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En un reciente seminario, en Toledo, Lawrence Korb, que fue Secretario Adjunto de Defensa de Estados Unidos (1981-1985) con Ronald Reagan, me preguntó si Brasil sería una potencia mundial. La conclusión fue que por ahora no.
Brasil reúne muchas condiciones (tamaño de coloso, la quinta población mundial, una economía sólida, ingentes recursos materiales...), pero, entre otras cosas, adolece de una fuerza militar superior y poderío cultural hacia el exterior, su empresariado y su banca tienen una limitada actividad internacional, no encuentra unanimidad entre sus vecinos latinoamericanos en el reconocimiento como líder regional, no forma parte del Consejo de Seguridad de la ONU, algo que, según Korb, nunca conseguirá aunque lo esté persiguiendo con tanto ahínco, y es desconfiable para muchos países serios, entre otras cosas, por el apoyo del Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva a las dictaduras de los ayatolás iraníes y de los hermanos Castro, así como su postura en relación al aberrante proyecto político personal de Hugo Chávez o con respecto a Honduras.
Las políticas que hacen tan desconfiable hoy a Brasil es propia de la era de Lula da Silva, un gobernante del que un colega latinoamericano destacó «su penosa fragilidad intelectual», con «terribles lagunas culturales», su incapacidad para entender asuntos complejos y su inclinación a aceptar el análisis marxista de su juventud que le hizo percibir la realidad como un combate entre buenos y malos. «Sigue siendo un sindicalista atrapado en la lucha de clases», apostilló.
«Pareció que Lula, con su simpatía y por el buen momento que atraviesa su país, convertiría a Brasil en la gran potencia política latinoamericana. Falso. Ha destrozado esa posibilidad al alinearse con los Castro, Chávez y Ahmadineyad. Ya ningún país serio confía en Brasil», agregó el gobernante.
Brasil es el único actor global latinoamericano, pero, como dijo uno de sus más connotados comentaristas políticos, es un «rottweiler sin dientes» dado a las «masturbaciones diplomáticas».
El ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso se muestra cauto cuando se le plantean preguntas sobre la posibilidad de que su país se convierta en una potencia global. Cree que debe ampliar su influencia en el mundo, pero no de manera impositiva, defendiendo los valores de la paz y la democracia, algo que Lula da Silva no hace ni en el caso de Cuba ni en de Irán ni en el de la vecina Venezuela. En el de Irán, Cardoso cree implícitamente que Lula da Silva se metió en camisas de once varas sin tener cartas para participar en ese juego, y que en cuanto a Cuba el gobernante brasileño actúa más con el corazón que con la cabeza.
La estrategia exterior brasileña sale, fundamentalmente, del despacho en la propia sede presidencial de Marco Aurelio García, poderoso asesor personal del mandatario en política exterior a lo Henry Kissinger, alter ego intelectual del antiguo tornero y jefe de la campaña electoral de Dilma Rousseff, la pupila del gobernante y candidata del oficialista Partido de los Trabajadores en su alianza con el derechista Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) a los comicios de octubre próximo. También, pero menos, del Palacio de Itamaraty, sede de la cancillería, que maneja Celso Amorim, un experto en negociaciones comerciales a puerta cerrada. Ambos suplen la ignorancia del presidente.
Con relación a Irán, Lula da Silva convalidó el «pucherazo» en las elecciones celebradas hizo ahora un año y comparó con frivolidad y simpleza las multitudinarias protestas contra la reelección presidencial del «compañero» –así se refiere a él– Mahmud Ahmadineyad con la postura de aficionados al fútbol descontentos por el resultado de un partido.
En Irán hay una brutal violación masiva de derechos humanos, con cárcel, tormento y vejaciones para miles de personas. Según Amnistía Internacional, han ido en aumento las medidas represivas contra la disidencia y son mantenidos en prisión centenares de periodistas, estudiantes, activistas políticos y de derechos humanos, así como líderes religiosos.
Irán apoya el terrorismo (Hamás, Hezbolá…), se le considera un amenaza clara para la política de contención nuclear, hace trampas, alborota el cotarro internacional y da la impresión de ir en pos de la bomba atómica. Brasil apoya a Irán y su programa nuclear, contra los principales países del mundo, entre ellos Estados Unidos, China, Rusia, Francia o Gran Bretaña, que en el Consejo de Seguridad de la ONU impusieron hace unos días sanciones al régimen teocrático de Teherán con lo que invalidaron de hecho los esfuerzos diplomáticos de Brasilia y Ankara para que los iraníes pudieran acceder a uranio enriquecido al 20%. Hay quienes opinan que eso dejaría a Irán más cerca de la bomba atómica por la facilidad relativa que supone pasar del 20% al 90 o 98% de enriquecimiento, que es lo necesario para uso militar.
La estrategia que está siguiendo Irán hace pensar en eso y lejos de crear confianza aumenta la impresión de que pretende fabricar bombas atómicas. En una situación como esa, para Estados Unidos, un país como el Brasil de Lula da Silva que busca una posición de liderazgo mundial debe defender el sistema internacional, pero no a aquellos que como Irán violan sus reglas.
En el caso de Cuba, se impone en Lula da Silva y sus asesores el anticuado romanticismo izquierdista, sin importar que los cubanos soporten la última dictadura latinoamericana y la más duradera. Como ha señalado algunos analistas brasileño, una crítica de Lula da Silva al régimen de los hermanos Castro le haría ver a la izquierda latinoamericano el verdadero rostro dictatorial del sistema castrista. Sin embargo, cuando la cuestión de el conflicto tipo guerra fría, Lula da Silva toma por la izquierda como ocurrió en Honduras.
Los brasileños no se olvidan las carcajadas de su presidente en La Habana junto a Raúl Castro cuando aún estaba tibio el cadáver del opositor Orlando Zapata, muerto tras una prolongada huelga de hambre, o las manifestaciones oficiales de desprecio por la disidencia cubana, como las de Marco Aurelio García, arguyendo que su país no se relaciona con esa gente porque no es una ong, o de los boxeadores cubanos, que desertaron en Río de Janeiro y Fidel Castro condenó en uno de sus escritos, siendo devueltos a La Habana en un avión venezolano. «Lula se equivocó», asegura Cardoso.
En el caso de Honduras, Lula da Silva se comportó se comportó como un virtual gendarme de América Latina y ni siquiera se avino a reconocer la transición democrática que hubo con la elección de Porfirio Lobo como presidente. Luego, en una actitud arrogante, amenazó con boicotear la reciente cumbre Unión Europea-América Latina si asistía el mandatario hondureño, poniendo en una situación sumamente embarazosa a España. En el caso de Venezuela, Lula da Silva se muestra extraordinariamente indulgente con Hugo Chávez, un déspota que impone serias trabas a la convivencia democrática. Así, Lula da Silva no es un pilar de la democracia en América Latina.
Lula da Silva parece cómodo en su política exterior de guerra fría, consciente de que sus acciones serán seguidas por los viejos compañeros del Foro de São Paulo que congregó a partir de 1990 a las izquierdas latinoamericanas, incluidas la dictadura comunistas cubana y organizaciones armadas. Brasil y la propia Cuba, Bolivia, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Paraguay, República Dominicana, Uruguay y Venezuela están gobernados por miembros del Foro de São Paulo, y otros, como Argentina o Guatemala son simpatizantes. Quedan Colombia, Chile, México y Perú. El Foro de São Paulo suscribe plenamente las tesis del castrismo en política interna y frente a Estados Unidos, según diferentes manifiestos. México silencio y aparente indiferencia. Quizás Felipe Calderón, en el caso de Cuba, no quiera pasar a la historia como otro Vicente Fox, lo que, según analistas mexicanos, equivale a convalidar el atropello.
Brasil reúne muchas condiciones (tamaño de coloso, la quinta población mundial, una economía sólida, ingentes recursos materiales...), pero, entre otras cosas, adolece de una fuerza militar superior y poderío cultural hacia el exterior, su empresariado y su banca tienen una limitada actividad internacional, no encuentra unanimidad entre sus vecinos latinoamericanos en el reconocimiento como líder regional, no forma parte del Consejo de Seguridad de la ONU, algo que, según Korb, nunca conseguirá aunque lo esté persiguiendo con tanto ahínco, y es desconfiable para muchos países serios, entre otras cosas, por el apoyo del Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva a las dictaduras de los ayatolás iraníes y de los hermanos Castro, así como su postura en relación al aberrante proyecto político personal de Hugo Chávez o con respecto a Honduras.
Las políticas que hacen tan desconfiable hoy a Brasil es propia de la era de Lula da Silva, un gobernante del que un colega latinoamericano destacó «su penosa fragilidad intelectual», con «terribles lagunas culturales», su incapacidad para entender asuntos complejos y su inclinación a aceptar el análisis marxista de su juventud que le hizo percibir la realidad como un combate entre buenos y malos. «Sigue siendo un sindicalista atrapado en la lucha de clases», apostilló.
«Pareció que Lula, con su simpatía y por el buen momento que atraviesa su país, convertiría a Brasil en la gran potencia política latinoamericana. Falso. Ha destrozado esa posibilidad al alinearse con los Castro, Chávez y Ahmadineyad. Ya ningún país serio confía en Brasil», agregó el gobernante.
Brasil es el único actor global latinoamericano, pero, como dijo uno de sus más connotados comentaristas políticos, es un «rottweiler sin dientes» dado a las «masturbaciones diplomáticas».
El ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso se muestra cauto cuando se le plantean preguntas sobre la posibilidad de que su país se convierta en una potencia global. Cree que debe ampliar su influencia en el mundo, pero no de manera impositiva, defendiendo los valores de la paz y la democracia, algo que Lula da Silva no hace ni en el caso de Cuba ni en de Irán ni en el de la vecina Venezuela. En el de Irán, Cardoso cree implícitamente que Lula da Silva se metió en camisas de once varas sin tener cartas para participar en ese juego, y que en cuanto a Cuba el gobernante brasileño actúa más con el corazón que con la cabeza.
La estrategia exterior brasileña sale, fundamentalmente, del despacho en la propia sede presidencial de Marco Aurelio García, poderoso asesor personal del mandatario en política exterior a lo Henry Kissinger, alter ego intelectual del antiguo tornero y jefe de la campaña electoral de Dilma Rousseff, la pupila del gobernante y candidata del oficialista Partido de los Trabajadores en su alianza con el derechista Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) a los comicios de octubre próximo. También, pero menos, del Palacio de Itamaraty, sede de la cancillería, que maneja Celso Amorim, un experto en negociaciones comerciales a puerta cerrada. Ambos suplen la ignorancia del presidente.
Con relación a Irán, Lula da Silva convalidó el «pucherazo» en las elecciones celebradas hizo ahora un año y comparó con frivolidad y simpleza las multitudinarias protestas contra la reelección presidencial del «compañero» –así se refiere a él– Mahmud Ahmadineyad con la postura de aficionados al fútbol descontentos por el resultado de un partido.
En Irán hay una brutal violación masiva de derechos humanos, con cárcel, tormento y vejaciones para miles de personas. Según Amnistía Internacional, han ido en aumento las medidas represivas contra la disidencia y son mantenidos en prisión centenares de periodistas, estudiantes, activistas políticos y de derechos humanos, así como líderes religiosos.
Irán apoya el terrorismo (Hamás, Hezbolá…), se le considera un amenaza clara para la política de contención nuclear, hace trampas, alborota el cotarro internacional y da la impresión de ir en pos de la bomba atómica. Brasil apoya a Irán y su programa nuclear, contra los principales países del mundo, entre ellos Estados Unidos, China, Rusia, Francia o Gran Bretaña, que en el Consejo de Seguridad de la ONU impusieron hace unos días sanciones al régimen teocrático de Teherán con lo que invalidaron de hecho los esfuerzos diplomáticos de Brasilia y Ankara para que los iraníes pudieran acceder a uranio enriquecido al 20%. Hay quienes opinan que eso dejaría a Irán más cerca de la bomba atómica por la facilidad relativa que supone pasar del 20% al 90 o 98% de enriquecimiento, que es lo necesario para uso militar.
La estrategia que está siguiendo Irán hace pensar en eso y lejos de crear confianza aumenta la impresión de que pretende fabricar bombas atómicas. En una situación como esa, para Estados Unidos, un país como el Brasil de Lula da Silva que busca una posición de liderazgo mundial debe defender el sistema internacional, pero no a aquellos que como Irán violan sus reglas.
En el caso de Cuba, se impone en Lula da Silva y sus asesores el anticuado romanticismo izquierdista, sin importar que los cubanos soporten la última dictadura latinoamericana y la más duradera. Como ha señalado algunos analistas brasileño, una crítica de Lula da Silva al régimen de los hermanos Castro le haría ver a la izquierda latinoamericano el verdadero rostro dictatorial del sistema castrista. Sin embargo, cuando la cuestión de el conflicto tipo guerra fría, Lula da Silva toma por la izquierda como ocurrió en Honduras.
Los brasileños no se olvidan las carcajadas de su presidente en La Habana junto a Raúl Castro cuando aún estaba tibio el cadáver del opositor Orlando Zapata, muerto tras una prolongada huelga de hambre, o las manifestaciones oficiales de desprecio por la disidencia cubana, como las de Marco Aurelio García, arguyendo que su país no se relaciona con esa gente porque no es una ong, o de los boxeadores cubanos, que desertaron en Río de Janeiro y Fidel Castro condenó en uno de sus escritos, siendo devueltos a La Habana en un avión venezolano. «Lula se equivocó», asegura Cardoso.
En el caso de Honduras, Lula da Silva se comportó se comportó como un virtual gendarme de América Latina y ni siquiera se avino a reconocer la transición democrática que hubo con la elección de Porfirio Lobo como presidente. Luego, en una actitud arrogante, amenazó con boicotear la reciente cumbre Unión Europea-América Latina si asistía el mandatario hondureño, poniendo en una situación sumamente embarazosa a España. En el caso de Venezuela, Lula da Silva se muestra extraordinariamente indulgente con Hugo Chávez, un déspota que impone serias trabas a la convivencia democrática. Así, Lula da Silva no es un pilar de la democracia en América Latina.
Lula da Silva parece cómodo en su política exterior de guerra fría, consciente de que sus acciones serán seguidas por los viejos compañeros del Foro de São Paulo que congregó a partir de 1990 a las izquierdas latinoamericanas, incluidas la dictadura comunistas cubana y organizaciones armadas. Brasil y la propia Cuba, Bolivia, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Paraguay, República Dominicana, Uruguay y Venezuela están gobernados por miembros del Foro de São Paulo, y otros, como Argentina o Guatemala son simpatizantes. Quedan Colombia, Chile, México y Perú. El Foro de São Paulo suscribe plenamente las tesis del castrismo en política interna y frente a Estados Unidos, según diferentes manifiestos. México silencio y aparente indiferencia. Quizás Felipe Calderón, en el caso de Cuba, no quiera pasar a la historia como otro Vicente Fox, lo que, según analistas mexicanos, equivale a convalidar el atropello.
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