Los romeros de Fidel

Michelle Bachelet, Cristina Fernández de Kirchner, Martín Torrijos, Rafael Correa, Álvaro Colom, Manuel Zelaya, Felipe Calderón… Constituyen una suerte de romeros de Fidel Castro, gobernantes que han comenzado este año a peregrinar a Cuba quizás sin medir cabalmente las consecuencias de sus presencias allí, que sirven para vivificar la más pertinaz dictadura que ha conocido América Latina al tiempo que para desanimar a la frágil oposición democrática y perjudicar los esfuerzos que hacen de otros países, España entre éstos, para lograr la libertad de los presos políticos del castrismo.

Esos visitantes rinden tributo de un modo u otro a Fidel Castro y su régimen, pero ninguno de ello se reúne con los representantes de la disidencia interna pese a que suelen pedir audiencia, como han hecho en los casos de la chilena Bachelet y la argentina Fernández de Kirshner. Uno tras otro los gobernantes peregrinos evitan hablar de la necesidad imperiosa para los cubanos de que las cosas cambien en un país que esá en ruinas después de medio siglo de absolutismo castrista, no hacen la menor referencia a las violaciones a los derechos humanos y la falta de libertades en la isla, ni tampoco a las penosas condiciones físicas, mentales y sanitarias de los prisioneros políticos cubanos.

Bachelet, por ejemplo, parece haber buscado la indulgencia de Castro diciendo que en Cuba hay «una democracia distinta». Es cierto, es un régimen distinto y distante del mundo libre. El general chileno Augusto Pinochet, el general paraguayo Alfredo Stroessner o el generalísimo español Francisco Franco aseguraban cuando gobernaban que sus regímenes era democracias, igual que tantos autócratas que ha conocido América. Los sanguinarios generales porteños respondía cuando el mundo los señalaban con el dedo acusador que los argentinos eran «derechos y humanos».

Al final queda la sensación de que el único objetivo de ese rosario de visitas, ese jubileo incesante que busca la redención de no se sabe qué penas, tiene como objetivo lograr un trofeo: la foto con el decrépito dictador en su guarida, en el caso de que el achacoso líder se digne conceder al viajero el honor de la audiencia, a la que los elegidos suelen ser conducidos sin testigos, sigilosamente, por el mismísimo general Raúl Castro, hermano y heredero. Por supuesto que se intenta dar a la visita un barniz de normalidad hablando de negocios aunque el comercio con la isla, la cooperación o las inversiones sean insignificantes o inexistentes. La foto oficial es, por lo demás, cada vez, una prueba de vida para el mundo de Fidel Castro. Es como si reviviera cada vez. Después hay que esperar a que desde el más allá llegue por escrito la «reflexión» del oráculo.

La visita a La Habana, en enero, de Fernández de Kirchner, coincidiendo con la toma de posesión de Barack Obama, resultó peripatética. Sus cándidas y lisonjeras declaraciones sobre el encuentro de media hora con un Fidel Castro más desmejorado que de costumbre fueron usados por emisoras de televisión en español de Estados Unidos para el humor, la sorna y la crítica feroz. «Era la foto que faltaba en el álbum de Cristina (…) Misión cumplida», dijo, por ejemplo, una televisora argentina. «La verdad es que (el encuentro con el dictador) fue un broche de oro para mi visita», se ufanó Fernández de Kirchner ante los periodistas. Pero la presidenta argentina no habló públicamente de la situación de los derechos humanos en Cuba ni en concreto del caso preciso de Hilda Molina, una medica a la que los hermanos Castro le niegan desde hace quince años algo tan normal como salir de la isla para ir a conocer a sus dos nietos argentinos. Molina, rehén como tantos cubanos del castrismo, había renunciado a mediados de la década de los noventas a todos sus cargos y muchísimos honores y roto con el régimen castrista. Pidió audiencia con la gobernanta argentina, pero no fue recibida.

La estancia en La Habana de Bachelet, en febrero, resultó una tomadura de pelo para una sociedad como la chilena que derrotó a un tirano como fue Pinochet y lo echó votando valientemente en 1988 y 1989 para poder vivir una floreciente democracia. La visita de Bachelet fue también un desprecio a los cubanos que luchan por ser libres habiendo siendo ella una perseguida y torturada por una dictadura, hija de un general de la Fuerza Aérea leal a Salvador Allende que murió quebrado y reventado por los tormentos que le infringieron la cárcel, donde —usando sus propias palabras— fue tratado como «un delincuente» y «un perro» por sus propios compañeros de armas pinochetistas. «Es una privilegio (…) Bien, muy bien», respondió Bachelet a los periodistas refiriéndose al encuentro de hora y media que tuvo con el dictador. Su antecesor en la presidencia, Ricardo Lago, un socialista cabal, posiblemente no hubiera dicho algo semejante. Ningún presidente chileno de la democracia habría hecho otro tanto. En la fortaleza de La Cabaña, donde Ernesto «Che» Guevara y Raúl Castro fusilaban, Bachelet inauguró la Feria Internacional del Libro del 2009 de la La Habana, dedicada este año a Chile, algunos de cuyos escritores, como Pablo Neruda, Jorge Edwards o Roberto Ampuero, tienen obras prohibidas por la censura castrista.

Si se les preguntara a ambas presidentas el porqué de su actuación en La Habana quizás respondan que sería inapropiado en una visita oficial. Falso porque siendo presidente de México Vicente Fox lo hizo en una vista oficial a Cuba el el 2002 y antes que él el ex Presidente del Gobierno español José María Aznar, en 1999. «Para nosotros, las garantías básicas de las personas, los derechos humanos, están por encima de todo interés político, de toda ideología, inclusive por encima de la potestad del Estado», declaró en una ocasión Fox. Aznar y Fox merecieron por ello la ira eterna de Fidel Castro. Por el contrario, la presencia en Cuba de Bachelet o Fernández de Kirchner fue interpretada por el propio régimen castrista como «un reconocimiento a la resistencia« de Cuba, es decir, a su régimen. Esto lo dijo Raúl Castro.

Fidel Castro somete a los jefes de Estado visitantes un trato desigual. A unos los premia recibiéndoles y a otros en cambio les ignora. Raúl Castro explicó que su hermano mayor había tenido una deferencia con las presidentas de Argentina y Chile por tratarse de «damas», a diferencia de lo que ocurrió con el panameño Martín Torrijos y el guatemalteco Colom, quien llegó al punto de pedir disculpas por el apoyo de su país a los contrarrevolucionarios de Playa Girón. Ni aún así se llevó la foto. Sin embargo, no bien Colom se había ido de La Habana llegó el venezolano Hugo Chávez, quien obviamente fue conducido a presencia del líder.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

Chávez se amarra al poder hasta que la muerte lo separe

Hugo Chávez ha quedado amarrado al poder posiblemente hasta que la muerte lo separe. Esa capacidad se la da la reforma constitucional para la reelección sin límite que ayer fue aprobada por el 54,4% en un referéndum caracterizado, según la oposición, los observadores y la prensa internacional por el uso abusivo, si precedentes, a raudales del tesoro público y los recursos del Estado por un Chávez ventajista.

«Me consagro íntegramente al pleno servicio del pueblo todo lo que me quede de vida», juró un Chávez exultante desde un balcón del Palacio de Miraflores nada más se supo que había ganado el referéndum, una celebración a la que Fidel Castro sumó de inmediato su júbilo desde La Habana. De ahora en adelante Chávez estará en el poder lo que el pueblo quiera y la divina providencia permita. Ha llegado el caudillismo constitucional.

Hace catorce meses el pueblo venezolano había rechazado una enmienda constitucional parecida, por lo que la legitimidad de esta consulta estaba en entredicho pues la propia Carta Magna impide que un mismo asunto pueda ser sometido dos veces a la consulta popular durante un período constitucional.

En medio de la celebración Chávez lanzó su candidatura para las presidenciales venezolanas del 2012 porque dice que necesita otros diez años en el poder para afianzar su «revolución socialista bolivariana», aunque en más de una ocasión ha asegurado que si el cuerpo aguanta se presentará «tantas veces como sea necesario». Hay quienes afirman que su tope como jefe del Estado está en el 2024, cuando se celebrará el bicentenario de la Batalla de Ayacucho que selló las independencias de las repúblicas hispanoamericanas, y otros exageradamente que su objetivo es el 2050, cuando sería nonagenario. Este domingo 15 de febrero ha quedado, pues, legalizado en Venezuela un potencial vitaliciado.

¿De qué dependerá la permanencia de Chávez en el poder más allá del fin de su actual sesenio? Del dinero, del apoyo popular, de la fuerza militar y del control absoluto que tienen sobre todos los demás poderes y el aparato productivo del Estado, comenzando por el petróleo. Depende de la capacidad que siga teniendo Chávez de mantener para los civiles y militares afectos el sistema de prebendas, dádivas, subvenciones y todas las formas habidas y por haber de clientelismo. Y de que haya para todos.

La «revolución chavista» en sí misma no atrae masivamente a los venezolanos. Si acaso cautiva a un tercio de la población. Los resultados del referéndum de este domingo han vuelto a poner eso de manifiesto. Sin escatimar recursos públicos para salir victorioso, Chávez ha logrado seis millones de votos, 1,3 millones menos que cuando ganó las presidenciales del 2006 y lejos de la meta de los siete millones que se trazó para este referéndum. Frente a él, la oposición –esos que el oficialismo llama peyorativamente «escuálidos», «oligarcas» y «pitiyanquis»– ha logrado cinco millones de votos, medio millón más que en aquel referéndum de diciembre del 2007 cuando derrotó por primera y única vez a Chávez. Ha habido otros cinco millones de electores que se han abstenido, los «ni-ni» (ni una cosa ni la otra). Quiere decir eso que Chávez tiene hoy el apoyo del 37% por ciento del electorado venezolano, una minoría frágil para llevar adelante un proyecto político tan controvertido como el suyo y más en una época de vacas flacas como es la actual.

Chávez se hizo la idea de que podía financiar su revolución en lo interno y lo internacional con un barril de petróleo sobre los cien dólares. Soñó con ello y vino a decirlo en público. Pero el crudo venezolano vale apenas hoy 35 dólares lo que significa que ha menguado a más de la tercera parte el ingreso petrolero nacional, que representa más del 90% de todas las entradas que tiene el país. Cuando aún quedan cuatro años del actual sesenio presidencial, que acabará en febrero del 2013, Chávez dispone sobre el papel de un gran margen para que mejore una situación interna caracterizada hoy día por una violencia social extrema, con el hampa campeando en Caracas y las principales ciudades, la creciente carestía de la vida (40% para los alimentos), el desabastecimiento de productos esenciales, la corrupción y un atosigante sistema político y social que pone en riesgo las libertades públicas. En la medida en que esos indicadores no mejoren, Chávez tendrá que hacer su régimen cada vez más duro para mantenerse en el poder.

Hay tiempo también para que entra la oposición surjan líderes más creíbles, para que los dirigentes estudiantiles –auténtico motor del antichavismo– se hagan más maduros. Los estudiantes irradian una nueva mística. Si actualmente esa oposición enflaquecida, con algunas figuras gastadas y hasta chapuceras, consigue cinco millones de votos, no debiera resultar un desafío imposible salvar la diferencia de esos ocho o diez puntos porcentuales que hoy tienen con Chávez y aprovechar el resquicio que se les abre en las presidenciales del 2012. Pero tendrán que librarse de esas caras incómodas que están en la mente de todos, que quieren arrimar la brasa opositora a su propia sardina, a sus ambiciones de poder. Será a única forma que tiene la oposición venezolana de sacar a Chávez del sillón presidencial. Si todos ellos se pusieran de cuerdo en cosas mínimas y cerrasen filas con un candidato único, potable y que con alguna fuerza, le harán mucho, pero que mucho daño al Hugo Chávez.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

Por las buenas o a las bravas

Este domingo 15 Venezuela vuelve a las urnas en un combate desigual, desproporcionado, de gigante contra hormiga, entre Hugo Chávez y sus opositores. Ante este nuevo referéndum de otra reforma constitucional, cuyo objetivo es dar continuidad indefinidamente al régimen chavista pues pretende legalizar la reelección presidencial perpetua, las encuestas sobre intención de voto muestran una diferencia entre el «si» y el «no» menor al margen de error que tiene dicho sondeo. De modo que sobre el papel hay posibilidad de que Chávez sufra un revolcón en sus pretensiones continuistas parecido al que los electores le dieron el 2 de diciembre del 2007, cuando la mayoría paró en seco un rosario de reformas a la Constitución que pretendía fortalecer los poderes presidenciales y posibilitar un vitaliciado. En aquella ocasión, Chávez fue forzado por el alto mando militar a admitir lo que él calificó de «victoria de mierda» de la oposición, pero ahora el caudillo llanero necesita ganar por las buenas o a las bravas.

La propaganda chavista, pagada toda ella con dinero público –como la que parte de la Embajada de Venezuela en Madrid–, esgrime para justificar lo que pretende hacer Chávez los ejemplos de las democracias parlamentarias europeas, que no limitan la continuidad de un primer ministro cuantas veces gane elecciones y su parlamento lo escoja. Cita en una publicación los «casos emblemáticos» del español Felipe González (14 años en el poder) y el alemán Helmut Köhl (16). El embajador Alfredo Toro libra una lucha tan ardua como inútil para reconvenir a la prensa española, que en general no traga en modo alguno a Hugo Chávez. Toro olvida que esos y los otros gobernantes que menciona lo han sido en función de una Constitución y unas reglas democráticas estables, iguales, claras y aceptadas por todas las partes. Ninguno de ellos alteró desde el poder las leyes a favor de un proyecto continuista personal, como hace Chávez con la Constitución de 1999, que, hecha precisamente a su medida y antojo, contó con la aprobación en referendo por más de un 70% de votantes. La comparación de Chávez con González, Köhl, el irlandés Eamon de Valera o el sueco Tage Erlander constituye una mendacidad, una falacia, es capciosa y envilece a quienes la sostienen.

La cuestión en Venezuela no es cuánto tiempo pueda seguir un presidente en el cargo –la tradición democrática allí era de cinco años con reelección en períodos alternos–, sino las artimañas, los trucos, el juego sucio e injusto en el que se basa un gobierno omnipotente y omnipresente que pone al servicio del objetivo de eternizar a Chávez toda la maquinaría del Estado, los recursos nacionales, las empresas públicas, el erario y los medios de comunicación, algunos —como las canales privados de televisión— encadenados por la fuerza a emitir los innumerables soliloquios del máximo líder y sus entrevistas. Absolutamente de todo se usa y abusa —hasta el «Metro» de Caracas— en beneficio de la causa del comandante Hugo Chávez y su obcecación en seguir en poder hasta que la muerte lo separe, confundiendo la cosa pública con su interés particular. Frente a una oposición muy debilitada y de escasos recursos, la campaña Chávez contrapone todo el aparato del Estado y el derrecho del tesoro público. La campaña para este referéndum, que Chávez no se arriesga a perder, se ha desarrollado en un marco de absolutamente irregularidad, en un ambiente de iniquidad y de injusticia electoral, como reconocía un miembro del Consejo Nacional Electoral

Chávez se presenta cínicamente como el líder que se sacrifica por el bien de su pueblo porque a él lo que le gustaría –dice– es retirarse al campo. Pues que se vaya. Por otro lado, juega con la posibilidad de que sea asesinado denunciando otra vez ahora un complot en su contra, igual que hizo con ocasión de las últimas elecciones regionales y municipales. Luego esgrime la necesidad de consolidar durante otros diez años o más un «revolución» que ya ha consumido un decenio sin que el país haya avanzado sensiblemente. Ahora, el líder máximo proclama que convertirá a Venezuela en «una potencia» mundial.

Hace tan solo catorce meses el pueblo venezolano se pronunció en otra consulta popular contra las pretensiones continuistas de Chávez. Hay que recordar que hasta el fallecido dictador chileno Augusto Pinochet aceptó el veredicto de las urnas que le obligaba a dejar la presidencia después de que el pueblo le respondiera que no a sus pretensiones continuistas, en un plebiscito celebrado en 1988. Chávez afirma que lo que él hace tratando de eternizarse en el poder no es otra cosa que responder a la llamada del pueblo, a que necesita darle forma a los «sueños de la patria», que no son otra cosa que sus propias fantasías.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

La rumba de Hugo Chávez

Hugo Chávez acaba de cumplir diez años en el poder decidido a seguir ahí otros diez al menos. Su gestión comenzó el 2 de febrero de 1999 bajo el signo de la discordia y desde aquel día Venezuela está presa en un torbellino de pasiones. Chávez ha convertido a su país en una auténtica potencia en discordias, pero realmente Venezuela ha progresado muy poco.

Por todo lo que Chávez ha batallado durante este decenio a su país no lo debiera conocer hoy «ni la madre que lo parió» con unos 600.000 millones de dólares que ha tenido a su disposición procedentes de las exportaciones petroleras. Ha habido avances sociales, pero no la transformación vigorosa, casi sin parangón en el mundo, que esa ingente suma de dinero sugiere. Una oportunidad histórica sin precedentes ha sido echada por la borda, derrochada en ineficiencia, politiquería, clientelismo, bonche, rumba y corrupción.

Una década en tareas de gobierno es un tiempo considerable. Da para mucho y más con los bolsillos repletos. Hay naciones que en un lapso de tiempo semejante y con muchos menos recursos han experimentado progresos notables: el Chile de la Concertación, el Brasil de Cardoso y Lula da Silva e incluso la Colombia de Uribe, sin mencionar a algunas naciones ex comunistas y del este asiático. Menor es el tiempo que tiene a su disposición Barack Obama. Pero en el caso de Chávez todo ese tiempo ha sido una década pérdida y un viaje a ninguna parte. La primera década perdida, porque Chávez está alocado por seguir en el poder por lo menos otros diez años.

¿Cuáles son los logros de Chávez, de su cacareada «revolución bolivariana» y su muy mentado «socialismo del siglo veintiuno»?

Algunas fuentes consideran innegables avances sociales: reducción de la pobreza, mejora de la asistencia sanitaria y más educación básica, sustentados por programas asistenciales en los núcleos de población más desfavorecidos, por parte de un Gobierno que ha hecho bandera de la prebenda, con un gobernante que presume de benefactor de la patria y que debe todo el inmenso poder que tiene, así como su relumbrón internacional, a su «generosidad» con los enormes ingresos petroleros del país.

Hay estadísticas que muestran un aumento del 20% de la renta media de los venezolanos y del 40% entre los más pobres. Pero como nada de eso tiene que ver con un programa de desarrollo sostenible, su durabilidad está relacionada con la disponibilidad de «petrodólares» que siga teniendo Chávez. Cada vez recibe menos, cada día la nación es más dependiente, cada hora la crisis se ahonda y cada instante la megalomanía chavista devora más divisas. Ahora parece que el dinero ya no le llega para pagar sus costosas «nacionalizaciones». Véase, por ejemplo, el caso del Banco de Venezuela (Santander).

En este décimo aniversario el barril de crudo venezolano se ha desplomado a menos de 40 dólares, a niveles de antes de que Chávez consolidara su poder en las elecciones parlamentarias del 2005, celebradas sin el concurso de la oposición, y las presidenciales del 2006, que ganó con casi el 63% de los votos. El precio del barril está muy lejos de los 135 dólares de julio último, de los 100 dólares que Chávez consideraba un valor justo y de los 60 dólares calculados por los burócratas que confeccionaron el presupuesto nacional del 2009.

Quizás por todo el dinero soltado a manos llenas en los programas sociales Venezuela haya mejorado su posición en la estadística del PNUD sobre Desarrollo Humano, aunque bastantes países han logrado más en el mismo lapso de tiempo sin alharacas políticas ni económicas, como México o Trinidad y Tobago entre los americanos, Rumania o Bulgaria, ambos ex comunistas, y los Emiratos o Kuwait, los dos, como Venezuela, netamente petroleros.

Venezuela ocupa el lugar 61º de una tabla con 179 países del PNUD, pero naciones «hermanas» como Chile, Argentina, Uruguay, Costa Rica, Panamá y varios estados enanos del Caribe tienen un mejor Índice de Desarrollo Humano sin disponer de esos gigantescos, desmesurados, ingresos provenientes del petróleo como los que han inundado las arcas venezolanas, que lucen significativamente menguadas ahora en medio de la efemérides.

Pero hay estadísticas, como las de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). que muestran, pese a la bonanza petrolera, un aumento significativo de tanto de la pobreza como de la miseria bajo Chávez así como un incremento del sector económico informal, del mismo modo que hay analistas que afirman que el Producto Interno Bruto (PIB) en 2008 ha vuelto al nivel de 1998, justo antes de Chávez, junto con una eleva inflación. El décimo aniversario del chavismo está signado por la crisis global, pero también por otra propia del régimen y del país.

En ese aniversario de retórica y palabras huecas, sobre todo Chávez se ha celebrado a sí mismo, como destacaba el diario madrileño «El País», de cara al referéndum del día 15 que ha sido organizado a la velocidad del rayo para lo que es la política con la finalidad de consagrar la elección indefinida de los gobernantes. El pueblo venezolana le dijo a Chávez que no a la reelección indefinida hace poco más de un año, pero obsesionado como está con seguir en el poder de por vida ha vuelto a someter el asunto al veredicto popular ahora con aparentemente tiene mejores perspectivas de lograrlo. ¿Cuánto tiempo cree Chávez que se necesita para transformar una nación, para engrandecerla? Por el camino a ninguna parte por donde va parece que nunca lo logrará.

En diez años Hugo Chávez sigue sin cumplirse promesa básicas como la de diversificar una economía que sigue siendo totalmente adicta al petróleo; de lograr el autoabastecimiento, cuando todos los alimentos se importan y hay en esto una dependencia casi absoluta de Colombia. Ahora, al cabo de diez años, Chávez habla de lo que podía haber hecho antes: convertir a Venezuela en una potencia agrícola y ganadera, sectores en los que el país tiene un atraso muy notable.

Pero, más allá de la retórica y el histrionismo chavista, no existe un modelo sensato de país ni tampoco de desarrollo; no aparece por ningún lado un proyecto nacional en el que estén comprometidos todos los estamentos y todos los esfuerzos como lo hay en Chile o en Brasil, por ejemplo. Es más la afición a la plata dulce que la cultura del trabajo y el esfuerzo, salvo en casos individuales o de minorías oriundas del extranjero. La Nación parece vacilante al caminar y Chávez, lejos de haber curado los males del «antiguo régimen» del bipartidismo que Chávez fulminó, los ha agrandado. Puede que haya incorporado a todos los venezolanos al debate político, pero ha hundido al país en la confrontación.

La inseguridad, lejos de reducirse, sigue en tasas de las más elevadas del mundo, con más muertos por armas de fuego sin ser un país en guerra. Caracas es la capital más inseguridad de América y Maracaibo, la segunda ciudad del país, le va a la zaga. Aventajan a Bogotá o a Río de Janeiro. Los crímenes se han más que triplicado en estos diez años.

Chávez ha hecho obras de infraestructura, pero nada espectacular para las dimensiones y las necesidades del país, sin comparación con lo hecho por la dictadura de seis años de Marcos Pérez Jiménez en la década de los cincuenta del siglo XX. Venezuela tampoco ha tenido con Chávez logros en el mundo de las ciencias, las artes o los deportes. Bajo Chávez no ha habido premios Nobel, medallas olímpicas ni campeonatos del mundo. Nadie de relumbrón que echarse al coleto, ni siquiera a Gustavo Dudamel porque el sistema de orquestas juveniles viene de antiguo, del «viejo régimen», aunque el chavismo trate de mostrarlo como cosa propia.

Por tanto, ¿qué hay para festejar en estos diez años, con día festivo nacional incluido, decretado por el perínclito líder? Solo parece que un gigantesco monumento digno de Hollywood, purita fachada, todo cartón piedra y utilería, traca y fogueo de una costosísima opereta.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

Batalla en Madrid por y contra una Cuba libre

Este último fin de semana ha habido en Madrid una batalla por Cuba. Organizaciones de las izquierdas otrora comunistas y ahora desnortadas recorrieron el sábado algunas calles defendiendo la revolución, es decir, a la dictadura de los hermanos Castro, y contra las injerencias en un país con un Gobierno históricamente entremetido, aunque le llame «solidaridad internacional». El domingo grupos de las derechas participaron en una concentración a favor de la libertad y la democracia, de las que Cuba carece, y de condena al más largo régimen dictatorial sufrido por una nación latinoamericana. En medio de ambas, el partido socialista del primer ministro Rodríguez Zapatero se abstuvo en sintonía con la política meliflua y afectada que el Gobierno de Madrid practica con Cuba. ¿Dónde quedaron aquellos luchadores socialistas por la libertad, la democracia y la justicia como ideales y valores esenciales del hombre?

Posiblemente nunca llegue un día en que los demócratas españoles se manifiesten unidos para que en Cuba también haya una democracia, algo simple para quienes estamos acostumbrados a disfrutarla y una quimera para los que no viven en ella, como casi al cien por cien de los cubanos de la isla, los menores de 60 años porque solo han conocido la dictadura de medio siglo castrista y la de Fulgencio Batista que le precedió. La corta etapa democrática cubana se difumina allá, bien lejos en el tiempo, aunque los hermanos Castro seguramente la recordaran pues se foguearon en ella.

La cuestión es sencilla: hay que ir a las calles a pedir que los cubanos puedan libremente salir y entrar, comprar y vender; pensar, leer, escribir, imprimir y divulgar; ganarse la vida, navegar por Internet, librarse de la Seguridad del Estado, de los no menos odiosos Comités de Defensa de la Revolución y de las libretas de racionamiento, y también votar por todas las ideas en lugar de estar sometidos por las botas de los Castro que solo se diferencian de color de las botas de Augusto Pinochet, Alfredo Stroessner o Rafael Videla o tantos y tantos milicos, salvapatrias y aventureros que han subyugado a los pueblos latinoamericanos.

Por mucho que las izquierdas hispanas griten lo contrario, Estados Unidos no constituye actualmente una amenaza para Cuba y mucho menos con Barack Obama en la Casa Blanca. En las negociaciones para solucionar la Crisis de los Misiles, que tuvo al mundo en 1962 al borde de una guerra nuclear, Washington se comprometido a no invadir nunca la Isla y ha cumplido. Es cierto que sus servicios de espionaje trataron decenas de veces de eliminar a Castro durante la Guerra Fría, pero eso hoy también es historia y una coartada más para el vetusto líder cubano. El problema fundamental entre ambos países es el embargo comercial parcial a Cuba que los izquierdistas españoles siguen viendo como si se trataran de un muro impenetrable tendido alrededor de la isla, cuando la realidad es que el 80% de lo que poco que come Cuba llega de Estados Unidos, y cuyo levantamiento depende de cuestiones básicas, sencillas, relacionadas con el respeto a los derechos humanos y no, como arguye Fidel, con la claudicación de un pueblo ante un imperio.

A Estados Unidos el embargo comercial demostradamente no le interesa. Ha tratado de levantarlo media docena de veces desde la época de Richard Nixon y Henry Kissinger. Gerald Ford, Jimmy Carter y Bill Clinton quisieron abolirlo, pero siempre se toparon que acciones hostiles puntuales de Fidel Castro, para quien el embargo sigue siendo su mejor pretexto para mantener a Cuba bajo su férula. El problema fundamental de Cuba es el bloque interno impuesto por Fidel Castro. El obstáculo para el progreso de esa Cuba sumida en el atraso y la miseria son sus dirigentes obstinados y gagás.

Las derechas españolas se ha manifestado a favor de la libertad y la democracia en Cuba y esto está bien. Incluso es aceptable que dineros públicos se destinen a la causa de los demócratas, a quienes se oponen pacíficamente a los hermanos Castro, a esos que un régimen sin piedad tilda indistintamente de mercenarios y terroristas. Esto está tan bien como, por ejemplo, que los socialistas alemanes y suecos ayudaran política pero también económicamente a los demócratas españoles en su lucha contra la dictadura del generalísimo Francisco Franco, gallego y taimado como Fidel.

Pero resulta intolerable que un diplomático impertinente como es el belicosos embajador de Castro en Madrid, Alberto Velazco San José, mande zaherir y vituperar a las autoridades españolas que ayudan a los demócratas cubanos y luego se pavonee de que si un representante extranjero en La Habana hiciera algo similar sería expulsado automáticamente sin permitirle siquiera recoger su cepillo de dientes. Velazco presume que ningún diplomático extranjero en Cuba se atrevería a hacer algo semejante a lo que él autorizó a su embajada contra de la jefa del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Madrid, Esperanza Aguirre, que fue calificada de «cabecilla de la mafia terrorista cubanoamericana», primero en un comunicado de la propia legación diplomática y luego desde las páginas del diario «Granma», el órgano oficial del régimen castrista. Sufrió por ello una tibia amonestación cuando merecía una severa reprimenda. Algo parece que está mal en la política española hacia el castrismo y debiera ser mudado antes de encumbrarla con esa inminente gran visita de Estado a la isla.

Volviendo a las relaciones con Washington, ha bastado una insignificante alusión de Obama a Cuba para que Fidel Castro abriera las hostilidades contra otro presidente de Estados Unidos, el undécimo inquilino de la Casa Blanca desde el inicio de su dictadura. Era de esperar pues, como varias veces ha aparecido en este blog, el enfrentamiento permanente con Estados Unidos, sean demócratas o republicanos los titulares del poder, es la razón de vida de Fidel Castro, explicada por el propio dictador, su único asidero ideológico y el detergente para el lavado de cerebro al que el régimen tiene sometidos permanentemente a los cubanos. Con el pretexto de que Obama no devuelve Guantánamo ya —Estados Unidos debiera pensar en eliminar cuanto antes ese residuo colonial en el este cubano y Fidel Castro es malvado haciendo creer a su pueblo que la devolución tienen que ser inmediata e incondicional— y de que la actual Administración norteamericana también apoya a Israel, el anciano y enfermo comandante en jefe reparte leña contra el flamante presidente en la última «reflexión» que ha publicado. Nuevamente Fidel deja en evidencia que sin Estados Unidos él no es nada.

Francisco R. Figueroa