No está claro si el presidente Luiz Inácio Lula da Silva pretende hacer a su sucesor o evitar que quien sea su sustituto acaba pidiéndole cuentas a él y los suyos pues sus ocho años en el poder van a quedar marcados por la corrupción que enmerda la cosa pública brasileña.
La política es en Brasil tan atrozmente sucia que el conservador Demóstenes Torres acaba de hablar en el plenario del Senado de «podredumbre». Los parlamentarios brasileños, ha dicho, son una banda que con ambición desmedida buscan asegurarse a cualquier precio la supervivencia en el cargo, apegados al poder, con el único interés del enriquecimiento personal, al margen del bien común.
Demóstenes Torres se refería, sobre todo, al senador José Sarney, el poderoso caudillo derechista, escritor y ex presidente de la República, de 79 años de edad, un saurio político que lleva más de medio siglo montado en el machito, tanto en dictadura como en democracia. Un «cacique de mierda», según dijo en el parlamento uno de sus rivales. Como lo fuera de otros presidentes desde el errático Jânio Cuadros (1961), ahora Sarney es el principal aliado de Lula. Sarney es el causante de un nuevo escándalo de corrupción, practicada de catorce formas distintas, que, a juicio de The New York Times, amenaza con opacar la gestión de Lula.
Un nutrido grupo de parlamentarios perseguía la destitución de Sarney como presidente del Senado, pero Lula ha puesto sobre la mesa todo su peso. Renovó su respaldo a Sarney y ordenó a su Partido de los Trabajadores (PT) que actúe en su apoyo, sin duda para mantener la alianza con el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), la formación del presidente del Senado. Lula está decidido a mantener esa alianza para las elecciones generales del año próximo.
Las denuncias contra Sarney han sido así archivadas y el PT han tragado sapos y culebras, aunque hay amenazas de deserciones de destacados dirigentes, entre ellos Marina Silva, la ex ministra de Medio Ambiente y apasionada ecologista que renunció, en mayo del 2008, harta de que un Lula entregado a intereses diferentes a los que defendía cuando llegó al cargo no le dejara proteger debidamente la Amazonía.
Lula hace una defensa de Sarney casi en solitario. La lleva a cabo contra viento y marea, a capa y espadas, contra todo y contra todos, incluso frente al PT, que está al borde de esa división, la opinión pública y los medios de comunicación, que han crucificado al ex presidente sacando a la luz una pila de trapos sucios. La prensa argumenta que Lula trata así de dejar lo mejor colocada posible en la carrera presencial que se avecina a su candidata, la jefa del Gabinete ministerial Dilma Rousseff.
Marina Silva, que trabajo en el caucho en la tierra de Chico Mendes y fue discípula del asesinado (en 1988) ambientalista brasileño, no aguantaba a Dilma Rousseff, ni las ambigüedades de Lula y sus políticas contrarias al medio ambiente. Tampoco le gustaba Sarney ni el PMDB. Algunos la colocan con un pie en el Partido Verde y desde la cúpula del PT se reconoce que una candidatura presidencial suya causará sin duda un «daño electoral» sensible.
Lula se comenzó a entusiasmarse con Dilma Rousseff con el auge en América Latina de las mujeres gobernantes: la chilena Michele Bachelet, la argentina Cristina Fernández…, pero también después de que se hicieran cenizas sus más dilectos acólitos (José Dirceu y Antonio Palocci) por sendos escándalos de corrupción. Esos escándalos distanciaron cada vez más a Lula de auténtico PT dejándolo en las garras del PMDB, partido que le sacó las castañas del fuego en un sonado «affaire» por la compra de parlamentarios para apoyar al Gobierno. Lula arguye que la destitución de Sarney como presidente del Senado acarrearía «una crisis institucional» y a la «inestabilidad». En realidad, posiblemente se tambalearía su sillón presidencial y, sin duda, perdería un respaldo que considera fundamental para las presidenciales de octubre del 2010 consciente de que el PT por sí solo no tiene posibilidades de ganar. El PT que llevó al poder a Lula en 2002 ha perdido por su izquierda el bloque que se fue con la senadora Heloisa Helena a causa del neoliberalismo de Lula. Si se fuera Marina Silva se estima que la sangría total puede suponer más de un 20% de los votos respecto a hace ocho años.
Dilma Rousseff, fiel entre los pocos fieles que le quedan a Lula, dispone de una intención de voto de tan solo el 15%. No cautiva a nadie, por su falta de talante, por su permanente cara de malas pulgas y porque es una desconocida que nunca fue candidata a nada, a pesar de estar considera una eficiente gestora. Apenas ha ocupado cargos de designación. La poca imagen que tienen se la ha formado a las prisas el equipo de comunicaciones de Lula, incluso instrumentalizando el cáncer linfático que le encontraron con el mediático anuncio que se hizo en abril pasado.
Sarney fue el primer presidente de la democracia, o el última de la dictadura, según se mire, pues hunde sus raíces en el régimen militares instaurado en 1964 mediante golpe de Estado. Durante mucho tiempo que el jefe del partido de los uniformados –primero la Alianza Renovadora Nacional y después el Partido Democrático y Social. Fue, pues, firme punta del régimen castrense. Desechado como candidato a vicepresidente en la fórmula continuista civil del ese régimen, Sarney vio por dónde venía el futuro y se pasó a la oposición. Allí fue acogido como candidato a vicepresidente. Tuvo fortuna pues el presidente electo, Tancredo Neves, enfermó antes de asumir y murió. De manera que se convirtió en jefe de estado. Entre 1985 y 1990 Sarney acabó aquella larga transición a la democracia que los militares habían iniciado en 1979 y elevó su poder personal a niveles estratosféricos. En política Sarney se hizo inmensamente rico. En su condición de escritor exclusivamente, el autor de «El dueño del mar», una novela razonable, y de «Saraminda, la exótica historia erótica de una prostituta guayanesa, no habría tenido mucha fortuna. Dos de sus hijos medraron también en los asuntos públicos, una, Roseana, como diputada y gobernadora de uno de sus feudos particulares, el estado de Marañón, y el otro, Zequinha, como ministro y también en el Congreso Federal El tercer hijo, Fernando, y el yerno, Jorge Murad, cuidan los negocios.
Sarney milita en el PMDB, el sexto partido político de una vida pública que se ha caracterizado por estar siempre al lado del poder, cuando el poder no era él mismo. El PMDB controla el poder local en Brasil, pero desdeña la presidencia de la República porque sus dirigentes siempre han obtenido más beneficios como partido aliado. En realidad es un partido mercenario que pone en valor su apoyo a la causa nacional. Así es ahora y así quiere seguir siendo de cara a las elecciones del 2010 consciente de que el candidato que apoya con su enorme maquinaria clientelar tiene más expedito que cualquier otro el camino al Palacio de Planalto en Brasilia. Si fuera así, Lula podrá dormir tranquilo.
Por si no fuera suficiente, Lula aparece hoy de la mano del también ex presidente de Brasil y ahora senador Fernando Collor de Mello, su enconado rival en las sucias elecciones de 1989, quien acabó renunciando al cargo en 1992 acosado por los escándalos de corrupción y la inminencia de un juicio político, pero no se libró de una condena por ocho años de privación de los derechos políticos por parte del Congreso nacional. En el 2006 volvió a la política como senador por su natal, Alagaos, otro estado marcado por el «coronelismo», el caciquismo político brasileño en la pobre arco norte del país, como Marañón, coto de los Sarney, y Amapá el estado adoptivo donde José Sarney es ahora dueño del mar.
Francisco R. Figueoa
franciscorfigueroa@hotmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario