El presidente de Brsil, Luiz Inácio Lula da Silva, ha pulverizado buena parte de su prestigio internacional por defender de manera reincidente la dictadura comunista de los hermanos Castro y mostrar una mala disposición, impropia de un demócrata, hacia los perseguidos cubanos.
En La Habana, hace dos semanas, o más recientemente en declaraciones periodísticas en Brasilia, Lula ha echado por tierra su historia de luchador por la democracia contra la dictadura militar brasileña, su condición de líder de extracción popular, su dimensión de estadista latinoamericano, su autoridad para impulsar una candidata presidencial que fue un preso político sometido a torturas y hasta su naturaleza humana por falta de compasión.
El escritor Mario Vargas Llosa, en su Piedra de Toque del pasado fin de semana, mostraba su asco y su ira tras haber visto a un risueño Lula en La Habana abrazado a los hermanos Castro, dando así legitimidad a sus tropelías, mientras los esbirros de la dictadura perseguían y encarcelaban a los que pretendía asistir al entierro del obrero Orlando Zapata Tamayo, muerto de inanición tras 86 días de huelga de hambre en defensa de sus derechos y de las decenas de presos políticos que hay en las insalubres mazmorras del castrismo totalitario.
De un presidente como Lula se esperaría una actitud más digna y coherente con la cultura democrática que representa, pero no la desvergüenza impúdica de lucirse, risueño y cómplice, con los asesinos virtuales de un disidente democrático, escribió el novelista peruano.
En declaraciones a una agencia de noticias publicadas el martes último, Lula demandó respeto para la justicia y el gobierno cubanos cuando detienen a personas en función de la legislación interna.
Lula olvida que esas leyes son liberticidas, no están en consonancia con la declaración universal de derechos humanos y pretenden eternizar una régimen totalitario. Ninguna de esas leyes sería aceptada por el pueblo brasileño.
Cualquiera que se oponen a los dictados del Partido Comunista de Cuba y de su máximo líder, Fidel Castro, es juzgado sumariamente como delincuente, contrarrevolucionario o mercenario de Estados Unidos, y denigrado públicamente como un terrible criminal.
Si hubiera que respetar las legislaciones internadas en todos los casos, en el de Brasil las persecuciones, cárceles, torturas y otros crímenes de Estado durante la dictadura militar – que tenía sus propias leyes liberticidas, incluido el famoso Acto Institucional nº 5 con rango constitucional y la temida Ley de Seguridad Nacional –, serían legítimos incluso en el caso de la ex guerrillera Dilma Rousseff, la candidata presidencial que Lula escogió personalmente y su Partido de los Trabajadores proclamó.
Lula, en sus declaraciones, critica el uso de la huelga de hambre, a la que él mismo recurrió en su época de luchador sindical, cuando fue detenido durante la dictadura, como acción política, un extremo al que llegan desesperados como el difunto Zapata o, actualmente también en Cuba, Guillermo Fariñas, ese pertinaz luchador con aspecto de faquir en pos de que el régimen castrista deje en libertad a la veintena de presos políticos que están enfermos, o como el mundialmente aclamado líder sudafricano Nelson Mandela.
El gobierno cubano presentó a Zapata como un bandido y a Fariña, entre otras cosas, como un apaleador de mujeres y ancianos. Como la propaganda castrista trata a los disidentes como delincuentes comunes, Lula los compara en el mismo sentido cuando habla de los efectos que tendría en Brasil una huelga de hambre de los numerosos bandidos encarcelados.
Como ex preso político, Lula sabe bien la diferencia que hay con los criminales. Desde su partido se ha alzado alguna voz para matizar que Lula se expresó mal o fue mal comprendido, porque está claro que él sabe la diferencia entre un preso político y un preso común. En el PT no se acepta – agregó la fuente – que nadie pueda ser encarcelado porque se oponen a un gobierno, sin haber cometido ningún crimen.
Lula desacreditaba a gente como Zapata y Fariñas mientras el Parlamento Europeo, por aplastante mayoría de 509 a 30, condenaba su «evitable y cruel muerte» al tiempo que deplora los oídos sordos de los hermanos Castro ante el clamor internacional a favor de la liberación de los presos políticos cubanos y el pleno respecto de las libertades y los derechos fundamentales en el país.
La resolución, promovida por socialistas y conservadores, insta a la dictadura cubana a la liberación inmediata de los presos políticos y de conciencia y pide a las instituciones europeas apoyo incondicional y un aliento sin reservas al inicio de un proceso pacífico de transición política a la democracia pluripartidista en Cuba.El «Comité pro Libertad de los Prisioneros Políticos Cubanos Orlando Zapata Tamayo», creado apenas la semana pasada, ha dirigido una nueva carta a Lula para que use su predicamento con los hermanos Castro a fin de evitar que Fariñas muera y para que sean liberados otros 200 presos políticos que malvivan en las cárceles del régimen comunista.
Antes de llegar a La Habana, a fines de febrero, 42 presos políticos y otros 8 disidentes con «licencia extrapenal» por razones de salud habían publicado una carta abierta a Lula pidiéndole que intercediera por su libertad, pero al presidente brasileño le salió la venta de burócrata al decir que esa no era manera de proceder, sino que la misiva tendría que haber sido protocolizada en la embajada brasileña en La Habana.
Esta vez se lo ha hecho así, pero la nueva misiva ha sido rechazada por un defecto de firmas. Como en el caso de Zapata, el pedido a favor del periodista y sociólogo Fariñas y demás presos políticos así como, en general, de los derechos humanos y las libertades en Cuba ha chocado contra la maldita burocracia brasileña.
Para que se siga alabando el pragmatismo de Lula y de Itamaraty, la tan mentada y alabada cancillería brasileña.
Después de llevar casi ocho años encaramado en el pináculo del poder del impávido coloso (Brasil), Lula – el Lulinha paz y amor de las elecciones de 2002 – parece deshumanizado o muestra su verdadero rostro, él que en 1981, tras la muerte por inanición del terrorista del IRA (Ejército Republicano Irlandés) Bobby Sands aseguró que «los tiranos tiemblan ante hombres capaces de morir por sus ideas».
Eso mismo aparece en la placa del monumento en La Habana, en el barrio de El Vedado, a Sands, muerto al cabo de 66 días de huelga de hambre llevada a cabo en demanda de una mejora de las condiciones carcelarias de los presos del IRA.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
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