El uribismo trata de medrar en la putrefacta política colombiana como buitres. Jotes, zamuros, zopilotes, gallinazos, urubues… distintos nombres para definir el mismo animal o a sus hermanos y primos rapaces. Todos viven en la carroña.
Ganador de las elecciones del 2002, Álvaro Uribe logró la reelección en 2006 para otro mandato de cuatro años merced a una reforma constitucional comprobadamente tramposa como demuestra el escándalo conocido como la «yidispolítica», por la diputada Yidis Medina –condenada por la Corte Suprema de Justicia por cohecho propio – cuyo voto supuestamente comprado con prebendas decidió la modificación de la Carta Magna a favor del jefe del Estado. Hubo más congresistas comprados.
Uribe ganó aquellas elecciones sacando a relucir sus éxitos contra las guerrillas y el aumento de la seguridad en el país. Obtuvo dos tercios de los votos en unos comicios en los que un 55% no participó. Eso significó el apoyo a Uribe en las urnas de sólo un 25% de los colombianos con derecho a voto. Pero ha logrado ser el presidente colombiano más popular en el último medio siglo, según dicen en su país.
Ahora, el uribismo preconiza una nueva reforma constitucional sin piedad que permita la tercera candidatura de Uribe en 2010. De hecho, la mayoría uribista, en ausencia de la oposición, con nueve colaboradores muy cercanos a Uribe controlando la situación desde dentro el hemiciclo y ejerciendo la conminación, ha aprobado por las bravas un vergonzoso proyecto de reforma para permitir un referéndum sobre la reelección presidencial en el 2014. Hubo un error pues la fecha debía haber sido el 2010. Ahora se tratará de cambiar el año con nuevas triquiñuelas con la intención de aferrarse al sillón presidencial.
Eso ha ocurrido en un congreso convocado entre gallos y medianoche, vaciado por la oposición, infestado por los escándalos con los parapoliciales de extrema derecha que han dejado tras de si un reguero de muertos y 50 diputados y senadores involucrados.
Veteranos políticos como el ex presidente César Gaviria han puesto el grito en el cielo y alertado del peligro para la democracia. La prensa también ha reaccionado contra la indecencia hablando del cinismo y la desvergüenza por la reforma constitucional en beneficio propio de Uribe. Colombia está iniciando el camino que conduce a la dictadura.
Involucrado en otros escándalos por alegadas relaciones con el narcotráfico y narcotraficantes como los Ochoa o los Escobar, y los paramilitares, Uribe ansía quedarse todo el tiempo que pueda en el poder, al que tiene un apego extraordinario. Su popularidad está en declive tras el reciente escándalo por los asesinatos de civiles inocentes por parte de los militares para ponerse galones y medallas y cobrar recompensas haciéndoles pasar por terroristas, o las pirámides financieras que se han desmoronado enlodando al gobierno, al presidente y familiares suyos.
Queda aún margen para la esperanza. Siendo Colombia un país con apego a la institucionalizada y sin tradición caudillesca, debe naufragar el proyecto de Uribe de perpetuarse en el poder, como hace su vecino Hugo Chávez. A su paso por la cámara alta, los senadores tienen la posibilidad de frenar el dislate. Quedaría aún la Corte Constitucional y finalmente el veredicto del pueblo. Pero la política colombiana está muy corrompida, estragada y arruinada. El hecho de que el presidente Hugo Chávez esté haciendo exactamente lo mismo que pretende Uribe ilustra aun más lo inconveniente de este fenómeno, ha dicho la prensa colombiana.
Políticos como Uribe o Chávez no deben olvidar nunca el caso del peruano Alberto Fujimori, que movió todos los diablos y agitó tanto el caldero como aprendiz de brujo hasta que le acabó reventando en la cara.
Creyó que era el gobernante providencial que le daría al Perú veinte años de estabilidad política, económica e institucional. Jugó a salvador de la patria, a vencedor del terrorismo y estabilizador de la economía tras la desastrosa primera gestión de Ala García.
Defecó sobre la democracia y el Estado de derecho. Buscó la reelección con reformas constitucionales, trapacerías y leguleyadas; maleó la política y sus reglas; desvirtuó la vida pública y fue un embustero contumaz. Siendo japonés hizo añicos el código del honor y la decencia.
Se convirtió en un político marrullero y tramposo. Cultivó amistades peligrosas e hizo alianzas non sanctas hasta que tuvo que poner pies en polvorosa, al extranjero, para refugiarse en el Japón de sus ancestros desde donde renunció a la presidencia por fax. Hoy está en la cárcel, en Lima, juzgado por siete cargos de crímenes de lesa humanidad y corrupción.
Sería ceguera por parte de Uribe arrojar por la borda lo que la revista «Semana» considera unas de las trayectorias políticas más exitosas que se han visto en la historia de Colombia.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
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