Tiro certero al chavimo en Fuerte Tiuna

Francisco R. Figueroa / 19 agosto 2010

Increíble, pero cierto: según el «duce» venezolano, Hugo Chávez, la aterradora violencia delincuencial que desangra y amedrenta a su país tiene que ver con la lucha de clases y, en consecuencia, ayuda a su «revolución». Responsabiliza de esa matanza a los gobiernos anteriores, aunque él lleve más de once años en el poder. En todo ese tiempo la barbarie criminal se ha cuadruplicado hasta acumular más 120.000 homicidios. Él caudillo tapa el sol con el dedo imponiendo ahora la cesura a la prensa para que no informen sobre esa tragedia.

Con todos los graves problemas que sufre el país, el de la violencia criminal es el que más inquieta a los venezolanos. No en vano. El Gobierno oculta las cifras de la violencia, sin duda para evitar una mayor reprobación, pero los medios de comunicación que se atreven a plantarle cara a Chávez han informado de que de los 4.500 homicidios que se registraban cuando el actual mandatario llegó al poder en febrero de 1999, una cifras que ya entonces causaba pavor, se ha pasado a más de 16.000 homicidios por año, con Caracas convertida en la capital más brutal del mundo y los jóvenes entre 15 y 29 años como víctimas más frecuentes. Hay en Venezuela millones de armas sin control, para una guerra de bandidos que parece fuera de control.

La mortandad representan como si entre el 1º de enero de 2009 y el 31 de diciembre de 2010 Chávez hubiera visto aniquilada por el hampa su localidad natal: Sabaneta o el príncipe Alberto de Mónaco la suya. La cifra anual sextuplica los muertos en el 11-S estadounidense y multiplica por diez el número de militares extranjeros que caídos en la interminable guerra de Afganistán. Los homicidios durante los 11 años de chavismo, 123.000 según algunos estudios, pueden superar a las víctimas de la Guerra de Bosnia.

Chávez no se ocupa del hampa. Mira para otro lado frente a esa hidra de siete cabezas que amedrenta a todos menos a los gerifaltes del régimen, seguros tras su guardaespaldas de las fuerzas policiales y militares. Jamás en sus interminables y cansinas peroratas por televisión y radio, en las que habla hasta del sexo de los ángeles con esa verborrea venenosa tan personal, se había referido al asunto, como su fuera una cosa de otra galaxia. Ahora, forzado por las circunstancias, ha hablado del tema para afirmar que divulgando los datos de la violencia los periódicos tratan de sabotear su «revolución», que los culpables son «el capitalismo y la burguesía» y que los bandidos que causan la matanza «son los mismos niños de la calle», dejados a la mano de dios por los gobiernos anteriores, que había cuando él llegó a la presidencia. No ha explicado porqué en esos once años largos la «revolución» no supo ganar a esos jóvenes para causas nobles, darles educación y trabajo, incluirlos socialmente, sino que han degenerado en pistoleros de gatillo fácil capaces de matar por las cosas más nimias.

El tema de la violencia parecía adormecido el viernes 13 cuando despertó en sobresalto con el tiro que acertó a una beisbolista honkonguensa en el complejo militar más importante de Venezuela, el Fuerte Tiuna, en Caracas, mientras jugaba un partido internacional. Ese mimo día, en un hecho desconectado, el diario «El Nacional» publicaba en primera página una terrible foto, inactual pero inédita, de cadáveres amontonados en la morgue de Caracas, con la idea de denunciar el grave deterioro de la seguridad, que posportavoces chavistas estaban tratando de ocultar, incluso burlándose y denigrando a quines estaban propagando la información.

El incidente motivó la suspensión del VI Campeonato Mundial Femenino de Béisbol, el traslado de la sede de Caracas a Maracay y el inmediato abandono de Venezuela del equipo de Hong Kong, encabezado por la jugadora que había quedado herida por una bala perdida salida de un ranchito próximo al complejo militar. Durante el fin semana, Chávez metió la cabeza debajo del ala y suspendió su programa «Aló, presidente». ¿Qué podía decir cuando las balas están llegando al corazón del poder militar venezolano, donde en mayo hubo un asalto a mano armada para robar la paga de unos obreros?

Las cifras de muertos, a las que se suman miles y miles de otros actos delictivos, confirman que Caracas es aquel valle de sangre del que en la década de los 90 del siglo pasado hablaba en un libro el periodista Earle Herrera, hoy diputado chavista, cuando los homicidios eran muchísimo menores. En aquella época anterior a Chávez, Herrera pudo informar sobre la violencia sin que actuara contra él la Fiscalía, como ha hecho ahora a imponer la censura a todos los medios escritos, asfixiando aún más la libertad en el país, al prohibir la publicación de imágenes e información sobre el crimen ―la «crónica roja», en una palabra―, con el peregrino argumento del daño que causa a los niños, entre los que sin duda hay poquísimos lectores de periódicos.

La censura, obviamente, no resuelve el problema, pero puede evitar mayores daños a la ya deteriorada imagen del sátrapa venezolano y su régimen ante las elecciones parlamentarias del 26 de septiembre próximo en las que el régimen autoritario se la juega. La seguridad es uno de los muchos flancos débiles de Chávez, junto con la carestía, la recesión económica, el desabastecimiento y desbarajuste de un Estado cada vez mayor por las frecuentes nacionalizaciones y más corrupto e ineficiente a medida que crece. © DEL AUTOR

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