El comandante Hugo Rafael Chávez Frías está cumpliendo diez años en el poder en Venezuela como caballo desbocado, sin freno ni medida, con la obstinación de un Robert Mugabe que ha sumido a Zimbabue en el caos, la desesperación y la plaga.
¿Quién lo para? ¿Quién puede contener a este gobernante que ha convertido la presidencia en asunto personal, en un monumental desatino, en una obsesión desproporcionada, en piedra de toque de una revolución fútil que luce en pañales dos lustros después de haber sido parida, a este autócrata cuartelero revestido de capa pluvial verde oliva y roja de sumo sacerdote de una democracia en la que fehacientemente no cree?
La oposición política ha ocasionado algunos tropiezos a Chávez, pero hasta el momento nada que el antiguo comandante de paracaidistas no haya sabido sortear brincando con la insensatez de un canguro grillado.
Fuera de Venezuela no se ve nadie –en América Latina, Estados Unidos, la Unión Europea ni en parte alguna– dispuesto a hacer algo para contener a un gobernante que vilipendia la democracia, la ha convertido en una farsa, atropella y subvierte la voluntad popular y la usa como a él mejor le viene, que no tiene empacho en falsificar el legado del venerado prócer Simón Bolívar y tomar su nombre en vano.
Entre gritos y bravatas como «yo ya no soy yo. Yo soy el pueblo» o «este soldado se prepara mentalmente, físicamente, desde todo punto de vista, para trascender el 2012» [año en que habrá nuevas elecciones presidenciales] o «¡Prepárense oligarcas!» o «yo estaré aquí [en la presidencia] hasta que Dios quiera y mande el pueblo» o «el que no está con Chávez está contra Chávez» o «Uh, Ah Chávez no se va» o «¡Vamos a demostrar quién manda en Venezuela!», el gobernante ha dado otra vuelta a la tuerca que le atornilla al poder con la idea de perpetuarse legalmente en el cargo.
Hace un año los ciudadanos se pronunciaron contra la posibilidad de reelección presidencial indefinida porque no deseaban tantísimo poder concentrado en un gobernante que podía ser eterno y porque conocen de sobra la enorme capacidad que tiene el jefe del Estado para compra voluntades, corromper y mantener su clientela política. También conscientes de que, como sentenció Bolívar, en el acto constitucional de Venezuela la continuación de la autoridad en un mismo individuo frecuentemente ha sido el término de los gobiernos democráticos y nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder porque el pueblo se acostumbra a obedecerle y él se acostumbra a mandarlo.
Chávez prometió entonces no insistir sobre el tema y afirmó que el resultado del referéndum había sido «una señal» para él.
Desde el punto de vista democrático aquel triunfo de la oposición, que Chávez tildó de «victoria de mierda» cuando se vio forzado a reconocerlo públicamente, debió haber zanjado la cuestión de la reelección presidencial indefinida, con lo que el mandatario tendría que abandonar el cargo el 10 de enero del 2013, fecha en la que concluirá su actual sexenio.
Pero, como tantas veces hizo en estos diez años, Chávez ha cambiado otra vez de opinión.
Arguye ahora que ese mudanza se ha debido a que ha visto más clara «la gran amenaza fascista que se cierne sobre el pueblo venezolano», en referencia a sus opositores y su muy significativo avance en las recientes elecciones regionales y municipales, cuando vencieron a Chávez en distritos que representan no menos de la mitad del país en población y riqueza.
«Inmorales, sinvergüenzas…!» grita Chávez contra sus oponentes porque argumentan que el asunto de la reelección indefinida ya fue votado y rechazado por el pueblo en aquel referéndum del 2 de diciembre del 2007, cuyos resultados oficiales aún no han sido divulgados por unas autoridades electorales tan sumisas a Chávez como prevaricadoras.
Chávez ha hallado en la propia Constitución el camino para driblar la voluntad popular contraria a sus pretensiones continuistas pues la Carta Magna establece la posibilidad de su propia a iniciativa ciudadanía (con el respaldo de cuanto menos 2,6 millones de firmas) y de la Asamblea Nacional, que en su inmensa mayoría es chavista hasta el tuétano. Como hay tres posibilidades de iniciar una reforma Chávez no tiene empacho en colocar el mismo asunto a votación una y otra vez.
En realidad no ha habido ahora una iniciativa ciudadana pues ha sido el propio Chávez quien, tras el resultado desfavorable de las elecciones regionales y municipales celebradas el último 23 de noviembre, puso en marcha con celeridad el mecanismo de reforma constitucional para la reelección indefinida e impartió ordenes a sus huestes de «movilización para el combate» en lo que él con su grandilocuencia considera «una guerra».
Pretende que el nuevo referéndum se celebre en febrero próximo. Con esta nueva votación Chávez trata también de aniquilar de antemano la posibilidad de que la oposición impulse una consulta popular con la intención de revocar su mandato, cosa posible en el ordenamiento legal venezolano contra cualquier cargo a la mitad del período de un mandato. Eso es de aquí a poco más de un año en el caso de Chávez.
El presidente venezolano también distrae con ello la atención sobre el fracaso estrepitoso de estos diez años de revolución hueca y se anticipa a la aguda situación crítica que amenaza al país debido al abrupto desplome del precio del petróleo, la casi exclusiva fuente de riqueza nacional. Antes Chávez había amedrentado a la oposición vaciando los despachos, las arcas y las intendencias o quitado competencias administrativas a las gobernaciones y municipios donde sus rivales han triunfado, en un nuevo y arbitrario alarde de autoritarismo.
Chávez opina que la democracia consiste en el voto popular y la alternancia en el poder en que en las elecciones haya más de un candidato. Sostiene que no hay ninguna diferencia desde el punto de vista democrático entre lo que él quiere y lo que ocurre en democracias consolidadas como la británica o la española, en las que –dice- nadie elige a los jefes de Estado [en ambos casos son reyes sin la potestad de gobierno] y los primeros ministros pueden buscar la reelección sin límite. Ignora qué es una democracia parlamentaria.
¿Qué harían los británicos si escucharan a Gordon Brown diciendo como Chávez que quiere «trascender» más allá de determinada fecha, o los españoles si José Luis Rodríguez Zapatero proclamara que «el pueblo soy yo» o cualquiera que tildara de «victoria de mierda» un triunfo electoral de sus opositores?
La democracia tiene que ver fundamentalmente con la votación popular y la alternancia en el poder, pero también mucho con algo que en la Venezuela de Chávez se suele patear como es el respeto a la voluntad ciudadana y a las minorías, el uso responsable de los recursos nacionales, la libertad y la igual ante la ley, el derecho a la crítica, el ejercicio de la oposición, la liberad de opinión, que el gobernante tenga en cuanta lo que el pueblo quiere, etc.
¿Quién contiene a Chávez en sus afanes desmedidos, en su iniquidad, en su forma tan arbitraria de gobernar?
Internamente la oposición ha mejorado sus resultados y debe haber aprendido tras al referéndum del año pasado y los comicios recientes que sólo unidos pueden hacer frente al enjambre chavista, una sociedad de cómplices donde las fidelidades y las lealtades valen su precio en petrodólares o bolívares fuertes. Pero aún no parecen tener fuerza para desbancar a Chávez del poder y menos teniendo el presidente un poder electoral reverente.
Internacionalmente no se avizora nadie dispuesto a, como diría un venezolano, «echarle un parao a Chávez». Cualquiera que levante la voz será identificado inmediatamente como el enemigo. Chávez no anda ahora sobrado de enemigos. Uno le daría fortaleza interna. Con Barack Obama como presidente de Estados Unidos se le acaba el discurso contra George Bush. Seguramente, como los hermanos Castro, seguirá zahiriendo al imperialismo. Reamistado con los presidentes Álvaro Uribe, de Colombia, y Alan García, de Perú, y hechas las paces con el rey de España, no le quedan enemigos externo de peso. Y los viejos camaradas [Lula da Silva, Cristina Fernández…] tampoco están dispuestos a abrir la boca, el brasileño porque los amigos de Chávez de Ecuador, Bolivia o Paraguay se han alborotado para no pagarle deudas que considera ilegítimas, y todos escudados en el principio de la no intervención en los asuntos internos de otro país, cuando Venezuela clama por una ingerencia en toda regla, como pedía a gritos Zimbabue desde hace años y solo ahora que ha sobrevenido la terrible crisis humanitaria, económica y política por la obstinación y los caprichos del sátrapa Mugabe, es que Estados Unidos, Gran Bretaña y la Unión Europea le exigen que deje el poder.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
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