Embalado como está en defensa de la candidatura de Río de Janeiro como sede de la Olimpiada del 2016 contra Madrid, Tokio y Chicago, el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, ha recurrido en Pekín al golpe bajo del terrorismo, en la estela del juego sucio que hizo Alberto de Mónaco, que era miembro del jurado, contra las aspiraciones de Madrid a los juegos del 2012.
Según Lula da Silva, Río de Janeiro tiene la ventaja sobre las ciudades rivales de no sufrir los embates del terrorismo. El gobernante no citó a Madrid, pero cuantos siguieron sus declaraciones entendieron que se refería a ella, hasta tal punto que el alcalde de la ciudad, Alberto Ruiz-Gallardón, le respondió por entender que las palabras de Lula da Silva constituían una descalificación para la capital española. «Si mirásemos la violencia, iríamos a preguntar por qué hacer unos Juegos en un país que tiene terrorismo y en el se practican atentados todos los días», dijo Lula dejándose llevar por el afán.
El presidente brasileño olvida que Río de Janeiro vive desde hace décadas en un virtual estado de guerra permanente contra el crimen organizado, una ciudad temible en cuya área de influencia cada día, según estadísticas oficiales, ocurren en promedio 17 homicidios y 60 asaltos a transeúntes. Esto sin hablar de otros crímenes habituales como violaciones, hurtos, asaltos a bancos, etc. que menudean allí. En Río de Janeiro en sólo un año hay más del doble de víctimas que las provocadas por el peor atentado en Estados Unidos, el del las Torres Gemelas de Nueva York del 2001; doce veces más que las ocasionadas por los atentados de los integristas musulmanes en Londres del 2005 y seis veces más en tan solo doce meses que los habidos en cincuenta años de actos terroristas en España.
¿De qué ciudad segura habla, pues, Lula da Silva para celebrar unos Juegos Olímpicos si su propio gobierno tiene que enviar frecuentemente a Río de Janeiro tropas federales porque la policía del estado se ve desbordada? La que fuera capital de Brasil hasta 1960 decae desde entonces y está marcada a sangre y fuego por la violencia social. Vean la película «Tropa de Elite» que muestra cómo es la violencia en Río de Janeiro y qué clase de policía hay allí para contenerla. Vuelvan a ver «Ciudad de Dios» que, aunque basada en hechos más antiguos, no pierde frescura.
En la mal llamada «Ciudad Maravillosa», uno de los lugares más violento de la tierra, hubo en julio del 2007 unos Juegos Panamericanos que se celebraron a punta de fusil, con el despliegue de tropas especiales de diez mil soldados y 700 vehículos llevados de todos los rincones del país, y una más que posible tregua pactada con esos verdaderos señores de la guerra que controlan las favelas. Hay tanta violencia en las favelas cariocas que Lula da Silva tardó cinco años para visitar una como presidente, previo rastreo palmo a palmo por el Ejército de la misma, ubicada en la zona más noble de Río, entre Ipanema y Copacabana. Y acabó siendo una visita fugaz bajo la protección de decenas de agentes y francotiradores. Río de Janeiro quizás esté bien para los Juegos Olímpicos Miliares que está previsto se celebren allí en 2011 con la participación de seis mil soldados-atletas que seguramente sabrán defenderse de los peligros que oculta la ciudad. Pero son cosa bastante distinta unos Juegos Olímpicos universales en los que compiten jóvenes desarmados que más allá de una jabalina o un florete no suelen lidiar con armas. Lula da Silva quizás frivoliza cuando pide para la ciudad los Juegos Olímpicos del 2016 y para su país el Mundial de Fútbol del 2014, del que Río de Janeiro será la sede principal con su imponente estadio de Maracaná.
El Mundial de Fútbol Lula da Silva lo tiene en el bolsillo. Pero en cuestión de Juegos Olímpicos ese presidente tan cortejado por España –Premio Príncipe de Asturias de Cooperación del 2003 y flamante Premio Don Quijote de la Mancha de la Fundación Santillana- pretende tapar el sol con el dedo que le falta en una mano.
Francisco R. Figueroa
www.apuntesiberoamericanos.com
franciscorfigueroa@hotmail.com