Argentina ingresa al mileino


Francisco R. Figueroa


✍️10/12/2023


Argentina entró hoy en el «mileino», el reinado del ultraliberal Javier Milei, con el anuncio por su parte de una cirugía radical sin anestesia, un ajuste económico violento sin paliativos, para enmendar cien años de desatinos.


Milei (53), ganador del balotaje electoral, con el 56 % de los votos, hace tres semanas, ha llegado a la Casa Rosada en el 40º aniversario del inicio de la era democrática, como 7º mandatario surgido del voto popular. Es un outsider que se lanzó al ruedo electoral con una propuesta neoliberal radical, de ultraderecha. Un producto genuino de los bajos fondos del quilombo televisivo porteño, donde se fajó y se forjó, para luego saltar a la calle con un discurso incendiario y una motosierra en ristre como metáfora de la poda implacable que se proponía realizar en la cosa pública, para acabar arrollando en las presidenciales a las maquinarias partidistas tradicionales, al mutante peronismo especialmente, y convertido en el prodigio de la ultraderecha mundial, muchos de cuyos adalides acudieron en tropel a su investidura, excepto el sumo sacerdote de ese credo, el estadounidense Donald Trump.


La víspera de su toma de posesión se especuló con que Milei había tenido que moderar su discurso y adoptar una nueva apariencia, la de camaleón comedido, recogiendo velas y reculando en el discurso apocalíptico que le llevó al poder, para atraer aliados a su causa debido a su debilidad en el parlamento argentino (tiene la tercera bancada) y su nula presencia en las influyentes provincias con respecto a sus encarnizados rivales, los peronistas, y el primer paso en ese sentido había sido incorporar a su ministerio a representantes de «la casta» que tantísimo denostó.


Tras una rápida juramentación en el parlamento, en lugar de pronunciar allí su discurso inaugural, como es tradición, e ignorando por completo a los representantes de la soberanía popular, salió a la abarrotada Plaza del Congreso dando a entender que él se entiende directamente con el pueblo. Ante la multitud, en tono redentor, vino a decir que mediante un ajuste económico violento, incluso despiadado, se proponía salvar a una nación consumida por cien años de fracasos que arruinaron la vida de los argentinos. «Una larga y triste historia de decadencia y declive» que él se propone dejar atrás, en la onda del Make America Great Again trumpista.


«Lamentablemente nuestra dirigencia decidió abandonar el modelo que nos había hecho ricos y abrazaron las ideas de la libertad y las ideas empobrecedoras del colectivismo. Durante más de cien años los políticos han insistido en defender un modelo que lo único que genera es pobreza, estancamiento y miseria», sostuvo.


Trazó el panorama desolador que presenta el país, una herencia maldita con indicadores desbocados, disparatados, catastróficos, visibles o encubiertos, de estancamiento económico, déficit, inflación, deuda, pobreza, emisión, salarios irrisorios, tarifas, las arcas vacías y los servicios muy deteriorados. «No hay plata, no hay financiación», repitió.


Contra ese negro panorama y tras haber comparado su victoria electoral con la caída del Muro de Berlín, el nuevo gobernante, un anticomunista visceral, dijo que sólo cabe, sin alternativa ni demoras, el shock radical, sin gradualismo, despiadado, un desembalse demoledor como un tsunami. El resultado del «ajustón», que se propone aplicar de inmediato, será negro, muy negro sin remedio, con estanflación y aún más pobreza, porque los efectos tendrá que pagarlo el Estado, y no el sector privado, seguramente con corte del gasto social y los abundantes subsidios, reducción del aparato público y privatizaciones de cuanto pueda ser vendido o liquidado, o la congelación del presupuesto nacional pese a la elevada inflación.


«Este es el último mal trago para comenzar la reconstrucción de Argentina. Esto es, habrá luz al final del camino», agregó en la parte redentorista de su mensaje, sin establecer la duración de los sufrimientos, el tiempo venidero de dolor y lágrimas, algo que no pareció inquietar a su audiencia, que le animaba una y otra vez a usar la motosierra, como si aquella multitud vocinglera no temiera al aumento de la pobreza, la miseria, el desempleo y la carestía que el nuevo caudillo ultraliberal les estaba anticipando tan crudamente, estuviera resignada a recibir la azotaina que se les viene encima y expresara su disposición al sacrificio y el tormento, a transitar por el desierto más oscuro y pedregoso, para alcanzar el país de leche y miel, la nueva Argentina de la abundancia, hacia la que dice Milei que los conduce como un nuevo Moisés.


Reconoció que prefiere decir la verdad, aunque incomode, que recurrir a la mentira confortable; acudió al judaísmo para hablar de la guerra de los macabeos como símbolo de los débiles sobre los poderosos, y solo le faltó encomendar el país a la ayuda de dios como hizo un primer ministro peruano tras anunciar el ajuste económico más radical conocido en esa nación, que tuvo el efecto devastador de un maremoto en una población ya muy afligida.


Sentados a su alrededor, el rey Felipe VI de España; el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski; el paraguayo Santiago Peña o el chileno Gabriel Boric prácticamente no movían músculo ni parpadeaban. Pero el primer ministro húngaro Viktor Orbán y el ex mandatario brasileño Jair Bolsonaro, de ultraderecha como él, sonreían complacidos.


Soberbia y maleducada se mostró la vicepresidenta saliente, Cristina Fernández de Kirchner. Al ingresar al Congreso dedicó a unos detractores, dedo medio en ristre, el gesto universal de fuck you. Tomó los juramentos en su condición de jefa del Senado, embutida en un llamativo vestido rojo pasión, bamboleándose en la tribuna con las manos en los bolsillos frente a Milei mientras juraba, incómoda, displicente, reinona, o como si la era de los Kirchner no hubiera concluido. Su cordial enemigo también peronista, el jefe de Estado saliente, Alberto Fernández, fue como un destello en el acto. Apareció el tiempo justo para entregar a Milei la banda albiceleste y el bastón de mando, de 90 centímetros en madera de urunday con incrustaciones de plata alegóricas a la nación, junto a las cabezas de los canes del flamante mandatario, con los que tiene una relación taumatúrgica, y se evaporó tras el cortinaje granate como un fantasma en fuga, camino a un destierro voluntario y chamuscado por un mandato calamitoso.


franciscorfigueroa@gmail.com


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