Nicaragua: celebrando a Daniel

El trigésimo aniversario de la caída de una dictadura tan infame como la del clan Somoza en Nicaragua tenía que ser motivo para una gran fiesta de la democracia, pero ha servido, más que nada, para que Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, relancen su plan de perpetuarse en el poder mediante una reelección continua a lo Hugo Chávez, que para él está doblemente vetada por la Constitución nacional y que, según las encuestas, tiene en contra a casi dos terceras partes del país, además de a la mayoría del Parlamento.
Los festejos oficiales por el triunfo, en 1979, de la revolución sandinista, la victoria de aquello muchachos que deslumbraron al mundo, dejaron en evidencia que tras al fracaso del proyecto que pretendía dignificar esa pequeña nación centroamericana de menos de 130.000 kilómetros cuadrados y hoy con poco más de cinco millones, queda una caricatura que se aferra al poder. Aunque Ortega reivindica el sandinismo, la inmensa mayoría de los dirigentes de la revolución no están a su lado, ni siquiera su hermano Humberto Ortega. Como declaró a diversos periodistas la ex guerrillera y ex ministra Dora María Téllez, la diferencia está en que los sandinistas celebran la Revolución Popular y el «orteguismo» a Daniel Ortega.

Tras haber deshonrado la revolución con el pillaje de su etapa final, la famosa piñata de 1990; traicionado sus ideales y quedado envilecido por las denuncias de abusos sexuales de su hijastra Zoila América, Ortega parece llevar ahora una deriva autoritaria y caudillista semejante a la de su benefactor, el venezolano Hugo Chávez, y como él trata de eternizarse en el poder. Para ello pretende un respaldo popular que no tiene. En 2006 ganó las presidenciales con un discreto 38% de los votos, tras un pacto con el diablo: su hasta entonces archienemigo Arnoldo Alemán, el ex presidente de Nicaragua condenado por corrupción. Las elecciones municipales del año pasado acabaron con un fraude morrocotudo a favor del «orteguismo».

En un discurso, el domingo último, Ortega propuso una reforma de la Constitución nacional de modo que pueda presentarse indefinidamente a la reelección, un proyecto semejante al que ha sumido a la vecina Honduras en una crisis capaz de llevar al país a la guerra civil y que en Nicaragua tiene tan numerosos detractores que queda imposibilitada la vía del Parlamento, en el que el presidente está en franca minoría con 38 de sus 92 diputados. La Ley Fundamental nicaragüense veta la reelección presidencial inmediata e imposibilita volver al cargo a quien lo haya sido en dos ocasiones, como Ortega. La reelección cerrada para él por un doble candado.

Como sus planes continuistas llevan desde hace dos años frenados dentro del Legislativo, Ortega ha envuelto esta vez su propuesta de reelección continua en el celofán de la institucionalización del referéndum revocatorio. Además alega que si los diputados nicaragüenses pueden ser reelegidos indefinidamente porqué él no. De entrada, la oposición ve a Ortega como un hombre dispuesto a todo para perpetuarse en el poder al tiempo que resta credibilidad a cualquier tipo de consulta popular organizada por las mismas autoridades electorales entregadas al «orteguismo» que convalidaron el fraude en las últimas municipales. Con todo el aparato estatal a su favor y con la sombra de un fraude electoral, Ortega vuelve a presionar para su reelección, señalaba la prensa de Managua.
La propuesta de Ortega formó parte de un discurso de fuerte contenido antigringo. Repitió el embrollo habitual sobre las múltiples maldades que Estados Unidos tienen en mente para América Latina, incluidas las posibilidades de golpes de Estado contra Chávez y los demás exponentes de la llamada revolución bolivariana. Por supuesto que, según Ortega, Washington está detrás del golpe que derrocó en Honduras a Manuel Zelaya tras haber quedado enfrentado a los demás poderes del Estado por sus planes de reelección contrarios a ley.

A la derecha de Ortega aparece la estampa de la primera dama, Rosario Murillo, madre de Zoila América. Entre ambos hay un entendimiento total y tienen una interdependencia absoluta. Ella comparte el poder sentada en el mismo trono. Muchos nicaragüenses opinan que Rosario Murillo es quien verdaderamente manda en el país y hay quienes creen que si su marido no logra volver a ser candidato, ella tomará el relevo. Catando a dúo durante las celebraciones del aniversario en la Plaza de la Fe, llena de empleados públicos, mostraron su la sintonía. Una exultante prime dama, que sorprendió por su euforia inagotable, repetía tras cada canción: «Ajúa, que viva Daniel». El espectáculo forma parte, según un vocero del sandinismo renovador, del «concepto familiar del poder» que los Ortega quieren imponer en un país que ya estuvo dominado por los Somoza, prácticas contra las que también se hizo aquella revolución que ahora ha cumplido treinta años.

Francisco R. Figueroa
franciscorfigueroa@hotmail.com

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