El presidente de Ecuador, Rafael Correa, ha logrado en el plebiscito del domingo último un poder descomunal. Se trata de una autoridad personal ya que Correa carece de un partido. Asín, sin organización política propia que llegado el caso imponga cordura, parece prudente que el joven y poco curtido gobernante ecuatoriano encargue cuanto antes a uno de sus consejeros recordarle cada mañana en el desayuno aquello de que «toda gloria es pasajera».
A tres meses de hacer asumido el cargo de presidente ecuatoriano, alrededor de un 80% del voto popular logrado en el plebiscito del domingo puede endiosarle, sobre todo cuando también el resultado de esa consulta ha representado un mazazo demoledor para toda la clase política tradicional de su país. El abrumador resultado incluso legitima el golpe de mano que significó la destitución de 57 de los 100 miembros del Congreso Nacional en la áspera crisis institucional que precedió a los comicios del domingo.
Los ecuatorianos han aprobado la convocatoria de una Asamblea Constituyente que redactará la tercera constitución del país en menos de veinte años. Las dos anteriores de poco sirvieron. El país se debatió en un torbellino político tan grande que significó el paso por el palacio presidencial de Carondolet de ocho inquilinos en diez años. Tres de ellos fueron desalojados de allí intempestivamente. Desde luego la nueva Carta Magna no va a servir para garantizar la gobernabilidad ni para resolver los enrevesados problemas políticos que tiene el país y tampoco las penurias sociales y económicas.
Habrá que aguardar a septiembre, cuando en otra votación popular serán escogidos los miembros de la constituyente. Será una asamblea con plenos poderes, es decir, que podrá legalmente hacer lo que quiera, incluso decretar la finalización de labores de los actuales congresistas, disolver el poder judicial y jubilar al jefe del Estado. Se verá entonces qué poder tiene en ella Correa. Si las cosas siguen como hasta ahora, debe controlarla con lo que estará en condiciones de redactar una constitución a su medida o a la medida del pueblo y de sus necesidades.
En esa nueva Constitución cobrará fuerza de ley el proyecto político socializante que pregona Correa. ¿Hasta dónde llegará? Esa es la cuestión. Fuera de Ecuador a Correa se le ve como un caudillo que está saliendo del capullo y lo más parecido que hay al líder de la revolución venezolana y presidente de su país, Hugo Chávez. La diferencia –notable por cierto– es que Chávez es un militronche y un visionario alucinante que incluso ha colocado a las Fuerzas Armadas de su país al servicio de la revolución, de su causa personal, eso que él denomina Socialismo del Siglo XXI y sus rivales un proyecto comunisto-fascistoide. Correa es un civil, economista y universitario con escaso recorrido político, aparte su entrada triunfal a la cosa pública desde la nada en las últimas elecciones presidenciales ecuatorianas.
Durante los últimos días, Correa ha procurado deslindarse de Chávez y sus proyectos. Nada que ver con él, según ha reiterado. Si eso no lo ha dicho por estrategia política, para contrarrestar las constantes arremetidas por ese lado de sus adversarios, Correa puede que tenga un vuelo propio ligero de equipaje. Queda también por ver si ese Chávez ansioso de aliados y emuladores es capaz de seducirle con sus cantos de sirena y su billetera grande.
Francisco R. Figueroa
No hay comentarios:
Publicar un comentario