de haber zanjado su histórico conflicto en la frontera, por el que guerrearon.
Quito mantiene las relaciones rotas con Bogotá, por el ataque militar colombiano a una base de la narcoguerrilla en Ecuador, aparentemente consentida por el gobierno de este país, que se había convertido en una suerte de universidad guerrillera de verano donde murió, e, marzo del 2008, el ínclito dirigente de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc) «Raúl Reyes» (Luis Edgar Devia Silva).
A cuenta de las Farc, las «bases gringas» y otras diferencias que hunde sus raíces cerca de dos siglos, Colombia y Venezuela llevan años a la greña, ahora con sus relaciones «congeladas» por decisión de Chávez. Las píldoras que intercambian constantemente ambos gobernantes dan para una antología de disparates. Chávez machaca a diario con la idea de que Colombia es el portaviones desde el que Estados Unidos emprenderá misiones de guerra dentro de sus planes de «dominación imperialista» del sur del continente, sobre todo para apoderarse del petróleo venezolano, argumento que el peruano Alan García le desmontó con un razonamiento demoledor: «¿Para qué Estados Unidos pondría bases en Colombia para apropiarse del petróleo venezolano si ya tu se los vendes todo?» En efecto, Estados Unidos es el primero y más seguro comprador del crudo venezolano (1,2 millones de barriles diarios) con notable diferencia sobre el segundo. Alan García y Hugo Chávez no se soportan y bastantes muestras han dado de ello.
En los parlamentos de Brasilia y Asunción duerme el sueño de los justos el tratado de adhesión de Venezuela al Mercosur. No se fían de Chávez. Lula no hace nada para remediar esa situación y en Brasilia tratándose de política externa suele haber unanimidad de criterios entre las diversas instituciones. Esto se nota y cuando puede Chávez le da puyazos a Lula. Además, el venezolano sabe que el brasileño es el principal obstáculo a su pretendido «imperio bolivariano».
En cuanto a Surinam y Guayana, que parecen los convidados de piedra en la Unasur, ni pinchan ni cortan. Pero Venezuela mantiene un diferendo por la región del Esequibo anterior a la independencia británica de Guyana, en 1966. De hecho Venezuela incluye en su Constitución como parte del territorio patria al Esequibo como así también a los territorios colombianos de la Guajira y los Llanos Orientales.
La declaración final de los doce presidentes que se reunieron en Bariloche no nombra las bases gringas y mucho menos las condena, como pretendieron insistentemente lo gobernantes más radicales. Es más, se admite tácticamente la presencia de tropas extranjeras en cualquier país suramericano siempre y cuando no amenacen «la soberanía e integridad de cualquier nación sudamericana». Tampoco el bloque chavista logro su propósito de que Uribe entregara el texto del acuerdo alcanzado con Estados Unidos para el uso de las siete bases. En Colombia se vio a Uribe en Bariloche solo ante el peligro, acorralado por los demás, pero otros interpretaron que había cosechado un triunfo personal. Chávez volvió a casa sin su pretendida condena a las «bases yanquis», pero ha interpretado lo sucedido como una victoria para su causa.
Todos satisfechos, y la Unasur patas arriba.
Francisco R. Figueroa
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