Francisco R. Figueroa // 25 junio 2010
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Lentamente, con un sentido del tiempo que solo tiene la Iglesia católica por sus dos mil años de existencia, la diplomacia púrpura del Vaticano comienza a dar frutos en la Cuba roja.
Donde ha fracasado España, avanza la Santa Sede; donde ha resbalado el ministro hispano de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, los cardenales católicos pisan firme. Hasta tal punto de que la Unión Europea ha subordinado su propio pronunciamiento sobre Cuba a la evolución de las gestiones de la Iglesia, que están obteniendo de la dictadura de Raúl Castro algunas concesiones sobre derechos humanos aún escasas pero prometedoras.
Las relaciones entre el castrismo y los católicos fueron terribles tras el triunfo de la revolución. Acosados como contrarrevolucionarios, decenas de religiosos abandonaron la isla o fueron expulsados y los que se quedaron tuvieron prohibido su ministerio. Fidel Castro virtualmente proscribió al dios de los cristianos y asumió él ese papel.
Los colegios y demás instalaciones católicas fueron nacionalizados. Una de ellas pasó a ser la desoladora sede de la Seguridad del Estado, la aterradora Villa Marista, la Lubianka cubana donde han infligido tormentos a tantos disidentes de la dictadura, entre ellos los que ahora la Iglesia católica busca liberar.
A comienzo de los años noventas del siglo pasado hubo en Cuba una apertura religiosa, pero el cambio no se apreciaría hasta la visita papal del fallecido Juan Pablo II, en enero de 1998, con su hondo calado político.
Haría falta que pasaran otros diez años desde la estancia en la isla del papa polaco para que la Santa Sede comenzará hablar, al menos en público, de la situación de los presos políticos cubanos. Esto fue con ocasión de la visita a La Habana, en febrero de 2008, del entonces secretario de Estado de Vaticano, el cardenal italiano Tarcisio Bertone, la primera personalidad internacional que llegó a Cuba tras el relevo de Fidel Castro, una semana después de que Raúl asumiera nominalmente el mando de la nación.
Actualmente los jerarcas católicos de Cuba están logrando con buen tino, mediante algo que la dictadura castrista puede presentar como un diálogo interno entre cubanos, lo que no han logrado todas las presione internacionales, incluido el embargo estadounidense y la Política Común de la Unión Europea.
Tras las conversaciones del 19 de mayo pasado con Raúl Castro del cardenal Jaime Ortega y el arzobispo Dionisio García Ibáñez, la dictadura se avino a suavizar la dura situación carcelaria de algunos prisioneros políticos enfermos y dejar en cuasi libertad a dos de ellos: Ariel Sigler Amaya (que tiene una licencia extrapenal por motivos de salud) y Darsi Ferrer (que ha sido puesto en arresto domiciliario).
La gestión de ambos clérigos fue reforzada con la reciente visita a La Habana del Secretario del Vaticano para las Relaciones con los Estados, el cardenal franco-marroquí Dominique Mamberti, y casi inmediatamente después la del cardenal Francis George, presidente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos y arzobispo de Chicago.
La intervención de la Iglesia católica hay que situarla en su exacta medida. No busca cambios políticos o económicos, que los Castro no están dispuestos a hacer, ni intermedia entre la dictadura y la oposición, entre la isla y la Cuba de la diáspora, ni tampoco persigue una transición a la democracia. De momento trata solo de mejorar la situación de los presos políticos y conseguir cuantas más liberaciones mejor, al menos las de los 25 que están enfermos. Lo que consiga la Iglesia católica será resultado de un diálogo interno entre cubanos, de manera que nadie podrá interpretarlo como concesiones al enemigo exterior.
Es poco, pero es un avance significativo en un país como Cuba. Ese diálogo beneficia a todos comenzando por Raúl Castro, que necesita ganar tiempo para su agonizante régimen y crear sensaciones de cambio incluso para contrarrestar la posibilidad de un estallido social deflagrado por la penosa situación económica interna.
Con la atención exterior puesta en la evolución de esas gestiones, el régimen comunista logra que se alivie la enorme presión internacional surgida a raíz de la muerte del prisioneros políticos Orlando Zapata tras una prolongada huelga de hambre y la protesta que aún lleva adelante Guillermo Fariñas, al tiempo que morigera la crispante actividad pública de las Damas de Blanco, el grupo femenino de familiares de los 75 disidentes encarcelados en la primavera negra del 2003.
franciscorfigueroa@hotmail.com
Brasil, potencia global improbable
Francisco R. Figueroa / 20 junio 2010
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En un reciente seminario, en Toledo, Lawrence Korb, que fue Secretario Adjunto de Defensa de Estados Unidos (1981-1985) con Ronald Reagan, me preguntó si Brasil sería una potencia mundial. La conclusión fue que por ahora no.
Brasil reúne muchas condiciones (tamaño de coloso, la quinta población mundial, una economía sólida, ingentes recursos materiales...), pero, entre otras cosas, adolece de una fuerza militar superior y poderío cultural hacia el exterior, su empresariado y su banca tienen una limitada actividad internacional, no encuentra unanimidad entre sus vecinos latinoamericanos en el reconocimiento como líder regional, no forma parte del Consejo de Seguridad de la ONU, algo que, según Korb, nunca conseguirá aunque lo esté persiguiendo con tanto ahínco, y es desconfiable para muchos países serios, entre otras cosas, por el apoyo del Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva a las dictaduras de los ayatolás iraníes y de los hermanos Castro, así como su postura en relación al aberrante proyecto político personal de Hugo Chávez o con respecto a Honduras.
Las políticas que hacen tan desconfiable hoy a Brasil es propia de la era de Lula da Silva, un gobernante del que un colega latinoamericano destacó «su penosa fragilidad intelectual», con «terribles lagunas culturales», su incapacidad para entender asuntos complejos y su inclinación a aceptar el análisis marxista de su juventud que le hizo percibir la realidad como un combate entre buenos y malos. «Sigue siendo un sindicalista atrapado en la lucha de clases», apostilló.
«Pareció que Lula, con su simpatía y por el buen momento que atraviesa su país, convertiría a Brasil en la gran potencia política latinoamericana. Falso. Ha destrozado esa posibilidad al alinearse con los Castro, Chávez y Ahmadineyad. Ya ningún país serio confía en Brasil», agregó el gobernante.
Brasil es el único actor global latinoamericano, pero, como dijo uno de sus más connotados comentaristas políticos, es un «rottweiler sin dientes» dado a las «masturbaciones diplomáticas».
El ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso se muestra cauto cuando se le plantean preguntas sobre la posibilidad de que su país se convierta en una potencia global. Cree que debe ampliar su influencia en el mundo, pero no de manera impositiva, defendiendo los valores de la paz y la democracia, algo que Lula da Silva no hace ni en el caso de Cuba ni en de Irán ni en el de la vecina Venezuela. En el de Irán, Cardoso cree implícitamente que Lula da Silva se metió en camisas de once varas sin tener cartas para participar en ese juego, y que en cuanto a Cuba el gobernante brasileño actúa más con el corazón que con la cabeza.
La estrategia exterior brasileña sale, fundamentalmente, del despacho en la propia sede presidencial de Marco Aurelio García, poderoso asesor personal del mandatario en política exterior a lo Henry Kissinger, alter ego intelectual del antiguo tornero y jefe de la campaña electoral de Dilma Rousseff, la pupila del gobernante y candidata del oficialista Partido de los Trabajadores en su alianza con el derechista Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) a los comicios de octubre próximo. También, pero menos, del Palacio de Itamaraty, sede de la cancillería, que maneja Celso Amorim, un experto en negociaciones comerciales a puerta cerrada. Ambos suplen la ignorancia del presidente.
Con relación a Irán, Lula da Silva convalidó el «pucherazo» en las elecciones celebradas hizo ahora un año y comparó con frivolidad y simpleza las multitudinarias protestas contra la reelección presidencial del «compañero» –así se refiere a él– Mahmud Ahmadineyad con la postura de aficionados al fútbol descontentos por el resultado de un partido.
En Irán hay una brutal violación masiva de derechos humanos, con cárcel, tormento y vejaciones para miles de personas. Según Amnistía Internacional, han ido en aumento las medidas represivas contra la disidencia y son mantenidos en prisión centenares de periodistas, estudiantes, activistas políticos y de derechos humanos, así como líderes religiosos.
Irán apoya el terrorismo (Hamás, Hezbolá…), se le considera un amenaza clara para la política de contención nuclear, hace trampas, alborota el cotarro internacional y da la impresión de ir en pos de la bomba atómica. Brasil apoya a Irán y su programa nuclear, contra los principales países del mundo, entre ellos Estados Unidos, China, Rusia, Francia o Gran Bretaña, que en el Consejo de Seguridad de la ONU impusieron hace unos días sanciones al régimen teocrático de Teherán con lo que invalidaron de hecho los esfuerzos diplomáticos de Brasilia y Ankara para que los iraníes pudieran acceder a uranio enriquecido al 20%. Hay quienes opinan que eso dejaría a Irán más cerca de la bomba atómica por la facilidad relativa que supone pasar del 20% al 90 o 98% de enriquecimiento, que es lo necesario para uso militar.
La estrategia que está siguiendo Irán hace pensar en eso y lejos de crear confianza aumenta la impresión de que pretende fabricar bombas atómicas. En una situación como esa, para Estados Unidos, un país como el Brasil de Lula da Silva que busca una posición de liderazgo mundial debe defender el sistema internacional, pero no a aquellos que como Irán violan sus reglas.
En el caso de Cuba, se impone en Lula da Silva y sus asesores el anticuado romanticismo izquierdista, sin importar que los cubanos soporten la última dictadura latinoamericana y la más duradera. Como ha señalado algunos analistas brasileño, una crítica de Lula da Silva al régimen de los hermanos Castro le haría ver a la izquierda latinoamericano el verdadero rostro dictatorial del sistema castrista. Sin embargo, cuando la cuestión de el conflicto tipo guerra fría, Lula da Silva toma por la izquierda como ocurrió en Honduras.
Los brasileños no se olvidan las carcajadas de su presidente en La Habana junto a Raúl Castro cuando aún estaba tibio el cadáver del opositor Orlando Zapata, muerto tras una prolongada huelga de hambre, o las manifestaciones oficiales de desprecio por la disidencia cubana, como las de Marco Aurelio García, arguyendo que su país no se relaciona con esa gente porque no es una ong, o de los boxeadores cubanos, que desertaron en Río de Janeiro y Fidel Castro condenó en uno de sus escritos, siendo devueltos a La Habana en un avión venezolano. «Lula se equivocó», asegura Cardoso.
En el caso de Honduras, Lula da Silva se comportó se comportó como un virtual gendarme de América Latina y ni siquiera se avino a reconocer la transición democrática que hubo con la elección de Porfirio Lobo como presidente. Luego, en una actitud arrogante, amenazó con boicotear la reciente cumbre Unión Europea-América Latina si asistía el mandatario hondureño, poniendo en una situación sumamente embarazosa a España. En el caso de Venezuela, Lula da Silva se muestra extraordinariamente indulgente con Hugo Chávez, un déspota que impone serias trabas a la convivencia democrática. Así, Lula da Silva no es un pilar de la democracia en América Latina.
Lula da Silva parece cómodo en su política exterior de guerra fría, consciente de que sus acciones serán seguidas por los viejos compañeros del Foro de São Paulo que congregó a partir de 1990 a las izquierdas latinoamericanas, incluidas la dictadura comunistas cubana y organizaciones armadas. Brasil y la propia Cuba, Bolivia, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Paraguay, República Dominicana, Uruguay y Venezuela están gobernados por miembros del Foro de São Paulo, y otros, como Argentina o Guatemala son simpatizantes. Quedan Colombia, Chile, México y Perú. El Foro de São Paulo suscribe plenamente las tesis del castrismo en política interna y frente a Estados Unidos, según diferentes manifiestos. México silencio y aparente indiferencia. Quizás Felipe Calderón, en el caso de Cuba, no quiera pasar a la historia como otro Vicente Fox, lo que, según analistas mexicanos, equivale a convalidar el atropello.
Brasil reúne muchas condiciones (tamaño de coloso, la quinta población mundial, una economía sólida, ingentes recursos materiales...), pero, entre otras cosas, adolece de una fuerza militar superior y poderío cultural hacia el exterior, su empresariado y su banca tienen una limitada actividad internacional, no encuentra unanimidad entre sus vecinos latinoamericanos en el reconocimiento como líder regional, no forma parte del Consejo de Seguridad de la ONU, algo que, según Korb, nunca conseguirá aunque lo esté persiguiendo con tanto ahínco, y es desconfiable para muchos países serios, entre otras cosas, por el apoyo del Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva a las dictaduras de los ayatolás iraníes y de los hermanos Castro, así como su postura en relación al aberrante proyecto político personal de Hugo Chávez o con respecto a Honduras.
Las políticas que hacen tan desconfiable hoy a Brasil es propia de la era de Lula da Silva, un gobernante del que un colega latinoamericano destacó «su penosa fragilidad intelectual», con «terribles lagunas culturales», su incapacidad para entender asuntos complejos y su inclinación a aceptar el análisis marxista de su juventud que le hizo percibir la realidad como un combate entre buenos y malos. «Sigue siendo un sindicalista atrapado en la lucha de clases», apostilló.
«Pareció que Lula, con su simpatía y por el buen momento que atraviesa su país, convertiría a Brasil en la gran potencia política latinoamericana. Falso. Ha destrozado esa posibilidad al alinearse con los Castro, Chávez y Ahmadineyad. Ya ningún país serio confía en Brasil», agregó el gobernante.
Brasil es el único actor global latinoamericano, pero, como dijo uno de sus más connotados comentaristas políticos, es un «rottweiler sin dientes» dado a las «masturbaciones diplomáticas».
El ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso se muestra cauto cuando se le plantean preguntas sobre la posibilidad de que su país se convierta en una potencia global. Cree que debe ampliar su influencia en el mundo, pero no de manera impositiva, defendiendo los valores de la paz y la democracia, algo que Lula da Silva no hace ni en el caso de Cuba ni en de Irán ni en el de la vecina Venezuela. En el de Irán, Cardoso cree implícitamente que Lula da Silva se metió en camisas de once varas sin tener cartas para participar en ese juego, y que en cuanto a Cuba el gobernante brasileño actúa más con el corazón que con la cabeza.
La estrategia exterior brasileña sale, fundamentalmente, del despacho en la propia sede presidencial de Marco Aurelio García, poderoso asesor personal del mandatario en política exterior a lo Henry Kissinger, alter ego intelectual del antiguo tornero y jefe de la campaña electoral de Dilma Rousseff, la pupila del gobernante y candidata del oficialista Partido de los Trabajadores en su alianza con el derechista Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) a los comicios de octubre próximo. También, pero menos, del Palacio de Itamaraty, sede de la cancillería, que maneja Celso Amorim, un experto en negociaciones comerciales a puerta cerrada. Ambos suplen la ignorancia del presidente.
Con relación a Irán, Lula da Silva convalidó el «pucherazo» en las elecciones celebradas hizo ahora un año y comparó con frivolidad y simpleza las multitudinarias protestas contra la reelección presidencial del «compañero» –así se refiere a él– Mahmud Ahmadineyad con la postura de aficionados al fútbol descontentos por el resultado de un partido.
En Irán hay una brutal violación masiva de derechos humanos, con cárcel, tormento y vejaciones para miles de personas. Según Amnistía Internacional, han ido en aumento las medidas represivas contra la disidencia y son mantenidos en prisión centenares de periodistas, estudiantes, activistas políticos y de derechos humanos, así como líderes religiosos.
Irán apoya el terrorismo (Hamás, Hezbolá…), se le considera un amenaza clara para la política de contención nuclear, hace trampas, alborota el cotarro internacional y da la impresión de ir en pos de la bomba atómica. Brasil apoya a Irán y su programa nuclear, contra los principales países del mundo, entre ellos Estados Unidos, China, Rusia, Francia o Gran Bretaña, que en el Consejo de Seguridad de la ONU impusieron hace unos días sanciones al régimen teocrático de Teherán con lo que invalidaron de hecho los esfuerzos diplomáticos de Brasilia y Ankara para que los iraníes pudieran acceder a uranio enriquecido al 20%. Hay quienes opinan que eso dejaría a Irán más cerca de la bomba atómica por la facilidad relativa que supone pasar del 20% al 90 o 98% de enriquecimiento, que es lo necesario para uso militar.
La estrategia que está siguiendo Irán hace pensar en eso y lejos de crear confianza aumenta la impresión de que pretende fabricar bombas atómicas. En una situación como esa, para Estados Unidos, un país como el Brasil de Lula da Silva que busca una posición de liderazgo mundial debe defender el sistema internacional, pero no a aquellos que como Irán violan sus reglas.
En el caso de Cuba, se impone en Lula da Silva y sus asesores el anticuado romanticismo izquierdista, sin importar que los cubanos soporten la última dictadura latinoamericana y la más duradera. Como ha señalado algunos analistas brasileño, una crítica de Lula da Silva al régimen de los hermanos Castro le haría ver a la izquierda latinoamericano el verdadero rostro dictatorial del sistema castrista. Sin embargo, cuando la cuestión de el conflicto tipo guerra fría, Lula da Silva toma por la izquierda como ocurrió en Honduras.
Los brasileños no se olvidan las carcajadas de su presidente en La Habana junto a Raúl Castro cuando aún estaba tibio el cadáver del opositor Orlando Zapata, muerto tras una prolongada huelga de hambre, o las manifestaciones oficiales de desprecio por la disidencia cubana, como las de Marco Aurelio García, arguyendo que su país no se relaciona con esa gente porque no es una ong, o de los boxeadores cubanos, que desertaron en Río de Janeiro y Fidel Castro condenó en uno de sus escritos, siendo devueltos a La Habana en un avión venezolano. «Lula se equivocó», asegura Cardoso.
En el caso de Honduras, Lula da Silva se comportó se comportó como un virtual gendarme de América Latina y ni siquiera se avino a reconocer la transición democrática que hubo con la elección de Porfirio Lobo como presidente. Luego, en una actitud arrogante, amenazó con boicotear la reciente cumbre Unión Europea-América Latina si asistía el mandatario hondureño, poniendo en una situación sumamente embarazosa a España. En el caso de Venezuela, Lula da Silva se muestra extraordinariamente indulgente con Hugo Chávez, un déspota que impone serias trabas a la convivencia democrática. Así, Lula da Silva no es un pilar de la democracia en América Latina.
Lula da Silva parece cómodo en su política exterior de guerra fría, consciente de que sus acciones serán seguidas por los viejos compañeros del Foro de São Paulo que congregó a partir de 1990 a las izquierdas latinoamericanas, incluidas la dictadura comunistas cubana y organizaciones armadas. Brasil y la propia Cuba, Bolivia, Ecuador, El Salvador, Nicaragua, Paraguay, República Dominicana, Uruguay y Venezuela están gobernados por miembros del Foro de São Paulo, y otros, como Argentina o Guatemala son simpatizantes. Quedan Colombia, Chile, México y Perú. El Foro de São Paulo suscribe plenamente las tesis del castrismo en política interna y frente a Estados Unidos, según diferentes manifiestos. México silencio y aparente indiferencia. Quizás Felipe Calderón, en el caso de Cuba, no quiera pasar a la historia como otro Vicente Fox, lo que, según analistas mexicanos, equivale a convalidar el atropello.
Europa firme frente a los Castro
Francisco R. Figueroa / 14 junio 2010
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La Unión Europea, en contra de las pretensiones españolas, ha decidido mantener su posición frente a Cuba, que condiciona el mejoramiento de relaciones al respeto en la isla de los derechos humanos y las libertades civiles, la transición a una democracia pluralista de la dictadura de los hermanos Castro, reformas económicas y la liberación de los presos políticos.
Pese a la insistencia del actual gobierno de Madrid –o de su ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, en su solitario– España tiene claro desde hace 20 años que los hermanos Castro seguirán inmutables en sus trincheras.
«Yo ya estoy demasiado viejo para cambiar», le respondió Fidel Castro al entonces jefe del Gobierno español, Felipe González, en julio de 1991 en Guadalajara (México) cuando le pidió reformas políticas.
Tenía 65 años. Hoy, con casi 84 años y enfermo, Fidel Castro Ruz mucho menos va a dar su brazo a torcer.
El vacilante Raúl Castro, su heredero, dijo claramente hace medio año que antes que ceder al «chantaje» de Estados Unidos y la Unión Europea, Cuba prefiere «desaparecer». Castro II es un hombre que nunca se ha detenido ante nada para defender la Revolución.
Reunidos en Luxemburgo, los 27 países de la Unión Europea se ha negado este lunes a modificar su demanda a Cuba de democracia, que mantienen desde que en 1996 fueron propiciadas por el gobierno conservador español que entonces presidía José Mª Aznar, «el führercito» como le llamaba Fidel Castro para mortificarle.
Cuba prefiere que se mantengan las hostilidades. Transigir significa para la satrapía castrista doblegarse. «No cederemos jamás al chantaje de ningún país o conjunto de naciones, por poderosas que sean, pase lo que pase», ha dicho Raúl Castro. Obviamente, la dictadura cubana se nutre de la confrontación y se crece en ella.
Antes de que comenzara, en enero pasado, el semestre de presidencia española de la Unión Europea, el Gobierno de Madrid escuchó en distintos tonos e idiomas que no se esperaba que los hermanos Castro hicieran el menor gesto para propiciar un cambio en la llamada Posición Común.
Pero Moratinos se mostró sobre ese asunto tan tozudo como inamovibles los hermanos Castro en su resistencia numantina, incluso cuando su jefe, el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, le desautorizó implícitamente en lo que el diario «ABC» llamó su «cruzada personal» a favor de la dictadura cubana, después de que el régimen de La Habana expulsara, aquel mismo mes, al eurodiputado español Luis Yáñez, un socialista de vieja cepa a quien el régimen castrista tiene por enemigo.
Moratinos se ha dado de bruces con la realidad cuando hay quienes apuestan por su próxima destitución como responsable de la política exterior española. Ha demostrado que puede ser bueno en asuntos de Oriente Medio y el Mundo Árabe, pero América Latina definitivamente le supera. La reciente cumbre de gobernantes latinoamericanos y europeos en Madrid expuso sus carencias y la debilidad de la diplomacia española al sucumbir al chantaje brasileño, apoyado, entre otros, por Venezuela y la propia Cuba, a propósito de la asistencia a la cita en la capital española del presiente de Honduras, Porfirio Lobo.
Ya lo dijo Raúl Castro: «Cuba jamás será doblegada. Antes prefiere desaparecer». Mejor que ceder un ápice, el holocausto. Tanto el bloque estadounidense como la posición común europea son condicionantes «inaceptables». Los Castro se han crecido históricamente en la adversidad. Los problemas externos de hoy, como el desacuerdo con la Unión Europea, son para ambos pequeñas escaramuzas comparados con los hechos de resistencia durante la guerra revolucionaria, la invasión de Playa Girón o la crisis de los misiles. Son también carburante para esa revolución desmayada y ese régimen paralizado, al tiempo que vivifica a unos dictadores decrépitos.
La dictadura impertérrita habla de una campaña anticubana «orquestada desde los centros del poder del imperio de Estados Unidos y Europa». Los Castro siguen explotando internamente el asunto como si Estados Unidos aspirara a la dominación sobre Cuba, como si en lugar de miseria encerrara en sus entrañas riquezas incalculables o la isla sirviera para otra cosa que ser un bastión comunista frente al capitalismo yanqui.
Cuba, en efecto, no ha cedido ni un milímetro en lo que los 27 esperaban para acercar posiciones a Unión Europea ni España ha podido vencer la resistencia de países como Alemania, Francia, Suecia y la República Checa.
Para esos y otros gobiernos no es suficiente que los hermanos alivien algo la presión de la garra con la que atenazan el cuello de los cubanos y la reciente liberación de un preso político muy enfermo o el acercamiento a cárceles más próximas a sus residencias de otros doce como primer resultado de la mediación de la Iglesia Católica en Cuba. Estas son concesiones escasas con las que los Castro no deben engañar al mundo democrático.
franciscorfigueroa@hotmail.com
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La Unión Europea, en contra de las pretensiones españolas, ha decidido mantener su posición frente a Cuba, que condiciona el mejoramiento de relaciones al respeto en la isla de los derechos humanos y las libertades civiles, la transición a una democracia pluralista de la dictadura de los hermanos Castro, reformas económicas y la liberación de los presos políticos.
Pese a la insistencia del actual gobierno de Madrid –o de su ministro de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, en su solitario– España tiene claro desde hace 20 años que los hermanos Castro seguirán inmutables en sus trincheras.
«Yo ya estoy demasiado viejo para cambiar», le respondió Fidel Castro al entonces jefe del Gobierno español, Felipe González, en julio de 1991 en Guadalajara (México) cuando le pidió reformas políticas.
Tenía 65 años. Hoy, con casi 84 años y enfermo, Fidel Castro Ruz mucho menos va a dar su brazo a torcer.
El vacilante Raúl Castro, su heredero, dijo claramente hace medio año que antes que ceder al «chantaje» de Estados Unidos y la Unión Europea, Cuba prefiere «desaparecer». Castro II es un hombre que nunca se ha detenido ante nada para defender la Revolución.
Reunidos en Luxemburgo, los 27 países de la Unión Europea se ha negado este lunes a modificar su demanda a Cuba de democracia, que mantienen desde que en 1996 fueron propiciadas por el gobierno conservador español que entonces presidía José Mª Aznar, «el führercito» como le llamaba Fidel Castro para mortificarle.
Cuba prefiere que se mantengan las hostilidades. Transigir significa para la satrapía castrista doblegarse. «No cederemos jamás al chantaje de ningún país o conjunto de naciones, por poderosas que sean, pase lo que pase», ha dicho Raúl Castro. Obviamente, la dictadura cubana se nutre de la confrontación y se crece en ella.
Antes de que comenzara, en enero pasado, el semestre de presidencia española de la Unión Europea, el Gobierno de Madrid escuchó en distintos tonos e idiomas que no se esperaba que los hermanos Castro hicieran el menor gesto para propiciar un cambio en la llamada Posición Común.
Pero Moratinos se mostró sobre ese asunto tan tozudo como inamovibles los hermanos Castro en su resistencia numantina, incluso cuando su jefe, el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, le desautorizó implícitamente en lo que el diario «ABC» llamó su «cruzada personal» a favor de la dictadura cubana, después de que el régimen de La Habana expulsara, aquel mismo mes, al eurodiputado español Luis Yáñez, un socialista de vieja cepa a quien el régimen castrista tiene por enemigo.
Moratinos se ha dado de bruces con la realidad cuando hay quienes apuestan por su próxima destitución como responsable de la política exterior española. Ha demostrado que puede ser bueno en asuntos de Oriente Medio y el Mundo Árabe, pero América Latina definitivamente le supera. La reciente cumbre de gobernantes latinoamericanos y europeos en Madrid expuso sus carencias y la debilidad de la diplomacia española al sucumbir al chantaje brasileño, apoyado, entre otros, por Venezuela y la propia Cuba, a propósito de la asistencia a la cita en la capital española del presiente de Honduras, Porfirio Lobo.
Ya lo dijo Raúl Castro: «Cuba jamás será doblegada. Antes prefiere desaparecer». Mejor que ceder un ápice, el holocausto. Tanto el bloque estadounidense como la posición común europea son condicionantes «inaceptables». Los Castro se han crecido históricamente en la adversidad. Los problemas externos de hoy, como el desacuerdo con la Unión Europea, son para ambos pequeñas escaramuzas comparados con los hechos de resistencia durante la guerra revolucionaria, la invasión de Playa Girón o la crisis de los misiles. Son también carburante para esa revolución desmayada y ese régimen paralizado, al tiempo que vivifica a unos dictadores decrépitos.
La dictadura impertérrita habla de una campaña anticubana «orquestada desde los centros del poder del imperio de Estados Unidos y Europa». Los Castro siguen explotando internamente el asunto como si Estados Unidos aspirara a la dominación sobre Cuba, como si en lugar de miseria encerrara en sus entrañas riquezas incalculables o la isla sirviera para otra cosa que ser un bastión comunista frente al capitalismo yanqui.
Cuba, en efecto, no ha cedido ni un milímetro en lo que los 27 esperaban para acercar posiciones a Unión Europea ni España ha podido vencer la resistencia de países como Alemania, Francia, Suecia y la República Checa.
Para esos y otros gobiernos no es suficiente que los hermanos alivien algo la presión de la garra con la que atenazan el cuello de los cubanos y la reciente liberación de un preso político muy enfermo o el acercamiento a cárceles más próximas a sus residencias de otros doce como primer resultado de la mediación de la Iglesia Católica en Cuba. Estas son concesiones escasas con las que los Castro no deben engañar al mundo democrático.
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Lula forja su sucesión
Francisco R. Figueroa / 10 junio 2010
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A la chilena Michelle Bachelet le resultó imposible, pero el colombiano Álvaro Uribe lo tiene fácil, al alcance de la mano. Los de los Kirchner fue un movimiento en el lecho conyugal. ¿Podrá el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva forjar su sucesión?
La historia electoral reciente muestra en América Latina que la transferencia del favor popular no es aritmética directa, que un jefe de Estado aureolado, endiosado por la muchedumbre, deje en el sillón presidencia a quien le venga en gana, como trata de hacer Lula con la antigua guerrillera Dilma Rousseff, que ha sido su brazo derecho durante los últimos cinco años como virtual primer ministro.
El argentino Néstor Kirchner pudo, en 2007, determinar cómodamente su sucesión en la presidencia a favor de su propia esposa a base de chanchullos, marrullerías y el uso grosero y vergonzoso del aparato público como cosa propia (o cosa nostra).
Lula va por el mismo camino con parecidos métodos y coaligado al PMDB, el partido donde se prácticamente de forma más depurado y descarada eso que en Brasil llaman con desprecio «fisiologismo» para definir el comportamiento de los políticos en busca de beneficios y ventajas personales olvidándose de eso que se llama el bien común. Es decir, corrupción y sindicato del crimen político.
Del PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño) han surgido algunos de más voraces depredadores de la vida política nacional, algunos hasta con retratos en las galerías de la historia patria. Ahora este partido derechista, principal sostén de Lula, aporta como candidato a vicepresidente.
En receta electoral oficialista entra Rousseff, por el hoy desclasado, descafeinado y servicial Partido de los Trabajadores (PT), y, como aspirante a vicepresidente por el PMDB, Michel Temer, un político septuagenario que ha estado envueltos en escándalos de corrupción y que cobra del Estado con toda naturalidad por partida doble: como parlamentario y como funcionario público jubilado. El PMDB es la primera fuerza política brasileña en ambas cámaras del parlamento brasileño, en las regiones y en los municipios, por delante del PT. De modo que Lula aporta su enorme carisma y el PMDB sus apriscos electorales.
Kirchner hizo sucesora en la presidencia a su esposa a la espera de una segunda oportunidad para él. Lula –quien, al parecer, acaricia la idea volver a ser presidente convencido de que es el mejor gobernante en la historia nacional– trata de hacerlo con una compañera con la que mantiene un matrimonio político de conveniencia desde que sus validos quedaron achicharrados por la corrupción, primero José Dirceu y poco más tarde Antônio Palocci. Desde noviembre de 2008 Lula la lleva públicamente cogida del brazo como su criatura política.
Como es el caso de Lula, Michelle Bachelet y Álvaro Uribe llegaron a la última fase de sus respectivos gobiernos con índices de aprobación popular sorprendentemente altos, de tres de cada cuatro ciudadanos en los casos de la chilena y el brasileño y de dos de cada tres en el del colombiano.
A la socialista Bachelet le resultó imposible transferir ese caudal de fervor y favor popular al democristiano Eduardo Frei, el candidato que su coalición, la Concertación de Partidos por la Democracia, había escogido para sucederle en la presidencia. Como pronosticaron las encuestas, en enero pasado ganó el financista Sebastián Piñera con cierta comodidad para convertirse en el primer presidente de derechas elegido democráticamente en Chile en casi medio siglo.
En cambio al conservador Uribe, aunque los sondeos apuntaban un empate en las urnas, le acabó siendo fácil la victoria de su candidato, Juan Manuel Santos, que, salvo una catástrofe, tiene garantizado el sillón presidencial con un triunfo arrollador en la segunda vuelta electoral prevista para el 20 de junio próximo. En la primera ganó por cerca del 47% de los votos contra el 21% de su principal rival, Antanas Mockus.
La campaña para las presidenciales brasileñas de octubre va ritmo acelerado, aunque oficialmente no haya comenzado, con los dos principales candidatos –Dilma Rousseff (continuismo lulista) y José Serra (socialdemocracia)– codo a codo en las encuestas de intención de voto, en un 37% clavado, de los dos institutos de estudio de opinión más reputados del país, que son Datafolha e Ibope, ambos con fama de certeros en sus estudios de opinión. Para una eventual segunda vuelta entre Rousseff y Serra los mismos sondeos clavan arrojan también empate, en el 42%.
Del brazo de Lula, con triquiñuelas propagandísticas que han bordeado la ilegalidad y todo el enorme peso del Estado brasileño sobre la mesa, ha crecido considerablemente la intención de voto de Rousseff, pero a tres meses de los comicios parece haberse estancado. De manera que una vez superado el paréntesis que impone el Mundial de Fútbol de Sudáfrica, Lula saque a relucir nuevas piezas de artillería pesada en su firme determinación a llevar personalmente a Rousseff al Palacio del Planalto, sede de la presidencia brasileña.
La enorme popularidad de Lula, su carisma a raudales, montañas de dinero público a su alcance, una maquinaria propagandística ágil y engrasadísima y una obra de gobierno envidiable, con un país lanzado a un vertiginoso ritmo de crecimiento cercano al de China, el sensible mejoramiento de los niveles de bienestar y el deseo de la mayoría de los brasileños de que se mantengan las actuales políticas lo raro sería que perdiera Dilma Rousseff, es decir, que el exitoso actual presidente brasileño culminara sus ocho años de gestión con un estrepitoso fracaso político personal.
Aunque el panorama parezca sobre el papel negro para Serra, no se debe olvidar que es con diferencia el candidato mejor preparado y el más experimentado e ilustre de todos, con notable diferencia sobre Rousseff.
Ha sido diputado, senador, ministro de un gobierno regional y ministro en el gobierno federal con magníficos resultados en el campo de la sanidad, como el combate al sida que la ONU consideró modélico en el mundo, alcalde de la una de las mayores urbes del hemisferio sur y gobernador de un estado de dimensiones comparables a Argentina.
Nada hay en su trayectoria pública ni en el comportamiento privado de este hijo de emigrantes italianos que empañe su carrera o su persona. También tiene su vitola de perseguido político de la dictadura pues tuvo que exiliarse a Chile y también tiene tras de sí a un presidente brasileño de enorme éxito como Fernando Henrique Cardoso, al antecesor de Lula.
Sin ser candidato, Lula se mide con Serra otra vez en unas presidenciales. Fue en las elecciones de octubre de 2002, que el antiguo sindicalista y tornero ganó cómodamente.
franciscorfigueroa@hotmail.com
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A la chilena Michelle Bachelet le resultó imposible, pero el colombiano Álvaro Uribe lo tiene fácil, al alcance de la mano. Los de los Kirchner fue un movimiento en el lecho conyugal. ¿Podrá el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva forjar su sucesión?
La historia electoral reciente muestra en América Latina que la transferencia del favor popular no es aritmética directa, que un jefe de Estado aureolado, endiosado por la muchedumbre, deje en el sillón presidencia a quien le venga en gana, como trata de hacer Lula con la antigua guerrillera Dilma Rousseff, que ha sido su brazo derecho durante los últimos cinco años como virtual primer ministro.
El argentino Néstor Kirchner pudo, en 2007, determinar cómodamente su sucesión en la presidencia a favor de su propia esposa a base de chanchullos, marrullerías y el uso grosero y vergonzoso del aparato público como cosa propia (o cosa nostra).
Lula va por el mismo camino con parecidos métodos y coaligado al PMDB, el partido donde se prácticamente de forma más depurado y descarada eso que en Brasil llaman con desprecio «fisiologismo» para definir el comportamiento de los políticos en busca de beneficios y ventajas personales olvidándose de eso que se llama el bien común. Es decir, corrupción y sindicato del crimen político.
Del PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño) han surgido algunos de más voraces depredadores de la vida política nacional, algunos hasta con retratos en las galerías de la historia patria. Ahora este partido derechista, principal sostén de Lula, aporta como candidato a vicepresidente.
En receta electoral oficialista entra Rousseff, por el hoy desclasado, descafeinado y servicial Partido de los Trabajadores (PT), y, como aspirante a vicepresidente por el PMDB, Michel Temer, un político septuagenario que ha estado envueltos en escándalos de corrupción y que cobra del Estado con toda naturalidad por partida doble: como parlamentario y como funcionario público jubilado. El PMDB es la primera fuerza política brasileña en ambas cámaras del parlamento brasileño, en las regiones y en los municipios, por delante del PT. De modo que Lula aporta su enorme carisma y el PMDB sus apriscos electorales.
Kirchner hizo sucesora en la presidencia a su esposa a la espera de una segunda oportunidad para él. Lula –quien, al parecer, acaricia la idea volver a ser presidente convencido de que es el mejor gobernante en la historia nacional– trata de hacerlo con una compañera con la que mantiene un matrimonio político de conveniencia desde que sus validos quedaron achicharrados por la corrupción, primero José Dirceu y poco más tarde Antônio Palocci. Desde noviembre de 2008 Lula la lleva públicamente cogida del brazo como su criatura política.
Como es el caso de Lula, Michelle Bachelet y Álvaro Uribe llegaron a la última fase de sus respectivos gobiernos con índices de aprobación popular sorprendentemente altos, de tres de cada cuatro ciudadanos en los casos de la chilena y el brasileño y de dos de cada tres en el del colombiano.
A la socialista Bachelet le resultó imposible transferir ese caudal de fervor y favor popular al democristiano Eduardo Frei, el candidato que su coalición, la Concertación de Partidos por la Democracia, había escogido para sucederle en la presidencia. Como pronosticaron las encuestas, en enero pasado ganó el financista Sebastián Piñera con cierta comodidad para convertirse en el primer presidente de derechas elegido democráticamente en Chile en casi medio siglo.
En cambio al conservador Uribe, aunque los sondeos apuntaban un empate en las urnas, le acabó siendo fácil la victoria de su candidato, Juan Manuel Santos, que, salvo una catástrofe, tiene garantizado el sillón presidencial con un triunfo arrollador en la segunda vuelta electoral prevista para el 20 de junio próximo. En la primera ganó por cerca del 47% de los votos contra el 21% de su principal rival, Antanas Mockus.
La campaña para las presidenciales brasileñas de octubre va ritmo acelerado, aunque oficialmente no haya comenzado, con los dos principales candidatos –Dilma Rousseff (continuismo lulista) y José Serra (socialdemocracia)– codo a codo en las encuestas de intención de voto, en un 37% clavado, de los dos institutos de estudio de opinión más reputados del país, que son Datafolha e Ibope, ambos con fama de certeros en sus estudios de opinión. Para una eventual segunda vuelta entre Rousseff y Serra los mismos sondeos clavan arrojan también empate, en el 42%.
Del brazo de Lula, con triquiñuelas propagandísticas que han bordeado la ilegalidad y todo el enorme peso del Estado brasileño sobre la mesa, ha crecido considerablemente la intención de voto de Rousseff, pero a tres meses de los comicios parece haberse estancado. De manera que una vez superado el paréntesis que impone el Mundial de Fútbol de Sudáfrica, Lula saque a relucir nuevas piezas de artillería pesada en su firme determinación a llevar personalmente a Rousseff al Palacio del Planalto, sede de la presidencia brasileña.
La enorme popularidad de Lula, su carisma a raudales, montañas de dinero público a su alcance, una maquinaria propagandística ágil y engrasadísima y una obra de gobierno envidiable, con un país lanzado a un vertiginoso ritmo de crecimiento cercano al de China, el sensible mejoramiento de los niveles de bienestar y el deseo de la mayoría de los brasileños de que se mantengan las actuales políticas lo raro sería que perdiera Dilma Rousseff, es decir, que el exitoso actual presidente brasileño culminara sus ocho años de gestión con un estrepitoso fracaso político personal.
Aunque el panorama parezca sobre el papel negro para Serra, no se debe olvidar que es con diferencia el candidato mejor preparado y el más experimentado e ilustre de todos, con notable diferencia sobre Rousseff.
Ha sido diputado, senador, ministro de un gobierno regional y ministro en el gobierno federal con magníficos resultados en el campo de la sanidad, como el combate al sida que la ONU consideró modélico en el mundo, alcalde de la una de las mayores urbes del hemisferio sur y gobernador de un estado de dimensiones comparables a Argentina.
Nada hay en su trayectoria pública ni en el comportamiento privado de este hijo de emigrantes italianos que empañe su carrera o su persona. También tiene su vitola de perseguido político de la dictadura pues tuvo que exiliarse a Chile y también tiene tras de sí a un presidente brasileño de enorme éxito como Fernando Henrique Cardoso, al antecesor de Lula.
Sin ser candidato, Lula se mide con Serra otra vez en unas presidenciales. Fue en las elecciones de octubre de 2002, que el antiguo sindicalista y tornero ganó cómodamente.
franciscorfigueroa@hotmail.com
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