En casos así habría que ahorrar al país tiempo, dinero y riesgos. Aunque esa segunda vuelta siempre va a servir para que Santos (58 años) pase a la historia por una victoria arrolladora por amplia mayoría absoluta, solo con que otro candidato uribista, Germán Vargas, cumpla su palabra y le preste su 10%.
Con casi el 46,7% de los votos, contra un 21,5% de su principal rival en el escrutinio final, ha quedado desvirtuada la previsión de los científicos sociales del «empate técnico» y de «elecciones reñidas» entre Santos y Mockus y ha convertido en improbable la posibilidad de que el filósofo, matemático, ex rector, ex alcalde bogotano, líder del Partido Verde y con fama de excéntrico y heterodoxo alcance la Casa de Nariño, el palacio de gobierno en Bogotá.
De modo que en buena lógica este candidato antisistema debiera renunciar con naturalidad a la disputa de esa segunda vuelta a favor del delfín de Álvaro Uribe. Colombia seguramente se lo agradecería.
Los encuestadores y politólogos colombianos sufrieron el síndrome urbanita e internáutico al apuntar ese empate que las urnas han dejado a una distancia en la votación que se mide en años luz en el universo político: casi siete millones de votos de Santos contra poco más de tres millones de Mockus.
El voto rural mayormente conservador y de cabestro, guiado por los caciques, el clientelismo y la prebenda pesaron más que redes sociales y la juventud -que no fue a votar comos se esperaba- en la estruendosa derrota de Mockus, que perdió también en Bogotá.
Los «paracos», «narcos», sobornadores, sobornados y demás especies de la frondosa fauna colombiana junto a estrategias electorales tradicionales parecen haber pesado más esta vez que el buen rollo y las emociones transmitidas por Twitter o Facebook por los casi tres cuarto de millón de seguidores que llegó a tener Mockus y su factor multiplicador.
También se olvidaron las encuestadoras del peso del uribismo: Álvaro Uribe mantiene, al cabo de ocho años como presidente, una popularidad rayana con el 75%, por encima del 67% que han sumado los dos candidatos afines a él (Santos y Vargas), el conservador (Naomí Sanín) y el liberal (Rafael Pardo).
El fatiga con de Uribe de la que hablaban los analistas finalmente solo fue un ahogo momentáneo, a juzgar por lo que dicen las urnas y se ha impuesto el pragmatismo frente a un posible salto al vacío.
Que las políticas de Uribe tengan continuidad, como la mayoría de colombianos quiere, está mejor garantizado con Santos, que fue su ministro de Defensa, que ciertamente con Mockus, un hombre percibido como errático y blando en un país que valora demostradamente la mano dura.
Santos personifica la exitosa política de seguridad democrática llevada a cabo por el presidente Uribe. Además, como economista con estudios en las universidades de Kansas y Harvard y en el London School of Economic, y antiguo ministro de Comercio, en una ocasión, y Hacienda, de otra, en ambas con buenos resultados comprobados, es más confiable en unos momentos donde la situación económica del país supera al terrorismo en las preocupaciones de los colombianos.
Por otro lado, todos los candidatos han derrotado a las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), que intensificó sus actos terroristas, y al fantasma de que se hicieran trampas.También ha quedado estrepitosamente derrotado el caudillo venezolano, Hugo Chávez, que se la ha pasado interfiriendo en la campaña electoral hasta el mismo día de las votaciones, a ver si Mockus ganaba.
No es que Mockus sea santo de la devoción de Chávez, que solo tiene en sus oraciones a Fidel Castro y Simón Bolívar, a quien, por cierto, los caudillos bogotanos traicionaron.
Chávez pretendía fundamental la derrota de Uribe, su archirival, y que se debilitara a la vecina Colombia, único «enemigo» histórico de Venezuela, origen de su nacionalismo y razón de sus fuerzas militares.
Según algunos analistas contrarios al caudillo de Caracas, Chávez veía a Mockus como un potencial pelele entre sus manos y a merced de las FARC al tiempo que la derrota de Santos debilitaría sustancialmente el eje conservador latinoamericano que va desde México a Santiago de Chile, robustecido precisamente con la llegada al poder en Chile de Sebastián Piñera.
Ahora hay que esperar para ver si con Santos de presidente Chávez cumple sus bravuconadas. Probablemente con sus políticas descabelladas conseguirá reducir aún más el comercio bilateral –que ha caído un 70% en el último año, de 6.000 millones a 2.400 millones de dólares– con el consiguiente empobrecimiento a ambos lados de la frontera.
La izquierda colombiana cree que la hostilidad de Chávez hacia Santos le ha perjudicado y beneficiado a la derecha en la lógica reacción nacionalista que provoca el caudillo venezolano con su belicoso discurso, que presenta como anti-Uribe pero que es percibido por la mayoría como anti-Colombia.
Francisco R. Figueroa