Aunque a Rafael Vicente Correa Delgado, el presidente de Ecuador, diga que no le importa con qué gobernante izquierdista latinoamericano le comparen, parece que va tras los pasos de Hugo Rafael Chávez Frías, el presidente de Venezuela.
Este presidente izquierdista que lleva solamente un mes en el cargo cultiva la ambigüedad. Pero a medida que va hablando y ya que ha conseguido la tan ansiada Asamblea Constituyente, las cosas se van poniendo más claras.
En su último programa radial sabatino, en cadena nacional, Correa explicó que la clase de gobierno que quiere para Ecuador es «el socialismo del siglo XXI». Agregó que no le importe si le homologan con Chávez, la chilena Michelle Bachelet o el argentino Néstor Kirchner. Pero de todos ellos el único que predica ese socialismo «del siglo XXI» es Hugo Chávez y el presidente venezolano también es el único entre los demás citados a quien se suele aproximar en el discurso y en los hechos, por ejemplo en esa idea fija iniciática de la Constituyente.
Sus adversarios, como el destituido presidente Lucio Gutiérrez, aseguran que el objetivo de Correa es instalar en Ecuador un «gobierno totalitario» y que si logra el control de la Asamblea Constituyente la usará para acabar con el Congreso y para colocar gente afín en la Corte Suprema. Pero el antiguo coronel Gutiérrez, un político con una bien ganada fama de oportunista, y su Sociedad Patriótica han votado por la Constituyente y se conjetura que anda envuelto en tratos secretos con Correa.
La Asamblea Constituyente es la piedra angular del proyecto político de refundación nacional de Correa. La propuso en la carrera presidencia y se empeñó por ella a fondo durante sus primeras semanas de gobierno, hasta con exabruptos, amenazas y partidarios suyos alzados en la calle. Finalmente, el Congreso nacional se avino a aprobarla en la víspera del Día de los Enamorados. Probablemente, sin salvarlo los congresistas ecuatorianos le hayan puesto fecha y hora a su haraquiri.
El primero de marzo próximo los ecuatorianos votarán si quieren la Constituyente. Se da por descontado que responderán que sí. El 15 de abril elegirán a los miembros de la Asamblea. Después puede ocurrir cualquier cosa.
Si pierde, Correa promete que se irá a casa. Afirma que renunciará a la presidencia porque significará que los ecuatorianos quieren la vuelta «del montón de traidores e impostores» que, según él, se han sucedido en el sillón presidencial del palacio de Carondelet, en Quito. Son, explicó, las «mafias políticas que han saqueado el país» de los Gutiérrez, los Álvaro Noboa, su rival derrotado en las últimas elecciones, y los León Febres, uno de los más notorio políticos ecuatorianos y antiguo jefe del Estado. Si se tratara de un juego de naipes se podría decir que Correa ha echado un farol, un órdago, o que «blufea». No quiere quedarse en la presidencia para oficiar de juguete de sus rivales. «Para ser un alcahuete en manos de las mafias del poder, prefiero irme a mi casa», dice él.
Si gana, Correa interpretará que su proyecto político quedará refrendado y él ratificado en el cargo. Pero también puede caer en la tentación de usar la Asamblea para cerrar el Congreso y disolver a la Corte Suprema. En este sentido ha dicho que «el poder Constituyente es un poder superior» y que «los poderes de la Asamblea serían plenos» hasta para «mandar a la casa al presidente, al Congreso Nacional y a la Corte Suprema».
«La clase de gobierno que queremos es un socialismo del siglo XXI, que está triunfando en toda América Latina y en el mundo», dijo también este presidente que afirma no tener miedo ante los «agoreros del desastre que hablan de que se quiere imponer un régimen totalitario» en Ecuador y que se proclama «un simple instrumento de poder ciudadano».
Este presidente izquierdista que lleva solamente un mes en el cargo cultiva la ambigüedad. Pero a medida que va hablando y ya que ha conseguido la tan ansiada Asamblea Constituyente, las cosas se van poniendo más claras.
En su último programa radial sabatino, en cadena nacional, Correa explicó que la clase de gobierno que quiere para Ecuador es «el socialismo del siglo XXI». Agregó que no le importe si le homologan con Chávez, la chilena Michelle Bachelet o el argentino Néstor Kirchner. Pero de todos ellos el único que predica ese socialismo «del siglo XXI» es Hugo Chávez y el presidente venezolano también es el único entre los demás citados a quien se suele aproximar en el discurso y en los hechos, por ejemplo en esa idea fija iniciática de la Constituyente.
Sus adversarios, como el destituido presidente Lucio Gutiérrez, aseguran que el objetivo de Correa es instalar en Ecuador un «gobierno totalitario» y que si logra el control de la Asamblea Constituyente la usará para acabar con el Congreso y para colocar gente afín en la Corte Suprema. Pero el antiguo coronel Gutiérrez, un político con una bien ganada fama de oportunista, y su Sociedad Patriótica han votado por la Constituyente y se conjetura que anda envuelto en tratos secretos con Correa.
La Asamblea Constituyente es la piedra angular del proyecto político de refundación nacional de Correa. La propuso en la carrera presidencia y se empeñó por ella a fondo durante sus primeras semanas de gobierno, hasta con exabruptos, amenazas y partidarios suyos alzados en la calle. Finalmente, el Congreso nacional se avino a aprobarla en la víspera del Día de los Enamorados. Probablemente, sin salvarlo los congresistas ecuatorianos le hayan puesto fecha y hora a su haraquiri.
El primero de marzo próximo los ecuatorianos votarán si quieren la Constituyente. Se da por descontado que responderán que sí. El 15 de abril elegirán a los miembros de la Asamblea. Después puede ocurrir cualquier cosa.
Si pierde, Correa promete que se irá a casa. Afirma que renunciará a la presidencia porque significará que los ecuatorianos quieren la vuelta «del montón de traidores e impostores» que, según él, se han sucedido en el sillón presidencial del palacio de Carondelet, en Quito. Son, explicó, las «mafias políticas que han saqueado el país» de los Gutiérrez, los Álvaro Noboa, su rival derrotado en las últimas elecciones, y los León Febres, uno de los más notorio políticos ecuatorianos y antiguo jefe del Estado. Si se tratara de un juego de naipes se podría decir que Correa ha echado un farol, un órdago, o que «blufea». No quiere quedarse en la presidencia para oficiar de juguete de sus rivales. «Para ser un alcahuete en manos de las mafias del poder, prefiero irme a mi casa», dice él.
Si gana, Correa interpretará que su proyecto político quedará refrendado y él ratificado en el cargo. Pero también puede caer en la tentación de usar la Asamblea para cerrar el Congreso y disolver a la Corte Suprema. En este sentido ha dicho que «el poder Constituyente es un poder superior» y que «los poderes de la Asamblea serían plenos» hasta para «mandar a la casa al presidente, al Congreso Nacional y a la Corte Suprema».
«La clase de gobierno que queremos es un socialismo del siglo XXI, que está triunfando en toda América Latina y en el mundo», dijo también este presidente que afirma no tener miedo ante los «agoreros del desastre que hablan de que se quiere imponer un régimen totalitario» en Ecuador y que se proclama «un simple instrumento de poder ciudadano».
Francisco R. Figueroa