La sra. Kirchner, el sr. Kirchner y los cerdos

El matrimonio presidencial argentino —tanto monta, monta tanto— usa el poder, el dinero y el cerdo como afrodisíaco. La erótica del dinero y el poder era conocida y ahora la señora Kirchner, cercana a cumplir 57 años, ha reconocido que también la del cerdo, al contar en público, de manera muy desinhibida, lo «impresionantemente bien» que la pasó con el señor Kirchner, de casi 60, después de comer un riquísimo lechón, con la piel crocante y todo, al aire libre, en su placentero refugio de El Calafate, lugar de la Patagonia a la que, por cierto, está asociada su fortuna, de vigoroso crecimiento.
«Yo estimo que es mucho más gratificante comerse un cerdito a la parilla que tomar Viagra. ¡Yo soy fanática de la carne de cerdo!», aseguró la presidenta en un discurso en la Casa Rosada de Buenos Aires en medio de excitaciones, chanzas, risitas pícaras y aplausos canallas de una audiencia eminentemente machista ante la que anunciaba el abaratamiento de la carne porcina.

De inmediato, el jefe de la Asociación de Productores Porcinos, Juan Uccelli, arrimó el ascua a su chancho al comentar que en Dinamarca y Japón, por el alto consumo de cerdo, «tienen una sexualidad mucho más armoniosa que la de los argentinos», que consumen masivamente carnes de res. Aunque algunos argentinos han anunciado jocosamente que comerán cerdo mañana, tarde y noche, aún es pronto para saber si la señora Kirchner ha conseguido que se dispare el consumo carne porcina y baje la venta de remedios contra la impotencia. Pero por la red se han descerrajado contra ella andanadas de comentarios terribles.
La señora Kirchner, doña Cristina Elisabet, presidenta de la nación desde hace poco más de dos años, ha hecho esas declaraciones cuando su imagen está desgastada, con la popularidad casi en la lona, y en unos momentos en que de nuevo estaba en entredicho la honorabilidad en la forma de amasar fortuna por parte de los actuales inquilinos de la Quinta de Olivos, la residencia presidencial argentina.

Lo mismo que cuando se supo que su fortuna personal había crecido un 160 por ciento entre 2008 y 2009, hasta 12 millones de dólares, por operaciones inmobiliarias en la tierra natal de Néstor Carlos Kirchner, mediante la compra de terrenos fiscales, adquiridos a un municipio regentado por un amiguete, a precio de ganga y su venta al valor astronómico. Uno terreno que fue comprado en 2006 por 35.000 dólares fue vendido por 1,6 millones dos años más tarde, o sea, que multiplicó la suma invertida por cincuenta como por arte de birlibirloque.

Ahora el matrimonio presidencial argentino ha sido puesto en el disparadero por la compra de casi dos millones de dólares en octubre de 2008, poco antes de que el peso quedara devaluado, alegadamente para sus negocios hoteleros en El Calafate, aunque existen dudas de que hubiera necesitado pagar la compra que dice haber hecho en divisa en efectivo. Al comprar dólares, Kirchner también estaba haciendo lo contrario a lo predicaba su mujer, con lo que, como ha señalado la prensa argentina, se le faltaba el espeto a la ciudadanía.

Néstor Kirchner ya había demostrado anteriormente sus habilidades para moverse en el mercado cambiario, incluso transfiriendo una fuerte suma de dinero a una cuenta en Estados Unidos en víspera de que el entonces presidente, Fernando de la Rua, decretara en 2001 «el corralito» (la inmovilización de los ahorros de los argentinos). Cuando ese dinero volvió a la Argentina se había multiplicado por cuatro.

Tráfico de influencia, asociación ilícita, uso de información privilegiada... acusaciones de corrupción de carácter ético y moral, pero difíciles de probar legalmente, hasta el punto de haber sido desestimadas por la justicia y de las que los Kirchner se han defendido su honorabilidad hasta el pataleo.

Mientras Néstor Kirchner gobernó Argentina entre 2003 y 2007 se decía que lo manejaba su esposa. Ahora que gobierna la señora Kirchner se asegura que el señor Kirchner es el poder tras el trono y que aspirará a un nuevo mandato cuando finalice el periodo de ella, sobre todo ahora que vuelve a la jefatura del partido peronista, que abandonó tras el desastre electoral de junio último, con lo que recobrará la posición de «hombre fuerte» de Argentina.

La alianza entre los Kirchner parece indestructible y perfecta la sociedad que forman. El poder KK mezcla dinero, política, sexo y soberbia. Populismo rampante de una diarquía que lleva a Argentina por la calle de la amargura.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

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