Boric el rojo


Francisco R. Figueroa 

✍️ 25/09/22

Poco a poco el presidente Gabriel Boric (36) rompe lazos con la izquierda dictatorial latinoamericana, para consternación –seguramente– de quienes profetizaron que si llegaba al palacio de La Moneda, Chile acabaría como Cuba, Venezuela o Nicaragua, es decir, arruinado y sin libertades. 

Para decepción –también– de sus correligionarios, esa izquierda tan fragmentada como nostálgica de «las grandes alamedas» por las que –según pregonó Salvador Allende poco antes de matarse, en pleno avance del fiero golpe del general Augusto Pinochet–, «pasaría el hombre libre para construir una sociedad mejor». 

Boric va a paso de tortuga, quizás para no provocar un sacudón en el tinglado de quince fuerzas políticas, de prácticamente todo el espectro izquierdista nacional, que le sostienen, muchas de ellas doctrinarias, enraizadas en las viejas quimeras revolucionarias y aún embelesadas con Fidel Castro. Ese conglomerado se lame las heridas dolorosas que les causó el reciente rechazo popular en referendo al exótico proyecto de Carta Magna, alumbrado por la no menos extravagante Convención Constitucional electa en mayo de 2021, un sonoro batacazo que ha obligado a poner el intermitente derecho a Boric, a quien la propuesta de una nueva Ley Fundamental, alternativa a la aún vigente de Pinochet, sirvió de carta de presentación y rampa de lanzamiento. 

En junio último, desde Los Ángeles, en el marco de la Cumbre de las Américas, que excluyó a las satrapías comunistas y seudomarxistas, reprochó a la dictadura cubana mantener presos políticos. Eso «es inaceptable», manifestó. 

Un avance mínimo, con mucho espacio aún hasta desenmascarar al régimen liberticida que somete a Cuba desde 1959, y que constituye la más larga era, con Fidel Castro, de poder personal conocida en América Latina, con sucesión dinástica y prolongación con un paniaguado.

Esa misma Cuba castrista que intervino con estrategia, hombres, armas y dinero soviético en casi todo el continente en medio de la Guerra Fría, con el resultado de una seguidilla de golpes militares y dictaduras anticomunista que dejaron –incluido Chile– el rastro de dolor y sangre aún visible desde Tierra del Fuego al río Bravo. Y alentado también guerras de decenios como la que aún colea en Colombia. 

El joven Boric va fijando la deriva en la medida que puede zafarse de las consejas de sus aliados de la izquierda, esos mismo que, según afirma el propio presidente, le recomiendan  «no hablar mal de los amigos». 

Y Boric se preguntó en Nueva York, con ocasión de su asistencia a la asamblea anual de la ONU, que porqué se puede denunciar las atrocidades que se cometen en lugares como, por ejemplo, Yemen y no las que perpetran Nicolás Maduro en la sufrida Venezuela o esa esperpéntica y despiadada pareja –Daniel Ortega y Rosario Murillo– que oprime a la pobre Nicaragua. 

Ser de izquierdas no le debería impedir a uno manifestar sus convicciones, alega con razón Boric. «No podemos tener un doble estándar», apostilla. 

Son pasos adelante dados desde la nueva izquierda latinoamericana por jóvenes demócratas como él que no parecen dispuestos a vivir cautivos de una vieja ideología totalitaria ni siendo cómplices de los que tiranizan a naciones en nombre de un supuesto comunismo que no es más que un remedo del autoritarismo y el caudillismo tan arraigado en los países del continente desde su advenimiento como repúblicas.

El colombiano Gustavo Petro lo tiene más complicado que Boric porque necesita la ayuda de Cuba y Venezuela para su prioridad de acabar en paz con las guerrillas.

Pero ya ha comenzado a tratar de reconducir al autócrata de Caracas, al que ha pedido que reintegre a Venezuela en el sistema Interamericano de Justicia y Derechos Humanos. 

En mal momento, quizás, porque el último informe de la ONU sobre derechos humanos en Venezuela señala a Maduro como máximo responsable de las habituales torturas y vejaciones de militares y policías a numerosos presos políticos. ✔️

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