Francisco
R. Figueroa
✍️11/12/2012
Si
yo fuese venezolano tendría fuertes razones para aumentar mi preocupación ahora
que Hugo Chávez ha proclamado a su heredero tras aceptar que puede morir.
Solo
el hecho de que un gobernante designe sucesor, en la circunstancia que sea, debe
ser motivo para poner el grito en el cielo, ocurra eso en Venezuela, la China o
la Cochinchina, o llámese el testamentario Hugo Chávez, José María Aznar o Kim
Jong-il.
Que el coronel Chávez, de 58 años, haya
manifestado su «firme, absoluta, total e irrevocable» voluntad de investir
heredero a Nicolás Maduro, de 50, denota
que hay enormes posibilidades de que el cáncer le destruya a corto plazo.
Y
cuando el caudillo venezolano muera Venezuela será sacudida seguramente por un gran inestabilidad.
Debe
preocupar que eso que hemos dado en llamar «chavismo» —como si se tratara de una ideología
depurada—, se trice por la cabeza a la vez que se desmorona por la base.
Es
harto dudoso que se mantenga conjuntada a medio plazo esa aglomeración de
sentimientos, desencantos, oportunismos, clientelas, chupeteo y, como no,
también gentes de buena voluntad. Maduro es un cabecillas artificial y su
liderazgo puede resultar insuficiente, por mucho que sea ese «revolucionario a
carta cabal» que aseguró Chávez, por muchos dogmas y teorías que haya
empapado.
Lo
normal es que el chavismo se descomponga tras la
desaparición de la fuerza de gravedad que mantiene en su órbita a ese
conjunto tan disjunto, a esa heterogeneidad de elementos encajados de cualquier
modo en el llamado movimiento bolivariano.
Al
cabo de treinta meses de lucha contra el cáncer y de negar erre que erre la
gravedad de su mal, incluso tras haber ganado holgadamente en las urnas la reelección
para un cuarto mandato presidencial, Chávez se ha colocado el pasado fin de
semana de cara a la muerte.
La
eventualidad de un próximo fallecimiento le llevó a ungir a su sucesor y a
pedir a los venezolanos que si hubiera necesidad de nuevas elecciones voten a
ese delfín, al que presentó como una especie de hijo más amado en quien tiene
toda su complacencia.
Hace
unos veinte años, cuando Chávez dio su salto a la fama como capitán de una
sangrienta intentona golpista, Maduro conducía autobuses urbanos de pasajeros y
era dirigente sindical.
La
pregunta ahora es si Maduro podrá aglutinar un movimiento
emocional y de aluvión, incluso espiritual, de fidelidad al caudillo
incontestable, y mantener a flote una «revolución» que puede quedar abocada
a un período de guerras fratricidas
cuando falte quien durante catorce año ha sido único líder, sin que nadie
proyectara sobre él la más mínima sombra.
Pasadas
las emociones que sin duda desataría la desaparición de Chávez y su funeral con
pompa y circunstancia propia de prócer de la patria, ¿el chavismo conseguirá
seguir a flote o entrará en una negra noche de cuchillos largos y afilados?
¿Los cachorros criados a los pechos de Chávez, cuán loba capitolina de teta
generosa, se avendrán a seguir repartiéndose la pitanza o se la disputarán a
dentelladas como lobeznos egoístas creyéndose cada uno más capaz o bragado que
sus hermanos de camada?
Va
un abismo de conducir un autobús a dirigir la política exterior venezolana,
aunque haya sido solo nominalmente, pues la piloteaba el propio Chávez. De ahí
a gobernar un país como Venezuela y dirigir un proyecto del corte político que
tiene la llamada revolución bolivariana hay un infierno.
El
desafío que tiene por delante ese «hombre del pueblo», como Chávez ha llamado a
Maduro, es inmenso. Aunque forme tándem con su nepótica esposa, Cilia Flores,
de 59 años, una de las voces femeninas más notorias del régimen. Aunque
Venezuela solo sea un país portátil, al decir de Adriano González León, o un enorme pozo de crudo o un campamento petrolero, según Rafael Poleo. Aunque
baste con abrir cada mañana la espita del crudo para que caigan en caja
doscientos millones de dólares para el anochecer.
Es verdad que Maduro ha estado tan
cerca del enfermo como sus médicos de cabecera o los hermano Castro, Fidel y
Raúl, los grandes interesados en la continuidad del chavismo porque representa
para ellos aliento político, sostén financiero y combustible para mantener
a flote su dictadura de medio siglo.
No hay que olvidar que el estamento militar venezolano no es monolítico. Nunca lo fue. Y esos militares ya han sentido hace meses que Chávez se les muere. Más bien durante la historia reciente el estamento castrense venezolano se ha demostrado acomodaticio.
Hay, sí, varios factores
imprevisibles, el más preocupante los milicianos chavistas, esas mesnadas
adoctrinadas, dogmatizadas y armadas a las que Chávez inculcó el odio a los
antichavistas y que sin duda sentirán miedo no solo a la orfandad sino a quedarse
con una mano atrás y otro adelante.