Francisco R. Figueroa / 23 julio 2010
La ruptura de relaciones de Venezuela con Colombia a causa de las FARC es el epílogo de larguísimo y extremadamente duro enfrentamiento personal de casi ocho años entre Hugo Chávez y Álvaro Uribe, a quince días de que éste último entregue el cargo al presidente electo, Juan Manuel Santos.
Chávez respondió pronta e impulsivamente con la ruptura de las relaciones a la presentación por parte de Colombia en la Organización de Estados Americanos (OEA), en Washington, de una galería de pruebas, contundentes en apariencia, sobre el cobijo por Venezuela a cientos de elementos de la narcoguerrilla de la FARC en 87 campamentos estables cercanos a la frontera, algunos de ellos convertidos en auténticos universidades del terrorismo por donde pasan gente de pelaje ideológico afín, entre ellos de ETA y los «internacionalistas» bolivarianos. Por cierto que Chávez no ha respondido aún al requerimiento judicial español sobre las actividades de etarras en Venezuela en colaboración con las FARC y con apoyo de oficiales venezolanos.
El mundo sabe que las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) están en Venezuela no ya con la vista gorda del régimen de Caracas, sino con el consentimiento expreso de Chávez, que las reconoce y anima. Ahora, tras el fracaso del diálogo bilateral, harta de las salidas de tono de Chávez, Colombia ha presentado las pruebas que apuntan directamente al «duce» venezolano.
Chávez, que reconoce a las FARC como fuera beligerante en el conflicto colombiano, no ha hecho una negación formal de la presencia en su país de terroristas colombianos porque evidentemente no puede. Se ha limitado a desacreditar nuevamente a Uribe con expresiones grandilocuentes y altisonantes, y a romper las relaciones, ladeado por ese otro hombre de «prodigios» que es el argentino Diego Armando Maradona, el seleccionador nacional de fútbol que no pudo desnudarse.
Los portavoces de Chávez si se han pronunciado, pero con escasa convicción. De todos modos la comprobación de lo dicho por las autoridades colombianas es fácil: bastaría con que una misión internacional de verificación, de preferencia de la OEA, visite sin pérdida de mucho tiempo los lugares localizados por Colombia o, cuanto menos, los cuatro más importantes señalados con fotos e imágenes: los campamentos «Ernesto», «Berta», «Bolivariano» y «Jesús Santrich».
Sin esa verificación, las reuniones de urgencia de cancilleres o gobernantes suramericanos que se piden pueden convertirse en la ocasión para un nuevo intercambio de fuertes acusaciones mutuas, con brotes machistas como el escenificado por Chávez y Uribe en febrero pasado el la Cumbre del Grupo de Río en Playa del Carmen (México). Peor aún ahora que Uribe nada tiene que perder, a pocos días del traspaso del poder a Santos, previsto para el próximo 7 de agosto.
En lo que respecta a Venezuela, Uribe le deja todo el «trabajo sucio» hecho a su sucesor. Ya no se trata solo de palabras. Las pruebas han sido echadas bruscamente sobre la mesa para que sean juzgadas por todos los estados latinoamericanos. América Latina y el mundo deben tomarse en muy en serio las acusaciones colombianas, como afirma Estados Unidos, y Chávez tiene la obligación de dar explicaciones, más allá de los exabruptos.
Un país que podría imponer cordura es Brasil, la potencia regional, sino fuera por los intereses creados y porque el propio presidente Luiz Inácio Lula da Silva anda enredado él mismo a cuenta de las FARC por las acusaciones surgidas en el fragor de la campaña electoral en curso sobre los lazos de su Partido de los Trabajadores con la narcoguerrilla colombiana.
Se trata de un asunto que Uribe ha llevado como suma cautela después de haber obtenido pruebas en los computadores de «Raúl Reyes» aprehendidos tras el ataque, hace dos años, al campamento guerrillero en Ecuador, junto a la frontera con Colombia. Los e-mail de Reyes, muerto en aquella acción militar colombiana, mostraban los vínculos de las FARC con altos funcionarios brasileños, entre ellos ministros y el asesor de Lula más poderoso.
Uribe manejó discretamente el asunto, directamente con Lula, a diferencia de lo que hizo con las supuestas pruebas halladas en los mismos computadores que apuntaban a la Venezuela de Chávez y al Ecuador de Rafael Correa.
Lula tiene prevista una visita a Caracas el 6 agosto antes de acudir a Bogotá un día después para asistir al relevo presidencial. Brasilia confía en que las relaciones rotas por Chávez se recompongan tras la toma de posesión de Juan Manuel Santos.
Se desconoce en qué basa su confianza Brasil, cuyo gobierno ha permanecido aparentemente impasible mientras Uribe y Chávez se echaban más y más leña en la hoguera colombo-venezolana a la espera de ser el principal beneficiario de la caída del comercio entre sus dos vecinos del norte, una tajada de más de 6.000 millones de dólares anuales.
Rompiendo las relaciones Chávez piensa que no tendrá que dar explicaciones a la comunidad internacional: a grandes males, grandes remedio. Se equivoca. Este asunto de su apoyo a las FARC le pasará factura, como tantos otros desaguisados que tiene entre manos.
Chávez no debe dar la cara puesto que nunca la ha dado en los momentos difíciles. Tampoco debe presentar pelea. Sus ordenes de reforzar la frontera son una bravuconada más. Cuando en julio de 2009, Colombia denunció el hallazgo en manos de las FARC de armas suecas compradas por Venezuela, Chávez congeló las relaciones pretextando el acuerdo militar colombo-estadounidense para el uso de bases militares.
Poco más de tres meses después hizo aprestos bélicos. Chávez considera que el uso de las bases colombianas por parte de EEUU es una amenaza de guerra. Como si Venezuela tuviera la capacidad militar para neutralizar a Colombia y mucho menos si afectara a intereses estadounidenses.
Bravata tras bravata, mientras un comercio bilateral que hasta poco fue floreciente se ha hundido con los consiguientes perjuicios económicos y sociales, extremo este por el que Brasil se frota las manos, y también el entorno chavista que obtiene pingües beneficios importando de otras latitudes los alimentos que antes llegaban de Colombia con divisas altamente subvencionas. Hay en Venezuela un escándalo de grandes dimensiones por la corrupta importancia de alimentos y medicinas caducados o a punto de caducar por parte del Estado que guía desde hace once años Hugo Chávez. © EL AUTOR
franciscorfigueroa@hotmail.com
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