Francisco R. Figueroa / 10 agosto 2011
La gestión de la presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, parece ensombrecida por la corrupción en ministerios gestionados por algunos de los partidos de su extravagante megacoalición de gobierno, si bien la mandataria, a diferencia de su antecesor, actúa con severidad ante el menor indicio.
La corrupción es un hidra de innumerables cabezas activísima en las procelosas cloacas de la vida pública brasileña, aunque cada vez que enseñaba las fauces se las cubrían en beneficio de la gobernabilidad.
Así sucedió incluso durante el sugestivo «ochenio» de Luiz Inácio Lula da Silva. La hidra no devoró a Lula por su carisma y la identificación con él de la mayoría del electorado. Pero se tragó a sus principales validos, José Dirceu, José Genoino y Antonio Palocci.
Necesitado de estabilidad parlamentaria, Planalto, el palacio de gobierno en Brasilia, acaba volviéndose loco concediendo prebendas a los partidos que se avienen a prestarle apoyo. Son repartijas para dominar un parlamento federal muy fragmentado. El oficialista Partido de los Trabajadores (PT) controla apenas el 16 % de la Cámara de Diputados y el 12 % del Senado.
Rousseff está apuntalada por dieciséis partidos, casi todos con lealtad tarifada. Eso no es novedad en un país que ha creado palabras chispeantes para retratar la volatilidad de las fidelidades políticas, los representantes del pueblo mercenarios, las conductas deshonestas de los hombres públicos y las fechorías que cometen.
La actual presidenta de Brasil llegó al ministerio de la Casa Civil (un auténtico «premierato») precisamente tras el escándalo que acabó, en 2004, con el poderosísimo José Dirceu, el hombre fuerte de Lula y su potencial heredero.
Superprotegida desde entonces por Lula, ella salió solo magullada del cargo para ser el año pasado la candidata presidencial escogida a dedo por su padrino. Pero la sucesora que tuvo en la endiablada Casa Civil, Erenice Guerra, cayó rápidamente por prácticas de nepotismo cuando parecía que se perfilaba como brazo derecho de la nueva presidenta.
Con la llegada al poder de Dilma Rousseff, hace siete meses apenas, la Casa Civil pasó con su maleficio a manos de Antonio Palocci, un protegido de Lula y a quien la hidra ya había devorado en 2006 cuando era el todopoderoso ministro de Hacienda.
Palocci no tardó en volver a caer tras solo cinco meses de gestión, acusado de enriquecimiento ilícito.
Apagado en junio el fuego dentro del propio Palacio de Planalto, el incendió saltó en julio al vecino ministerio de Transportes, donde dimitió su titular, Alfredo Nascimento, dirigente de de uno de esos partidos satélite, tras denuncias de pago de sobornos y sobrefacturaciones en obras públicas. Otros 20 funcionarios fueron destituidos.
Los medios de comunicación han denunciado en los dos últimos meses trapacerías en seis ministerios. Los titulares de tres carteras han sido pulverizados. Otros tres ministros de Dilma Rousseff dejaron sus cargos por diversos motivos. No está mal para tan poco tiempo.
En el ministerio de Turismo acaban de ser detenidos 35 funcionarios y en el de Transporte veinte han renunciado, entre ellos su titular, Alfredo Nascimento, miembro de uno de esos partidos satélite.
También acaba de caer por otro escándalo el número dos del ministerio de Agricultura, que pertenece al mayor partido aliado. Del mismo Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) es el ministro de Turismo, Pedro Novais, que está en danza pendiente de dar explicaciones en el parlamento.
Tanto escándalo ha socavado la popularidad de Dilma Rousseff. Su índice de desaprobación se ha duplicado del 16 al 29 % y el de confianza bajó del 74 al 65 %, según una encuesta de julio cuando aún no habían estallado dos de esos sonados escándalos.
En medio de todo ello se produjo la dimisión del ministro de Defensa, Nelson Jobim, otro de los que Rousseff heredó de Lula. Poco a poco la presidenta parece estar sacudiéndose la tutela de su preceptor político.
Jobim, también del PMDB, saltó del Gobierno después de haber criticado a la actual jefa de la Casa Civil, Gleisi Hoffmann, y la titular de Relaciones Institucionales, Ideli Salvatti. Ambas forman con Dilma un triunvirato femenino de poder en Brasil.
Jobim dijo también que prefería en la jefatura del Estado al rival de Rousseff, el socialdemócrata José Serra, y retrató a la presidenta como una mujer iracunda que acompaña sus órdenes con puñetazos sobre la mesa. Luego restó fuerza a sus palabras, pero para entonces Dilma Rousseff ya le había segado la cabeza.
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