Embrujo castrista

El postrado caudillo cubano, Fidel Castro, ha reaparecido en imágenes al cabo de tres meses, junto a su colega brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, que en La Habana hizo una solemne declaración de amor: «siento pasión por la revolución cubana».

Esa pasión puede ser platónica, metafísica, mística o causada por el embrujo de Castro porque en los cinco años que este antiguo tornero, militante trotskista y sindicalista reconvertido lleva al frente del Gobierno de Brasil no hizo el menor amago de aplicar en su país cualquier política afín a la revolución cubana. Por otro lado, esa pasión contrasta con las escasas inversiones de Brasil en Cuba y un comercio bilateral de poco más de 450 millones de dólares.

Lejos de eso, Lula da Silva abrazó el pragmatismo y la sensatez, y de la mano de banqueros y empresarios dio continuidad a las políticas económicas y monetarias, de rienda suelta al mercado, adoptadas por su antecesor en los años noventas. Los resultados están a la vista y contrastan tambien con la situación interna cubana.

En La Habana Lula da Silva se ha comportado como un izquierdista más, quizás como el revolucionario que fue, cegado por el espejismo del castrismo, eso que un ensayista cubano llamó la «Fantasía roja», la misma que deslumbró a personajes como Jean-Paul Sartre, Régis Debray o, más recientemente, Oliver Stone.

El mandatario brasileño pertenece a esa izquierda diletante internacional que justifica el régimen de Castro, elogia al venezolano Hugo Chávez y hace la vista gorda ante las atrocidades de la organización terrorista FARC en Colombia. Claro que desde el poder no critica a Estados Unidos y, por el contario, traza alianzas estratégicas e intercambia elogios con Washington. Lula da Silva aún no ha asimilado aquella sentencia evangélica de que nadie pude servir a dos señores que un día, en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, le espetó en la cara el sacerdote y sociólogo belga François Houtart.

En su despedida en el aeropuerto de La Habana, después de haber sido llevado al lugar secreto donde Castro convalece, para un encuentro que duró dos horas y media, Lula da Silva ensalzó la «lucidez como en los mejores momentos» del octogenario Comandante en Jefe cubano. Manifestó también su impresión de que el enfermo «está muy bien de salud» y que «enseguida se va a recuperar físicamente».

La apreciación de Lula da Silva choca con realidad filtrada por el propio Castro que acaba de reconocer sus limitaciones físicas incluso para salir a hablar directamente a la gente. En cambio, escribe y medita, y admite estar «preparado para lo peor».

Lula da Silva ha dejado firmados en Cuba acuerdos que representen un respaldo económico a la isla, que han desatado en su país críticas. Algunos hubieran preferido a esperar al postcastrismo para hacer acuerdos con una nueva Cuba. Castro define a Brasil como la «tabla de salvación» alimenticia para América Latina.

El gobernante brasileño ha estado en Cuba poco antes que se celebren este domingo las elecciones, con candidatos exactos dentro de una lista única, para la Asamblea Nacional Popular. Castro es uno de los 614 candidatos que serán elegidos en estos comicios con resultados conocidos antes de celebrarse. Todos ellos escogerán colegiadamente a los 31 miembros del Consejo de Estado, cuyo presidente es el jefe del Gobierno y de la Nación.

Hay gran expectativa por saber si Castro, enfermo y en sus cuarteles de invierno, volverá a ser escogido para la primera magistratura cubana. Hace poco tiempo dijo –maestro de la demagogia- que ahora no está apegado al poder y que cuando lo estuvo fue por un pecado de juventud. Resulta cuanto menos grotesco escuchar decir eso a quien lleva medio siglo como dictador de Cuba.

Francisco R. Figueroa
www.apuntesiberoamericanos.com
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