Venezuela: nueva encrucijada

La oposición a Hugo Chávez evita responder a la provocación de Hugo Chávez, que ha retado insistentemente a sus adversarios a que traten de sacarlo del poder por las buenas, mediante un referendo revocatorio de su mandato previsto en el ordenamiento legal del país, o a las malas, por un golpe de Estado, con la advertencia de que su respuesta será «contundente».

«Estás ‘ponchao’», claman sus rivales con la expresión de béisbol, pasión nacional, que define la derrota de un bateador y también el fracaso de una persona. El devaluado líder venezolano ha acusado el golpe. «¡Sáquenme, pues; pónchenme; atrévanse! Les recomiendo que no lo hagan porque mi repuesta será contundente, a fondo. Lo juro», bramó en uno de estos días, que un cronista venezolano calificó «de fósforo y gasolina».

Al líder bolivariano se dice que gusta de jugar con fuego. Reta, radicaliza a sus huestes, afirma que será implacable, hace avisos temerarios, se rodea de colaboradores cada vez mas serviles, hincha el Estado y arguye que los «contrarrevolucionarios» —término que, al estilo castrista, aplica a quienes opinan distinto que él—, financiados por «el imperio» —esto es, Estados Unidos— repiten el mismo «formato de violencia» de abril de 2002, cuando fue derrocado durante dos días mediante un golpe chapucero. Alega que las fuerzas armadas están de su parte.

Chávez está en una nueva huida hacia adelante cuando se agudizan los problemas nacional.
Esa ha sido la principal reacción del presidente venezolano a las protestas habidas en el país por nuevas arbitrariedades de su gobierno contra más medios de comunicación. Lejos de amedrentarse por las palabras de Chávez, el bullicioso movimiento estudiantil ha anunciado que volverá a las calles bajo las banderas de «paz y civismo» el 4 de febrero.

La oposición ha respondido con mensura, pero sin pelos en le lengua. Por ejemplo, un grupo de personas —algunas disidentes notables del chavismo como Raúl Baduel, Jesús Urdaneta, Yoel Acosta, Luis Alfonso Dávila (todos ex compañeros de armas de Chávez) y Hermann Escarrá— acaban de publicar un duro pronunciamiento para exigir la renuncia de Chávez por su proyecto «personalista, autocrático y totalitario», por haberse deslegitimado gobernando de manera «arbitraria», «irresponsable», «inicua» y «fraudulenta» , por su «notoria incapacidad», por su «miseria moral y política», y por «su alma intolerante, mezquina, llena de odio y resentimiento», según argumentaron.

Entre las descalificaciones del régimen de Chávez que esgrimen figuran la «ineficiencia» a raudales, el estigma de «la corrupción más obscena», la debacle económica en contraste con una bonanza petrolera, la deficiencia de los servicios públicos, la desbordante inseguridad personal, social y jurídica, la violación «descarada y permanente» de los derechos humanos y las libertades individuales, la «arbitrariedad y la mentira», la irresponsabilidad, la iniquidad, la impunidad, la destrucción de la libertad, el bienestar y la justicia, así como la «traición a la patria» y una «subordinación repugnante» a Cuba.

La vista está puesta en las elecciones legislativas del 26 de septiembre próximo para las que la oposición tendrá que dar la batalla unida sin quiere tener alguna opción de éxito. Chávez es consciente de que ese día se la juega. En Venezuela se conjetura con que si el caudillo presiente que le irá mal en esas elecciones forzará la postergación incluso provocando una escaramuza con Colombia o mediante un autoatentado con muertos y heridos.

Los firmantes del pronunciamiento no son unos improvisados cualquiera ni pertenecen a los denostados antiguos partidos ni son burgueses imperialistas. Hay entre ellos altos militares hoy en la reserva que estuvieron junto al caudillo en primera línea en la cruenta intentona golpista de 1992, conspiradores de vieja data, personas que fueron brazos firmes en la construcción del chavismo a principios de la pasada década y miembros importantes del régimen y del gobierno; a otros, como el general Baduel, Chávez le debe prácticamente la vida, pero lo mantiene en la cárcel.

Todos ellos —como otros muchos— fueron devorados por el saturno revolucionario. A la nutrida lista de disidentes se ha podido unir ahora con su reciente renuncia el vicepresidente de la República y ministro de Defensa, coronel retirado Ramón Carrizales, que desde el 2000 ha ocupado puestos en el gobierno. Aún se desconocen las causas reales de la renuncia de Carrizales junto a la de su esposa, Yubirí Ortega, que era la titular de Medio Ambiente.

Da la sensación de que la renuncia tiene transfondo cubano y militar. Posiblemente también la crisis por la falta electricidad, una situación prevista desde principios del régimen chavista, hace más de diez años, pero a la que nadie puso remedio o abortó los emprendimientos en curso.

Coincidentemente, el veterano comunista Luis Miquelana, preceptor de Chávez tras salir de la cárcel en 1994 y su hombre fuerte en los primeros tiempos de la revolución, hasta su ruptura, acaba de pedir que la sociedad se una en las protestas a los estudiantes contra «los desmanes» del gobierno y ha calificado la era chavista como «una de las etapas de más barbarie» en la historia nacional.

Chávez, que acaba de declararse marxista, se comporta como dueño de la verdad absoluta y líder providencial. En Venezuela manda él, sin compartir el poder. Sus ministros son meros secretarios a los que dar instrucciones y regaños en cadena frente a las cámaras de televisión. Con su mentalidad cuartelera no sabe lo que es el respeto sino el ordeno y mando. Como hace ahora, práctica el deporte de la huida hacia adelante en cuanto huele que algo va a salir mal. Manipula la realidad con un torrente de palabras transmitido casi a diario en cadena nacional obligatoria de televisión y radio. Está considerado un peligro tanto para Venezuela como para el continente americano. Cuando algo se le resiste lo nacionaliza, con lo que agranda el problema. Mantiene un sistema clientelista, una burocracia cebada. De un modo u otro el 70% de la población activa venezolano depende del Estado, que Chávez maneja como cosa propia. Hay 2,4 millones de funcionarios, que constituyen un filón de votos. Con esa sistema de fidelidades parece difícil que Chávez pierda unas elecciones y más cuando juega con ventaja usando descaradamente a su favor toda la maquinaria de un estado enorme, sobredimensionado, que crece y crece a medida que Chávez estatiza.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

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