El líder venezolano, Hugo Chávez, asegura con vehemencia que el posible uso por Estados Unidos de siete bases militares en Colombia es un acto de guerra. «Podrían ser el principio de una guerra. Se trata de los yanquis, la nación más agresora de la historia de la humanidad», ha dicho. «Colombia se ha convertido en el Israel de América» y en «una plataforma para invadir cualquier país latinoamericano y de primero a Venezuela», brama Chávez, quien amenaza con responder cualquier agresión y con la táctica de la tierra quemada si Estados Unidos va a por sus yacimiento de petróleo. Caracas alega que el motivo oculto de Washington es caer desde Colombia sobre las inmensas reservas de la Faja Petrolífera del Orinoco. Chávez ha recordado la invasión de Irak y a Saddam Hussein colgado por el cuello proyectando sobre él la sombra del ahorcado. «Nos tienen otra vez en la mira porque quieren la Faja del Orinoco», aduce Chávez.
América del Sur está dividida también por este asunto, según ha quedado de manifiesto al término de la gira de urgencia que acaba de hacer el presidente colombiano, Álvaro Uribe, por siete países en busca de comprensión. Perú dio un apoyo incondicional. Chile y Paraguay respetan la instalación de las bases por ser «una decisión soberana» de Colombia de acuerdo al interés nacional. Brasil recela y pide «garantías formales» de que las tropas estadounidenses –unos 1.200 efectivos entre civiles y militares– no serán usadas fuera de Colombia. Uruguay se muestra «equidistante» y Argentina pone repararos al considerar las bases «inconvenientes». El bloque bolivariano se opone en pleno. El lunes se plasmará el disenso en Quito, en la reunión del Consejo de Seguridad de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) a la que no asistirá Colombia.
Una mayor presencia militar estadounidense en Colombia, donde Washington mantiene tropas desde hace veinte años, se siente como una fuerte amenaza para la expansión del mini-imperio de Chávez tras el derrocamiento en Honduras de Manuel Zelaya, a quien algunos consideran un títere suyo. La situación brinda al caudillo bolivariano un pretexto para armarse aun más en su arriesgada carrera para convertir a Venezuela en una potencia militar hemisférica, que discurre bajo los eufemismos de «renovación» y «modernización» de armamentos. Chávez ya ha comprado en Rusia aviones de combate, fusiles, radares y helicópteros. Ahora anuncia a bombo y platillo la próxima adquisición de «al menos tres batallones de tanques» rusos con la intención de convertir a Venezuela «en una fortaleza inexpugnable, como Cuba». Desde La Habana, en sus «reflexiones», Fidel Castro calienta los ánimos. Trata aparentemente de comprar voluntades y moldear opiniones de cara a la próxima reunión de Unasur.
Antes de la gira de Uribe, Colombia soltó dos cargas de profundidad. La primera contra Chávez: el hallazgo en poder de la guerrilla colombiana de las FARC de lanzacohetes suecos vendidos a Venezuela. Ésta acabó detonando en Bogotá porque parece probado que las armas fueron parte del botín de las FARC con ocasión del asalto a una base militar fronteriza de Venezuela, en 1995. Chávez acusa a Uribe de «chantajista», de jugar de manera «sucia y traicionera», y dice sentirse «apuñalado». De momento, debido a la congelación de relaciones económicas adoptada por Chávez contra Colombia están en juego dos millones de empleos, casi 7.000 millones de dólares de comercio bilateral y la continuidad de 1.800 empresas. Según la prensa colombiana, hay abundantes pruebas del envolvimiento del chavismo con el narcotráfico y las guerrillas a través de, entre otros, Ramón Rodríguez Chacín, alto oficial de la marina, hombre del submundo del espionaje, compañero de Chávez en el sangriento levantamiento militar de 1992 y en la cárcel, y su ministro de Interior y Justicia en dos ocasiones y su interlocutor junto a las FARC; así como del jefe del servicio secreto militar, general Hugo Armando Carvajal, que Estados Unidos tiene en su lista negra, y de Henry de Jesús Rangel Silva, ex director de la policía secreta venezolana. La segunda andanada que soltó Colombia fue contra los aliados de Chávez, con la práctica confirmación de la financiación con 400.000 dólares por la narcoguerrilla colombiana a la campaña electoral de Rafael Correa, quien lo ha admitido tácitamente.
Al presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, no la agradan esas bases yanquis, pero no será él quien le diga a Uribe, al menos públicamente, lo que tiene que hacer en su país. Estados Unidos ha asegurado a parlamentarios brasileño que las tropas ayudarán en el combate al narcotráfico. Pero ese combate trasciende fronteras, sobre todo después de que Washington haya acusado a Venezuela de haberse convertido en un enorme santuario del narcotráfico con apoyos oficiales. A Estados Unidos le preocupa que en territorio venezolano actúe la guerrilla colombiana con la «tolerancia» de Chávez. Esto lo acaba de decir en Brasil el general retirado Jim Jones, asesor de Seguridad Nacional del presidente Barack Obama. Colombia está muy molesta con la política de Venezuela hacia las narcoguerilla, pero no tiene la intención de provocar un cambio de gobierno en Venezuela sino que trata de defender su propio territorio. «Estados Unidos no quiere la paz en Colombia. Ellos viven de la guerra y ahora montan un escenario contra Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua», replica Chávez. Desde Quito se habla de las intenciones de Colombia de «aplicar la teoría de la extraterritorialidad» atacando cualquier país en nombre del combate el terrorismo, como hizo en marzo del 2008 cuando destruyó el campamento del cabecilla Raúl Reyes, muerto en aquella acción, que las FARC mantenían en territorio ecuatoriano. «No es aceptable que los vecinos de Colombia dejen que sus fronteras sean utilizadas como bases para el ataque a otra nación soberana», aduce el general Jones, con cuya visita a Brasil, la primera potencia de América del Sur, ha tratado de evitar que Lula sea enredado por Chávez o Fidel Castro.
Hay quienes temen que en el actual conflicto colombo-venezolano acaben tomando cuerpo los viejos conflictos por las diferencias limítrofes entre ambos países. Los militares de Venezuela siempre han necesitado a su enemigo histórico, que es Colombia, a lo que deben su razón de ser. «El imperio yanqui tiene dentro de sus planes provocar una guerra entre Venezuela y Colombia», advierte Chávez.
El Gobierno de Lula asegura que no ha recibido de Uribe ninguna garantía sobre la limitación del uso de las tropas al territorio colombiano y que el asunto le falta transparencia. Brasil tiene dudas sobre una eventual injerencia militar estadounidense en la región y demanda la creación de un clima de confianza en la próxima reunión de los doce países de Unasur en Quito.
Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com
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