Francisco R. Figueroa / 15 agosto 2011
La presidente argentina, Cristina Fernández, se ha disparado hacia un segundo mandato después de haber arrasado en las elecciones primarias celebradas el domingo pasado.
Salvo que la oposición argentina ―dispersa, fragmentada y desconcertada por esta derrotada― se avenga a ir con un candidato único a las presidenciales del 23 de octubre, estos dos meses que faltan para dichos comicios serán un paseo triunfal a la reelección para la viuda y heredera política de Néstor Kirchner.
Ella no sería candidata este año otra vez, pues era de nuevo el turno de Néstor. Pero él se murió de un paro cardiaco en octubre de 2010.
La del domingo fue una victoria total, por encima de las expectativas, con el 51 % de los votos. Cristina Fernández sacó 38 puntos de diferencia a sus más directos rivales: Ricardo Alfonsín (radical, hijo de presidente y aliado a peronistas disidentes) y Eduardo Duhalde (antecesor y artífice de su esposo, también peronista y encarnizado enemigo de ella), que quedaron empatados con el 12 %. Pisando los talones a ambos acabaron Hermes Binner (socialista) y Alberto Rodríguez Saá (hermano de un mandatario que lo fue durante solo siete días e igualmente peronista).
Entre esos cuatro competidores, más Teresa Carrió, que quedó triturada con el 3%, suman el 45 % de los votos, un volumen que daría ciertas posibilidades a la oposición si fuera capaz de concretar en tan escaso tiempo la hazaña improbable de lanzar un candidato único capaz de plantar cara a la presidenta, que para ser reelegida en octubre sin necesidad de una segunda vuelta debe ganar con al menos el 40 % de los votos y un 10 % de diferencia.
Pero, según algunos analistas, puede ser muy tarde para que una oposición hundida forme un frente contra Cristina Fernández que evite un tercer gobierno de la era kirchnerista, que inauguró Néstor Kirchner cuando asumió la presidencia en mayo de 2003.
Además, unir a la oposición argentina es un reto mayúsculo. Además, ¿bajo qué liderazgo? Ninguno de ellos parece atractivo para eclipsar a Cristina Fernández, la viuda de Argentina, la gobernanta que ganó obtuvo esta victoria formidable usando la memoria del marido muerto, a golpe de lágrimas, haciendo exhibición de su luto y su pena, con ventajismo, utilizando como propios los recursos del Estado, recrudeciendo el clientelismo y haciendo del populismo bandera.
La presidenta argentina arrasó en las primarias a sus nueve rivales en 23 de las 24 circunscripciones electorales que tiene Argentina, con votaciones que fueron de 80 % en la norteña provincia agraria de Santiago del Estero (una de las más pobres del país) al 30 % en la ciudad de Buenos Aires.
Incluso salió victoriosa en las provincias donde le había ido mal al peronismo kirchnerista en las elecciones locales, como la capital de la nación, Córdoba o Santa Fe. En todo el país solo se le resistió San Luis, la fortaleza de los Rodríguez Saá.
El cristinismo interpreta esta victoria aplastante más allá de una gigantesca encuesta sobre las presidenciales de octubre.
Cree que se trata de un respaldo al Gobierno, de un pronunciamiento popular que ahoga todas las acusaciones sobre la mala calidad de la gestión de Cristina Fernández o la corrupción feroz dentro de su Gobierno, la temible violencia social o la vertiginosa inflación. Ella, exultante, traduce el triunfo como un reconocimiento a su gestión.
Para sus partidarios, la del domingo no fue una elección primaria sino una elección adelantada.
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