Resulta evidente que Cristina Fernández debe a su marido, Néstor Kirchner, la victoria en las elecciones presidenciales argentinas del domingo. Aunque la señora Kirchner haya tenido una carrera política propia, como parlamentaria, es razonable pensar que si el señor Kirchner no hubiera sido presidente de la República, ella difícilmente podría haber alcanzado esa primera magistratura de la Nación. Definitivamente ha ganado por la proyección lograda al lado del presidente Kirchner y también por el uso electoral del poder presidencial omnímodo y el abuso tanto del dinero público como del aparato del Estado. Esta sucesión dinástica introduce un precedente maligno —o por lo menos preocupante— en América Latina cuando en distintos países hay proyectos continuistas que acaban con el sano principio democrático de la alternancia en el poder.
La victoria de la señora Kirchner es la misma que habría logrado el señor Kirchner si hubiera aspirado a la reelección. Las urnas han mostrado un apoyo a la gestión del presidente saliente, sobre todo en lo económico, con el crecimiento en primer lugar. Las señora Kirchner hereda los logros del señor Kirchner, pero también los enormes pasivos sociales, con la pobreza y la indigencia que agobian a milones de personas, sin olvidar la inseguridad ciudadana y la disparada de los precios, de modo que al ser lo suyo en la práctica puro continuismo la velocidad de su desgaste seguramente será más vertiginosa y la paciencia de lo argentinos mínima.
No hay que perder de vista que más de la mita de los electores argentinos votó por otras opciones en estos comicios presidenciales que la señora Kirchner ganó con cerca del 45% de los votos. Ha tenido algo más del doble de sufragios que su principal rival, Elisa Carrió (23%). Esa ha sido la mayor ventaja entre dos candidatos desde la reinstauración de la democracia en Argentina, hace casi 25 años, como puso de manifiesto la señora Kirchner en su discurso triunfal. Siendo así, la señora y el señor Kirchner deben tener presente que la mayoría de los argentinos no están con ellos y su proyecto político «K».
Como ha insinuado la propaganda de sus oponentes al caracterizar al señor y la señora Kirchner de Reyes Católicos, queda por saber si se les podrá aplicar el lema de aquellos poderosos monarcas españoles que crearon la moderno Estado: «tanto monta monta tanto Isabel como Fernando», es decir, si habrá —o seguirá habiendo— en Argentina una presidencia bicéfala o, por el contrario, el señor Kirchner dará un improbable pasó atrás. Durante la presidencia del señor Kirchner, la señora Kirchner ostentó un poder enorme, con despacho propio en la Casa Rosada aunque no tuvo un cargo ejecutivo. Públicamente era vista como la número dos en la cadena nacional de mando. Un primer ministro en la sombra, en pocas palabras. Como tantas veces se ha dicho, durante la etapa presidencial del señor Kirchner el gobierno ha sido también un bien ganancial del matrimonio. Parece probable que siga lo mismo durante la gestión presidencial de ella.
Luego de que le traspase el bastón de mando y la banda albiceleste a la señora Kirchner, el próximo diez de diciembre, el señor Kirchner se va a dedicar a construir un nuevo partido para sostener el proyecto político «K» del matrimonio: el kirchnerismo, con lo que parece evidente que si la salud le acompaña trate de suceder a su señora dentro de cinco años. Argentina ha sido el primer país del mundo donde un marido traspasa el poder a la esposa por la senda democrática y bien puede convertirse en el primero donde dicho marido lo reciba de vuelta de su mujer por la misma vía. «La política sin la familia no vale», dijo la señora Kirchner en su discurso triunfal. Ella bien que lo sabe.
Francisco R. Figueroa
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franciscorfigueroa@hotmail.com
Castro y Bush enzarzados de nuevo
El presidente de Estados Unidos, George Bush, le acaba de dar al convaleciente líder cubano, Fidel Castro, en donde más le duele: además de haber descrito el estrepitoso fracaso de la revolución, llamó al alzamiento de los militares e hizo una convocatoria internacional a apoyar con un fondo multimillonario una transición a la democracia en la isla. El efecto del golpe ha sido tan fulminante que La Habana respondió con el doble de metralla verbal.
En un duro discurso de 3.372 palabras que pronunció en el Departamento de Estado, este miércoles, Bush aseguró que se avecina el día de la libertad en la cautiva Cuba, que la revolución, al cabo de casi medio siglo, es una tragedia en lo político y una miseria en lo económico. Agoniza en estertores el régimen fracasado de Castro, manifestó. Cuba es una versión comunista del apartheid, con cientos de presos políticos, un gulag tropical con horrores desconocidos que cuando sean desvelados conmocionarán a la humanidad y serán la vergüenza tanto de los defensores del castrismo como de quienes han guardado silencio, dijo también.
El embargo, afirmó Bush, es el pretexto que usa La Habana para ocultar su fracaso. La fuente del sufrimiento en Cuba no es el embargo sino el sistema comunista. Estados Unidos mantendrá el embargo convencido de que el comercio no ayuda al pueblo cubano sino que enriquece a las élites comunistas y afianza el control absoluto del régimen castrista sobre los recursos materiales.
Bush hizo un llamamiento internacional para el apoyo a la transición a la democracia en Cuba, un cambio de régimen que comparó al que fue posible en los antiguos satélites soviéticos del este de Europa, Chile o España. Condenó el cambio de un dictador (Fidel) por otro (su hermano Raúl) en una nueva tiranía intolerable y aseguró que Estados Unidos no dará oxigeno a un régimen criminal cuya victima es su propio pueblo, que no respaldará el viejo sistema con nuevas caras. A renglón seguido propuso un fondo internacional multimillonario para financiar la reconstrucción del país en transición a una nueva Cuba libre y democrática en lo político y lo económicos.
Para el gobierno cubano, de todo el discurso de Bush posiblemente la parte más sensible fue el llamamiento que hizo el presidente de Estados Unidos a los militares, la policía y los funcionarios cubanos a apoyar la exigencia de libertad del pueblo, el cambio político que se desea, y no usar la fuerza contra su propia gente en defensa de un régimen moribundo. En la nueva Cuba, les dijo, hay lugar para ustedes.
La Habana se tomó el discurso de Bush como una posible declaración de guerra y contraatacó sin demora por medio del Canciller Felipe Pérez Roque, hoy por hoy el cancerbero más celoso del castrismo. En el plazo de dos horas, ante 61 corresponsales de 45 medios de 17 países y un puñado de funcionarios, Pérez Roque soltó contra Washington una andanada en forma de discurso de 6.210 palabras, el doble de las pronunciadas por Bush.
Se trata —argumentó Pérez Roque— de una escalada sin precedente en la política contra Cuba, de más bloqueo, más subversión, más intento de aislamiento, y nuevos y renovados esfuerzos para intentar rendir por hambre y enfermedades al pueblo cubano, de un plan a favor de un cambio de régimen, incluso del uso de la fuerza para derrocar al régimen e imponer su designios en Cuba, una incitación al alzamiento interno y a la traición de los militares. Bush delirar cuando incita a rebelión de los militares, afirma el ministro cubano.
Pérez Roque calificó a Bush de irresponsable, de odiar a Cuba, de hablar de manera amenazante y altanera, de ser un hipócrita, mentiros e impúdico y de confirmar con sus palabras los peores temores, de carecer de autoridad y apoyo en su país, de estar solo en el mundo en la agresión contra Cuba. Volvió a echar mano de la posibilidad de una invasión militar estadounidense a Cuba. Dijo que Bush no amedrenta a Cuba ni a su gobierno o al pueblo, echó mano de la más depurada retórica castrista, invocó el derecho a la autodeterminación de los pueblos, reprochó a Estados Unidos la guerra de Irak, las cárceles secretas y los prisioneros sin juicio, le acusó de amparar a terroristas cubanos. Pérez Roque se explayó a gusto recordando los logros de la revolución, el papel desarrollado por Cuba a favor de la libertad de distintos países del mundo, la fortaleza y unidad de sus fuerzas armadas, la coherencia de su régimen político. En fin, garantizó que la revolución no podrá ser derrotada ni chantajeada por Estados Unidos y que Cuba está lista a enfrentar al presidente del imperio.
La cuestión es por qué ahora, al cabo de ocho de gestión, casi en el término de su administración, durante la que tuvo prácticamente olvidada a América Latina, enfrascado en esa guerra tan cruenta como insensata e ilegal en Irak; Bush coloca a Cuba en el candelero de su política exterior. La explicación más simple la ha dado el Partido Demócrata, que ha respirado por la herida producida por el golpe dialéctico de Bush. Se trata de granjear el apoyo paras los republicanos de la cada vez mayor comunidad cubana así como de los inmigrantes de otras naciones latinoamericanas. El senador Barack Obama, uno de los aspirantes demócratas a llegar a la Casa Blanca, adujo que Bush hizo amenazas inútiles contra Cuba e reiteró que lo que se debe hacer para conseguir el cambio democrático es romper el bloqueo económico sobre la isla. El Gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, también aspirante a la nominación demócrata, respondió diciendo que el embargo contra la isla ha fracasado. De llegar a la presidencia, Richardson aseguró que dejaría sin efecto el embargo, permitiría viajar libremente a Cuba, estimularía el comercio y abriría un diálogo con el gobierno cubano a fin de lograr una transición.
Francisco R. Figueroa
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En un duro discurso de 3.372 palabras que pronunció en el Departamento de Estado, este miércoles, Bush aseguró que se avecina el día de la libertad en la cautiva Cuba, que la revolución, al cabo de casi medio siglo, es una tragedia en lo político y una miseria en lo económico. Agoniza en estertores el régimen fracasado de Castro, manifestó. Cuba es una versión comunista del apartheid, con cientos de presos políticos, un gulag tropical con horrores desconocidos que cuando sean desvelados conmocionarán a la humanidad y serán la vergüenza tanto de los defensores del castrismo como de quienes han guardado silencio, dijo también.
El embargo, afirmó Bush, es el pretexto que usa La Habana para ocultar su fracaso. La fuente del sufrimiento en Cuba no es el embargo sino el sistema comunista. Estados Unidos mantendrá el embargo convencido de que el comercio no ayuda al pueblo cubano sino que enriquece a las élites comunistas y afianza el control absoluto del régimen castrista sobre los recursos materiales.
Bush hizo un llamamiento internacional para el apoyo a la transición a la democracia en Cuba, un cambio de régimen que comparó al que fue posible en los antiguos satélites soviéticos del este de Europa, Chile o España. Condenó el cambio de un dictador (Fidel) por otro (su hermano Raúl) en una nueva tiranía intolerable y aseguró que Estados Unidos no dará oxigeno a un régimen criminal cuya victima es su propio pueblo, que no respaldará el viejo sistema con nuevas caras. A renglón seguido propuso un fondo internacional multimillonario para financiar la reconstrucción del país en transición a una nueva Cuba libre y democrática en lo político y lo económicos.
Para el gobierno cubano, de todo el discurso de Bush posiblemente la parte más sensible fue el llamamiento que hizo el presidente de Estados Unidos a los militares, la policía y los funcionarios cubanos a apoyar la exigencia de libertad del pueblo, el cambio político que se desea, y no usar la fuerza contra su propia gente en defensa de un régimen moribundo. En la nueva Cuba, les dijo, hay lugar para ustedes.
La Habana se tomó el discurso de Bush como una posible declaración de guerra y contraatacó sin demora por medio del Canciller Felipe Pérez Roque, hoy por hoy el cancerbero más celoso del castrismo. En el plazo de dos horas, ante 61 corresponsales de 45 medios de 17 países y un puñado de funcionarios, Pérez Roque soltó contra Washington una andanada en forma de discurso de 6.210 palabras, el doble de las pronunciadas por Bush.
Se trata —argumentó Pérez Roque— de una escalada sin precedente en la política contra Cuba, de más bloqueo, más subversión, más intento de aislamiento, y nuevos y renovados esfuerzos para intentar rendir por hambre y enfermedades al pueblo cubano, de un plan a favor de un cambio de régimen, incluso del uso de la fuerza para derrocar al régimen e imponer su designios en Cuba, una incitación al alzamiento interno y a la traición de los militares. Bush delirar cuando incita a rebelión de los militares, afirma el ministro cubano.
Pérez Roque calificó a Bush de irresponsable, de odiar a Cuba, de hablar de manera amenazante y altanera, de ser un hipócrita, mentiros e impúdico y de confirmar con sus palabras los peores temores, de carecer de autoridad y apoyo en su país, de estar solo en el mundo en la agresión contra Cuba. Volvió a echar mano de la posibilidad de una invasión militar estadounidense a Cuba. Dijo que Bush no amedrenta a Cuba ni a su gobierno o al pueblo, echó mano de la más depurada retórica castrista, invocó el derecho a la autodeterminación de los pueblos, reprochó a Estados Unidos la guerra de Irak, las cárceles secretas y los prisioneros sin juicio, le acusó de amparar a terroristas cubanos. Pérez Roque se explayó a gusto recordando los logros de la revolución, el papel desarrollado por Cuba a favor de la libertad de distintos países del mundo, la fortaleza y unidad de sus fuerzas armadas, la coherencia de su régimen político. En fin, garantizó que la revolución no podrá ser derrotada ni chantajeada por Estados Unidos y que Cuba está lista a enfrentar al presidente del imperio.
La cuestión es por qué ahora, al cabo de ocho de gestión, casi en el término de su administración, durante la que tuvo prácticamente olvidada a América Latina, enfrascado en esa guerra tan cruenta como insensata e ilegal en Irak; Bush coloca a Cuba en el candelero de su política exterior. La explicación más simple la ha dado el Partido Demócrata, que ha respirado por la herida producida por el golpe dialéctico de Bush. Se trata de granjear el apoyo paras los republicanos de la cada vez mayor comunidad cubana así como de los inmigrantes de otras naciones latinoamericanas. El senador Barack Obama, uno de los aspirantes demócratas a llegar a la Casa Blanca, adujo que Bush hizo amenazas inútiles contra Cuba e reiteró que lo que se debe hacer para conseguir el cambio democrático es romper el bloqueo económico sobre la isla. El Gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, también aspirante a la nominación demócrata, respondió diciendo que el embargo contra la isla ha fracasado. De llegar a la presidencia, Richardson aseguró que dejaría sin efecto el embargo, permitiría viajar libremente a Cuba, estimularía el comercio y abriría un diálogo con el gobierno cubano a fin de lograr una transición.
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Cambio en la alcoba de los Kirchner
Todo indica que habrá un cambio en el lecho matrimonial de los Kirchner, en la sucesión de alcoba que se aproxima en la presidencia de Argentina.
La señora Kirchner debe ganar las elecciones del próximo 28 de octubre. Parece que lo hará con facilidad. El porvenir pinta para ella de color de rosa, en todas las encuestas, que dejan sin opción a su principal rival, Elisa Carrió, cuya falta de «glamour» contrasta con los encantos de Cristina Elisabet Fernández de Kirchner, aunque estos puedan ser a golpe de bisturí o a fuerza de botox.
El 10 de diciembre ella debe ocupar la posición del señor Kirchner, quien le cederá el lugar que ha tenido desde mayo del 2003 como jefe del Estado argentino, tanto en el sillón que un día ocuparon Rivadavia, Mitre o Sarmiento como probablemente en el lecho matrimonial que comparten en Olivos, la residencia privada de los mandatarios argentinos.
Cristina Fernández, de 54 años, ha sido durante la presidencia de su marido una virtual cogobernante, de modo que los argentinos se habían acostumbrado a verla en el día a día del ejercicio del poder. Además, Argentina es un país con tradición de primeras damas que no son meras fruslerías decorativas. Recuérdese a Eva Duarte de Perón, la celebérrima «Evita», y más recientemente a la senadora Hilda González de Duhalde, popularmente llamada «Chiche», esposa del antecesor de Kirchner, Eduardo Duhalde. A diferencia de ambas, Cristina Fernández, tiene una vida pública propia, que comenzó en 1985 como dirigente provincial del Partido Justicialista (peronista). Desde entonces ha sido diputada y senadora en varias legislaturas. Cuando su marido llegó a la Casa Rosada ella se negó a ser una mera primera dama y se intituló «primera ciudadana» argentina. Tenía claro lo que no quería ser y posiblemente también lo que deseaba ser.
La designación por Néstor Kirchner de su esposa para sucederle ha sido como un jarabe que se ha administrado a los argentinos poco a poco, para que fuera vista como un hecho natural. Hace muchos meses él anticipó que si el candidato presidencial «no era pingüino sería pingüina». «Pingüino» es el apodo de Kirchner, nacido hace 57 años en las frías tierras patogonas de Santa Cruz. Cristina es de La Plata, en cuya universidad conoció a quien sería su esposo y facilitador de su llegada al pináculo del poder. Se ha especulado también con que Kirchner no se presentó a la reelección por problemas de salud.
Si como todo indica Cristina Fernández gana las elecciones, por segunda vez Argentina tendrá una mujer en la presidencia. La primera fue María Estela Martínez, la corista «Isabelita» que heredó el cargo a la muerte de su marido, el mítico caudillo Juan Domingo Perón. Aguantó en el poder durante 20 meses, entre 1974 y 1976, hasta que la sacaron los militares. A Argentina le fue desde entonces muy mal. Será también por segunda vez que una presidenta argentina habrá compartido la cama con alguien que asimismo ha sido jefe del Estado.
La presidencia de Argentina se convierte de nuevo en un asunto de familia, algo inusual en una república en democracia. Más inusual es que la verdadera elección se haya producido en la alcoba de los esposo. En las dictaduras ha habido casos corrientes de sucesiones familiares, como la de Fidel Castro por su hermano Raúl, en Cuba, en el 2006; la del «amado líder» Kim Il-Sung por el «querido líder» Kim Jong-il, su hijo, en Corea del Norte, en 1994, o la de Hafez al-Assad por su hijo, Bashar al-Assad, en Siria, en el 2000. Parece que el coronel Muamar Gadafi pretende instaurar una dinastía en Libia con su hijo pintor, Saif al-Islam. En América Latina, el caso más notorio de sucesión dinástica fue la del dictador haitiano François Duvaliar «Papá Doc» por su retoño Jean-Claude Duvaliar «Baby Doc», en 1971. Hubo otros con gobernantes decimonónicos, como los generales caudillos venezolanos y hermanos José Tadeo y José Gregorio Monagas. Casos si ha habido en democracia, pero en gobiernos regionales. En la propia Argentina, dos hermanos Rodríguez Saá se turnan desde 1983 en la gobernación de San Luis. En Brasil, se dio el caso de la sucesión familiar, en el 2003, en la gobernación de Río de Janeiro, de Anthony Garotinho por su esposa Rosinha Matheus Garotinho.
Anthony Garotinho, un tránsfuga consumado, siguió por algún tiempo en el poder como ministro de Seguridad Pública de su mujer. ¿Qué hará Néstor Kirchner? En Argentina los políticos, según el ex presidente Raúl Alfonsin, no se jubilan jamás. Véase el ejemplo de Carlos Menem. De modo que si Néstor Kirchner goza de buena salud habrá que estar atentos a ver si cuando su esposa se ciña la banda albiceleste no comienza a prepararse en Argentina una nueva sucesión de alcoba.
Francisco R. Figueroa
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La señora Kirchner debe ganar las elecciones del próximo 28 de octubre. Parece que lo hará con facilidad. El porvenir pinta para ella de color de rosa, en todas las encuestas, que dejan sin opción a su principal rival, Elisa Carrió, cuya falta de «glamour» contrasta con los encantos de Cristina Elisabet Fernández de Kirchner, aunque estos puedan ser a golpe de bisturí o a fuerza de botox.
El 10 de diciembre ella debe ocupar la posición del señor Kirchner, quien le cederá el lugar que ha tenido desde mayo del 2003 como jefe del Estado argentino, tanto en el sillón que un día ocuparon Rivadavia, Mitre o Sarmiento como probablemente en el lecho matrimonial que comparten en Olivos, la residencia privada de los mandatarios argentinos.
Cristina Fernández, de 54 años, ha sido durante la presidencia de su marido una virtual cogobernante, de modo que los argentinos se habían acostumbrado a verla en el día a día del ejercicio del poder. Además, Argentina es un país con tradición de primeras damas que no son meras fruslerías decorativas. Recuérdese a Eva Duarte de Perón, la celebérrima «Evita», y más recientemente a la senadora Hilda González de Duhalde, popularmente llamada «Chiche», esposa del antecesor de Kirchner, Eduardo Duhalde. A diferencia de ambas, Cristina Fernández, tiene una vida pública propia, que comenzó en 1985 como dirigente provincial del Partido Justicialista (peronista). Desde entonces ha sido diputada y senadora en varias legislaturas. Cuando su marido llegó a la Casa Rosada ella se negó a ser una mera primera dama y se intituló «primera ciudadana» argentina. Tenía claro lo que no quería ser y posiblemente también lo que deseaba ser.
La designación por Néstor Kirchner de su esposa para sucederle ha sido como un jarabe que se ha administrado a los argentinos poco a poco, para que fuera vista como un hecho natural. Hace muchos meses él anticipó que si el candidato presidencial «no era pingüino sería pingüina». «Pingüino» es el apodo de Kirchner, nacido hace 57 años en las frías tierras patogonas de Santa Cruz. Cristina es de La Plata, en cuya universidad conoció a quien sería su esposo y facilitador de su llegada al pináculo del poder. Se ha especulado también con que Kirchner no se presentó a la reelección por problemas de salud.
Si como todo indica Cristina Fernández gana las elecciones, por segunda vez Argentina tendrá una mujer en la presidencia. La primera fue María Estela Martínez, la corista «Isabelita» que heredó el cargo a la muerte de su marido, el mítico caudillo Juan Domingo Perón. Aguantó en el poder durante 20 meses, entre 1974 y 1976, hasta que la sacaron los militares. A Argentina le fue desde entonces muy mal. Será también por segunda vez que una presidenta argentina habrá compartido la cama con alguien que asimismo ha sido jefe del Estado.
La presidencia de Argentina se convierte de nuevo en un asunto de familia, algo inusual en una república en democracia. Más inusual es que la verdadera elección se haya producido en la alcoba de los esposo. En las dictaduras ha habido casos corrientes de sucesiones familiares, como la de Fidel Castro por su hermano Raúl, en Cuba, en el 2006; la del «amado líder» Kim Il-Sung por el «querido líder» Kim Jong-il, su hijo, en Corea del Norte, en 1994, o la de Hafez al-Assad por su hijo, Bashar al-Assad, en Siria, en el 2000. Parece que el coronel Muamar Gadafi pretende instaurar una dinastía en Libia con su hijo pintor, Saif al-Islam. En América Latina, el caso más notorio de sucesión dinástica fue la del dictador haitiano François Duvaliar «Papá Doc» por su retoño Jean-Claude Duvaliar «Baby Doc», en 1971. Hubo otros con gobernantes decimonónicos, como los generales caudillos venezolanos y hermanos José Tadeo y José Gregorio Monagas. Casos si ha habido en democracia, pero en gobiernos regionales. En la propia Argentina, dos hermanos Rodríguez Saá se turnan desde 1983 en la gobernación de San Luis. En Brasil, se dio el caso de la sucesión familiar, en el 2003, en la gobernación de Río de Janeiro, de Anthony Garotinho por su esposa Rosinha Matheus Garotinho.
Anthony Garotinho, un tránsfuga consumado, siguió por algún tiempo en el poder como ministro de Seguridad Pública de su mujer. ¿Qué hará Néstor Kirchner? En Argentina los políticos, según el ex presidente Raúl Alfonsin, no se jubilan jamás. Véase el ejemplo de Carlos Menem. De modo que si Néstor Kirchner goza de buena salud habrá que estar atentos a ver si cuando su esposa se ciña la banda albiceleste no comienza a prepararse en Argentina una nueva sucesión de alcoba.
Francisco R. Figueroa
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La omisión de Bryce
El escritor peruano Alfredo Bryce Echenique ha actuado este martes en la Casa de América, dentro del festival cultural VivAmérica, de la mano de su colega canario Juancho Armas Marcelo. Actuar es la palabra. El escritor tenía que hablar de su vida y su obra e interpretó una parte amable de sí mismo —nada de aflicciones—, con la ayuda de Armas Marcelo, que condujo el acto con afecto de compadre.
«La escritura de mis libros» se titulaba la «clase maestra» dada por Bryce con casi un lleno en el Anfiteatro Gabriela Mistral de la Casa de América. Bryce, de 68 años, habló con frescura de él y su conservadora familia de banqueros; de Perú y París; de Cortázar y Hemingway; de cuentos y novelas; de viajes y borracheras; de Julius y Martín Romaña; de Vargas Llosa y Malraux; de Fidel Castro y Teresa de Calcuta; del poder político y la gloria literaria; de la importancia para los escritores del alcohol, los amigos y las mujeres [faltaron esta vez el dinero y la fama]… Hubo humor y nostalgia. Era la vida exagerada de Bryce Echenique. Risas y aplausos.
La «clase maestra» fue de cabo a rabo un mundo [gentil] para Alfredo. Faltó hablar de la parte sórdida del creador peruano, de esos plagios bochornosos en los que alegadamente ha incurrido en diversos artículos periodísticos, groseras copias en la mayoría de los casos que han mellado su buena reputación. Había gente que se quedó con ganas de escuchar a Bryce un sincero mea culpa o ir sobre el asunto para dar al auditorio esa explicación congruente que hasta la fecha debe. Aunque hubiera sido con esa subjetividad bien intencionada de la que el escritor hace gala.
En el prólogo de «A trancas y barrancas», una recopilación de artículos aparecida en 1996, Bryce afirma: «…suelo dudar de todo lo que pienso y puedo quedarle infinitamente agradecido a aquella persona que me prueba cuán equivocado estoy…». En el caso de los artículos birlados le fue probada su equivocación, pero él no acaba de dar el brazo a torcer. En el mismo prólogo añadía: «Y estoy totalmente de acuerdo con Borges cuando dice que un simple dolor de muela puede hacerle dudar de la existencia de Dios todopoderoso». En su caso, el simple plagio de ese puñado de artículos han podido poner en duda —para algunos— su extensa obra creativa —con dos docenas de títulos— publicada a partir de 1968, que hacen de él —para otros, sus fieles— uno de los escritores vivos más sólidos y notorios que tiene la literatura en español.
Francisco R. Figueroa
www.apuntesiberoamericanos.com
frnciscorfigueroa@hotmail.com
«La escritura de mis libros» se titulaba la «clase maestra» dada por Bryce con casi un lleno en el Anfiteatro Gabriela Mistral de la Casa de América. Bryce, de 68 años, habló con frescura de él y su conservadora familia de banqueros; de Perú y París; de Cortázar y Hemingway; de cuentos y novelas; de viajes y borracheras; de Julius y Martín Romaña; de Vargas Llosa y Malraux; de Fidel Castro y Teresa de Calcuta; del poder político y la gloria literaria; de la importancia para los escritores del alcohol, los amigos y las mujeres [faltaron esta vez el dinero y la fama]… Hubo humor y nostalgia. Era la vida exagerada de Bryce Echenique. Risas y aplausos.
La «clase maestra» fue de cabo a rabo un mundo [gentil] para Alfredo. Faltó hablar de la parte sórdida del creador peruano, de esos plagios bochornosos en los que alegadamente ha incurrido en diversos artículos periodísticos, groseras copias en la mayoría de los casos que han mellado su buena reputación. Había gente que se quedó con ganas de escuchar a Bryce un sincero mea culpa o ir sobre el asunto para dar al auditorio esa explicación congruente que hasta la fecha debe. Aunque hubiera sido con esa subjetividad bien intencionada de la que el escritor hace gala.
En el prólogo de «A trancas y barrancas», una recopilación de artículos aparecida en 1996, Bryce afirma: «…suelo dudar de todo lo que pienso y puedo quedarle infinitamente agradecido a aquella persona que me prueba cuán equivocado estoy…». En el caso de los artículos birlados le fue probada su equivocación, pero él no acaba de dar el brazo a torcer. En el mismo prólogo añadía: «Y estoy totalmente de acuerdo con Borges cuando dice que un simple dolor de muela puede hacerle dudar de la existencia de Dios todopoderoso». En su caso, el simple plagio de ese puñado de artículos han podido poner en duda —para algunos— su extensa obra creativa —con dos docenas de títulos— publicada a partir de 1968, que hacen de él —para otros, sus fieles— uno de los escritores vivos más sólidos y notorios que tiene la literatura en español.
Francisco R. Figueroa
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Vargas Llosa ha vuelto a pecar
Ha vuelto a reincidir el doctor Vargas, como le llamaba, sin duda con la idea de mortificarle, Alberto Fujimori, su rival hoy preso. Fue en el Teatro Auditorio de la Casa de Campo, de Madrid, el último sábado de septiembre, por la mañana. Cuando se le daba en los predios del Partido Popular (PP) y en complicidades con José María Aznar, Mario Vargas Llosa participó por sorpresa en el bautismo y estreno del nuevo partido español Unión, Progreso y Democracia (UPD) que patrocinan la disidente socialista Rosa Díez y el filósofo Fernando Savater.
En ese acto el escritor recordó que no subía a un tablado político desde aquella noche triste de junio de 1990 cuando en el Paseo de la República de Lima, de espaldas al Palacio de Justicia y de cara al Hotel Sheraton, cerró su desastrosa carrera a la presidencia de Perú, en la que le ganó Fujimori en segunda vuelta. Después de aquel mitin, Vargas Llosa votó por sí mismo, aunque sin ninguna convicción y prueba de ellos es que tenía las maletas hechas para volver a Europa; acudió educadamente a un desangelado hotel del centro de Lima a felicitar a Fujimori por su victoria, se despidió de sus amigos y tomó el avión casi en sigilo antes del tercer día.
«Desde que salí del Perú, el 13 de junio de 1990, había decidido no intervenir más en la política profesional, como entre 1987 y 1990 (…) la acción política me había dejado en la memoria un disgusto visceral (…)», escribió. Después de aquello solo participó en 1991 en un acto para traspasar el liderazgo de su partido, el Movimiento Libertad, convencido de que nunca jamás intervendría en política como lo hizo a raíz de que en 1987 el presidente de Perú, Alan García, —de nuevo ahora en el poder— trató de nacionalizar la banca, las aseguradoras y las financieras.
Pero el novelista —a quien «la indeseable (pero imprescindible) política le hierve la sangre— ha vuelto a vibrar con la cosa pública, ahora en España, su segunda patria. «Hoy estoy rompiendo mi palabra», le dijo al auditorio. A sus 71 años, Mario Vargas Llosa tenía un digno aspecto de senador. Se veía como el pez en el agua.
Sorprendió la presencia en el acto del escritor porque se le creía muy vinculado al conservador Partido Popular y muy magníficamente relacionado con algunos dirigentes de la derecha, como por ejemplo Aznar. Incluso recientemente el novelista había intervenido en un curso ideológico de la aznarista fundación FAES. Aznar se refería a él en público como «mi gran amigo». Se les notaba amigos, pero también cómplices. Vargas Llosa, que tiene la nacionalidad española desde 1993 y es miembro de la Real Academia Española, estuvo muy cerca de Aznar en la campaña que le llevó al poder en 1996. Fue él la primera persona a la que el nuevo gobernante invitó a la residencia oficial del Palacio de la Moncloa después de jurar el cargo por vez primera. Aznar le ofreció la dirección del Instituto Cervantes, pero el escritor declinó la invitación.
Según Aznar, Vargas Llosa «es un constante ejemplo moral», «un hombre libre que defiende la libertad de todos nosotros» y un escritor que merece el Premio Nobel. Vargas Llosa —que en su día tuvo admiración por la obra de gobierno de la británica Margareth Thatcher— considera a Aznar «una persona cauta y realista» e incluso se esforzó públicamente haciendo equilibrios dialécticos para hallar explicaciones a la participación española, decidida por Aznar, en la Guerra de Irak, aunque el escritor esté en contra de la misma pues la considera «una trasgresión de la legalidad internacional». El escritor llegó a declarar, a mediados del 2006, que durante los ochos años de Gobierno de Aznar España había alcanzado «un protagonismo y una influencia internacional que no había tenido desde el Siglo de Oro y que, me temo, durante un buen tiempo no volverá a tener». Los «historiadores del futuro reconocerán a Aznar como uno de los grandes estadistas de la historia de España», agregó.
Pero ha resultado que Vargas Llosa, un liberal a ultranza y un agnóstico con tradición, cree ahora que dentro del PP predomina el conservadorismo y el clericalismo. Dentro del PP —dice—, el liberalismo es una facción minoritaria y él no se identifica con el rechazo entre los «populares» al laicismo, la despenalización del aborto o las bodas entre homosexuales. Esta fue la explicación que dio para echarse en los brazos de una causa como la de la UPD, partido que, según dice él, «devolverá la esperanza en el progreso de España». Eso y que «el crecimiento de los nacionalismos periféricos» ha «resquebrajado el consenso que hizo posible la Transición española» que produjo «una democracia moderna y funcional». El gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero «ha dejado —según dijo— de ejercer como dique de contención del nacionalismo identitario y destructor, para gran desilusión de muchos españoles».
Francisco R. Figueroa
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En ese acto el escritor recordó que no subía a un tablado político desde aquella noche triste de junio de 1990 cuando en el Paseo de la República de Lima, de espaldas al Palacio de Justicia y de cara al Hotel Sheraton, cerró su desastrosa carrera a la presidencia de Perú, en la que le ganó Fujimori en segunda vuelta. Después de aquel mitin, Vargas Llosa votó por sí mismo, aunque sin ninguna convicción y prueba de ellos es que tenía las maletas hechas para volver a Europa; acudió educadamente a un desangelado hotel del centro de Lima a felicitar a Fujimori por su victoria, se despidió de sus amigos y tomó el avión casi en sigilo antes del tercer día.
«Desde que salí del Perú, el 13 de junio de 1990, había decidido no intervenir más en la política profesional, como entre 1987 y 1990 (…) la acción política me había dejado en la memoria un disgusto visceral (…)», escribió. Después de aquello solo participó en 1991 en un acto para traspasar el liderazgo de su partido, el Movimiento Libertad, convencido de que nunca jamás intervendría en política como lo hizo a raíz de que en 1987 el presidente de Perú, Alan García, —de nuevo ahora en el poder— trató de nacionalizar la banca, las aseguradoras y las financieras.
Pero el novelista —a quien «la indeseable (pero imprescindible) política le hierve la sangre— ha vuelto a vibrar con la cosa pública, ahora en España, su segunda patria. «Hoy estoy rompiendo mi palabra», le dijo al auditorio. A sus 71 años, Mario Vargas Llosa tenía un digno aspecto de senador. Se veía como el pez en el agua.
Sorprendió la presencia en el acto del escritor porque se le creía muy vinculado al conservador Partido Popular y muy magníficamente relacionado con algunos dirigentes de la derecha, como por ejemplo Aznar. Incluso recientemente el novelista había intervenido en un curso ideológico de la aznarista fundación FAES. Aznar se refería a él en público como «mi gran amigo». Se les notaba amigos, pero también cómplices. Vargas Llosa, que tiene la nacionalidad española desde 1993 y es miembro de la Real Academia Española, estuvo muy cerca de Aznar en la campaña que le llevó al poder en 1996. Fue él la primera persona a la que el nuevo gobernante invitó a la residencia oficial del Palacio de la Moncloa después de jurar el cargo por vez primera. Aznar le ofreció la dirección del Instituto Cervantes, pero el escritor declinó la invitación.
Según Aznar, Vargas Llosa «es un constante ejemplo moral», «un hombre libre que defiende la libertad de todos nosotros» y un escritor que merece el Premio Nobel. Vargas Llosa —que en su día tuvo admiración por la obra de gobierno de la británica Margareth Thatcher— considera a Aznar «una persona cauta y realista» e incluso se esforzó públicamente haciendo equilibrios dialécticos para hallar explicaciones a la participación española, decidida por Aznar, en la Guerra de Irak, aunque el escritor esté en contra de la misma pues la considera «una trasgresión de la legalidad internacional». El escritor llegó a declarar, a mediados del 2006, que durante los ochos años de Gobierno de Aznar España había alcanzado «un protagonismo y una influencia internacional que no había tenido desde el Siglo de Oro y que, me temo, durante un buen tiempo no volverá a tener». Los «historiadores del futuro reconocerán a Aznar como uno de los grandes estadistas de la historia de España», agregó.
Pero ha resultado que Vargas Llosa, un liberal a ultranza y un agnóstico con tradición, cree ahora que dentro del PP predomina el conservadorismo y el clericalismo. Dentro del PP —dice—, el liberalismo es una facción minoritaria y él no se identifica con el rechazo entre los «populares» al laicismo, la despenalización del aborto o las bodas entre homosexuales. Esta fue la explicación que dio para echarse en los brazos de una causa como la de la UPD, partido que, según dice él, «devolverá la esperanza en el progreso de España». Eso y que «el crecimiento de los nacionalismos periféricos» ha «resquebrajado el consenso que hizo posible la Transición española» que produjo «una democracia moderna y funcional». El gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero «ha dejado —según dijo— de ejercer como dique de contención del nacionalismo identitario y destructor, para gran desilusión de muchos españoles».
Francisco R. Figueroa
www.apuntesiberoamericanos.com
franciscorfigueroa@hotmail.com
Carta blanca a Correa
El pueblo de Ecuador, en las elecciones celebradas el último domingo de septiembre, ha entregado al presidente Rafael Correa carta blanca para que refunde la república, incluso a su antojo.
Prácticamente dos de cada tres ecuatorianos votaron por el proyecto socialista de Correa en las elecciones para escoger a los 130 miembros de la Asamblea Constituyente, cuyo control absoluto tendrá su partido, la Alianza País.
Para los demás fuerzas políticas han sobrado migajas. Las mejor situadas, con cerca del 7% de los votos, son el Partido Sociedad Patriótica, del ex presidente Lucio Gutiérrez, destituido por el Congreso en abril del 2005; y el Prian (Partido Renovador Institucional Acción Nacional), del millonario conservador Álvaro Noboa, tres veces candidato presidencial, en la última de las cuales fue derrotado por Correa. Entre los partidos más tradicionales, la vieja socialdemocracia se queda con el 4%.
Hegemonía pues de Correa. Victoria absoluta, rotunda, aplastante, que da pie a Correa y los suyos a hacer según su propio criterio. En Ecuador se anticipa que si no se tienen en cuenta a las minorías lo más seguro será que vuelva la inestabilidad, la misma que en los últimos diez años llevó al país a cambiar ocho veces de jefe del Estado. De entrada, Gutiérrez y Noboa han sido excluidos por Correa de un eventual diálogo con la oposición. En Venezuela, por ejemplo, en cuya «revolución popular» Correa encuentra inspiración, la oposición nada pudo hacer para templar el proyecto del presidente Hugo Chávez en la Constituyente de 1999.
La Asamblea Constituyente ecuatoriana consagrará en la nueva Carta Magna un modelo económico, político y social socialista. Socialismo fue lo que ofreció Correo y socialismo es lo que los ecuatorianos han respondido mayoritariamente que quieren. Será «un modelo de Estado que garantice a todos acceder en igualdad de condiciones al progreso», dijo Correa en la jubilosa celebración de su triunfo.
La Constituyente es el eje central del plan de Correa, que asumió la presidencia de Ecuador el 15 de enero de este año. Desde entonces el país ha vivido en vilo y en crisis, con severas pugnas entre poderes que se resolvieron de manera heterodoxa, por vías torcidas. En abril, Correa logró en referéndum el apoyo del 82% a su proyecto constituyente. Ahora, cerca del 62% de los ecuatorianos votaron por candidatos del presidente.
La nueva Carta Magna buscará introducir «el socialismo del siglo XXI», preconizado en primer lugar por Hugo Chávez. Esta por ver en qué medida Correa sigue al líder venezolano. De entrada el ecuatoriano tiene mucho menos poder de fuego económico que el venezolano.
Al joven presidente ecuatoriano se le ha dicho que aunque las urnas le han dado un claro mandato para el cambio político, éste habrá de hacerse en orden y en democracia. Nada de modelos personalistas, excluyentes o mesiánicos. Correa —calificado de aprendiz de dictador por sus detractores— garantiza que su proyecto no es totalitario ni sigue modelos extranjeros. Todo esto se verá para mediados del 2008 cuando debe estar lista la nueva Constitución.
Con la nueva Constitución, Correa pretende liquidar el sistema de poder de las fuerzas tradicionales y la inestabilidad política que ha caracterizado la vida ecuatoriana en los últimos lustros. Más allá de las incontinencias verbales propias de los momentos triunfales o de las campañas electorales, Correa tendrá que demostrar ahora que esa nueva Constitución va a servir para mejorar la vida diaria de los ecuatorianos, con el 50% de pobres y millones de personas en la emigración, una economía endeble y un país con sus instituciones erosionadas y desprestigiadas.
Francisco R. Figueroa
http://www.apuntesiberoamericanos.com/
franciscorfigueroa@hotmail.com
Prácticamente dos de cada tres ecuatorianos votaron por el proyecto socialista de Correa en las elecciones para escoger a los 130 miembros de la Asamblea Constituyente, cuyo control absoluto tendrá su partido, la Alianza País.
Para los demás fuerzas políticas han sobrado migajas. Las mejor situadas, con cerca del 7% de los votos, son el Partido Sociedad Patriótica, del ex presidente Lucio Gutiérrez, destituido por el Congreso en abril del 2005; y el Prian (Partido Renovador Institucional Acción Nacional), del millonario conservador Álvaro Noboa, tres veces candidato presidencial, en la última de las cuales fue derrotado por Correa. Entre los partidos más tradicionales, la vieja socialdemocracia se queda con el 4%.
Hegemonía pues de Correa. Victoria absoluta, rotunda, aplastante, que da pie a Correa y los suyos a hacer según su propio criterio. En Ecuador se anticipa que si no se tienen en cuenta a las minorías lo más seguro será que vuelva la inestabilidad, la misma que en los últimos diez años llevó al país a cambiar ocho veces de jefe del Estado. De entrada, Gutiérrez y Noboa han sido excluidos por Correa de un eventual diálogo con la oposición. En Venezuela, por ejemplo, en cuya «revolución popular» Correa encuentra inspiración, la oposición nada pudo hacer para templar el proyecto del presidente Hugo Chávez en la Constituyente de 1999.
La Asamblea Constituyente ecuatoriana consagrará en la nueva Carta Magna un modelo económico, político y social socialista. Socialismo fue lo que ofreció Correo y socialismo es lo que los ecuatorianos han respondido mayoritariamente que quieren. Será «un modelo de Estado que garantice a todos acceder en igualdad de condiciones al progreso», dijo Correa en la jubilosa celebración de su triunfo.
La Constituyente es el eje central del plan de Correa, que asumió la presidencia de Ecuador el 15 de enero de este año. Desde entonces el país ha vivido en vilo y en crisis, con severas pugnas entre poderes que se resolvieron de manera heterodoxa, por vías torcidas. En abril, Correa logró en referéndum el apoyo del 82% a su proyecto constituyente. Ahora, cerca del 62% de los ecuatorianos votaron por candidatos del presidente.
La nueva Carta Magna buscará introducir «el socialismo del siglo XXI», preconizado en primer lugar por Hugo Chávez. Esta por ver en qué medida Correa sigue al líder venezolano. De entrada el ecuatoriano tiene mucho menos poder de fuego económico que el venezolano.
Al joven presidente ecuatoriano se le ha dicho que aunque las urnas le han dado un claro mandato para el cambio político, éste habrá de hacerse en orden y en democracia. Nada de modelos personalistas, excluyentes o mesiánicos. Correa —calificado de aprendiz de dictador por sus detractores— garantiza que su proyecto no es totalitario ni sigue modelos extranjeros. Todo esto se verá para mediados del 2008 cuando debe estar lista la nueva Constitución.
Con la nueva Constitución, Correa pretende liquidar el sistema de poder de las fuerzas tradicionales y la inestabilidad política que ha caracterizado la vida ecuatoriana en los últimos lustros. Más allá de las incontinencias verbales propias de los momentos triunfales o de las campañas electorales, Correa tendrá que demostrar ahora que esa nueva Constitución va a servir para mejorar la vida diaria de los ecuatorianos, con el 50% de pobres y millones de personas en la emigración, una economía endeble y un país con sus instituciones erosionadas y desprestigiadas.
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