Lo más llamativo de las elecciones legislativas celebradas en Venezuela el domingo pasado no es cuántos diputados ha obtenido cada cual, sino que esos comicios han dejado posiblemente al fogoso caudillo Hugo Chávez bailando en la cuerda floja para las presidenciales del 2012.
La pérdida de la estabilidad del Chávez viene determinada por la cantidad de votos directos, no por las porciones de la nueva Asamblea Nacional (el parlamento unicameral venezolano) obtenidas por el chavismo (98 diputados) y la oposición (65), siendo los dos restantes hasta completar los 165 escaños para el partido Patria Para Todos (PPT), una disidencia del oficialismo que se ha estrellado en estas elecciones y, sin embargo, podría darle vida al comandante de paracaidistas que desde hace casi 12 años dirige el país.
Sean 5,42 millones de votos los obtenidos por Chávez y 5,32 millones por la oposición ― como el presidente dice ― o el 52% (contra el 48%) que se atribuyen los rivales del mandatario venezolano, lo cierto es que la diferencia ― a favor o en contra ― debe producirle una gran inquietud de cara a la reelección que buscará en diciembre de 2012, para la que dice que ya está «calentando motores», dentro de un ambicioso plan de perpetuarse en el poder, hasta que cuerpo aguante (pide a Dios «vida y salud») y de, ser posible, proyectarse más allá de la muerte, en una ― dice ― sucesora, quizás a la norcoreana. Posiblemente sueñe para eso con su hija preferida, María Gabriela, hoy con 30 años.
Esos cien mil votos de ventaja que se ha atribuido Chávez apenas significan el 0,56% del total de electores venezolanos inscritos y un 0,9% de los ciudadanos que en las elecciones del domingo ejercieron su derecho al sufragio. Poca cosa y más si continúa la tendencia ― como viendo ocurriendo desde 2006 ― de pérdida progresiva de liderazgo del gobernante, acelerada en los últimos tiempos a causa de la crisis económica que tiene al país sumido en la recesión y la carestía; la escalofriante violencia, con 19.000 homicidios al año; el racionamiento de la electricidad, el escándalo de los alimentos podridos, la corrupción inmensa, el desbarajuste administrativo, los despropósitos de gobierno, la cubanización, la pugna permanente con la prensa insumisa, etc.
En las últimas elecciones presidenciales, las de 2006, Chávez logró 7,3 millones de votos (un 63%) y la oposición 4,3 millones (37%). Aunque entonces hubo mayor participación (74,7%) que el domingo (66,5%), Chávez ha perdido efectivamente un inmenso caudal de casi dos millones de votos como consecuencia de su gran desgaste. Téngase en cuenta que los comicios del domingo pasado no fueron unas simples elecciones legislativas puesto que el propio gobernante había dado expresamente a la consulta popular un carácter plebiscitario sobre su persona, su gestión y su revolución. Salió trasquilado.
Chávez afirma que hay en marcha una campaña para convencer al mundo de que la oposición ganó, con la idea de crear matrices de opinión por parte de «la burguesía apátrida y subordinada al imperialismo». Desde La Habana su principal aliado y mentor, Fidel Castro, atiza el fuego para calentar a los revolucionarios tibios arguyendo que «Estados Unidos quiere apoderarse del petróleo» de Chávez y que Washington solo cuenta en Venezuela «con fragmentos de partidos (los 22 que integran la opositora Mesa de la Unidad Democrática) hilvanados por el miedo a la revolución y groseras apetencias materiales». El apetitito de Chávez de eternizarse en el poder sería así puramente algo espiritual.
En sus primeras reacciones, Chávez ― como no podía ser de otro modo ― ha restado importancia al logro de la oposición y se ha mostrado con ella desafiante: «vengan a por mí» (él sabe que gana en la confrontación) o «convoquen un referéndum para revocarme el mandato», mientras se regodeaba por el casi 60% de escaños ganados por el bloque chavista y por el hecho de haber triunfado en 56 de las 87 circunscripciones electorales que hay en el país y en 18 de sus 24 estados.
Chávez se proponía demoler a la oposición y conquistar en estas elecciones los dos tercios de la cámara (110 diputados) para continuar sin mayores sobresaltos con esa revolución que inició hace casi doce años y va camino de convertirse en el cuento de nunca acabar, con el país infectado por toda clase de males. Por tanto, Chávez ha sufrido un traspié significativo, un revés de mayores proporciones de las que ahora se alcanzan a vislumbrar. Dadas las pretensiones de Chávez de continuar legislando a su antojo, este triunfo bien puede ser calificada de pírrico; incluso alguien puede devolverle la soez expresión que él uso cuando perdió el referéndum de 2007 y calificó el triunfo de sus oponentes de «una victoria de mierda».
La supremacía del chavismo en la nueva Asamblea Nacional se debe mayormente a un reparto mañoso de curules, no equitativo, pergeñado recientemente por el chavismo en una nueva ley electoral que prima las circunscripciones más despoblados en las que el mandatario arrastra más votantes. El reparto es tan desigual que en Caracas, por ejemplo, con un virtual empate a votos el chavismo se lleva seis de los siete escaños en disputa. Hay zonas donde un diputado es elegido con veinte mil votos y en otras necesita cuatro cientos mil. Es decir, un traje cortado de arriba a bajo a la medida exacta de cada parte del esqueleto del caudillo venezolano para que siga manejando Venezuela.
Con 98 diputados, Chávez se ha quedado sin la fuerza de la apisonadora, pero está a un escaño de alcanzar los tres quintos de la asamblea que precisa para obtener del legislativo la facultad delegada de gobernar por decreto (la llamada Ley Habilitante), como ha hecho en conjunto durante tres de los cinco años de la legislatura que ahora acaba. Sin embargo lo tiene fácil: basta que consiga la vuelta al redil chavista de al menos uno de los dos diputados de Patria Para Todos, o de ambos, a fuerza de ideas o a golpe de billete.
A un gobernante como, por ejemplo, el español José Luis Rodríguez Zapatero, el resultado de las elecciones legislativas venezolanas lo dejaría extasiado, pero para Chávez, habituado a ejercer el poder de manera omnímoda y hasta caprichosa y a que el parlamento en sus manos sea un títere, representa un serio contratiempo a medio plazo que repercutirá en las presidenciales de 2012, según la idea generalizada entre los analistas.
Nadie descarta la puesta en marcha de estratagemas para tratar de consolidar su posición, incluso usando la Asamblea Nacional saliente, en la que Chávez dispone de mayoría abrumadora (salvo una disidencia de 16 diputados, equivalente a sólo el 10% de la cámara) pues la oposición boicoteó los comicios legislativos de hace cinco años. Esa Asamblea tiene aún tres meses por delante para legislar a mayor gloria de Hugo Chávez, y a su servicio.
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