Castro y Bush enzarzados de nuevo

El presidente de Estados Unidos, George Bush, le acaba de dar al convaleciente líder cubano, Fidel Castro, en donde más le duele: además de haber descrito el estrepitoso fracaso de la revolución, llamó al alzamiento de los militares e hizo una convocatoria internacional a apoyar con un fondo multimillonario una transición a la democracia en la isla. El efecto del golpe ha sido tan fulminante que La Habana respondió con el doble de metralla verbal.

En un duro discurso de 3.372 palabras que pronunció en el Departamento de Estado, este miércoles, Bush aseguró que se avecina el día de la libertad en la cautiva Cuba, que la revolución, al cabo de casi medio siglo, es una tragedia en lo político y una miseria en lo económico. Agoniza en estertores el régimen fracasado de Castro, manifestó. Cuba es una versión comunista del apartheid, con cientos de presos políticos, un gulag tropical con horrores desconocidos que cuando sean desvelados conmocionarán a la humanidad y serán la vergüenza tanto de los defensores del castrismo como de quienes han guardado silencio, dijo también.

El embargo, afirmó Bush, es el pretexto que usa La Habana para ocultar su fracaso. La fuente del sufrimiento en Cuba no es el embargo sino el sistema comunista. Estados Unidos mantendrá el embargo convencido de que el comercio no ayuda al pueblo cubano sino que enriquece a las élites comunistas y afianza el control absoluto del régimen castrista sobre los recursos materiales.

Bush hizo un llamamiento internacional para el apoyo a la transición a la democracia en Cuba, un cambio de régimen que comparó al que fue posible en los antiguos satélites soviéticos del este de Europa, Chile o España. Condenó el cambio de un dictador (Fidel) por otro (su hermano Raúl) en una nueva tiranía intolerable y aseguró que Estados Unidos no dará oxigeno a un régimen criminal cuya victima es su propio pueblo, que no respaldará el viejo sistema con nuevas caras. A renglón seguido propuso un fondo internacional multimillonario para financiar la reconstrucción del país en transición a una nueva Cuba libre y democrática en lo político y lo económicos.

Para el gobierno cubano, de todo el discurso de Bush posiblemente la parte más sensible fue el llamamiento que hizo el presidente de Estados Unidos a los militares, la policía y los funcionarios cubanos a apoyar la exigencia de libertad del pueblo, el cambio político que se desea, y no usar la fuerza contra su propia gente en defensa de un régimen moribundo. En la nueva Cuba, les dijo, hay lugar para ustedes.

La Habana se tomó el discurso de Bush como una posible declaración de guerra y contraatacó sin demora por medio del Canciller Felipe Pérez Roque, hoy por hoy el cancerbero más celoso del castrismo. En el plazo de dos horas, ante 61 corresponsales de 45 medios de 17 países y un puñado de funcionarios, Pérez Roque soltó contra Washington una andanada en forma de discurso de 6.210 palabras, el doble de las pronunciadas por Bush.

Se trata —argumentó Pérez Roque— de una escalada sin precedente en la política contra Cuba, de más bloqueo, más subversión, más intento de aislamiento, y nuevos y renovados esfuerzos para intentar rendir por hambre y enfermedades al pueblo cubano, de un plan a favor de un cambio de régimen, incluso del uso de la fuerza para derrocar al régimen e imponer su designios en Cuba, una incitación al alzamiento interno y a la traición de los militares. Bush delirar cuando incita a rebelión de los militares, afirma el ministro cubano.

Pérez Roque calificó a Bush de irresponsable, de odiar a Cuba, de hablar de manera amenazante y altanera, de ser un hipócrita, mentiros e impúdico y de confirmar con sus palabras los peores temores, de carecer de autoridad y apoyo en su país, de estar solo en el mundo en la agresión contra Cuba. Volvió a echar mano de la posibilidad de una invasión militar estadounidense a Cuba. Dijo que Bush no amedrenta a Cuba ni a su gobierno o al pueblo, echó mano de la más depurada retórica castrista, invocó el derecho a la autodeterminación de los pueblos, reprochó a Estados Unidos la guerra de Irak, las cárceles secretas y los prisioneros sin juicio, le acusó de amparar a terroristas cubanos. Pérez Roque se explayó a gusto recordando los logros de la revolución, el papel desarrollado por Cuba a favor de la libertad de distintos países del mundo, la fortaleza y unidad de sus fuerzas armadas, la coherencia de su régimen político. En fin, garantizó que la revolución no podrá ser derrotada ni chantajeada por Estados Unidos y que Cuba está lista a enfrentar al presidente del imperio.

La cuestión es por qué ahora, al cabo de ocho de gestión, casi en el término de su administración, durante la que tuvo prácticamente olvidada a América Latina, enfrascado en esa guerra tan cruenta como insensata e ilegal en Irak; Bush coloca a Cuba en el candelero de su política exterior. La explicación más simple la ha dado el Partido Demócrata, que ha respirado por la herida producida por el golpe dialéctico de Bush. Se trata de granjear el apoyo paras los republicanos de la cada vez mayor comunidad cubana así como de los inmigrantes de otras naciones latinoamericanas. El senador Barack Obama, uno de los aspirantes demócratas a llegar a la Casa Blanca, adujo que Bush hizo amenazas inútiles contra Cuba e reiteró que lo que se debe hacer para conseguir el cambio democrático es romper el bloqueo económico sobre la isla. El Gobernador de Nuevo México, Bill Richardson, también aspirante a la nominación demócrata, respondió diciendo que el embargo contra la isla ha fracasado. De llegar a la presidencia, Richardson aseguró que dejaría sin efecto el embargo, permitiría viajar libremente a Cuba, estimularía el comercio y abriría un diálogo con el gobierno cubano a fin de lograr una transición.

Francisco R. Figueroa
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