De las venas abiertas a volver a empezar

El regalo que el venezolano Hugo Chávez hizo al estadounidense Barack Obama en la cumbre de mandatarios de Puerto España representa ese pasado que Washington pretende dejar atrás en sus retorcidas relaciones con América Latina porque de nada sirve hurgar más en tan dolorosas heridas. Contra al discurso manido del nicaragüense Daniel Ortega, el incendiario de Chávez y el costumbrista de Evo Morales, Obama sorprendió a todos como un buen vecino, propuso un «volver a empezar» en las relaciones continentales y lanzó una «alianza entre iguales». Y para Cuba, la mano tendida, aunque el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva le recomienda no esperar a que los Castro den el próximo paso y nombre ya un negociador oficial para iniciar los contactos bilaterales. Pero parece claro que Obama no va a regalar el levantamiento del rancio embargo a la isla comunista.

El mandatario estadounidense ahuyentó los recelos y limó asperezas hasta propiciar un clima de conciliación en la quinta Cumbre de las Américas. Los «hay que creerle a Obama» y «quiero ser tu amigo» dichos por Chávez, sobre el papel el más encarnizado rival de Estados Unidos en ausencia de Cuba, pero que se mostró como la fierecilla domada; las muestras de simpatía del ecuatoriano Rafael Correa hacia la nueva administración estadounidense, o Brasil –recadero entre Washington y La Habana y consejero sobre cómo lidiar con el levantisco líder venezolano– resaltando la «actitud franca, cordial y de respeto, de humildad, de diálogo y no de monólogo» del inquilino de la Casa Blanca hacia sus pares latinoamericanos ponen de manifiesto qué ha sido esta cumbre y que las discrepancias del grupo capitaneado Chávez sobre el contenido de la declaración final no es lo más importante. Hasta tal punto que Chávez ha decidido restablecer las relaciones con Estados Unidos a nivel de embajador.

Obama creyó que «Las venas abiertas de América Latina» estaba escrito por Chávez. El libro, del uruguayo Eduardo Galeano, tiene casi 40 años y es un ensayo social sobre la explotación y la transculturización de América Latina desde la época de la colonia con un enfoque victimista. Posiblemente Obama ni se moleste en leer su versión el inglés pues trata de agua pasada. Estados Unidos también fue colonia, pero se transformó en la primera potencia mundial mientras sus vecinos del sur quedaban rezagados a años luz. La culpa, pues, quizás no haya que buscarla en que esos países tuvieron un régimen colonial sino posiblemente en la ralea de sus clases dirigentes y en lo que estas hicieron en estos doscientos años como naciones independientes. De todos modos, las relaciones entre los pueblos no pueden estar condicionadas por las tropelías cometidos en el pasado colonial o neocolonial, y tienen que tener una dinámica adecuada a los tiempos presentes. Obama de manera pragmática ha propuesto mirar hacia el futuro y ese libro es un reflejo del pasado. Como dice Chávez, hay que creer en Obama. Ahora las palabras tienen que comenzar a ser acompañadas por hechos.

En cuando a Cuba, de la capital trinitense no ha salido –que se conozca– un compromiso latinoamericano para convencer a los Castro a iniciar el diálogo. De hecho, entre las naciones de América Latina hay posiciones encontradas respecto a Cuba, no sobre el embargo -que existe unanimidad en que debiera ser levantado de inmediato-, pero sí sobre su sistema político. Brasil, que ha hecho de facilitador entre La Habana y Washington y es el país de más peso tiene en América Latina, con un liderazgo creciente, considera que el nacionalismo arraigado del régimen comunista de La Habana y su noción de soberanía darían al traste con esa propuesta de diálogo si va acompaña de condiciones. De hecho, Obama supedita el levantamiento del embargo a unas reformas políticas, económicas y sociales. Habla de democracia, de derechos humanos, de libertad económica y de presos políticos, asuntos estos que tocan las venas más sensibles de la dictadura comunista cubana. Cuba ha aguantado medio siglo de embargo y no va a ceder ahora, afirma un asesor de Lula da Silva. Es cierto que los hermanos Castro están convencidos de que Obama ha traído una nueva visión del problema, pero el asunto tiene que ser conversado por ambas partes en privado y de manera directa, agrega. Por eso Lula da Silva ha urgido a Obama a nombrar su negociador. Los brasileños temen que este barco se vaya a pique antes de la botadura. Queda, pues, un largo camino por andar hasta el levantamiento del embargo, incluso porque los Castro deben estar aún sopesando cómo responder a Obama, sin que se pueda descartar que existan diferencias de criterios entre los dos hermanos.

Francisco R. Figueroa
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franciscorfigueroa@hotmail.com

Quo vadis Cuba?

A estas alturas de los acontecimientos nadie debe albergar dudas sobre la intención del presidente de Estados Unidos, Barack Obama, de llegar a un entendimiento con Cuba. También habría que dar, aunque con cautela, un margen de confianza a la apertura a dialogar sobre «todos» los asuntos expresada por el jefe del Estado cubano, general Raúl Castro. Hoy más que nunca se ha abierto la posibilidad de ambas partes inicien conversaciones constructivas. Pero la cuestión es que Obama apunta al futuro y los Castro se refugian en el pasado. Entonces, ¿a dónde vamos?

Estados Unidos, tanto por boca de Obama como de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, han entonado un mea culpa implícito al reconocer «el fracaso» de las políticas que a lo largo de medio siglo mantuvieron hacia Cuba los distintos inquilinos de la Casa Blanca. Eso incluye el anacrónico embargo por cuyo levantamiento América Latina clama, tras el fin puesto por Obama a las restricciones a los viajes a la isla de los exiliados y sus descendientes y a los envíos de remesas. No cabe duda que en la medida en que el régimen comunista haga alguna concesión, en Washington se pondrá en marcha la maquinaria legislativa para desmontar el entramado legal que sustenta el embargo.

Cuando el mandatario nicaragüense, Daniel Ortega, sacó el viernes en la Cumbre de las Américas Puerto España su monserga contra Estados Unidos por tropelías de otros tiempos, Obama le respondió con elegancia que no se puede ser prisionero del pasado. «Yo no vine aquí a pensar en el pasado, Vine a pensar en el futuro. Debemos aprender de la historia y no debemos dejar que nos atrape» y «no es cuestión de abstracciones o debates ideológicos…», dijo Obama. Unos mensajes posiblemente también destinados a Fidel y Raúl Castro, cuyo país es el único que no participa en estas cumbres, algo que el resto de las naciones latinoamericanas lamenta.

Al manifestar su convicción de que La Habana y Washington debe vencer la desconfianza y recomenzar sus relaciones, partir para «un nuevo día», tener «un nuevo comienzo», Obama pulsaba el resistente mecanismo de reseteo de los hermanos Castro anquilosados en sus viejas convicciones doctrinarias de la Guerra Fría, enredados en su retórica y sus consignas, y parapetados tras esa muralla que cierra la isla, mantiene prisioneros a los cubanos y convierte sus vidas en auténticas pesadillas.

La disposición manifestada por Raúl Castro de hablar «de todo» con Estados Unidos está condicionada –según dijo– a que se respete la soberanía del pueblo cubano y a la no injerencia en sus asuntos internos. Es una contradicción porque hay que hablar precisamente de la situación interna en Cuba, de la falta de democracia, de presos políticos, de respeto a los derechos humanos, de libertad para esa nación que el levantisco mandatario venezolano, Hugo Chávez, acaba de considerar más democrática que Estados Unidos, pero donde nada se mueve ni nadie sale sin permiso del régimen, salvo huyendo en balsa o desertando con ocasión de un viaje especial. Hasta ahora, las pocas oportunidades que en estos cincuenta años hubo de diálogo entre las partes fueron dinamitadas por Fidel Castro. ¿Qué pasará esta vez? Está por ver, más allá de la retórica.

Es también positivo que el anciano y enfermo líder cubano haya hablado de que Obama no es responsable de lo que hicieron sus antecesores –está en sintonía con lo dicho por el mandatario estadounidense– y no cuestionara su sinceridad, aunque a renglón seguido sembrara la duda sobre sus sucesores en el Despacho Oval, porque –explicó– «los hombres pasan, los pueblos perduran». Es cierto: los hombres pasan, los tiempos cambian y las ideas mudan, salvo en Cuba, por ahora.

Francisco R. Figueroa
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franciscorfigueroa@hotmail.com

Cuba, bloqueo interior

América Latina está unánime para pedir a Estados Unidos que liquide el embargo económico y financiero a Cuba, pero ¿alguien solicitará el levantamiento del bloqueo interior que impide al pueblo cubano la vida en democracia? No debiera haber una cosa sin la otra, o quizás sea mejor acabar de una vez por todas con ese embargo arcaico y –aunque Fidel vuelva a llamarnos tontos– dejar sin coartada a los hermanos Castro y su régimen fosilizado.

El presidente Barack Obama ha demostrado tener muy claras las cosas. Prometió levantar las restricciones de viajes a la isla a los cubano-estadounidenses y los envíos a sus familiares y lo ha cumplido con creces antes de los cien primeros días en la presidencia. Lo ha hecho a cambio de nada. Pero ha pedido que los Castro correspondan el gesto. Ahí están sus últimas declaraciones antes de la Cumbre de las Américas en Puerto España.

Obama habló implícitamente de ese bloqueo interior que el petrificado régimen castrista tiene sometido a los cubanos al pedir la adopción de medidas favorables a la democracia y los derechos humanos, políticos, religiosos y civiles en general; la excarcelación de presos políticos; la libertad de expresión, de creación y de empresa, para que la gente en la isla pueda hacer las cosas que las personas del continente hacen sin preocupación y disfrute de mejores oportunidades en la vida.

El mandatario estadounidense ha recogido la rama de olivo que en su día le ofreció Raúl Castro. Sin duda para que los hermanos Castro -sobre todo el gran hermano, Fidel- no le atribuya intenciones aviesas, ha explicado que actúa de «buena fe» y que quiere «ir más allá» de las medidas liberadoras recién adoptadas, lo que equivale a una expresión clara de su voluntad de llegar al levantamiento del embargo impuesto por John Kennedy en 1962. Para alcanzar esa meta Obama dice que mira hacia La Habana en busca de «alguna señal de que va a haber cambios» de que «Cuba quiera correspondernos».

La pelota está en la cancha de los hermanos Castro. ¿Aceptarán el juego? Es muy dudosa que lo hagan. Fidel ya ha dicho que las decisiones de Obama suponen cambios mínimos y pide mucho más. Por ahora ha solicitado que Estados Unidos pida perdón por el intento de invasión de Bahía Cochinos hace casi medio siglo. Pronto pedirá miles de millones como indemnización por los alegados daños producidos por el embargo. Fidel y Raúl seguirán adelanta, como ellos dicen, con la frente muy alta, mientras el pueblo cubano agacha la cerviz agobiado por tantos problemas, sobre todo el de buscar el pan nuestro de cada día. Raúl ha sacado a relucir argumentos manidos sobre la necesidad de que Estados Unidos respete la soberanía cubana y el derecho a la autodeterminación de su pueblo, asuntos estos que la administración Obama obviamente no cuestiona.

Es una «ironía» –afirma Obama– que mientras "nosotros estamos levantando las restricciones a los viajes", todavía haya "muchos cubanos que no puedan salir de Cuba". De hecho, casi ningún cubano puede salir de la isla y desde luego nadie sin permiso expreso del gobierno. En cuanto al dichoso embargo, Cuba puede comerciar libremente con cualquier país del mundo menos EEUU, aunque a su vecino del norte le compra el 80% de los alimentos que consume. Ahora Obama ha autorizado el comercio de todo lo que más ayuda al hombre a ser libre: la información y las comunicaciones.

Evidentemente hay en curso un cambio muy significativo en las relaciones de Estados Unidos con sus vecinos del sur, tanto en la forma como el fondo, si bien mandatarios gamberros como el venezolano Hugo Chávez o el boliviano, Evo Morales –que anda denunciando extraños planes para asesinarlo– seguirán haciendo todo lo posible para evitar que empiecen a mejorar las relaciones de América Latina con Washington. De hecho, en una reunión, la víspera, en Cumaná (Venezuela) ambos atizaron la discordia. Gobernantes como el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva, con una gran ascendencia sobre la izquierda latinoamericana, o la propia Michelle Bachelet, tienen mucho que hacer para refrenar los ímpetus levantisco de Chávez y sus segundones, que pueden dar al traste con la oportunidad de oro, sin precedentes, que se ha abierto con la llegada de Obama a la Casa Blanca.

Es hora de que el «patio trasero» se conviertan en una suerte de «jardín de las delicias» donde todas las partes puedan emprender buenos negocios, hacer causa común contra los problemas que los afligen y los pueblos celebrar su gran encuentro en la libertad y la democracia sin más tiranos ni salvapatrias.


Francisco R. Figueroa

La semilla del obispo

El reconocimiento de paternidad que se ha visto forzado a hacer el presidente paraguayo, Fernando Lugo, ha levantado gran revuelo por tratarse de un jefe de Estado, pero, sobre todo, por ser un obispo de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana y porque sedujo a su amante a los 16 años.

Desde el punto de vista del escándalo político, el de Lugo es un caso más en la América Latina contemporánea, sin necesidad de remontarse a los prolíficos caudillos garañones de otros tiempos. Hace año y medio el presidente peruano, Alan García, reveló la existencia de su hijo extramatrimonial, Federico Dantón, de veinte meses. Lo hizo con una tranquilidad pasmosa, al lado de su esposa, la argentina Pilar Nores, que permaneció impertérrita. Su antecesor, Alejandro Toledo, negó con terquedad durante 15 años la paternidad de Zaraí, hasta que acorralado judicial y políticamente tuvo que reconocerla en el 2002. La carrera política del brasileño Luiz Inácio Lula da Silva se vio seriamente perjudicada por la existencia de una hija llamada Lurian con la enfermera Miriam Cordeiro. Sin embargo, no fue ese el caso de su predecesor, Fernando Henrique Cardoso, cuyo hijo bastardo con la periodista Miriam Dutra, de la Rede Globo, es de sobra conocido, aunque el asunto solo fue recogido hasta hoy por una revista brasileña de segundo orden. Por seguir con los ejemplos, tuvieron tambien hijos extramatrimoniales el argentino Carlos Menem y el venezolano Carlos Andrés Pérez. Bajo sospecha hay muchos más, entre ellos el antecesor de Lugo, Nicanor Duarte Frutos.

La cuestión no es apenas que Lugo haya sido otro sacerdote pecador más, sino que siendo hombre de Iglesia, un prelado, un miembro del episcopado faltara a la verdad ocultando la paternidad cuando aspiraba a la primera magistratura de una nación con un mensaje de honestidad, decencia y buenos propósitos como abanderado de los pobres en un país martirizado por la corrupción, la hipocresía y la dictadura. Los votantes paraguayos tenían derecho a conocer la doble vida del obispo-candidato. «Ojalá que el presidente Lugo con su voto de pobreza no haga lo mismo que con su voto de castidad, porque, si no, estamos fritos», ha afirmado uno de sus rivales políticos.

Pero si Lugo, de 57 años, hubiera tenido la valentía de revelar sus amoríos durante una década con la joven campesina Viviana Carrillo, de 26, sus adversarios se habrían rasgado las vestiduras y lo habrían crucificado, aunque en la historia patria el clero paraguayo de obediencia romana haya hecho tantas contribuciones al aumento del censo, a la persistencia de la nación, sobre todo después de que el país quedara devastado en la segunda mitad del siglo diecinueve por la llamada Guerra Grande contra Brasil Argentina y Uruguay que provocó la muerte del 90 por ciento de los varones. Antes de eso también, desde los primeros misioneros. Así, a mediados del siglo XVI, cuando llegó el adelantado Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Asunción era conocida como «El Paraíso de Mahoma» porque cada hombre tenía un harén de nativas. El adelantado llegó a reprochar la conducta desvergonzada a dos franciscanos de su expedición –fray Fernando de Armenta y fray Alonso Lebrón– que vivían cada uno con más de treinta mujeres. Pero eso fue antes de que el Concilio de Trento hiciera rígidas las normas sobre la moral del clero, por lo menos de manera nominal.

De hecho la mayoría del clero católico –pese a lo que aseguraba el ultramontano obispo de Cuenca en las postrimerías del franquismo, José Guerra Campos, sobre que los sacerdotes eran como los ángeles asexuados de la tradición cristiana– viola el voto de castidad. Por ejemplo, un estudio del canonista Jaime Torrubiano Ripoll concluyó en 1930 que «el 90 por ciento de los clérigos son fornicarios…; un 10 por ciento escandalosos; y el resto discretos…». Pepe Rodríguez, en «La vida sexual del clero» (1995) cifra, según sus propias encuestas, entre el 60 y un 80 por ciento los sacerdotes que mantienen relaciones sexuales.

Lugo conoció a la madre de Guillermo Armindo, su hijo secreto que va a cumplir dos años, siendo obispo de San Pedro, una paupérrima diócesis paraguaya de la que se hizo cargo en 1994. Ella era entonces una campesina adolescente. Incluso el prelado le administró el sacramento de la confirmación como cristiana. Viviana Carrillo afirma que a los 16 años tuvo la primera relación sexual con el monseñor. De eso hace diez años. Cuando engendraron el bebé, en el 2006, Lugo ejercía de párroco, aunque seguía siendo obispo emérito, pues el fallecido papa Juan Pablo II había dispuesto dos años antes su retiro del gobierno de la diócesis de San Pedro por motivos nunca revelados. Quizás sea momento de que Roma aclare el asunto. Lugo quedó oficialmente desvinculado de los votos de castidad, obediencia y pobreza, hechos en su ordenación sacerdotal hace más de treinta años, solamente el 30 de julio del 2008 cuando el Vaticano lo redujo al estado laical dos semanas antes de su toma de posesión como 52º presidente paraguayo. Es cierto que él había renunciado dos años antes al estado clerical para dedicarse a la política, pero para entonces su joven amante estaba embarazada.

La oposición «colorada», la más fuerte de Paraguay, ha puesto el grito en el cielo. Algunos hablan del inicio del derrumbe del Gobierno. Uno de sus representantes afirmado que Luego se aprovecho «de una joven inocente». Mientras, la iglesia católica en Paraguay ha pedido perdón por «los pecados» de Lugo. Consideran su paternidad un «golpe duro», un «mal ejemplo» y una «bofetada», al tiempo que hace votos para que no surjan nuevos casos semejantes. Un portavoz episcopal manifestó implícitamente la conveniencia de que Lugo no se reintegre al sacerdocio, como era tenía la intención, cuando acabe su gobierno. No hubo pronunciamiento en el Vaticano.

Pero la cosa no para ahí ya que abundan los rumores obre supuestas relaciones del ex obispo-presidente con las modelos Yanina González y Jéssica Cirio.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

Fujimori, condena ejemplarizante

La condena a 25 años de prisión dictada este martes a Alberto Fujimori como culpable de cuatro delitos de lesa humanidad mientras fue presidente, incluida dos masacres perpetradas por un escuadrón de la muerte del Ejército, constituye un aviso a cualquier gobernante latinoamericano que cometa violaciones de los derechos humanos o queda asociado a ellas. Es también un logro en la lucha contra la impunidad.

De nada ha servido a Fujimori su legado -esgrimido por él hasta la saciedad- de pacificación del país y estabilización económica. La justicia ha sido implacable por algunas de sus fechorías, en lo que ha constituido la primera condena de un ex mandatario constitucional latinoamericano por este tipo de delitos. Fujimori, de 70 años, queda a merced de un eventual perdón del actual presidente, Alan García, con quien ha tenido una relación una veces tempestuosa y otras de mutua conveniencia.

Cuando alcanzó el poder, a mediados de 1990, Fujimori dejó de ser un oscuro ingeniero agrónomo y matemático, un aspirante político marginal a candidato a concejal por Lima, para convencerse de que era un ser providencial, un caudillo nacional capaz de sacar al Perú de una desastrosa situación política, económica y social para darle los años de estabilidad y prosperidad que tenía bien merecidos. De seguridad, orden y progreso hablé con Fujimori una tarde de septiembre de 1991, en presencia de Manuel Campo Vidal, una de las varias veces que lo entrevisté.

Fujimori llegó a la presidencia por el empeño que puso toda la izquierda peruana en que no la ganara Mario Vargas Llosa en los comicios de 1990. Detestaban al escritor por su neoliberalismo y le odiaban como representante del viejo y elitista Perú de los blancos y ricos. Fujimori se la debe, sobre todo, a Alan García. La noche de su triunfo electoral, sobre la terraza en penumbra del Hotel Crillón, de Lima, Fujimori era la viva imagen de la desolación, sin partido organizado ni programa de gobierno, sin credenciales políticas ni equipo, sin nada. La izquierda había logrado su elección y no quiso saber más de él. Fue recogido de inmediato por la cúpula militar, que dirigían unas instituciones desmotivadas, desmoralizadas y traumatizadas por la crisis infinita del país, la decadencia y el caos de la patria y los muchísimos reveses y excesos en la larga guerra contra la subversión, que acabó costando 70.000 muertos. Derrotado Vargas Llosa, Fujimori paradójicamente surgía como un remedo para el conservadorismo peruano. Sus primeras medidas como gobernante, al aplicar un paquete neoliberal, lo confirmaron. Era también una oportunidad para ambiciosos y aventureros.

Mientras gobernó de forma dictatorial falló Fujimori y fallaron sus compinches, sobre todo el siniestro y megalómano, el -según una biografía suya- «traidor, traficante y espía» Vladimiro Montesinos, con quien ejerció el poder de modo arbitrario durante una década (1990-2000), hasta que, víctima de sus propios desmanes, se fugó del país en el 2000 y renunció a la presidencia por fax desde Japón, su segunda patria. Nunca fue Fujimori ese «último samurai» que le leyenda –quizás fomentada por él mismo– le atribuye. Su filosofía es bien distinta a aquellos viejos guerreros nipones. Más bien Fujimori actuó como el tipo vivo que es -un «gran pendejo», en el decir peruano-, de pocos escrúpulos, audaz y amoral, sin convicciones democráticas, que mentía al país descaradamente y con asiduidad, un dictadorzuelo que está acusado de numerosos actos de corrupción. Un nuevo juicio le espera por su alegada cleptomanía.
Pronto tras el inicio de su mandato, el 28 de julio del 1990, la guerra sucia contra la subversión desembocó en las masacres de Barrio Altos, con 15 homicidios, en 1991, entre ellos un niño de ocho años, y de la Universidad de La Cantuta, con 10 diez, en 1992, por parte del Grupo Colina, un escuadrón de aniquilamiento del Ejército al que la Justicia atribuye 50 asesinatos en sus quince meses de actividad. Por ambas masacres Fujimori ha sido condenado como autor mediato, porque dirigía el aparato de poder que cometió aquellos asesinatos.

La cúpula militar y fuerzas civiles muy conservadoras se aliaron con Fujimori para perpetrar un golpe de Estado mediante el que fue clausurado el Parlamento nacional y disuelta la Corte Suprema sin que el presidente tuviera poderes para hacer eso. De cualquier modo ese autogolpe de Fujimori tuvo un aplauso casi general en el país o el silencio cómplice. Hasta tal punto estaba degradado la vida peruana que la joven Constitución nacional fue defendida apenas por un puñado de valientes, obviamente sin éxito.

Fujimori siempre confió en abril. Era su mes talismán. En abril había nacido su esposa, Susana Higuchi, la que financió sus primeros pasos en política, aunque el matrimonio acabaría muy mal en 1994, al cabo de veinte años; en abril (de 1990) había quedado, contra pronóstico, segundo en unas elecciones presidenciales que acabó ganándole a Vargas Llosa en una segunda vuelta y en este mismo mes había conocido Montesinos, su álter ego y más tarde su titiritero; en abril (de 1992) se había adueñado del poder absoluto clausurando el parlamento y disolviendo la Corte Suprema; en abril (de 1995) había derrotado también en las urnas a otro peruano universal como el ex secretario general de la ONU Javier Pérez de Cuellar; había esperado a que llegara abril (en 1997) para asaltar la embajada de Japón que llevaban 126 día tomada por el MRTA (Movimiento Revolucionario Tupac Amaru) y aniquilar a todos los terroristas; en abril había sacado a su país de la CAN y metido en la APEC. Abril era su mes fetiche para él que confiaba en la nigromancia y consultaba a videntes. En abril, finalmente, ha sido condenado a una pena tan larga que sin nadie lo remedia puede representar a su avanzada edad una cadena perpetua.

Nadie discute a Fujimori el logro de haber derrotado a dos movimientos subversivos: la tenebrosa banda polpotiana Sendero Luminoso y al castrista MRTA, así como encarcelado a sus líderes librando al Perú del cáncer terrorista. Tampoco que lo librara de la pertinaz hiperinflación y la crisis económica galopante o sentara las basas de un nuevo período con mayor prosperidad o acabara con el problema bélico con Ecuador haciendo la paz por aquel aguerrido asunto de fronteras indefinidas en la Cordillera del Cóndor. Se le achacan los métodos criminales que en algunas ocasiones se emplearon. Ni tampoco, aunque sus parientes y partidarios digan que ha tenido un juicio político, se le ha procesado por haber violado aquel 5 de abril de 1992 la constitución que juró defender y preservar al asumir la presidencia en 1990. Nadie ha sometido a un juicio político a Alberto Fumimori por haber impuesto un gobierno autoritario o haberlo mantenido en el tiempo ni por haber manipulado los resultados electorales. Fujimori ha sido sentenciado, tras un juicio de 16 meses y 160 sesiones, por hechos concretos de delitos de lesa humanidad contra inocentes que nada tenían que ver con la subversión o el terrorismo.

Ha quedado en manos de Alan García, que puede aplicar el perdón presidencial quizás en razón a la edad de Fujimori o por motivos de salud.

En 1990, García, que estaba al final de su primera y desastrosa presidencia, trató de evitar la victoria electoral de su archirival Vargas Llosa y su liberalismo radical. Eran enemigos declarados y se libraba una guerra sucia sin cuartel. Los partidos a la izquierda del APRA de García agregaban plomo al fuego graneado contra el novelista. El presidente basculó apoyos logísticos y publicitarios gubernamental y partidario a favor de Fujimori, en detrimento de su propio candidato. Entre todos lograron que no ganara Vargas Llosa y que emergiera un desconocido como Fujimori que solo tenía cierto tirón en los sectores más marginales. La definición del nuevo presidente quedó para una segunda vuelta electoral, que fue ganada confortablemente por Fujimori con «apristas», socialistas y comunistas votando por él en manada.

Tras la victoria de Fujimori, García se mostró exultante. «Parece que usted se ha librado de algo como una piedra puntiaguda en el riñón», le dije a propósito de la derrota del escritor. «No ha sido algo tan fisiológico como usted lo presenta, pero me siento muy satisfecho», replicó García y se fue a ordenar a la banda de los Húsares de Junín que interpretara el merenguito «La mecedora» en el cambio de guardia de ese mediodía, que escuchó con una sonrisa de oreja a oreja sobre la escalinata frente a la Plaza de Armas de Lima. Veinte meses después García tenía que huir saltando la tapia trasera de su casa acosado por los militares mandados por Fujimori a arrestarle la noche del autogolpe de 1992. Acabó en un tanque vacío de agua y luego en la clandestinidad hasta que pudo ingresar en la residencia del embajador de Colombia. Estuvo exiliado en Bogotá y en París mientras gobernó Fujimori.

Actualmente –las vueltas que da la política– el fujimorismo, con trece congresistas, es una fuerza política en el Parlamento peruano necesaria para el gobierno de García, con el que actúa como un aliado. La hija mayor de Fujimori, Keiko, de 33 años, congresista y su heredera política, se da como segura candidata a las elecciones presidenciales de 2011. Por su puesto que indultará a su padre si conquista el poder.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

Los pecados de Baduel

El general retirado venezolano Raúl Isaías Baduel, de 53 años, es un hombre de fuertes convicciones y seguidor del taoísmo. Pese a él se ha convertido en el más sobresaliente adversario de Hugo Chávez y posiblemente sea uno de los que mejor lo conocen. Hoy está arrestado. Está acusado de sustracción de millones de dólares de las Fuerzas Armadas. Pero puede tratarse de una artimaña.

Baduel y Chávez fueron compadres y camaradas desde principios de los setentas. Soñaron juntos. Ambos eran dos de los cuatro hermanos de la fraternidad del Samán de Güere, los oficiales carbonarios venezolanos que en 1982 pusieron bajo ese mítico árbol el huevo del que acabaría naciendo la «revolución bolivariana», un juramento a imitación del que pronunció Simón Bolívar en el Monte Sacro de Roma. Baduel se abstuvo de participar en las cruentas intentonas golpistas habidas en Venezuela 1992 porque, al parecer, estaba en contra del uso de la fuerza para llegar al poder, con el consiguiente derramamiento de sangre.

Como cabecilla del primero de aquellos alzamientos, Chávez fue al presidio. Su fraternal amigo no le abandonó. Compartieron ideales y proyectos durante el tiempo que Chávez estuvo en la penitenciaria de Yare, después de que fuera sobreseída su causa y hasta que las elecciones de 1998 les dieron el poder. Baduel iba montado en el carro de la victoria. Fue secretario privado del flamante jefe de Estado. Luego pasó a comandar estratégicas fuerzas de combate.

Fue precisamente Baduel –con una treintena de sus mejores paracaidistas–, el «héroe» que devolvió al poder Chávez tras su derrocamiento en los trágicos sucesos de abril del 2002. Así se convirtió en el segundo hombre más fuerte de Venezuela detrás de Chávez. Más tarde este antiguo alumno de la Escuela de las Américas, de la que guarda solo buenos recuerdos, fue sucesivamente comandante general del Ejército venezolano y ministro de la Defensa, con el mayor rango de General en Jefe raramente concedido por Chávez a otro militar.

Baduel nunca se dejó seducir por los incesantes cantos de sirena que le animaban a dar un golpe de Estado contra Chávez. Siempre estuvo apegado a la legalidad constitucional, hasta que Chávez decidió cambiar las reglas del juego.

A partir de julio del 2007, con su pase al retiro, comenzó un distanciamiento de Chávez que acabó en brusca ruptura, preocupado por el cariz que la «revolución» tomaba, la corrupción rampante, el manejo arbitrario del erario público, la crisis económica, la falta de definiciones de un proyecto socialista cada día más confuso y personalista, el carácter autocrático del comandante, sus afanes por eternizarse en el poder, la cada vez mayor politización de las Fuerzas Armadas y la feroz polarización de la sociedad venezolana.

Con un aguzado sentido de la oportunidad como estratega nato y su recto proceder apegado a la Carta Magna y al carácter profesional de los militares, Baduel se opuso a la reforma constitucional mediante la que Chávez pretendió, en el 2007, acaparar un poder omnímodo. El núcleo de aquella reforma era la reelección indefinida del presidente de la República, que el pertinaz Chávez finalmente ha logrado en un segundo plebiscito celebrado en febrero último.

Ante la desafección de Baduel, Chávez habló de «puñalada» y «traición» y de que su viejo amigo se había convertido en un «peón de la oligarquía», en una «ficha de la extrema derecha». Le supo a cuerno quemado.

Hay quienes afirman que a Baduel le tentó el poder y los que opinan que dio el salto porque presintió que la revolución le iba a dejar botado en la cuneta. Debido a Baduel, Chávez perdió por vez primera una consulta popular. Debido también a Baduel la oposición se reforzó, cobró bríos y tuvo nuevos argumentos. Ese 40% de venezolanos que se opone tenazmente a Chávez se hizo sólido posiblemente gracias a Baduel. El gobernante nunca se lo ha perdonado.

Quienes han tratado a Baduel le consideran a un hombre recto, decente y de principios. Pero este último jueves ha sido arresto a punta de pistola en Maracay. Soldados de la Dirección de Inteligencia Militar (DIM) interceptaron su auto, le apuntaron directamente a la cabeza y lo llevaron a las prisas sin dar explicaciones a su esposa, que estaba presente.

La Fiscalía Miliar acusa a Baduel de sustraer fuertes sumas de dinero mientras era ministro de la Defensa, asegura que posee «suficientes pruebas» en su contra y afirma que la investigación ha sido «escrupulosa». Baduel ha sido puesto a disposición de un tribunal castrense en Caracas en prisión preventiva a la espera de una acusación formal, que puede demorar mes o mes y medio. Se habla de un faltante de 31 millones de bolívares, algo así como 14,4 millones de dólares el cambio oficial y menos de la mitad en el floreciente mercado negro. En el 2008, en un atropello similar, había sido arrestado y al poco liberado. Nada de todo esto puede ser hecho en Venezuela sin las órdenes de Chávez.

En Venezuela hay una campaña de persecución y hostigamiento de Chávez a sus adversarios, incluida la asfixia financiera a los gobernadores y alcaldes de oposición. Por ejemplo, el alcalde de Maracaibo, Manuel Rosales, la cara más visible de la oposición, también está acusado de corrupción, y se ha escondido reclamando tener un juicio justo. Tres comisarios y ocho policiales acaban de ser condenados a penas que van de los 17 a los 30 años por su alegada participación en la asonada de abril del 2002, servidos en bandeja a Chávez cuando se cumplen seis años de aquellos sucesos, en juicios que el abogado defensor José Luis Tamayo tildó de «manipulados desde las instancias del poder» y de «monstruosidad jurídica».

Baduel ha rechazado los cargos, proclamado su inocencia y aducido que es víctima de una «persecución política» para «callarme» y « amedrentarme». Por su lado, Rosales alega que «Chávez es un cobarde agarrado de los pantalones de los militares y con los poderes controlados». «Todo es una confabulación», asegura. Raúl Emilio Baduel, hijo del detenido, atribuye el proceso a su padre «al liderazgo institucional que tiene dentro de la Fuerzas Armadas».

Son muchos en Venezuela los que hablan de «venganza»y dudan de la seriedad de estos casos por la falta absoluta de garantías jurídicas que hay en el país y la total sumisión a Chávez del Poder Judicial, el parlamento, la milicia y demás estamentos de poder. Mientras avanza, la corrupción entre los seguidores de Chávez, lo que sus adversarios llaman «la robolución» y nada tienen que temer los nuevos ricos –incluidos familiares del presidente– que han surgido, la llamada «boliburguesia».

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com