Tras la victoria electoral histórica de la antigua guerrilla del FMLN (Frente Farabundo Martín para la Liberación Nacional) y el tándem integrado por el periodista Mauricio Funes como presidente y el viejo comandante Salvador Sánchez Caén como vicepresidente, la ecuación salvadoreña, como siempre, vuelve a pasar por Washington y La Habana. Pero hay dos variables: Caracas y Brasilia, cuyo cada día mayor peso pueden inclinar el fiel de la balanza. ¿Qué FMLN ha ganado las elecciones? ¿Se convertirá El Salvador en otro peón de los hermanos Castro y Hugo Chávez? ¿Funes tiene un peso gravitante moderado o será un pelele de los viejos saurios guerrilleros? Éstas y otras preguntas se hacen los analistas a cuatro días de las elecciones y a casi tres meses y medio de que Funes y el FMLN asuman el poder.
Por un lado, a El Salvador se le hace necesario tener un marco estable de relaciones con Washington. Y más en estos tiempos de crisis global. Es altamente dependiente de Estados Unidos, por ser una economía dolarizada y porque alrededor de 2,3 millones de salvadoreños –el equivalente a una tercera parte de la población nacional– viven en Estados Unidos. Sus envíos de remesas en el 2008 alcanzaron cerca de 4.000 millones de dólares, algo como el 17% de su PIB. La previsión para este año es que habrá una severísima caída de las remesas y que El Salvador vivirá un duro periodo de ajuste, con escasa capacidad de maniobra para Funes, quien posiblemente tenga que acudir al endeudamiento externo, una perspectiva negativa para su país.
Estados Unidos ha mostrado que no desea sumar en América Latina nuevos errores a los cometidos en los ochos años de George Bush en la presidencia, lo que demuestra una vez más el cambio en el enfoque que ha llegado a la Casa Blanca con Barack Obama. Durante la campaña electoral Obama declaró que la política de Bush en las Américas fue «negligente hacia nuestros amigos, ineficaz con nuestros adversarios» y que creó «un vacío para demagogos que avanzan hacia una agenda antiamericana», en alusión implícita a la expansión del chavismo por el continente.
La cuestión es más significativa en un país como El Salvador cuyos gobiernos de derecha y ultraderecha actuaron al dictado de Estados Unidos, de manera complaciente, y fueron su aliado más íntimo en la región no sólo en estos últimos 20 años de gobiernos de la ARENA (Alianza Republicana Nacionalista) –la misma del mayor Roberto D’Aubuisson acusado de los escuadrones de la muerte y el asesinato del arzobispo Oscar Arnulfo Romero– sino también los anteriores.
Obama tomó la iniciativa de llamar a presidente electo salvadoreño para felicitarle por el triunfo y ofrecerle su colaboración. Pero antes lo había hecho el venezolano Hugo Chávez. Además, el Secretario de Estado Adjunto para los Asuntos Hemisféricos, Thomas Shannon, de paso por San Salvador, se reunión con Funes, cabeza pública de una organización como el FMLN que desde su fundación en 1980 como guerrilla castrista, auspiciada por La Habana, tuvo a Washington como principal enemigo, durante una guerra civil de doce años, hasta los acuerdos de paz sellados en el castillo de Chapultepec de 1992, que dejó más de 75.000 muertos.
Funes –que tomará posesión el primero de junio próximo con un mandato de cinco año– ha anunciado al calor de su victoria el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, rotas desde la primera hora del castrismo en 1959. Pero el hecho de que haya escogido Brasilia como primer destino de su primera salida como presidente electo -aparte de que su mujer sea brasileña- muestra que posiblemente vaya a ser un gobernante en sintonía con un izquierdista moderado y pragmático como es el presiente Luiz Inácio Lula da Silva antes que con un exaltado impredecible como Chávez, quien también ha financiado la llegada al poder del FMLN salvadoreño. Lula da Silva le acaba de pedir a Obama durante su reciente encuentro en Washington —el primero de un líder latinoamericano— una nueva visión estadounidense para el sur del continente basada en la asociación que no en la injerencia.
La cuestión importante sobre el rumbo que tomará el gobierno de Funes está en quien se lleve el gato al agua dentro del FMLN, si una facción moderada, socialista o socialdemócrata, o los extremistas de inspiración y mediatización chavista y castrista. Por su discurso, Funes parece un moderado, pero otra cosa son el vicepresidente Sánchez Cerén, un histórico de la viaja guerrilla —fue él quien, al parecer, lideró las manifestaciones antiyanquis y a favor de los radicales islámicos habidas en San Salvador tras los salvajes atentados del 11 de septiembre—, o José Luis Merino, uno de los principales líderes del FMLN, aparentemente relacionado con las FARC colombianas, quien dijo en algún momento que la Venezuela chavista era su modelo.
Chávez también se apresuró –parece que fue el primer mandatario extranjero en llamar a Funes– en tender «la mano bolivariana solidaria» al nuevo gobierno salvadoreño. Como padrino del FMLN, Chávez fue uno de los grandes protagonistas de la campaña presidencial, con lo que alegadamente pretendía convertir a El Salvador en un satélite de ese sin sentido que es la revolución chavista. Claro que ahora la chequera de petrodólares del coronel Chávez se ha quedado delgadita con la drástica caída del precio del petróleo y parece que hay dificultades para financiar su proyecto político incluso a nivel interno.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
Purga en La Habana
Aunque en Cuba las cosas nunca son lo que parecen, es posible que el general Raúl Castro haya dado una zancada importante para llevar adelante un proyecto económico propio de gobierno, sin estar tan sometido a los resortes del poder que sigue manejando el doliente Fidel.
Se trata de una amplia reestructuración ministerial –una aténtica purga estalinista– que este lunes se ha llevado por delante, entre otros, a los dos jóvenes mastines del gabinete y figuras señeras del castrismo, ambos pupilos de Fidel, como son los talibán Felipe Pérez Roque y Otto Rivero, así como a quien era visto en el exterior como potencial líder de una transición sin los hermanos Castro: el primer ministro in péctore Carlos Lage.
Causa sorpresa que hayan perdido su protagonismo a la vez dos potenciales delfines, Pérez Roque, de Fidel, y Lage, de Raúl. Ambos esperaba el relevo generacional, pero les ha pasado por encima la aplanadora de Raúl. El gabinete ha quedado así con una cara muy raulista, el cuerpo algo más viejo y la ropaje más militar. Los cambios de titulares y fusiones de carteras en los ministerios de Economía, Finanzas, Comercio, Alimentación, Inversión Extranjera y Trabajo pretenden hacerlos más operativos en medio de la extrema escasez, la maltrecha situación interna, la ineficacia supina y los reflejos de la crisis global que han servido, probablemente, para convencer de la necesidad de reformar al Gabinete al anciano caudillo, a quien su hermano menor dice consultar siempre. Lo más llamativo entre los cambios en el área económica del Gobierno ha sido la destitución del José Luis Rodríguez de los cargos de vicepresidente del Consejo de Ministros y ministro de Economía y Planificación. Le sustituye el coronel retirado Marino Murillo, titular del ministerio de Comercio Interior desde hace tres años, donde fue colocado para combatir la corrupción, al tráfico de mercancías y el descontrol.
Amamantado a sus pechos por Fidel, que le tuvo como secretario particular, el defenestrado Pérez Roque fue poderoso canciller durante un decenio. Era la voz más sonora de Cuba. Ha sido destituido pese a la exitosa política exterior, que va viento en popa desde la plena incorporación de la isla al seno de la familia latinoamericana, en la cumbre de gobernantes celebrada en Costa do Sauipe (Brasil) en diciembre último, y el desfile de jefes de Estado de América Latina que está teniendo lugar en La Habana este año. Depurado exponente de la línea dura, especialmente con Estados Unidos, Pérez Roque podría ser visto como un incordio cuando soplan aires de distensión entre La Habana y Washington. Pero parece que habrá cierta continuidad en la política extranjera cubana ya que le sucederá quien ha sido su más estrecho colaborador como primer vicecanciller: Bruno Rodríguez, un hombre escasamente conocido fuera de Cuba. Quizás como responsable de la política exterior para América Latina –también está fogueado en la ONU– se le reconozcan los éxitos que ha tenido la misma. Tiene pedigrí: es hijo del fallecido histórico dirigente comunista Carlos Rafael Rodríguez.
La caída como uno de los vicepresidentes del Consejo de Ministros de Otto Rivero, antiguo líder juvenil comunista, no ha sido una sorpresa pues estaba prácticamente inactivo y ya había sido apartado del Consejo de Estado por aparente implicaciones en corruptelas. En el 2004 había sido puesto por Fidel en el cargo con la misión de coordinar la llamada «Batalla de las Ideas», tan cara al anciano líder. Rivero era una suerte de jefe de la guardia roja con la que Fidel Castro pretendía volver a los principios después de haber advertido de que la revolución podía ser devorada en sus entrañas por la corrupción. Sus funciones las desempeñará el vicepresidente del Gobierno, el septuagenario comandante Ramiro Valdés, compañero de los Castro desde la primera hora y el fracasado asalto al cuartel de Moncada, ex ministro del Interior y consumado espía.
Mientras se arrincona a los jóvenes, Raúl Castro da más prominencia a la vieja guardia, a la gerontocracia del castrismo, a su gente de confianza, personas que responden a él para iniciar las reformas económicas. No se espera ningún modificación política. Precisamente las funciones de Lage han sido confiadas al general José Antonio Ricardo Guerra, un colaborador íntimo de Raúl, sobre todo cuando era ministro de Defensa, aunque expresamente despojado del protagonismo, las facultades de decisión y las funciones de dirección del Gobierno que tuvo su antecesor. Se acabaron pues los primeros ministros por expreso deseo de Raúl Castro.
Lage fue durante los más de dos decenios que ejerció como secretario del Consejo de Ministros esa suerte de «premier» cubano y el virtual «número tres» del régimen tras los hermanos Castro. Había sido considerado un posible líder para una transición en el postcastrismo. Este pediatra como fama de austero y riguroso, amamantado también por Fidel, era considerado sin embargo más próximo a Raúl y clave en las cuestiones económicas. Está considerado –junto a Raúl– el autor del programa de subsistencia tras la caída de la URSS y la pérdida de los enormes subsidios soviéticos. Pero hace tiempo que parecía haber caído en desgracia, se insinúa que quizás también a cuenta de actuaciones de sus dos hijos varones.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
PE: Fidel Castro ha ridiculizado más tarde la versión de que Raúl ha colocado en el Gabinete a los hombres de su confianza. En una nueva «reflexión», volvió a colocarse por encima del bien y del mal asegurando que él nunca en su vida se ha rebajado a la tarea de nombrar ministros, que «casi sin excepción llegaron a sus cargos por otros compañeros de la dirección del Partido o del Estado». Cualquiera que conozca Cuba sabe que allí en 50 años todo, hasta las cosas más nimias, se han regido según la voluntad del propio Fidel. Reconoce que su hermano menor le ha consultado los cambios ministeriales. Sin nombrar a nadie siembra acusaciones y mete cizaña contra dos destituidos –parece que Pérez Roque y Carlos Lage– a quienes trata con insidia: «La miel del poder por el cual no conocieron sacrificio alguno, despertó en ellos ambiciones que los condujeron a un papel indigno. El enemigo externo se llenó de ilusiones con ellos». Es el amo que muerde la pata de sus perros fieles. A renglón seguido, Castro se pierde en la metáfora y mezcla el béisbol con consignas revolucionarias, como para que los cubanólogos se devanen los sesos tratando de adivinar qué quiere decir ahora el oráculo.
Se trata de una amplia reestructuración ministerial –una aténtica purga estalinista– que este lunes se ha llevado por delante, entre otros, a los dos jóvenes mastines del gabinete y figuras señeras del castrismo, ambos pupilos de Fidel, como son los talibán Felipe Pérez Roque y Otto Rivero, así como a quien era visto en el exterior como potencial líder de una transición sin los hermanos Castro: el primer ministro in péctore Carlos Lage.
Causa sorpresa que hayan perdido su protagonismo a la vez dos potenciales delfines, Pérez Roque, de Fidel, y Lage, de Raúl. Ambos esperaba el relevo generacional, pero les ha pasado por encima la aplanadora de Raúl. El gabinete ha quedado así con una cara muy raulista, el cuerpo algo más viejo y la ropaje más militar. Los cambios de titulares y fusiones de carteras en los ministerios de Economía, Finanzas, Comercio, Alimentación, Inversión Extranjera y Trabajo pretenden hacerlos más operativos en medio de la extrema escasez, la maltrecha situación interna, la ineficacia supina y los reflejos de la crisis global que han servido, probablemente, para convencer de la necesidad de reformar al Gabinete al anciano caudillo, a quien su hermano menor dice consultar siempre. Lo más llamativo entre los cambios en el área económica del Gobierno ha sido la destitución del José Luis Rodríguez de los cargos de vicepresidente del Consejo de Ministros y ministro de Economía y Planificación. Le sustituye el coronel retirado Marino Murillo, titular del ministerio de Comercio Interior desde hace tres años, donde fue colocado para combatir la corrupción, al tráfico de mercancías y el descontrol.
Amamantado a sus pechos por Fidel, que le tuvo como secretario particular, el defenestrado Pérez Roque fue poderoso canciller durante un decenio. Era la voz más sonora de Cuba. Ha sido destituido pese a la exitosa política exterior, que va viento en popa desde la plena incorporación de la isla al seno de la familia latinoamericana, en la cumbre de gobernantes celebrada en Costa do Sauipe (Brasil) en diciembre último, y el desfile de jefes de Estado de América Latina que está teniendo lugar en La Habana este año. Depurado exponente de la línea dura, especialmente con Estados Unidos, Pérez Roque podría ser visto como un incordio cuando soplan aires de distensión entre La Habana y Washington. Pero parece que habrá cierta continuidad en la política extranjera cubana ya que le sucederá quien ha sido su más estrecho colaborador como primer vicecanciller: Bruno Rodríguez, un hombre escasamente conocido fuera de Cuba. Quizás como responsable de la política exterior para América Latina –también está fogueado en la ONU– se le reconozcan los éxitos que ha tenido la misma. Tiene pedigrí: es hijo del fallecido histórico dirigente comunista Carlos Rafael Rodríguez.
La caída como uno de los vicepresidentes del Consejo de Ministros de Otto Rivero, antiguo líder juvenil comunista, no ha sido una sorpresa pues estaba prácticamente inactivo y ya había sido apartado del Consejo de Estado por aparente implicaciones en corruptelas. En el 2004 había sido puesto por Fidel en el cargo con la misión de coordinar la llamada «Batalla de las Ideas», tan cara al anciano líder. Rivero era una suerte de jefe de la guardia roja con la que Fidel Castro pretendía volver a los principios después de haber advertido de que la revolución podía ser devorada en sus entrañas por la corrupción. Sus funciones las desempeñará el vicepresidente del Gobierno, el septuagenario comandante Ramiro Valdés, compañero de los Castro desde la primera hora y el fracasado asalto al cuartel de Moncada, ex ministro del Interior y consumado espía.
Mientras se arrincona a los jóvenes, Raúl Castro da más prominencia a la vieja guardia, a la gerontocracia del castrismo, a su gente de confianza, personas que responden a él para iniciar las reformas económicas. No se espera ningún modificación política. Precisamente las funciones de Lage han sido confiadas al general José Antonio Ricardo Guerra, un colaborador íntimo de Raúl, sobre todo cuando era ministro de Defensa, aunque expresamente despojado del protagonismo, las facultades de decisión y las funciones de dirección del Gobierno que tuvo su antecesor. Se acabaron pues los primeros ministros por expreso deseo de Raúl Castro.
Lage fue durante los más de dos decenios que ejerció como secretario del Consejo de Ministros esa suerte de «premier» cubano y el virtual «número tres» del régimen tras los hermanos Castro. Había sido considerado un posible líder para una transición en el postcastrismo. Este pediatra como fama de austero y riguroso, amamantado también por Fidel, era considerado sin embargo más próximo a Raúl y clave en las cuestiones económicas. Está considerado –junto a Raúl– el autor del programa de subsistencia tras la caída de la URSS y la pérdida de los enormes subsidios soviéticos. Pero hace tiempo que parecía haber caído en desgracia, se insinúa que quizás también a cuenta de actuaciones de sus dos hijos varones.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
PE: Fidel Castro ha ridiculizado más tarde la versión de que Raúl ha colocado en el Gabinete a los hombres de su confianza. En una nueva «reflexión», volvió a colocarse por encima del bien y del mal asegurando que él nunca en su vida se ha rebajado a la tarea de nombrar ministros, que «casi sin excepción llegaron a sus cargos por otros compañeros de la dirección del Partido o del Estado». Cualquiera que conozca Cuba sabe que allí en 50 años todo, hasta las cosas más nimias, se han regido según la voluntad del propio Fidel. Reconoce que su hermano menor le ha consultado los cambios ministeriales. Sin nombrar a nadie siembra acusaciones y mete cizaña contra dos destituidos –parece que Pérez Roque y Carlos Lage– a quienes trata con insidia: «La miel del poder por el cual no conocieron sacrificio alguno, despertó en ellos ambiciones que los condujeron a un papel indigno. El enemigo externo se llenó de ilusiones con ellos». Es el amo que muerde la pata de sus perros fieles. A renglón seguido, Castro se pierde en la metáfora y mezcla el béisbol con consignas revolucionarias, como para que los cubanólogos se devanen los sesos tratando de adivinar qué quiere decir ahora el oráculo.
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