España: la Transición traicionada

A los treinta años de la conclusión de la Transición Española a la democracia los ideales que nortearon entonces a aquellos dirigentes se han transformado en un mercadillo de fariseos.

La Transición comenzó de manera timorata a mediodía del sábado 22 de noviembre de 1975 con la entronización de Juan Carlos de Borbón en las Cortes, en la carrera de San Jerónimo de Madrid, y llegó a su término a bombo y platillo la noche del jueves 28 de octubre de 1982 en la acera de enfrente, en el Hotel Palace, con la unción de Felipe González por la rutilante victoria electoral socialista de aquel día.

La generación de hombres públicos singulares y generosos que hicieron de la necesidad virtud para dotar a España del sistema democrático con justicia social reclamado por el pueblo tras 36 años de franquismo agobiante, murió simbólicamente el pasado 18 de septiembre con el comunista Santiago Carrillo, perdido como está Adolfo Suárez en la negrura de una enfermedad degenerativa. De aquellos hombres corajudos y lúcidos apenas queda un monarca debilitado por el tiempo y sus desaciertos como referente de las victorias sobre los desafíos en aquel tiempo apasionante e intrincado.

Eran timoneles leales a España que pusieron los intereses de la nación sobre todo lo demás. Se inspiraron en una sociedad ansiosa de cambios y obraron para la conquista y normalización de la democracia; consideraron las razones de Estado sobre el interés propio o partidario; acabaron con la polarización de las dos Españas y alumbraron una España diversa. Satisficieron los regionalismos con la nueva estructura territorial autonómica; renovaron y fortalecieron las instituciones, dieron vida a un proyecto modernizador e instauraron una realidad nueva para liquidar nuestro retraso ancestral y caminar hacia el futuro con estabilidad política y económica así como con inclusión social; en fin, dieron a España un prestigio internacional desconocido en más de doscientos años. Ese fue el resultado, lo que importa.

La nueva Era que se abrió en España tras la muerte del dictador Francisco Franco, el 20 de noviembre de 1975, ha durado aproximadamente lo que el régimen totalitario precedente. Lo que parecía un Estado próspero, seductor, equitativo, prudente y simétrico se ha transformado en un paraje en demolición. Las ideas que movieron a los hombres de la transición se han desvanecido, abandonada como está a su suerte la construcción nacional como tarea colectiva. Aquel proyecto de nación liberal quedó retorcido en planes taifas de poder voraz desmedido, en política menuda, mezquina y mediocre rotulada por las plagas del clientelismo, la corrupción y el oportunismo. Ni siquiera los grandes partidos son capaces de bosquejar hoy una idea de España. Mucho menos articular un proyecto político para toda la nación. En lugar de una nación europea próspera hemos caído en lo más parecido a este lado del mundo de una república bananera.

De nuevo hay que hablar de descomposición nacional. Una crisis de proporciones descomunales se ha instalado en España. Ese cíclope engulle los mayores recursos económicos y los derechos sociales, mantiene postrados sin trabajo a varios millones de españoles y en la miseria cada día que pasas a más personas. El Estado del bienestar construido con el esfuerzo de todos ha dado paso a un Estado de calamidad, a un país en desguace con una economía gravemente enferma infectada por todos los males del capitalismo salvaje de casino de filibusteros, con todas sus instituciones desprestigiadas, comenzando por la Corona, siguiendo por la judicatura, pasando por el parlamento, las estructuras autonómicas, los partidos, los sindicatos, las patronales, la banca y los magnates y acabando en el Gobierno nacional.

Hay demasiados doctores nacionales y foráneos, pero falta un diagnóstico inteligente y eficaz. España retrocede cada día y va asemejándose a un cascarón vacío a merced de los acontecimientos. España duele otra vez.
 
Pozuelo, 23/10/12