Francisco R. Figueroa / 18 septiembre 2010
Un sonado escándalo de corrupción servido a los postres de la campaña electoral brasilera desluce la cantada victoria de Dilma Rousseff y echa otro borrón en la trayectoria del presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
Las elecciones presidenciales en Brasil han quedado afectadas por un factor brusco, inesperado e insospechado llamado Erenice Guerra y sus hijos coimeros. Esta mujer era de tanta confianza y tan fuerte su amistad con Rousseff que fue nada menos que la sucesora en la jefatura del Gabinete brasileño de quien seguramente sucederá a Lula en la jefatura del Estado.
Hasta marzo pasado, cuando Rousseff renunció como ministra de la Casa Civil ― el despacho oficial más importante de Brasil después del presidencial y equivalente a la jefatura del Gabinete ― para meterse de lleno en la campaña electoral, la abogada de 51 años Erenice Guerra era su brazo derecho y heredera natural, de modo que la sustituyó. Erenice Guerra es una creatura de Dilma Rousseff, lo mismo que ésta lo es de Lula.
A dos semanas de las elecciones, Guerra ha debido renunciar por los escándalos de tráfico de influencias y extorsión de sus hijos. Es posible que el jaleo salpique a Rousseff, aunque no hasta el punto de que pierda la presidencia.
Por cálculo electoral Lula se ha librado de Erenice Guerra tratando de controlar los daños, antes de que la metralla alcanzara a la mujer que él escogió para que ocupe su lugar y que con su enorme popularidad y carisma personal convirtió en pocos meses de una virtual desconocida para el gran público en un fenómeno electoral al que los sondeos han llegado a atribuir un potencial próximo al 60% de los votos validos en la primera vuelta. La preocupación se ha traducido en que por vez primera durante su mandato Lula haya suspendido su participación en la Asamblea General de la ONU, donde siempre refulgía.
Se investiga si dentro de sus fechorías los hijos coimeros de Erenice Guerra, desde su posición de privilegio, también pidieron dinero tanto para ellos como para la campaña electoral de Rousseff. La mamá no era ajena al asunto pues habría actuado a favor de sus hijos al menos para que se concretara una de las operaciones.
Se sabe que el negociado se inició siendo Rousseff jefa de Gabinete, época en la que uno de los «damnificados» dice que alertó por e-mail al despacho oficial de la extorsión a que estaba siendo sometido.
Guerra afirma que se siente «atacada en su honra» y «ultrajada por las mentiras». Se asegura que la dimisión de la jefa de Gabinete de Lula ha sido una «decisión personal» y «para probar su inocencia fuera del Gobierno». Pero está claro quien dio la orden.
Un asesor de Guerra también tuvo que renunciar y uno de los hijos (Israel) fue despedido por el Gobierno del Distrito Federal (Brasilia), donde era un empleado fantasma con un salario de primera. La misma administración aprovechó para echar también a un hermano de Erenice llamado Euricélio. Ambos hombres fueron contratados por favores políticos y los dos están bajo sospecha de haber participado en millonarios chanchullos y arreglos en perjuicio de la administración del Distrito Federal.
Dilma Rousseff está convencido de que el escándalo no perjudicará sus aspiraciones presidenciales y aseguró que ella no está envuelta en el «affaire». ¿Es posiblemente que Rousseff no conociera a su buena amiga Erenice Guerra, que trabajaba íntimamente a su lado desde los tiempos del ministerio de Minas y Energía y cuya carrera impulsó? ¿Miró para otro lado o la dejó hacer? ¿Erenice Guerra no sabía qué hacían sus hijos, un ahijado también implicado y hasta su propio hermano? ¿Rousseff y Guerra son dos ineptas a quienes se pueden engañar fácilmente? Lo peor, como ha señalado una analistas brasileña, es que una de ellas está llamada a convertirse en la presidente de Brasil. La otra, dada los antecedentes y la cercanía entre ambas, es posible que hubiera ocupado un cargo importante en el equipo de gobierno de Rousseff.
Por lo pronto, como ha afirmado «The Times», el escándalo de corrupción del clan de los Guerra ha quitado el brillo a la posible sucesora (Rousseff) de una superestrella como Lula y ensombrecer el inicio de su mandato.
Son acusaciones que recuerdan otros caso de corrupción que mancharon la jefatura del Gabinete y al partido de los Trabajadores (PT), como el que costó en 2004 el puesto a José Dirceu, hasta entonces el hombre fuerte de Lula, a quien precisamente sucedió Rousseff, que entonces era ministra de Energía y Minas.
Las denuncias son consecuencias de investigaciones periodísticas de «Folha de São Paulo», quizás el mejor diario brasileño, y de «Veja», posiblemente el semanario más prestigioso.
La oposición brasileña se ha animado con el escándalo y ve la posibilidad de que Rousseff tenga que disputar una segunda vuelta contra el socialdemócrata, José Serra, un candidato que ha demostrado ser bastante flaco. Algunos se frotan las manos pensando que Lula resolvió un problema en su gobierno, pero ha podido crear un problema a su candidata y protegida. Parece que la enorme en brecha entre Rousseff y Serra en la intención de voto ha comenzando a disminuir. En el Brasil profundo, donde Lula es idolatrado y tiene un aprobación cercana asombrosamente a la unanimidad, este escándalo importa poco y, por tanto, no debe causar mayores perturbaciones en la tendencia del voto.
El último sondeo, publicado este sábado y hecho en medio de la difusión de las noticias del escándalo, pero antes de la dimisión de Erenice Guerra, otorga a Dilma Rousseff una intención de voto del 51% y a Serra, su principal rival, el 25%. Descontados los nulos y en blanco, Rousseff tendría esa preceptiva mayoría de votos, en su caso de un 58%, para que se convierta en la primera mujer en la presidencia de Brasil.
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